Nos Disparan desde el Campanario…. Los espectros de la escasez de Mark Fisher… por Devin Thomas O´Shea
Fuente: Jacobin
Link de Origen:
https://jacobinlat.com/2025/09/los-espectros-de-la-escasez-de-mark-fisher/
Traducción: Natalia López
El vacío fantasmal del realismo
capitalista oscurece el potencial de alegría colectiva y abundancia. Los
escritos de Mark Fisher ofrecen un atisbo de las posibilidades que se
encuentran más allá de la aparente inevitabilidad del presente.
Ves una silueta reflejada en el
espejo al otro lado del pasillo, pero cuando vuelves sobre tus pasos para
comprobarlo, no hay nadie allí. Los espectros merodean por los espacios vacíos,
creando una atmósfera lúgubre, como los pasillos de una antigua mansión o un
sendero que atraviesa un cementerio desolado. Estos son contextos clásicos para
una aparición fantasmal, al igual que el vacío antinatural de una aldea Potemkin.
Es extraño mirar el horizonte de una
gran ciudad y saber que algunos de esos rascacielos resplandecientes están
completamente vacíos; torres residenciales fantasma que sirven como meros
activos financieros en carteras inmobiliarias, embrujadas por su propia
vacuidad. Del mismo modo, los fantasmas son conocidos por sus inquietantes
duplicados, como los gemelos de El resplandor, y por sus excesos
desconcertantes: enjambres negros de moscas, bandadas de cuervos, voces que
vienen de ninguna parte. Del mismo modo, resulta extraño pasear por la parte
trasera de un gran almacén, pasar por los muelles de carga y encontrar
contenedores llenos de comida perfectamente comestible o productos de consumo
envasados que, al parecer, no se vendieron y ahora se dirigen al basurero.
En The Weird and the Eerie, Mark
Fisher escribió sobre cómo estos sentimientos inquietantes apuntan a cosas que
escapan a nuestra percepción, algo fantasmal que desafía toda descripción.
Veladas y sobrenaturales, estas apariciones apuntan a lo que Fisher
evocadoramente llamó «el espectro de un mundo que podría ser libre».
Fisher, que luchó toda su vida contra
la depresión clínica, se quitó la vida en 2017, pero su obra perdura como
antídoto contra la desesperanza, especialmente su última propuesta de libro,
titulada en tono jocoso, Acid Communism.
Más allá del espejo del realismo
capitalista
La obra más famosa de Fisher sigue
siendo Realismo capitalista. Es un libro que describe el sistema plano y
sin futuro en el que estamos encerrados; un período de estancamiento cultural y
austeridad, acompañado de la sospecha siempre presente de que el mundo pronto
llegará a su fin.
Fisher describe el realismo
capitalista como una visión del mundo artificialmente construida que nos atrapa
en un ciclo depresivo. Ese ciclo se sostiene en una paradoja: la sensación
generalizada de desastre inminente en realidad refuerza el statu quo.
Según Fisher, esta mirada pesimista es un desarrollo estratégico del
capitalismo neoliberal. Es un sistema que se asegura de que no podamos pensar
por fuera de sus límites, por más que lo intentemos. Aun si nos sacamos los
lentes de la ideología de They Live, todavía tenemos puestos otros lentes
que ni siquiera podemos percibir. Incluso cuando creemos que escapamos de la
matrix con la pastilla roja, en verdad solo estamos entrando a otra habitación
de la misma matrix con el cartel de «mundo real». Esa inquietante duplicación,
casi como un dibujo de Escher, forma parte la obsesión y, por necesidad,
tenemos que recurrir a la ficción para poder hablar de ello.
Mientras que las generaciones
anteriores creían en algún tipo de proyecto ideológico del presente, destinado
a construir un futuro mejor, el realismo capitalista está totalmente definido
por el capitalismo, que pone en primer plano el corto plazo, borrando cualquier
futuro en el que el capitalismo esté ausente. O hay más capitalismo o es el fin
del mundo. No hay alternativa.
Esta situación se ha desarrollado
gradualmente a lo largo de décadas, creando una parálisis generalizada a través
de la atomización. Pero en Acid Communism Fisher trató de invertir el
poder de este sistema, dando la vuelta a Goliat: «En lugar de tratar de superar
el capital, deberíamos centrarnos en lo que el capital siempre debe
obstaculizar: la capacidad colectiva de producir, cuidar y disfrutar (…) lejos
de tratarse de la «creación de riqueza», el capital bloquea necesariamente y
siempre la producción de riqueza común».
Tanto para Fisher como para sus
héroes intelectuales, como Fredric
Jameson, la distancia entre el mundo que podría ser libre y el que tenemos
ahora es un terreno medible si utilizamos metáforas y lenguaje creados en la
ficción, especialmente en la ciencia ficción. Sin embargo, en Acid Communism,
Fisher también señaló formas concretas e históricas de ver las cosas: la
efervescente proliferación de experimentos de socialismo democrático y
comunismo libertario que florecieron en la década de 1960.
La contracultura de la década de 1960
fue creada por las condiciones materiales: Fisher utiliza un ejemplo de las
memorias de Danny Baker, un locutor de radio que recuerda unas vacaciones
familiares en 1966. Los padres de Baker llevan a la familia a la playa en un
automóvil asequible, aprovechando el tiempo libre del trabajo gracias a los
derechos laborales que la generación anterior había conseguido con tanto
esfuerzo. En la arena, con vistas al mar, la tecnología de una radio transistor
del tamaño de un electrodoméstico les permite escuchar a los Kinks y a los
Beatles, que cantan sobre los sueños, la percepción y la forma en que las
reglas del mundo se presentan como inquebrantables, pero no lo son. La realidad
es psicodélica, maleable, en constante cambio, y si todos decidieran que algo
debe terminar o que algo más debe comenzar, entonces nuestro deseo colectivo,
nuestra voluntad de futuro, sería una fuerza imparable para toda la especie.
Para Fisher, este ensueño no es una
pérdida de tiempo, sino el reconocimiento lógico de un hecho indiscutible: esta
capacidad colectiva se demostró físicamente, con efectos horribles, en las
guerras mundiales.
Atormentados por el mito de la
escasez
Fisher señala la carrera de Baker en
la radiodifusión pública como parte de esta evolución de la posguerra en la
esfera pública. En la radio y la televisión proliferaron las perspectivas de la
clase trabajadora, especialmente cuando los programas gubernamentales
movilizados financiaron la cultura occidental, que podía cargarse y dispararse
contra los enemigos como munición, sacudiendo los cuerpos tanto del fascismo
europeo como del comunismo soviético.
Programas como el New Deal, la GI
Bill o el vasto programa de viviendas sociales del Reino Unido mostraron a los
gobiernos occidentales no solo como pilares de los valores capitalistas, sino
también como artífices
de estructuras cuasi comunistas. Iniciativas como la Works Progress
Administration o el propio ejército demostraron la capacidad del Estado para la
organización colectiva a gran escala.
El auge de la posguerra elevó a
millones de personas normales (predominantemente blancas) a una nueva vida de
clase media caracterizada por la seguridad, la dignidad social, el consumismo,
las oportunidades creativas y el descanso. Los avances en automatización,
materiales de construcción y agricultura respaldaron esta transformación, que
demostró que los gobiernos podían crear poderosos sistemas de bien público de
la noche a la mañana. En la década de 1960, los hijos de quienes habían
demostrado este poder colectivo soñaban con aplicar esa capacidad a escala
global, independientemente de la raza, el género y la nacionalidad.
En cambio, no obtuvimos más que
escasez.
En Acid Communism —un
título que hace un guiño a nuestra necesidad de reesteticizar la vida
cotidiana, elevar nuestra conciencia y ver más allá del tigre de papel del
realismo capitalista—, Fisher señala la escasez y la restricción artificial
como los principales generadores de riqueza para los responsables del orden de
la posguerra.
La inflación fue la palabra de moda
de las elecciones de 2024 en los Estados Unidos, lo que se debió en parte a la
escasez real, al igual que las diversas crisis de la cadena de suministro
durante la pandemia, que hicieron que los estadounidenses más ricos se
enriquecieran un 40% más. Pero las empresas también han estado especulando con
los precios sin consecuencias, creando una forma de escasez artificial que
erosiona el valor de los aumentos salariales a través de la inflación. Fisher
identifica este patrón como una característica definitoria del capitalismo
neoliberal: «Un sistema que genera escasez artificial para producir escasez
real; un sistema que produce escasez real para generar escasez artificial».
Consideremos la degradación de la
capa superior del suelo por los pesticidas, que beneficia a empresas como
Monsanto: obtienen beneficios con la venta de pesticidas y luego pueden lanzar
alimentos modificados genéticamente como solución al daño. Esta lógica cíclica
perpetúa un sistema aparentemente diseñado para la creación de riqueza, pero que,
en realidad, obstaculiza la producción de riqueza común. Se retienen los
recursos y se desvía el valor del trabajo. Un sistema capaz de satisfacer las
necesidades de todos, vivienda, alimentación, atención médica, una vida libre
de trabajo sin sentido se ve deliberadamente frustrado.
Para Fisher, este es el núcleo
materialista de la contracultura. Los restos hippies que quedan —los
símbolos de la paz, los chalecos de cuero, la música de la época— son vestigios
inquietantes de un potencial más profundo y no realizado. Fisher despreciaba a
los hippies y su glorificación del consumo de drogas, y criticaba su
«infantilismo hedonista» como un refuerzo del realismo capitalista, en lugar de
una rebelión contra él. Aun así, se aferró al sueño «psicodélico» de la emancipación,
una visión de la capacidad y la posibilidad colectivas.
Mientras nos enfrentamos a la
inquietante presencia del realismo capitalista —acudiendo al trabajo con Donald
Trump de nuevo al mando, soportando el aumento de las temperaturas mientras el
mundo se precipita hacia la marca de 1,5 grados centígrados, enfrentándonos a
un clima cada vez más catastrófico o escuchando la última historia de crueldad
vacilante cometida por la clase dominante—, es importante reconocer que el fin
del mundo se esgrime como una amenaza constante para mantener el statu quo.
La repetición interminable de términos como «temperaturas récord», «lluvias
únicas en la vida» y «Hillary Clinton ofrece su consejo» inspira temor, pero
está claro que no tiene por qué ser así.
¿Cómo sonaría la «razón psicodélica»?
¿Cómo podrían converger la conciencia psicodélica y la conciencia de clase para
imaginar un mundo más allá del realismo capitalista?
Golpeando en el desierto de lo real
Como documentó David Graeber en Bullshit Jobs, cada
día, nuestro sistema de trabajo inflige una «cicatriz» moral y espiritual en
«nuestra alma colectiva». En 1930, escribe Graeber, el economista John Maynard
Keynes predijo que Estados Unidos y Reino Unido tendrían una semana laboral de
quince horas para el año 2000. «En cambio, la tecnología se ha utilizado, en
todo caso, para encontrar formas de hacernos trabajar más a todos. Para
lograrlo, ha sido necesario crear puestos de trabajo que, en realidad, no
tienen sentido».
Graeber señala la inflación del
sector administrativo, el crecimiento astronómico de los servicios financieros,
el marketing, el derecho corporativo, los recursos humanos y la
consultoría de relaciones públicas como ejemplos de profesiones cuyos
profesionales confiesan que ellos mismos no creen que estén contribuyendo a la
sociedad. Todos sabemos que es una tontería. Muchos de nosotros vamos a
trabajar por el sueldo, contamos las horas y luego utilizamos nuestro limitado
tiempo libre para la reparación autocalmante necesaria para repetir el ciclo al
día siguiente.
Esta ha sido mi experiencia en la
mayoría de los trabajos, y crea un ciclo diario de «azote y bálsamo», que
propaga una epidemia de depresión, abuso de sustancias y un sentimiento
fundamental de falta de sentido individual, a pesar de una compensación
económica adecuada o buena. Es el resultado de la visión de una abundancia
aplazada: nos persiguen los sueños de posibilidades colectivas que parecen
inalcanzables. Pero en pensadores como Fisher surgen pistas sobre cómo superarlo.
En Acid Communism, captura este malestar desde una perspectiva que se
aleja de la rutina de la vida moderna:
La ansiedad y el sueño agotador de la
vida cotidiana desde una perspectiva que flota junto a ella, por encima o más
allá: ya sea la calle concurrida que se vislumbra desde la ventana alta de un
dormilón, cuya cama se convierte en un bote de remos que se balancea
suavemente; la niebla y la escarcha de un lunes por la mañana que reniega de
una soleada tarde de domingo que no tiene por qué terminar; o las urgencias de
los negocios desdeñadas con aire despreocupado desde el nido de un sinuoso
edificio aristocrático, ahora ocupado por soñadores de clase trabajadora que
nunca volverán a fichar.
La obra de Fisher, incluido su
blog k-punk, fue un elemento básico de la blogosfera de principios de la
década de 2000, antes de que ese espacio fuera absorbido por los recintos
corporativos de los medios de comunicación en línea. Internet, que podría haber
seguido siendo un vasto y poderoso espacio de información pública, ha sido
secuestrado por las personas más estúpidas y tristes que existen, que solo ven
su potencial como una herramienta para obtener beneficios infinitos. La
inteligencia artificial está ensuciando nuestro lenguaje, nuestro arte y
nuestra comprensión general del mundo, mientras que el avance tecnológico es
cada vez más sinónimo de desempleo masivo, vigilancia y explotación laboral a
través del desplazamiento y los «me gusta» sin fin. En el fondo, Florida se
hunde y proliferan nuevas epidemias y contaminaciones.
¿No deberían las ruinas de las
industrias abandonadas albergar algo mejor? ¿Un espacio mediático público?
¿Galerías de arte, salas de conciertos, teatros, estadios y campos deportivos?
¿Y si más gente pasara el día aprendiendo el guion de una obra de teatro,
diseñando ropa o asistiendo a la obra en sí? ¿Y si la gente pudiera no hacer
nada durante el tiempo suficiente para redescubrir qué tipo de trabajo nos
resultaría realmente satisfactorio si estuviéramos completamente, al 100%,
aburridos?
El pensamiento utópico a menudo
denota falta de seriedad, especialmente en la izquierda, donde abundan los
temores a la ingenuidad. Pero Acid Communism de Fisher nos recuerda
que imaginar «cómo podrían ser las cosas» es un tónico vital contra la
desesperación: «Las imágenes de gratificación (…) destruirían la sociedad que
las reprime».
Fisher se basa en las ideas de
Herbert Marcuse sobre por qué el arte no tiene el poder de representar la
utopía o la «verdadera gratificación». Fisher afirma que el arte solo puede
«medir nuestra distancia» entre el presente y la posibilidad de Red Plenty:
en el desierto del realismo capitalista, representar lo utópico inundaría el
paisaje árido en el que se suprime la imagen. Este proceso no sería el
resultado de la violencia, sino de la gratificación: seguridad, prosperidad,
abundancia, crecimiento real; un torrente de bienes públicos.
En Realismo capitalista, Fisher
analizó la famosa película de 2006 Children of Men, una historia de
ciencia ficción sobre un mundo que se enfrenta a una epidemia de esterilidad.
La incapacidad de concebir hijos casi destruye a la humanidad, las escuelas
primarias están inquietantemente vacías y desprovistas de las voces de los
niños. La película sigue a la madre y tutora del primer niño nacido en décadas:
es una poderosa narrativa mesiánica que ofrece una visión de renovación
espiritual en una distopía que se parece cada vez más a nuestro mundo.
Fisher se adelantó a su tiempo y
sintió más que nadie el dolor del mundo. Él mismo buscó la renovación en Acid
Communism, y hay indicios de ello en sus últimas conferencias recopiladas
en Postcapitalist
Desire, editado por Matt Colquhoun. Muchos de nosotros desearíamos que el
proyecto no hubiera quedado inconcluso. Pero ese es nuestro trabajo: el
pensamiento de Fisher ha influido en muchos, y la antorcha ha sido llevada
adelante en libros como Inventing the Future: Postcapitalism and a World
Without Work y After Work: A History of the Home and the Fight for
Free Time.
Uno de los temas clave de Acid
Communism se refiere a la «estetización de la vida cotidiana», una forma
de entrecerrar los ojos ante lo mundano, tratando de verlo como algo
radicalmente diferente. No se trata de un pensamiento mágico, como The Secret,
sino de una herramienta para combatir el derrotismo. Al reencantar lo
cotidiano, podemos vislumbrar la utopía —la abundancia roja— y resistir la
sofocante inevitabilidad del presente. Fisher nos desafió a ver la dignidad
humana global como una fuerza que debe ser restringida, atada y sedada para mantener
intacto el sistema actual. ¿Cómo podemos adentrarnos más en el reino de la
razón psicodélica? Fisher nos puso en marcha con la pregunta: «¿Y si el éxito
del neoliberalismo no fuera una indicación de la inevitabilidad del
capitalismo, sino un testimonio de la magnitud de la amenaza que representa el
espectro de una sociedad que podría ser libre?».
Devin Thomas O'Shea ha publicado
artículos en Nation, Protean, Current Affairs, Boulevard y
otros medios.
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