Nos Disparan desde el Campanario… La sociedad del cansancio según Byung-Chul Han… por Irene Gómez-Olano
Fuente: FILOSOFÍA&CO
Link de origen:
https://filco.es/sociedad-del-cansancio-byung-chul-han/
El galardonado con el Premio Princesa
de Asturias de Comunicación y Humanidades de este año, el filósofo Byung-Chul
Han, teoriza sobre la sociedad del cansancio en la que vivimos, donde no
podemos pararnos a pensar y nos autoexplotamos en pos de la productividad.
Cansado de recorrer el mundo solo,
como un gorrión en la lluvia
A finales de 2023 se hizo viral en
redes sociales una imagen extraída de la película La milla verde, de
1999, considerada una de las grandes de la historia del cine. En esa imagen, uno
de los personajes, John Coffey, un preso condenado injustamente a muerte por
violación y asesinato debido a prejuicios racistas, le dice a Paul Edgecomb,
jefe de los guardias del corredor de la muerte: «Estoy cansado, jefe».
Este es el fragmento completo en su
doblaje al castellano: «Estoy cansado, jefe, cansado de recorrer el mundo solo, como
un gorrión en la lluvia. Cansado de no tener un amigo con quien estar, que me
diga a dónde vamos, de dónde venimos y por qué. Cansado de las personas que son
feas con las otras. Estoy cansado del dolor que siento y oigo por el mundo cada
día. Hay demasiado dolor, son como trozos de cristal en mi cabeza que no puedo
quitarme. ¿Puede entenderlo?».
Pese a lo dramático de la situación
de Coffey y la enorme carga emocional de la escena, la imagen saltó a las redes
sociales en clave de humor. Pero un humor oscuro, que no conseguía
enmascarar lo que se está convirtiendo en el grito de una generación. «Estoy
cansado» es una frase que no paramos de escuchar y repetir. Estamos cansados.
Cansados como Coffey del dolor del mundo y de ver imágenes terribles todos los
días que recorren el nuestras pantallas, pero también estamos enfermos de un
cansancio mucho más cotidiano.
Es precisamente este cansancio
cotidiano y persistente del que habla Byung-Chul Han en La sociedad del
cansancio. La obra es la más conocida del filósofo surcoreano afincado en
Alemania. Y no es casualidad. Del mismo modo que el meme de «Estoy cansado,
jefe» resonó en una juventud que debería ser pura vitalidad y lo que encuentra
en el mundo es agotamiento e hiperestimulación, La sociedad del cansancio es
un libro que ha resonado en toda una generación de lectores que han visto en
esta obra, breve y accesible, aunque con varios niveles de lectura filosóficos,
un diagnóstico de lo que nos ocurre.
Han, filósofo
Vivimos en un momento histórico que
compartimenta el conocimiento de manera rígida e inflexible. Proliferan en
las universidades diversos departamentos y disciplinas que luchan por hacerse
con el exiguo contingente de recursos en un mundo académico saturado. La
filosofía es otra víctima más (como todas las humanidades) de esta voraz
competición. Se torna, a menudo, un ejercicio de demarcación. A la pregunta
«¿qué es la filosofía?» siempre le responde su contraria: «¿qué no es?».
Los filósofos viven algo obsesionados
por encontrar no-filósofos. Se dice que los escritores de libros de
autoayuda no son filósofos, como no lo eran los sofistas. El propio Sócrates
inauguró así nuestra disciplina: distanciándose del no-filósofo. Raro sería que
con este padre los hijos no actuaran de manera similar.
Byung-Chul Han es, sin duda, el
enésimo elemento que algunos filósofos han tachado de no-filósofo o de «poco
filósofo» o de «mal filósofo». Se escuchan cosas como que Han escribe
muchos libros, que sus ideas se repiten, que es poco original, que todos sus
libros son el mismo libro. Que Han no entiende a Hegel, o a Heidegger. O, por
el contrario, que Han habla demasiado de Hegel, o de Heidegger.
Pero vayamos un poco más allá de esto. Sobrevolemos
un instante los argumentos de sus críticos. Byung-Chul Han es uno de los
filósofos más conocidos y vendidos en la actualidad, algo que contrasta con la
enorme producción editorial en filosofía que vende unos cuantos ejemplares de
cada libro. Si se tratara de una carrera de velocidades (y muchos parece que
traten de convertir el pensamiento en eso), sin duda Han va ganando la partida.
Contradictoriamente con esto último
(¿o no?), uno encuentra en los libros de Han y, en La sociedad del cansancio en
particular, ideas bastante sugerentes. En la redacción de FILOSOFÍA&CO
leemos filosofía todos los días. Obras más «clásicas» y obras que son
novedades. Forma parte de nuestro trabajo y de nuestra pasión. Y podemos
afirmar que merece mucho la pena leer a Han.
Otra cosa es que uno acabe estando de
acuerdo con sus planteamientos. Yo, por ejemplo, tengo profundos
desacuerdos con algunas ideas planteadas en La sociedad del cansancio,
pero no por ello me parece que sean ideas poco filosóficas. Han escribe muchos
libros, sí. Supongo que porque piensa todos los días, reflexiona, da clases y
conferencias y, lo que suele ser más determinante, le publican. Probablemente,
si yo me pusiera ahora a mandar manuscritos de mi nueva idea filosófica,
ninguna editorial estaría particularmente interesada. ¿Y qué? ¿Por qué
Byung-Chul Han tiene que ser la vara de medir del resto de personas que nos
dedicamos a la filosofía?
Sí, algunas de las ideas de
Byung-Chul Han se repiten. Por ejemplo, en La sociedad del cansancio encontramos
continuas referencias al rendimiento, que es un tema abordado en otros de sus
libros. Anticipa ideas que encontraremos más adelante en La crisis de la
narración y aborda reflexiones que también trabaja en libros más
académicos, como su tratado sobre Hegel y el poder.
Esa sociedad de la hiperproductividad
que Han analiza y critica nos exige permanentemente que nuestro trabajo sea
nuevo y original. Pero ¿por qué debe serlo? ¿Cuántos de nosotros pensamos
algo profundamente y tenemos el tiempo, la energía y las oportunidades de
pensar otra idea igual de profundamente en el periodo de los siguientes cinco o
diez años?
Byung-Chul Han es poco original,
dicen algunos. Los temas que aborda —las redes sociales, el trabajo, la
productividad, la depresión…— las han trabajado ya muchos autores antes y
después de Han. ¿Y qué? El mismo argumento que lleva a sus críticos a plantear
que es necesario ser siempre distinto a uno mismo les lleva a plantear que debe
serlo de todos los demás. Pero no hay un pensamiento distinto a todos los
demás. Es bien sabido que todo aquel que entra en esa «rueda» de la producción
académica se encuentra con ese problema.
Poco queda ya por escribir que pueda
redactarse en una semana, con un buen abstract y palabras clave, para
mandarlo a una publicación científica carísima a la que nadie puede
acceder porque todos los investigadores son igual de precarios que quien la
escribe. Simultáneamente, y debido a esa exigencia de productividad académica,
los becarios ven cómo sus investigaciones se las «apropian» otros
investigadores con más trayectoria que ellos, sus jefes de proyecto o
departamento, que los presentan como ideas propias.
Esa es la gran crisis de las ciencias
y las humanidades hoy. Y de eso también está hablando Byung-Chul Han
en La sociedad del cansancio. ¿Por qué los libros de Han son menos
filosóficos que las decenas de artículos que se publican cada día solo por
tener un nuevo mérito en el currículo académico?
Vivimos todos en el siglo XXI y
tenemos experiencias similares, que constituyen los temas de una
generación y que no son de nadie. Me viene a la cabeza aquella frase de
Gloria Steinem que, en discusión con quienes querían atribuirle a la feminista
Carol Hanish la frase de «lo personal es político» planteó que reclamar la
autoría de esa frase sería como reclamar la autoría de la expresión «Segunda
Guerra Mundial». Así suenan, un poco, quienes proclaman la obligatoriedad de la
permanente innovación en la escritura.
Lo peor de estos argumentos es, en mi
opinión, que nos alejan de lo verdaderamente importante cuando uno se aproxima
a leer a un autor, y es la cuestión de leer atentamente el contenido que
se plantea. A mí me da igual que Han publique un libro cada veinte años o
veinte libros al año, que sus reflexiones se parezcan a las de otro filósofo o
no se parezcan.
El contexto de publicación de los
libros de Han nos da información de qué interesa hoy. Y nos da la
información del papel que tiene hoy la reflexión filosófica y qué tipo de
escritura nos parece valiosa colectivamente. Pero, más allá de eso, la obra de
Han merece ser juzgada por las ideas que plantea. Porque sí: Han es un filósofo
que merece ser leído. Y que le nieguen esa categoría no hace más, a mi juicio,
que confirmar esa hipótesis.
La guerra con el yo
La sociedad del cansancio empieza
por un lugar poco convencional si de lo que se trata es de un análisis de
nuestro presente. En el prólogo a la sexta edición recoge Han el mito de
Prometeo. En la mitología griega, Prometeo intervino para proteger a la
humanidad robando el fuego del Olimpo. Zeus lo castigó encadenándolo a una roca
en el Cáucaso, donde cada día era devorado por un águila. Día tras día.
Byung-Chul Han recoge esta historia
para hablar del cansancio de Prometeo. En el mundo contemporáneo, estamos
en guerra contra nosotros mismos porque nos sometemos a un régimen de
autoexplotación que recuerda a la tortura prometeica. Prometeo es, dice Han, la
«figura originaria de la sociedad del cansancio».
¿Qué consecuencias tiene esta guerra
con el yo? El sujeto en el mundo contemporáneo tiende, irremediablemente,
a la enfermedad. Pero no a cualquier enfermedad. Cada generación, parafraseando
a Susan
Sontag, tiene sus enfermedades clave, aquellas que generan metáforas
sociales y que, a su vez, beben de las ya existentes, aquellas que se vuelven
el símbolo de todo lo que nos ocurre.
Recogiendo esta idea —aunque no cite
a Sontag—, en La sociedad del cansancio, Han plantea que ya no vivimos
en una época viral ni bacterial, sino neuronal: «Las enfermedades
neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con
hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el
síndrome de desgaste ocupacional (SDO) definen el panorama patológico de
comienzos de este siglo». Es decir, que las enfermedades en el siglo XXI, o por
lo menos las que más proliferan y nos preocupan, relativas a la conocida como
«salud mental», no están provocadas por algo externo, por «un otro
inmunológico», sino por todo lo contrario, por un «exceso de positividad».
¿Qué quiere decir esto? Han polemiza
con la hipótesis de Roberto Esposito, para
el cual la palabra que puede definir nuestras sociedades es la de «inmunidad».
Vivimos en sociedades inmunizadas contra el otro, lo externo, plantea Esposito.
Esa inmunidad se da en forma de fronteras, vallas, muros, dispositivos de
inclusión que acaban siendo de exclusión, como el de la ciudadanía, recogiendo
esta idea de Irene
Ortiz Gala en El mito de la ciudadanía.
Han plantea que en el siglo XXI no
encontramos ya la otredad, sino la diferencia, que no es agresiva y, por
tanto, no merece una respuesta inmunitaria. Plantea una idea, a mi juicio
dudosa, y es que los estados ya no necesitan eliminar al otro externo a ellos,
como potencias extranjeras o inmigrantes. Pero, igual que Francis Fukuyama
proclamó en los años 90 del siglo pasado que el neoliberalismo había vencido,
las guerras y crisis habían terminado y la historia siguió pese a Fukuyama,
lamentablemente podemos decir que hoy las fronteras, muros, vallas y la
respuesta inmunitaria sigue más en pie que nunca. Solo así explicamos los
nuevos conflictos bélicos del siglo XXI o las enfurecidas respuestas a la
migración.
Pese a esto, la idea de Han es muy
interesante, porque de ella emerge un nuevo tipo de forma de estar en el
mundo, que es la del turista: «También la extrañeza se reduce a una fórmula de
consumo. Lo extraño se sustituye por lo exótico y el turista lo
recorre. El turista o el consumidor ya no es más un sujeto inmunológico». Desde
luego, hoy prolifera esta forma recorrer el mundo, aunque no sea la única y no
elimine la posibilidad de lo inmunitario.
Un exceso de positividad
Pero, volviendo a la hipótesis de
Han, el filósofo plantea que el cansancio moderno, expresado en las
enfermedades mencionadas, como la ansiedad, la depresión o el burn out,
son fruto de un «exceso de positividad». ¿Por qué se refiere así a la
positividad?
Siguiendo con el razonamiento de
Esposito, Han señala que la hipótesis de la inmunidad se basa en la
existencia-amenaza de un otro que supone que el polo negativo del yo. Aquí
resuena Hegel, para el cual, simplificando mucho, dado un determinado sistema,
lo negativo es todo aquello dentro del propio sistema que va en
contra de él. Marx aplica esta idea al mundo social y plantea así que todo
sistema económico lleva en su seno la semilla de su propia destrucción. Pero,
¡ojo!, ambos plantean que no basta con que esta «negatividad» crezca para
destruir al sistema, porque, de hecho, ayuda a construirlo. Es necesario que se
produzca una superación del sistema en forma de síntesis.
Aquí podríamos traer unas cuantas
palabras en alemán que siempre se traen para explicar este proceso, pero es
mejor y mucho más claro hacerlo con un ejemplo, cuya idea subyacente
abordará Han al final del libro. Imaginemos una empresa que da muchos
beneficios, pero a costa de explotar brutalmente a sus trabajadores. Un
trabajador está harto de esta situación, y no hace más que quejarse y
protestar. El trabajador, en este esquema, es el elemento «negativo» respecto
del funcionamiento de la empresa. Ahora bien, el empresario tiene dos opciones:
puede hacer lo posible por deshacerse del trabajador y provocar mayor
descontento o permitir cierta dosis de «disidencia controlada» en su empresa
para que todo siga como siempre.
Si el empresario es inteligente,
escogerá la segunda opción. Y no solo no se hundirá su empresa, sino que
incluso podrá ponerse a su favor a un sector más inconformista, que aplacará la
voluntad del resto de la plantilla. Esto repercutirá en más beneficios debido a
un mayor grado de satisfacción de la plantilla. Ahora bien, ¿qué tiene que
hacer el trabajador para superar, en ese sentido de síntesis del que hablábamos
antes, el funcionamiento empresarial? Probablemente convencer a otros
compañeros de que el funcionamiento de una empresa privada siempre genera
explotación y terminar expropiando la fábrica, y detrás de ella, todas las
demás.
¿Cómo se aplica esta lógica al
pensamiento de Han? En este punto es en el que el filósofo demuestra gran
inteligencia, porque aunque no desarrolla el pensamiento hegeliano para su
hipótesis, lo aplica y le añade otro elemento: la positividad como la
entendemos normalmente.
Probablemente si yo le hablo a un
amigo sobre la positividad, a ambos nos vendrán las mismas palabras a la
cabeza: «felicidad», «autoayuda» o incluso ese concepto que da escalofríos
solo de mencionarlo como el de «persona-vitamina». En nuestras sociedades,
todos tenemos una idea de lo que es la positividad y la negatividad y no son,
precisamente, las de la Fenomenología del espíritu de Hegel.
¿De qué «exceso de positividad»
está hablando Han? ¿Del de Hegel o del que solemos hablar? Pues bien, a mi
juicio: de los dos. Por un lado, nuestras sociedades adolecen de un exceso de
positividad como la solemos entender: todos tenemos que ser felices, estar
contentos y, sobre todo, que ello repercuta en que somos más productivos. Sonríe
o muere era el lúcido título del ensayo de Barbara Ehrenreich que nos
habla a todos hoy y que condensa esta idea. Pero Han se está refiriendo también
a la positividad como afirmación del estado de cosas existente.
Esa positividad se expresa en todos
aquellos dispositivos que nos hacen abrazar nuestra propia explotación. Aquella
idea que asociamos, seguro, con alguien de nuestro entorno de «Ese cree que va
a heredar la empresa», con la ideología de los youtubers que nos animan a ser
nuestro propio jefe y levantarnos a las cinco de la mañana para empezar a ser
útiles a un sistema que no tiene límites cuando a drenarnos se refiere. Con
todas las ideas que nos llevan a ser competitivos, porque el capitalismo nos
quiere solos y aislados del resto.
Han escribe:
«La positivización del mundo permite
la formación de nuevas formas de violencia. Estas no parten de lo otro
inmunológico, sino que son inmanentes al sistema mismo. Precisamente en razón
de su inmanencia no suscitan la resistencia inmunológica».
¿Quién nos iba a decir que ser
«personas-vitamina» iba a generar tanta violencia? Pues bien, lo hace. Nos
obliga a un rendimiento sin parar, a una productividad autodestructiva y nos
cansa, nos cansa mucho. «Estoy cansado, jefe». Cansado de de parecer feliz.
Cuando salgo de aquí, jefe, me voy a otro trabajo, en Cercanías, comiendo un
mísero táper de judías verdes. Encima me he manchado con el aceite de las
judías el pantalón beis y quedan todavía cuatro horas para ir a mi casa. Y
encima tengo que parecer feliz, estar contento, ser simpático. Estoy cansado,
muy cansado.
Escribe Han que, en este contexto,
«tanto la depresión como el TDAH o el SDO indican un exceso de
positividad. Este último significa el colapso del yo que se funde por un
sobrecalentamiento que tiene su origen en la sobreabundancia de lo
idéntico. El hiper de la hiperactividad no es ninguna categoría
inmunológica. Representa sencillamente una masificación de la positividad».
¿Dónde está el poder hoy?
Byung-Chul Han recupera a Foucault, ahora
explícitamente, porque creo que implícitamente ya lo ha hecho cuando habla
de que hoy no son necesarias las fronteras porque el control se ejerce de otras
maneras. Pero lo retoma explícitamente cuando habla, precisamente, de cómo lo
peor de esta positividad esclavista es que ha colonizado nuestro inconsciente:
«La sociedad disciplinaria de
Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y
fábricas, ya no se corresponde con la sociedad de hoy en día. En su lugar se ha
establecido desde hace tiempo otra completamente diferente, a saber: una
sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros
comerciales y laboratorios genéticos. La sociedad del siglo XXI ya no es
disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento.»
Del mismo modo que me genera dudas su
rechazo sin tapujos al esquema inmunitario, su hipótesis de que son ahora
las formas de soft power las que preponderan tampoco me convence
mucho: hoy sigue habiendo mucha represión a la movilización y a la disidencia.
Desde los asesinatos LGTBifóbicos hasta la represión policial al movimiento
estudiantil en todo el mundo. Ahora bien, coincidamos con Byung-Chul Han en que
una de las grandes victorias del capitalismo neoliberal ha sido convencernos,
siempre parcialmente, y tal vez no a todos por igual, de que es el mejor de los
mundos posibles.
El sujeto se vuelve así su propio
verdugo, y está tan cansado que se deprime: «El hombre depresivo es
aquel animal laborans que se explota a sí mismo, a saber:
voluntariamente, sin coacción externa. Él es, al mismo tiempo, verdugo y
víctima». ¡Bingo! Parece no haber culpables, aunque los haya. Han añade que «el
exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación.
Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un
sentimiento de libertad».
El poder, no nos engañemos, sigue en
el mismo sitio. Sigue reprimiendo y controlando cuando no puede convencer,
sigue en manos de los mismos supermillonarios que tienen más dinero que medio
planeta junto, solo que ha encontrado formas más sofisticadas de domesticar
nuestro subconsciente y desactivar su potencial subversivo. ¿Cómo rebelarse?
Han lo planteará más adelante en el libro y la respuesta será la rabia.
Pero antes: esta interiorización de
la positividad se expresa, dice Han, en formas muy cotidianas que todos
podemos reconocer, como en el colapso de nuestra atención:
«El exceso de positividad se
manifiesta, asimismo, como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos.
Modifica radicalmente la estructura y economía de la atención. Debido a esto,
la percepción queda fragmentada y dispersa».
Esta fragmentación de la atención tiene
su culmen en fenómenos como el del multitasking, la capacidad de
hacer varias tareas a la vez. Esta «habilidad» que permite ser más productivo
no es, pese a lo que se piensa, un desarrollo evolutivo, sino involutivo.
Han nos recuerda que «el multitasking está
ampliamente extendido entre los animales salvajes. Es una técnica de
atención imprescindible para la supervivencia en la selva». El animal que
mientras se alimenta tiene que vigilar a su descendencia y tratar de no ser
cazado por otro es un ejemplo. Así que, si te estás comiendo un sándwich
delante del ordenador leyendo este artículo mientras contestas correos
electrónicos, puedes considerarte un mamífero más, no somos tan especiales.
¿Qué hacer?
Es la pregunta de siempre. Vale,
hemos sido conquistados por la positividad. Además, eso nos ha provocado
todo tipo de enfermedades y estamos cansados, siempre cansados. ¿Cómo dejar de
estarlo? Aquí la respuesta de Han es doble: propone un plan y suscita una idea.
Y he de reconocer que, aunque el plan no me convence, la idea es bastante
sugerente.
El plan: la vida contemplativa. Y
Han se toma muy en serio este plan, motivo por el cual le dedica otro libro
entero solo a esta idea. Han discute con la idea de Hannah Arendt, quien había planteado
que es necesario dejarse de contemplaciones para pasar a una vida de acción
como única salvación posible.
Byung-Chul Han propone todo lo
contrario: frente a la rapidez de la existencia, paremos. Aprendamos a
decir no, valoremos la negatividad también en ese sentido. Ahora entiendo mucho
mejor por qué Han casi nunca concede entrevistas y viaja tan poco: ¿por qué
pasarse todo el día escribiendo sobre la hiperproductividad y la
autoexplotación y acabar uno mismo autoexplotado y sometido al escrutinio
público permanente?
Han recuerda a Hartmut Rosa y su idea
de que frente a la desconexión que vivimos es necesario generar relaciones
significativas, lo que él llama relaciones «resonantes». Pero confieso que
la idea de Rosa me resultaba más sugerente, porque puede resumirse en que son
los demás los que nos salvan.
La idea de Han de contemplación es
fundamentalmente solitaria. ¿No es ese precisamente otro de los males de
nuestro tiempo, la soledad? Personalmente me reconozco en Coffey, de La
milla verde, en la frase que apuntábamos al inicio de este artículo: «[Estoy]
Cansado de no tener un amigo con quien estar, que me diga a dónde vamos, de
dónde venimos y por qué». No hay salvación sin los demás, Han. No quiero ser
otro gorrión en la lluvia.
Del cansancio a la rabia
Recuperemos aquel ejemplo del
trabajador enfadado con su empresario explotador. En La sociedad del
cansancio Byung-Chul Han no habla de trabajadores enfadados, pero sí del
enfado general. Distingue el enfado de la rabia de la siguiente manera:
«En el marco de la aceleración e
hiperactividad generales, olvidamos, asimismo, lo que es la rabia. Esta tiene
una temporalidad particular que no es compatible con la aceleración e
hiperactividad generales, las cuales no toleran ninguna extensión dilatada del
tiempo. El futuro se acorta convirtiéndose en un presente prolongado. Le falta
cualquier negatividad que permita la existencia de una mirada hacia lo otro. La
rabia, en cambio, cuestiona el presente en cuanto tal […] La rabia es una
facultad capaz de interrumpir un estado y posibilitar que comience uno
nuevo. Actualmente, cada vez más deja paso al enfado y al estado enervado, que
no abren la posibilidad a ningún tipo de cambio decisivo».
He ahí la clave. Por eso no me convence
la vida contemplativa, porque, igual que señala Han sobre el enfado, no
abre la posibilidad «a ningún tipo de cambio decisivo». La rabia sí. Es una
baza potente. Además, como dice Oriol Erausquin en su último libro, la rabia
es nuestra. Tiene un elemento que lo distingue del enfado y que no se
centra en un diminuto detalle de un desastre global, sino que se dirige a la
totalidad: «Tampoco la rabia se refiere a un determinado estado de cosas. Niega
el todo en su conjunto. En ello consiste su energía de negatividad. Representa
un estado de excepción».
¿Recordamos de nuevo a Hegel? Lo que
Han propone con la rabia no es que un pequeño elemento negativo avance
hasta terminar con la positividad, sino una verdadera superación sintética que
tiene como punto de partida la contestación del estado de cosas de conjunto.
Puro hegelianismo. ¿Que Han no es filósofo? ¿Quién lo dice? Estoy dispuesta a
ir al duelo de caballeros con una espada ropera contra esta idea.
Irene Gómez-Olano (Madrid,
1996) estudió Filosofía y el Máster de Crítica y Argumentación Filosófica.
Trabaja como redactora en FILOSOFÍA&CO y colabora en Izquierda
Diario. Ha colaborado y coeditado la reedición del Manifiesto
ecosocialista (2022). Su último libro publicado es Crisis climática (2024),
publicado en Libros de FILOSOFÍA&CO.

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