Revista Nos Disparan desde el Campanario Año V Crónicas Veloces IV… Cuarta entrega de la saga… por Eddy W. Hopper
Para refrescar la memoria
Sección: ARCHIVO HISTÓRICO DE LA
CLASE MEDIA
Hoy Presentamos: CRÓNICAS
REVOLUCIONARIAS DEL WHATSAPP - Cuarta entrega
“4 DE ABRIL DE 2024 – AÑO I - DÍA 35
DEL ESTADO DE INSURRECCIÓN
- ¿El Ministro de Salud dice que para
combatir el dengue tenemos que usar pantalones y mangas largas? ¿Ese es el
consejo MÉDICO? –bramó Susana, mientras racionaba el cartón de leche para Lauti
y Bauti, porque los padres –que se habían ido a no sabía dónde que había no
sabía qué cosa- finalmente le enchufaron los chicos no para el fin de semana
largo, sino para el miércoles, jueves, viernes y sábado de la semana siguiente,
“así salimos a buscar precios tranquilos, mientras nos desembarazamos de a poco
y no tan brusco de los comportamientos de clase decadente, que tanto cuesta
abandonar”.
El problema fue que el VW pedía
cambio de aceite desde noviembre de 2023; pero Pablo –CBC de Ciencias
Económicas incompleto- había vaticinado que en diciembre el dólar “se iba a la
mierda” y que “es una mentira kirchnerista que los precios vayan a subir
tanto”, por lo que finalmente todo gasto no urgente se pospuso, para
aprovechar.
Antes de llegar a la Asamblea del
Atalaya, comenzó a salir humo del capó y a 10 kilómetros del Mc Donald’s el
auto “no quiso más”. Como Fabiana venía con atraso en el pago del seguro desde
que se fuera al doble en enero, los malnacidos de La Tercera ni siquiera le
atendieron el teléfono con amabilidad. “¡Pero yo enero lo pagué!”, había dicho
Fabiana, ante la voz de una “Danssys” impasible y con acento colombiano que le
repetía una y otra vez que la cobertura había entrado en situación de “Cláusula
II.2.b.c.1.5.d”. Pablo, siempre los dos pies en la realidad y las dos manos
sobre el volante, le había contestado con tranquilidad universitaria de masas:
“Estamos en abril, amor”
- “Bueno, pero algo pagué, no es que
debo TODO”.
- “Sí, eso es cierto” –había
reconocido Pablo –Pero bueno”.
Susana, la mamá de Fabiana, se había
jubilado como “ama de casa”. Había trabajado -hasta que cerró con la híper de
Alfonsín- en la ferretería de su papá, un tano laburante cuyo padre había
venido desde Città delle Stronzi, Región de Porogna, en un hueco de la quilla
del Vittorio Emanuele Tre, que en el viaje de regreso naufragó. Cargado de
viveza, Alessandrino Caccazzini cambió su nombre por Alejandro Meato para
parecer ya afincado, e inició una carrera de progreso que lo había llevado a
alquilar más de cuatro gallineros en por lo menos dos barrios diferentes. Según
se dice, en cada gallinero escondía un amor, un hijo y las recaudaciones de la
Quiniela que levantaba con el único fin de mantener a Ceferino Meato, vástago
habido con la andaluza Concepción Garcí, “la de la Guí”, aunque para pasar
desapercibida –como había aprendido en la vereda- no figuraba en ningún lado ni
tenía nada a su nombre.
Ceferino fue chofer ejemplar durante
su servicio militar y se hizo muy amigo del Jefe de… (“no me acuerdo, pero el
jefe de papá era jefe de algo”, repetía durante décadas Susana, en las mismas
sobremesas en las que contaba que su abuela Concha no quería ir a votar “para
no hacerle un favor a la degenerada”. Para Concha, Tita Merello, la Innombrable
y una sobrina de ella que se había equivocado de barco y que no había vuelto a
ver jamás, aunque le llegaban noticias, eran “lo mismo”).
El Jefe de Ceferino le había tomado
un cariño inexplicable. A instancias de su esposa, entre el rancho y la retreta
siempre había una media tarde proveída a la orden por los 50 o 150 sirvientes
(Concha nunca se acordaba) que asistían al militar en su mansión de Belgrano
–según recuerda Susana que le contaba su abuela- y siempre ambos le estaban muy
agradecidos. Y si bien la abuela Concha murió sin gastarse un peso de los
sobres que le exigía a su hijo cada día 30, para que aprendiera el valor del
esfuerzo, a los Meato jamás les faltó nada. En parte, porque cuando nació el
último e inesperado varoncito del Coronel Cornetta, éste benefició a su soldado
favorito equipándole una ferretería (“a todo culo”, según palabras de Susana)
en un barrio que, si bien bastante alejado, estaba en una zona “de mucha
construcción”.
“Igual, a mi papá nadie le regaló
nada”, decía siempre Susana. “La ferretería se la ganó, no sé cómo; y además no
faltó un solo día. No puedo decir lo mismo de los empleados, que todos los días
le inventaban algo, porque mi papá era bueno y noble como un burlete de caucho
reforzado”.
Susana, antes de que Fabiana y Pablo
se fueran de su casa los domingos a las 5 de la tarde –como todos los domingos
en los que se hablaba de las compras del supermercado, de la gente que no
quiere trabajar y del plazo fijo que “conviene más”- recordaba, mientras comía
masitas de más, tomaba el tercer o cuarto café y aguantaba las ganas de ir al
baño: “Mi mamá, una chica de barrio que trabajó hasta el último día de su vida,
me tuvo sobre tres barriles de kerosén, dos de detergente y uno de W40 suelto
que pusieron uno al lado del otro. Arriba de los barriles apoyaron dos metros
de gomaespuma, que en aquel momento era carísima, y siempre tratando de no
manchar, porque había que venderla. Perón ya se había ido. No se podía parar de
trabajar. Y mientras mi papá atendía, la partera, que siempre había una partera
en cada cuadra, o cada dos o tres cuadras, la partera se apuraba, según me
contaba mi mamá, porque tenía otro parto a la vuelta. Y aquí estoy, de cuerpito
presente: me casé, tuve mis hijos y tengo mis nietos, y me jubilé porque
también trabajé toda mi vida. Yo hoy veo que si van al Farmacity y les dicen
que no tienen margen en la tarjeta, no son felices”.
Ni Fabiana ni Pablo le prestaban
atención. Cuando ella hablaba, miraban el celular, o Fabiana le decía algo a
Lauti o a Bauti, algo que terminaba con la frase “Dale que ya nos vamos”.
La ferretería quebró en el 89, cuando
Fabiana tenía 12 años y no había a quién venderle un niple de tres cuartos.
Ceferino, que ya se había divorciado –aunque en aquella época no había
divorcio- aprovechó las estanterías y puso un Video Club al que llamó “Fabiana
y Noemí”.
“Mi papá era un visionario”, contaba
Susana; “pero los negocios no le duraban más de tres o cuatro años. Miento:
cuando en el 2002, ya con 65 años, se puso a criar chinchillas en el patio y
champignones en el sótano para vender a Europa -todavía tengo guardados los
suplementos del diario Clarín, que venían con instrucciones- el emprendimiento
duró 8 meses, hasta que yo con 45 años entré por un contacto de administrativa
en la Municipalidad, que ya iban un poco mejor las cosas y las municipalidades
después de lo que fue el corralito ya empezaban a tomar gente.
“¡Lauti, Bauti, junten todo que nos
vamos!”, solía ser el pregón de Fabiana que cerraba la tertulia.
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“Y así estamos”, reflexionaba Susana,
mientras Lauti y Bauti no paraban de jugar a la escondida debajo del sillón y
de bambolear la estantería de mimbre que estaba al lado del televisor de 60
pulgadas. “Nunca nos ha pasado nada, porque siempre hemos hecho lo que teníamos
que hacer; pero esto que está pasando es inconcebible. ¿Cómo puede ser que un
Ministro de Salud te diga que no va a haber una política pública precisamente
de SALUD, y que te tenés que enguantar el cuerpo para que el mosquito no te
pique? ¡Es como decir que no abras los ojos para que no te entre una basurita!
¿Nos toma por estúpidos?”
“Vengo de una estirpe de
especuladores, de gente que estaba convencida de que haciéndose la imbécil
obtendría mejores resultados que peleando por sus derechos y, sobre todo, por
los derechos de los demás. El supuesto "trabajo de sol a sol" no era
más que una fachada para justificar todos sus horrores interiores.
Mis padres, mis abuelos, mis
bisabuelos: sin excepción, adhirieron siempre al más fuerte, creyendo de ese
modo que ellos mismos, a pesar de sus debilidades constitutivas, serían de
algún modo también fuertes. ¡Ilusión estúpida de clase media!
Todos ocultaron su vida porque
estaban convencidos de que si contás algo, el otro te va a tener envidia o te
va a ganar de mano. Todos fueron hipócritas: yo me crié en esos ambientes
horribles. Yo fui antiperonista emocional, sin saber nada de política; yo apoyé
los regímenes más despreciables, yo callé frente a las injusticias más
ostensibles, a mí siempre me interesó de mí y de mis hijos, punto.
Pero eso pasó hasta el 29 de febrero
de 2024 a las 24 horas. Como decían los que vaticinaban esta Revolución: cuando
nos sodomizaran a través de aumentos obscenos en la luz, el gas, el teléfono,
la prepaga, las expensas, el combustible, los impuestos y los alimentos, íbamos
a tomar conciencia y a manejar las riendas del VERDADERO cambio, no de la
estupidez que dicen por televisión.
Y acá estoy: me salgo de la vaina por
salir a la calle a defenderme y defendernos. ¡Cómo es posible que mi estirpe
haya sido lo que fue durante 170 años! ¿Nadie sentía vergüenza de su miseria
espiritual, de su grotesco diario? ¡Basta! ¡La comunidad organizada es la única
forma de convivencia virtuosa! ¡Piquete y cacerola, la lucha es una sola!”
Sin embargo, al rato Susana advertía
nubarrones de angustia en su renacer místico: “Lástima que no puedo ir a
marchar con los chicos, porque la policía brutal, evangelizada en el daño, les
va a tirar balas de goma a los ojos. Porque son así: nacieron con el corazón
condicionado por la servidumbre, que no tiene otro objetivo que el de construir
un espacio de sublimación de la violencia genética en la que se han criado. ¿Se
puede ser tan inmoral de cumplir CUALQUIER orden?”
“Quizás”, concluía, “quizás mi puesto
de lucha HOY sea éste: cuidar que los chicos –por dios, ¡cómo les vas a poner
Lauti a uno y Bauti al otro!- cuidar que los chicos no tiren la estantería,
porque ninguna de las porquerías del pasado que tiene apoyadas se puede
reponer, al precio que han querido que esté todo”.
Ahí quedó Susana, mamá de Fabu,
suegra de Pablo, abuela de los chicos, aferrada al sillón, sintiéndose parte.
“Se los voy a plantear. No puedo quedarme quieta, viendo que un grupo de
dementes construye un Estado de Violencia y Desigualdad. No llegué a los 67
años para esto. Cada cual en su puesto de lucha, como clase media comprometida
que somos.
El 1° de Marzo de 2024 fue una fecha
bisagra, las profecías de los que saben tenían razón: la puerta no volverá
jamás a cerrarse. Tomar consciencia de clase nos soltó la cadena”.
Y mirando de soslayo desde la ventana
contrafrente una parejita de extranjeros de países limítrofes, pensó, dando su
alma al borde de las lágrimas:
“Toma mi mano,
hermano.
Bebe en mi cántaro
si tienes sed”.
… Continuará...
*Eddy W. Hopper. Abogado
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