Nos Disparan desde el Campanario... Cuando la vaguedad, la ambigüedad y el eufemismo se imponen ... por Gustavo Marcelo Sala
El modelo hegemónico
vigente quiere, porque lo necesita para desarrollar sus fines con absoluta libertad e impunidad, que el ser humano que ha decidido incluir (pues es una decisión ajena al incluido, debido a que es es la lógica del modelo la que decide a quien incluye y excluye) dentro de su sistema sea absorbente y
productivo. Absorbente o permeable para poder invadirlo íntegramente con su mensaje,
aceptando sus reglas sin ningún tipo de condicionamientos, y productivo para
obtener de él el mayor de los rendimientos de manera le garantice con esa
eficacia predeterminada rentas acordes a sus proyecciones. Bueno es entender
que ese ser humano que acepta dichas premisas para gozar de su acotada
inclusión deberá resignarse a no pensar, a no crear, a no imaginar, a no interpretar, a no criticar, aún desarrollando funciones en donde aparentemente se considera que actúa de
manera libre e individual, porque de lo contrario esa regla básica de
subsumisión encontraría su punto de pulsión y conflicto con el modelo que
impone las reglas. Debido a esto es válido y trascendental, como herramienta moral
dentro de una comunidad, comprender y saber analizar el diccionario que
utilizan las sociedades para interactuar socio-políticamente, acaso de ese modo, como bien destacara Cooke, sabríamos quiénes son sus autores y cuáles sus intenciones.
En líneas generales
sabemos que la política tiene dos componentes ineludibles y complementarios:
praxis y dialéctica. Por un lado lo que se pretende hacer y lo que se hace, y
por el otro la síntesis teórico-argumentativa de esa praxis, en donde se incluyen
sus por qué, sus cómo y sus para quién. Cuando ambas categorías dejan de lado
su maridaje comenzando a actuar cada una por su lado, es inevitable la
recreación de realidades distintas y muchas veces opuestas, confusiones
sociales que le son muy propias y confortables a los paladares que disfrutan
hasta el paroxismo del dejillo antipolítico. Por eso los medios juegan un rol
cardinal y sospecho que fundacional de este nuevo formato sociopolítico que se
percibe en este inicio de milenio, boceto al que me atrevo a definir como
“eristocracia”, (de erística: gobierno de los que ganan los debates) ya que son
las herramientas en donde descansa masivamente la dialéctica, inciso que en el
presente domina el matrimonio a voluntad. De este modo se pueden exagerar y
hasta exhibir, con fines determinados, crisis en donde no las hay y apenas
obtenidos esos fines perseguidos enfatizar panaceas o progresos inexistentes. Y
esto es fácilmente admisible por la sociedad debido a que el trabajo de
desgaste sufrido por la praxis, sea por falencias propias o provocadas, ha
logrado que las sociedades observen a las palabras y sus incisos como la única
parte de la política, dejando a los hechos tangibles bajo sospecha. En la
coyuntura la praxis ni siquiera está sujeta a comicio más que como dato
adicional, acaso de color, en el presente impera la dialéctica de manera
exclusiva. Se acepta – no se escoge – un discurso, y menos se analiza si ese
discurso está en línea con los actos y la historia de quien lo emite. Como
ejemplo podemos observar que la ciudadanía rara vez o casi nunca censura a un
legislador por su escaso compromiso con la actividad, su irregular asistencia,
su nula coherencia o su pobre constricción al trabajo. Presta atención a su
discurso no a su curso, y más si ese discurso ratifica sus prejuicios.
Muchas veces hemos
advertido un extraño fenómeno que se entrecruza de manera violenta, esto es la
percepción individual y su relación con la observación colectiva, sobre todo en
los sectores medios. Durante el período 2012-2015 (segundo gobierno de Cristina
Fernández) la positiva percepción puertas adentro de cada hogar chocaba de
frente con la visión que ese mismo segmento tenía del colectivo Nación,
mientras que durante el período 2016-2019 (gobierno de Mauricio Macri) dicha
observación fue diametralmente opuesta. Aquí juega de manera capital la
instalación de un sentido común dogmático, tipo de abstracción tan sencilla y
básica que paraliza e impide todo tipo de resistencia crítica. Sofisma que
tiene la misma potencia que ostenta un dicho o un refrán, acervo cultural que
si bien resulta simpático en las mesas de café, son insostenibles a la hora de
un análisis debido a que todo dicho o refrán posee su poética refutación,
cuestión que poco se observa al momento del relato. Cuando la monada fascista
insiste en denostar el pensamiento crítico no lo hace porque ha decidido de la
noche a la mañana menoscabarse intelectualmente ante la sociedad, el objetivo
es alimentar la idea de que el análisis de la praxis no es competencia del
ciudadano, para eso están ellos y su dialéctica contra-fáctica.
Por eso es necesario no confundir, hay una dialéctica que deriva de los hechos concretos y el eximio maridaje con la praxis, conyugue que trata de descubrir, discutir, escrutar, ordenar y exponer mediante la confrontación y el razonamiento argumentaciones lógicas en la búsqueda de la síntesis, pero existe un idioma contra-fáctico dominante que no deriva de los eventos sino de su interpretación, generalmente antojadiza e interesada. A principios del siglo XX ya Theodor Adorno nos hablaba de una “dialéctica negativa” y Jean Paul Sartre exponía que en el campo de la controversia dialéctica la ambigüedad y el eufemismo, presentes de manera ignominiosa en algunas ciencias y en la política, ignoraban el principio fundamental el cual indica que lo primero es no hacer daño (“primum non nocere”).
El contra-fáctico o un
contra-factual es un condicional de múltiple intencionalidad en donde hasta el
deseo y la imaginación intervienen, es un razonamiento contra un hecho
determinado con el objeto de llegar a una conclusión conveniente. En las
ciencias formales es importante su presencia debido a que en el terrero de las
hipótesis es una herramienta de suma utilidad refutativa. No proporciona
conocimiento, simplemente forma parte del instrumental del científico. Cuando
dicho sistema lo trasladamos al análisis político observaremos que la
herramienta contra-fáctica es la más apetecida y utilizada para la construcción
de sentido común “mass media” y esto es así debido a que es de sencilla
utilización y asimilación, un sistema de espacios vacíos disponibles para el
libre albedrío jugando con las fantasías de un público cautivo.
Tristemente en la
coyuntura, dentro de la dialéctica política, se navega por los mares de los no
sucesos para ocultar los sucesos y esto trae implícito no solo la
desinformación, situación grave por cierto, sino además una paulatina
deformación que apunta con intención a un marcado analfabetismo político, un
fenómeno que se reproduce con suma intensidad y velocidad, revelación por el
cual la erística, simplista y contra-fáctica, formadora de sentido común, gana
cada vez más espacios, incluso dentro de la propia dialéctica ideológica de los
partidos políticos.
En estos días leo y
observo con suma preocupación que muchos compañeros relativizan la influencia
de los medios en la sociedad, no solo dentro del campo político sino en la
construcción de pensamiento y sentido, cuestiones que impactan directamente en
las elecciones de vida, entre ellas las propias visiones políticas en función
de determinados valores que se pretenden instalar e incorporar por goteo en
lugar de otros que aparentemente eran indiscutibles. El argumento remanido que
en el 2011 se ganó con todos los medios en contra es falaz debido a que en esa
coyuntura la representación política de las corporaciones no estaba organizada
como opción de gobierno y conciencia de clase, como si lo estuvo tanto en el
2015 como en estos días, por lo cual las condiciones no eran las mismas. Todo ariete,
fundamental para abrir flancos tiene eficacia si existe una estrategia detrás.
Cuando la tuvieron, el ariete hizo estragos. A fuerzas parejas gana el que
tiene el arma que desequilibra.
Podríamos definir
“eristocracia” como el gobierno de los que ganan los debates, más allá de los
eventos, de los hechos, de las políticas, de la realidad, es el gobierno de los
que saben utilizar y poseen los mecanismos comunicacionales más eficientes y
sofisticados para imponer la dialéctica, y en consecuencia su dialéctica, por
sobre la praxis. Para Sócrates y para Platón tienen la perversión de los
sofistas, Schopenhauer los calificaría de desleales, como se ve, nada nuevo han
inventado; el público se renueva, diría la eterna viuda de la
contemporaneidad...
(“primum non nocere”).

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