Cuando ocurren eventos fatídicos o siniestros se suele caer en el sentido común banalizando puntualmente la cuestión responsabilizando a “los sistemas”, como si tales esquemas circularan por las calles de Fuenteovejuna y no hubiera dentro de la sociedad los garantes, con nombre y apellido, para que esos sistemas nefastos existan y se implementen.
No suelo expresarme ante los hechos de sangre, los considero una anomalía social la cual generalmente es utilizada con fines políticos en el peor de sus sentidos, perversiones puntuales que recorren todas las latitudes más allá de los sistemas y ecosistemas particulares. Los crímenes, sean del tenor que sean, existen más allá de cualquier ideología, ámbito u ordenamiento socioeconómico, pues la perversión y la psicopatía son inherentes al ser humano desde su génesis, el dilema a examinar es por qué algunas personas, aún ante el avance civilizatorio e independientemente de su estatus social, poseen un decil superior en ambos incisos lo que provoca acciones y reacciones espeluznantes.
Por estos días, habida cuenta del triple femicidio de las adolescentes Brenda, Lara y Morena y en el marco criminal de las macabras revelaciones, me parece un insulto intelectual centralizar la problemática en “el sistema”, lo observo como un pretexto banal y conveniente para evitar deconstruir qué es lo que verdaderamente oculta ese “sistema” de intereses entrelazados y complementarios, pues no obstante su inimputable existencia resulta evidente que son mucho más populosas y poderosas las fuerzas sociales que abrevan, perviven, obtienen réditos, lo asumen, lo admiten y se sirven de él, que aquellos que con coraje luchan contra él, colectivo minoritario que con conciencia social lo juzgan ominoso e injusto para toda la comunidad.
Detenerse a discutir si se trata de un crimen de género o mafioso ya me parece de una imbecilidad supina, y más cuando tales definiciones no son excluyentes. Tres jovencitas fueron asesinadas y sobre sus cuerpos han montado un show tan estigmatizante como macabro, puesta que permite el ocultamiento de las relaciones sociales y económicas existentes, perversos acuerdos asimétricos, con claras víctimas y ocultos victimarios, aceptados y convalidados no solo por sus perpetradores, los cuales cuentan con impunidad hasta que son descubiertos y convertidos en material reciclable o desechable hasta que otros los reemplacen, sino también por la pequeña burguesía y el poder real, ambos consumidores de lo que se mercantiliza en ese submundo que hoy los acobarda porque no lo supieron o quisieron ver, sectores en donde los medios de comunicación formales e informales juegan un rol cardinal para manipular las conciencias.
Hace doce años y ante un luctuoso evento de sangre juvenil, ocurrido en Coronel Dorrego, me atreví a exponer….
“En la avenida de ingreso a Coronel Dorrego, a las seis de la mañana del jueves pasado, un pibe de 20, pibe nacido en el pueblo, mal llevado, sacado, con antecedentes de cometer desmanes de toda clase y tenor mató de un balazo en la nuca a una piba de 20, policía, piba nacida en el pueblo, linda, querida. Sospecho que el pibe de 20 no fue a matar ya que no llevaba armas, sin embargo mató. Parece que dentro de su lógica marginal entendía que abrir autos por la zona y a esa hora era una cuestión aceptable. Luego de una previsible y urbana denuncia llegó la piba de 20, con su móvil, con sus atuendos y petates reglamentarios. Después de un forcejeo con un compañero de la piba de 20, el pibe de 20 logra capturar una de las armas reglamentarias y dispara y mata, quiere escapar robándose el móvil policial, no lo logra, vuelca con el auto en una zanja, es aprehendido. Dos chicos de 20, que muy probablemente hayan compartido recitales, bailes y fiestas, han muerto en Coronel Dorrego, la piba en el acto, lo del pibe será más lento. La piba de 20 murió cumpliendo su función de cuidar los bienes de la sociedad, el pibe de 20 intentando apropiarse de esos mismos bienes. Una locura naturalizada. El pibe de 20 no debió estar allí abriendo autos, la piba de 20 tampoco debió estar allí tratando de que no los abra. Ambos habían nacido y crecido en tiempos en donde esta sociedad, hoy denuncista y timorata, que le exige con rigurosidad cumplir con su deber a esa piba de 20, expulsaba a cientos de miles de personas hacia la marginalidad y la pobreza. ¿Dónde estuvimos los adultos durante todos estos años, con nuestras elecciones, egoísmos y decisiones sociales, para que esos pibes de 20 lograran abstenerse del encuentro en esa fría y horrible mañana de jueves?... La piba de 20 nos duele en el alma, acaso parte de nosotros, sobre todo nuestros órganos hipócritas, deberían morir un poco con ella, mientras que el pibe de 20 nos comprometería a la reflexionar ya que existen miles de ellos debido a causas que siento no tenemos el suficiente valor para asumir. En ambos casos hemos fracasado y nos debemos hacer cargo... No es necesario marchar para pedir justicia, sin dudas habrá justicia para ese pibe de 20 y tendrá una pena conforme a su delito. Tristemente la que no tendrá justicia completa será la piba de 20, ya no está entre nosotros, no será madre, no podrá disfrutar de recitales, de fiestas, ni podrá ser la fiel amante del amor de su vida, porque si bien su matador irá preso con todo el peso del código penal, nunca iremos presos los que permitimos que una bella y tierna adolescente tenga que estar a las seis de la mañana de un día cualquiera jugándose la vida debido a que sospechamos que nuestros bienes materiales así lo justifican... Si bien sabemos que la violencia social es inevitable y que el delito tiene que ver con cuestiones más profundas que una simple rigurosidad policíaca o jurídica, sólo espero que nunca más una piba de 20 tenga la imperiosa necesidad profesional, obedeciendo a una extremada necedad institucional, de tenerle que poner su joven y frágil cuerpo a las miserias que como colectivo social supimos edificar”.
Luego de más de una década y para la tranquilidad de las conciencias pueblerinas y deliberantes la piba se transformó en un hipócrita nomenclador, en una calle, la nada misma, lo mismo que para la sociedad dorreguense significaba la piba antes de recibir el balazo...
*Gustavo Marcelo Sala. editor
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