No explicar la
ciencia me parece perverso, escribía Carl Sagan hace 23 años, la ciencia más
que un cuerpo de conocimiento es una manera de pensar. Preveo cómo será la
América de la época de mis hijos y mis nietos: EE.UU. será una economía de
servicio e información, casi todas las industrias manufactureras claves se
habrán desplazado a otros países, los temibles poderes tecnológicos estarán en
manos de unos pocos y nadie que represente el interés público se podrá acercar
siquiera a los asuntos importantes. La
gente habrá perdido la capacidad de establecer sus prioridades o de cuestionar
con conocimiento a los que ejercen la autoridad, nosotros aferrados a nuestros
cristales y consultando nerviosos nuestros horóscopos, con las facultades
críticas en declive, incapaces de discernir entre los que nos hace sentir bien
y lo que es cierto, nos iremos deslizando, casi sin darnos cuenta, entre la
superstición y la oscuridad.
La caída en la
estupidez se hace evidente principalmente en la lenta decadencia del contenido
de los medios de comunicación, de enorme influencia, las cuñas de sonido de
treinta segundos, la programación de nivel ínfimo, las crédulas presentaciones
de las pseudo ciencias y las supersticiones, pero sobre todo en una especie de
celebración de la ignorancia, el estudio y el conocimiento son prescindibles,
incluso indeseables.
Hemos preparado a
una civilización global en la que los elementos cruciales dependen de la
ciencia y la tecnología. Pero al mismo tiempo hemos dispuestos las cosas de
modo nadie entienda de ciencia y de tecnología; esto es una garantía de
desastre. Podemos seguir así una temporada pero antes o después, esta mezcla de
ignorancia y de poder nos explotará en la cara.
La ciencia está
lejos de ser un instrumento de conocimiento perfecto, simplemente es el mejor
que tenemos. En ese sentido, como en muchos otros, es como la democracia. La
ciencia en sí misma no puede apoyar ciertas actitudes humanas pero sin dudas
puede iluminar las posibles consecuencias de acciones alternativas. La manera
científica de pensar es imaginativa y a la vez disciplinada, estas son las
bases de su éxito. La ciencia nos permite aceptar los hechos aunque no se
adapten a nuestras ideas preconcebidas. Nos aconseja tener hipótesis alternativas,
nos insta a mantener un delicado equilibrio antes las nuevas ideas por muy
heréticas que parezcan, realizan un escrutinio escéptico más riguroso. Esta
manera de pensar es una herramienta esencial para una democracia. Cuando somos
autoindulgentes y acríticos, cuando confundimos las esperanzas y los deseos con
los hechos, caemos en la pseudo-ciencia y la superstición. Uno de los grandes
mandamientos es “desconfía de los argumentos que proceden de la autoridad”.
Esta independencia de la ciencia promueve que también las autoridades deban
demostrar probatoriamente sus argumentos como todos los demás.
Como la ciencia nos
conduce a la compresión de cómo es el mundo y no de cómo deseamos que fuese sus
descubrimientos pueden ser inmediatamente comprensibles o satisfactorios en
todos los casos. Puede costar un poco de trabajo reestructurar nuestra mente,
si se nos priva de ello complicando su aprendizaje nos están quitando un
derecho erosionando nuestra confianza.
A pesar de las abundantes
oportunidades de mal uso, la ciencia puede ser el camino dorado para que las
naciones en vías de desarrollo salgan de la pobreza y el atraso. Hace funcionar
las economías nacionales y la civilización global. Muchas naciones lo
entienden. Esa es la razón por la que tantos licenciados en ciencia e
ingeniería de las universidades norteamericanas -todavía las mejores del mundo-
son de otros países. El corolario, que a veces no se llega a captar en Estados
Unidos, es que abandonar la ciencia es el camino de regreso a la pobreza y el
atraso.
Los valores de la
ciencia y los valores de la democracia son concordantes, en muchos casos,
indistinguibles. La ciencia y la democracia empezaron - en sus encarnaciones
civilizadas - en el mismo tiempo y lugar, en el siglo VII y VI a. J.C. en
Grecia. La ciencia confiere poder a todo aquel que se tome la molestia de
estudiarla (aunque sistemáticamente se ha impedido a demasiados). La ciencia
prospera con el libre intercambio de ideas, y ciertamente lo requiere; sus
valores son antitéticos al secreto. La ciencia no posee posiciones ventajosas o
privilegios especiales. Tanto la ciencia como la democracia alientan opiniones
poco convencionales y un vivo debate. Ambas exigen raciocinio suficiente,
argumentos coherentes, niveles rigurosos de prueba y honestidad. La ciencia es
una manera de ponerla las cartas boca arriba a los que se las dan de
conocedores. Es un bastión contra el misticismo, contra la superstición, contra
la religión aplicada erróneamente. Si somos fieles a sus valores, nos puede
decir cuándo nos están engañando. Nos proporciona medios para la corrección de
nuestros errores. Cuanto más extendido esté su lenguaje normas y métodos más
posibilidades tendremos de conservar lo que Thomas Jefferson y sus colegas tenían
en mente. Pero los productos de la ciencia también pueden subvertir la
democracia más de lo que pueda haber soñado jamás cualquier demagogo
preindustrial.
De El Mundo y sus Demonios....
de Carl Sagan
100% de acuerdo con Mr Sagan. Es evidente . el aumento y la demanda por el creacionismo en las escuelas de USA, la disminución de la tolerancia en el mundo, el auge de religiones y fanatismos,las practicas medievales,el desplazamiento de la mujer y su maltrato,el auge de los moralistas y los timoratos,la decadencia imparable de las artes.
ResponderEliminarMe hubiese gustado mucho conocer la opinión de Carl Sagan sobre el peronismo...
ResponderEliminar¿Que tendrá que ver el culo con la sopa?
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