Nos Disparan desde el Campanario... Nuestra épica no debe ser coyuntural... por Gustavo Marcelo Sala
Estimo que el mayor acto de dignidad, nobleza y altruismo que puede tener un ser humano es afrontar la finitud por propia decisión habida cuenta de haber comprobado y entendido que su ausencia tangible es de mucho más valor, provecho en el mediano tiempo y alegría en el largo plazo para sus linderos afectivos, que su presencia invisible, más allá de algún leve dejo de nostalgia en el corto plazo, cuestión que durará hasta lo que la costumbre determine. Va de suyo que no me refiero al suicidio, sino a poner el cuerpo a favor de convicciones nobles y humanistas. De todos modos no estamos en tiempos de épicas y heroicidades, y menos de autocrítica…
Para banalizar la historia y sedimentar las bases neoliberales nada mejor que ocultar las razones por las cuales fueron asesinados y desaparecidos los que fueron asesinados y desaparecidos, detalle que la mass burguesa omite, esto es, entender que el modelo vigente es al que se opusieron los mártires de entonces. La actualidad es un perverso sistema cimentado a través de la sedimentación de falacias y embustes, capas de falsedades que se van acumulado por comodidad acrítica. Lo que a ésta altura, y lo digo tristemente, ya no me llama la atención es la cantidad de gente del campo nacional y popular que sigue comprando espejos de colores y observa esta banalidad como un logro, sin entender que se trata de un "proceso" de retroceso cultural y político que le quita identidad ideológica al sacrifico épico de nuestros mártires pretendendiendo transformar en aniversario, dinero o salmo el sacrificio de nuestros muertos.
Es necesario confirgurar una epistemología de lo banal. Viajar desde lo banal hacia lo importante para que lo importante nos enseñe las claridades de lo banal y cómo perfora el sentido. No hay modo de imputar a la banalidad sin conocer el sendero de la complejidad. Mi primer objetivo es ser banal, racionalmente banal, culpable y culposamente banal, para no perderme detalle alguno. Para eso preciso conocer acabadamente cada meandro, cada recoveco, conocer la banalidad de lo banal es una tarea fatigosa que requiere de concentración, atención y cierta dosis de necedad. No alcanza con los sentidos, embusteros por excelencia, no alcanza con los estados de ánimo, fantasmas poco creativos a la hora de vivirla.
No hay que confundir la banalidad con la frivolidad, son dos categorías distintas. La banalidad requiere ser pensada debido a que expresa algo que pretende exponerse como de nula importancia. Para arribar a esa conclusión entonces es necesario pensarla. En cambio la frivolidad no se piensa ya que se manifiesta superficial y sin peso específico.
La banalidad siciopolítica posee perversiones y malevolencias maduradas, ignorancias predeterminadas, mejor dicho sabidurías escondidas, ecuaciones y figuras que bien explican su razón de ser, su contenido y su continente.
No es inocente a pesar de su morigerado disfraz, se trata de un enemigo extremadamente poderoso, eficaz en sus estrategias, difícil de vencer con armas nobles. La banalidad arropa con sus mantos durante el invierno y refresca con sus frutas en verano, de allí su éxito en el campo de lo cotidiano.
Si bien en el mundo de las ciencias tiene algunas dificultades, sabe perfectamente que el científico no lo es durante toda la jornada, justamente para capturar esos espacios diseña mundos paralelos pensados para momentos lascivos. No hay manera de conocer el poder de la banalidad sino mimetizándose dentro de su razón pura. Y esa razón pura no está elaborada ni edificada por circuitos banales, todo lo contrario, si bien abogan fervorosamente por el sentido común, este inciso está cimentado doctamente desde un propósito dominante: dejar sin razón pura al sentido inteligente. Y esto lo hacen atribuyéndole sospechosas incomodidades, extremando sus agobios, exponiendo a la sencillez como la mayor virtud.
La banalidad, en nuestra contemporaneidad, ha logrado, y lo afirmo con desazón y congoja, victorias épicas dentro de la filosofía, la religión, la historia, la antropología, la sociología y la política, y no por sus valentías o gallardías, sino por haber introducido la vulgaridad conceptual como dialecto.
Las ciencias humanísticas han cedido ante la opinión publicada y la interpretación antojadiza de modo que se han transformado en materias discutibles en donde todo está sujeto a comicios, incluso las probanzas taxativas, ergo incluso la memoria como valor.
La banalidad necesita del individuo banal, SER que con el correr del tiempo ha sido domesticado a favor de un exitoso proyecto de banalización global, paradigma imprescindible para que la conciencia social y colectiva no tenga nunca jamás la oportunidad de exhibir su humanista razón pura...
Por eso, seamos la cantidad que seamos, no dejemos de ser lo que somos. Debemos seguir siendo la conciencia crítica, testimonial y política de una sociedad desquiciada, aún en la derrota, no nos debe interesar desquiciarnos para participar y disfrutar de las mieles de la ignominia. Acaso el precio sea embarrarse en el fango de la banalidad. No nos esperan ni los abrazos, ni las palmadas, ni las felicitaciones, como Sísifo debemos seguir llevando esa roca sabiendo que nunca la montaña nos dará una sola chance de descanso, ni una sola satisfacción. La lucha por la dignidad no es para flojos, es para los constantes, es para los invencibles, es para los convencidos, para los imprescindibles.
En el presente la ignominia ha logrado el concurso de muchas voluntades prescindibles, recursos que lo son en tanto le sean de utilidad. Nuestra ventaja es que no lo saben ya que desconocen algo fundamental: El concepto político que tiene la convicción humanista. El recurso no lucha por una idea o un paradigma, el recurso pelea por una coyuntura o una medida puntual que lo favorezca en el corto plazo, tipo que se vacía políticamente de inmediato ante el fracaso o ante el éxito de su cometido. Nosotros en cambio debemos estar por encima de esos dos grandes embusteros. Nuestra épica no es coyuntural, nuestra épica debe ser ontológica e histórica. Que nuestra sola existencia sea un acto de rebeldía y molestia para la exitosa banalidad de los poderes fácticos.
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