La
historia debería poseer un inciso político especial que incluyera una reseña
descriptiva y analítica que interprete e interpele - o por lo menos intente hacerlo - nuestras decisiones colectivas, obviamente
aplicando herramientas inductivas y deductivas, fuera del testimonio o la
opinión, dándole rigurosidad científica al ensayo teniendo en cuenta las
causas, las consecuencias, las pulsiones y los cortes que las ciencias sociales
no deben dejar de advertir ante estos desafíos intelectuales. Nadie podrá
objetar que Menem fue un Presidente que arribó y ejerció su labor ejecutiva
bajo mandatos plenamente democráticos durante dos períodos, sin proscripciones,
como fueron los de Frondizi e Illia, a los que nadie les niega sus bustos en la
casa de gobierno, sin lawfare a opositores ni detenciones arbitrarias, sin
persecuciones políticas, el primero de seis años y el segundo de cuatro, es
decir tuvo el legítimo aval popular e institucional con resultados aplastantes,
no solo en los comicios ejecutivos sino además en los de medio término. Recién
en el año 1997 cae derrotado en las legislativas, y siempre lo hizo
representando al Partido Justicialista. Paradójico es que aquellas políticas
neoliberales, en estos últimos cuatro años, lograron su calco y copia
democrático por buena parte de sus antiguos opositores, y se desarrolló con aquel
mismo «rigor ético y humanista» durante el gobierno encabezado por Mauricio
Macri en la alianza conformada por la Unión Cívica Radical, el Pro, la
Coalición Cívica y demás fuerzas menores, tanto conservadoras como
progresistas.
Curiosamente
aquel periodismo que criticaba el cotillón de Menem y no sus políticas
excluyentes, no lo hizo con Macri, ni por su cotillón y menos por sus
políticas, incluso la coalición paralela que conformaron los medios con buena
parte de la justicia federal y los servicios de inteligencia le proporcionaron a
las ideas neoliberales la traducción necesaria para lograr hasta un sentido político
dentro de los sectores medios para los cuales la pizza con champagne era
sacrilegio. En ambos caso los unió una Corte de Suprema de Justicia actuando
como empresa vinculada, al igual que una CGT bastante lábil y colaboracionista.
Más
allá de mi repudio visceral a la gestión de Menem, en aquel entonces y ahora, y
esa cohorte de embrutecidos caníbales que salvajemente destruyeron nuestro
tejido social, me llama mucho la atención esta suerte de superioridad moral de
algunos, los cuales sospechan que Menem no tendría que tener su busto como el
resto de los presidentes que llegaron a sus cargos por decisión popular, en
todo caso nos cabe la errata social. Por caso vale la cita:
Causan
gracia los radicales de hoy. Se creen distintos a los menemistas de los 90.
Misma mierda, mismo olor, mismo patrón... (Pulsiones - Artes Gráficas Líber)
Misma mierda, mismo olor, mismo patrón... (Pulsiones - Artes Gráficas Líber)
Y
se profundiza paradoja, no solo ejerce esta superioridad, a mi criterio inmoral
por hipócrita, buena parte del peronismo que lo votó y militó, sino también los
que hoy apoyan aquellas mismas políticas excluyentes a través del proyecto
UCR-Cambiemos. Acaso dentro de dos décadas tanto De la Rúa como Macri tendrán
su busto en la casa de gobierno, y está muy bien que así sea, aún a costa de
los que seguramente abjurarán, más allá de lo que representaron y cómo
ejecutaron, en todo caso vamos a poder protestar sobre la conformación de esa
galería de bustos el día que antes de votar la recorramos y luego nos miremos
al espejo. Alberto no es quien pone el busto de Menem en la casa de gobierno, y
mañana no lo será aquel que coloque los de De la Rúa o Macri, fue el pueblo, en
comicios libres, el juicio de la historia colectiva es otra cosa.
Por
febrero del año 2014 José Natansón escribía una nota en Le Monde Diplomatic
titulada “El Busto de Menem”. Evidentemente el hombre se adelantó a los tiempos
y su diagnóstico estuvo mucho más cerca de lo que sospechó. Me parece muy
interesante repasar el artículo en su totalidad (adjunto el link)…
pero
sobre todo detenerse en el inciso final del texto…. Dice Natanson
…. Pero cuidado: el riesgo, para
quienes hoy rondamos la treintena y nos acercamos –peligrosa, dramáticamente– a
los 40, es caer en las miradas indulgentes propias de nuestra educación
sentimental. Si de política se trata, conviene ser claros y huir de los
enfoques azucarados: la de los 90 fue una década negativa desde casi todos los
puntos de vista.
Dicho esto, creo que vale la pena
revisitar el período para extraer algunas conclusiones sobre la Argentina de
hoy e incluso sobre la Argentina que se viene. Y en este sentido el primer
razonamiento podría ser un contraste, el que separa la figura de Alfonsín,
alrededor de la cual se ha construido un curioso consenso multipartidario en
torno a un líder aparentemente desprovisto de contradicciones, aristas
amenazantes y ángulos problemáticos (el Alfonsín esférico), frente a un Menem
que opera como el culpable absoluto de todos los males, del pasado y del
presente. Aclaremos, una vez más, que
esto no exculpa al ex presidente, responsable de mucho de lo peor de aquellos
años, pero agreguemos también que es fácil detectar detrás de estos mecanismos
de creación de sentido común colectivo una forma sutil de
des-responsabilización social. Como sabemos los adeptos al extravagante hobby
semanal de clases medias que es el psicoanálisis, un poco de negación siempre
es necesario para seguir avanzando.
En una nota publicada en la
edición especial del Dipló por los 30 años de democracia, Martín Rodríguez
se preguntaba quién se animaría a inaugurar, como hizo Cristina Kirchner con el
de Alfonsín, el busto de Menem en la Casa Rosada. Mi respuesta sería: la
generación que se prepara para llegar al poder –los Scioli, los Massa, los
Insaurralde– está llamada a hacerlo. Se trata, ya lo hemos dicho, de una camada
de dirigentes nacidos y criados en los años de Menem pero que se hicieron
grandes durante el kirchnerismo. Expresión del mix entre política, espectáculo
y deporte típica de los 90, son también líderes desideologizados y flexibles,
tan populares como conservadores. Con un botín clavado en cada década, quizás
alguno de ellos se anime a estrenar en un mismo acto los bustos de Menem y
Kirchner, y en ese caso estarían haciendo justicia con sus propias
trayectorias. Pero parece improbable: la sociedad difícilmente valore una
operación simbólica de estas características y una de las claves del éxito de
esta generación de políticos es la atención extrema a una opinión pública a la
que nunca osan controvertir, un vicio en el que curiosamente no incurría
ninguno de sus dos maestros.
*Gustavo M. Sala - Editor
y no se olvide que en el 2003, luego del desastre fue el candidato más votado...
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