Fuente: Jacobin
Link de origen:
https://jacobinlat.com/2025/09/la-suerte-no-deberia-determinar-nuestro-destino/
Traducción: Pedro Perucca
Los socialistas aceptan que cierto
grado de desigualdad puede ser inevitable en una sociedad compleja. Pero hay un
tipo de desigualdad que es intolerable: aquella en la que los recursos se
distribuyen según factores que los individuos no pueden controlar.
Se dice que al momento de su muerte,
en la década de 1890, el anarquista italiano Carlo
Cafiero, estaba «enloquecido,
obsesionado con la idea de que podría estar consumiendo más sol de lo que le
correspondía».
Esa historia, probablemente apócrifa,
ilustra vívidamente la forma en que podría verse la izquierda igualitaria desde
una perspectiva poco comprensiva. En esta imagen, los izquierdistas aparecen
como obsesionados con la nivelación, por el simple hecho de nivelar. Después de
todo, ¿por qué sería tan malo que algunas personas tengan un poco más que
otras?
En realidad, los mejores pensadores
de la izquierda reflexionaron profundamente sobre la cuestión de la
desigualdad. La mayoría de los socialistas creen que un cierto grado de
desigualdad es inevitable. Las preguntas son cuánta desigualdad es
tolerable y qué tipo de desigualdad permitiría la mejor forma de
sociedad.
Algunos filósofos de izquierda no se
preocupan por la desigualdad en sí misma. Estos pensadores, llamados
«suficientaristas», como Harry Frankfurt, sostienen que, siempre que todos
tengan un mínimo suficiente, no importa realmente que otras personas obtengan
más, incluso mucho más.
Pero para la mayoría de nosotros, si
somos sinceros, la desigualdad tiene algo moralmente preocupante, incluso
aunque todo el mundo parta de un mínimo razonable. En términos concretos, bajo
el capitalismo, resulta problemático que incluso los trabajadores de Amazon que
tienen empleos decentes tengan que planificar cuidadosamente y ahorrar para sus
vacaciones, mientras que su jefe recientemente pudo enviar a su prometida a
un vuelo espacial privado. Incluso si pudiéramos resolver el hecho de que el
capitalismo mantiene a parte de la población en una situación de pobreza
extrema, durmiendo bajo los puentes o en bancos de los parques, esta enorme
brecha en cuanto a privilegios y recursos seguiría constituyendo una violación
moral.
Sin embargo, reconocemos que en una
sociedad altamente compleja no todo el mundo tendrá exactamente los mismos
recursos. Entonces, ¿dónde trazamos la línea? Quizás no haya mejor guía para
este tema que el difunto filósofo analítico marxista G. A. Cohen. Desarrolló sus opiniones de manera
rigurosamente académica en artículos como «On the Currency of Egalitarian
Justice» (Sobre la moneda de la justicia igualitaria) y de manera más accesible
en su breve libro Why Not Socialism? (¿Por qué no
el socialismo?).
Para Cohen, el tipo de desigualdad
que en última instancia es objetable no es la desigualdad de ventajas en sí
misma, sino la desigualdad de acceso a las ventajas.
Imaginemos un mundo futuro en el que
hayamos colectivizado la producción y eliminando la explotación motivada por el
lucro que organiza el trabajo bajo el capitalismo. Ahora imaginemos que una
persona, por su propia voluntad, trabaja muchas horas y de forma intensiva,
mientras que otra, también por su propia voluntad, hace lo mínimo
indispensable. Supongamos que ambos tienen un nivel de vida perfectamente
razonable en general. Ambos viven en casas agradables y cómodas. No debería
ofender nuestra sensibilidad igualitaria que la primera persona tenga ingresos
adicionales para construir un deck fuera de su casa y la segunda persona no.
En este escenario, ambos trabajadores
tienen el mismo acceso a las ventajas. Simplemente eligen aprovechar
ese acceso de manera diferente. Quizás el segundo trabajador opta por pasar más
tiempo con su familia en lugar de construir un deck. La diferencia en sus resultados
no nos molesta en absoluto. Incluso si la segunda persona está tomando
decisiones mucho más dudosas que esa, no hay una gran injusticia aquí si
realmente se trata de una elección libre.
Cohen llama a su punto de vista
«igualitarismo de la suerte». Piensa que las desigualdades son objetables
cuando están fuera del control de quien sale perdiendo. La sociedad ideal
eliminaría las desigualdades que no se pueden cambiar.
Curiosamente, los conservadores
parecen estar de acuerdo con este punto de vista hasta cierto punto, o de lo
contrario no dedicarían tanto tiempo a justificar las desigualdades del
capitalismo con discursos sobre la recompensa del trabajo duro. Pero, ¿qué pasa
con todos los casos en los que las relaciones de propiedad capitalistas generan
desigualdades que no tienen nada que ver con el trabajo duro? Bajo el
capitalismo, un hijo puede heredar el negocio de su padre (o suficiente dinero
de su padre para iniciar un nuevo negocio) como un rey que hereda su trono.
Alguien que haya nacido en circunstancias peores podría ser capaz de
abrirse camino en la estructura de clases para convertirse en propietario de un
negocio, pero le resultará mucho más difícil que a alguien con una gran
herencia. Es cierto que la segunda persona no está tan desfavorecida como un
siervo o un esclavo que no tiene ninguna posibilidad de movilidad
social. Pero ellos y el hijo del capitalista ciertamente no tienen el mismo
acceso a esa ventaja.
Incluso si damos por sentado que la
movilidad social para los hijos de la clase trabajadora siempre es posible —lo
cual, francamente, no deberíamos hacer—, sigue quedando planteada la cuestión
de qué personas ascienden en la escala social. Muchas de las
escaleras más prometedoras para salir de la clase trabajadora están relacionadas
con la educación superior y la obtención de títulos. Pero las capacidades
académicas, al igual que las capacidades físicas, están distribuidas de forma
desigual entre la población.
Una sociedad en la que la única forma
de alcanzar un estilo de vida de clase media fuera ganarse un lugar en una
casta guerrera mediante una prueba de combate sería injusta para las personas
que son físicamente más pequeñas o más débiles, sin que ello sea culpa suya.
Del mismo modo, es injusto que las pocas vías de escape de la clase trabajadora
tiendan a estar vinculadas a aptitudes académicas distribuidas de forma
desigual.
En igualdad de condiciones,
deberíamos intentar erradicar las desigualdades que son cuestión de suerte, ya
sea la suerte de nacer en una familia determinada o la suerte de tener unos
talentos innatos.
La cuestión no es que podamos lograr
una justicia perfecta en materia de igualdad de suerte. Las
compensaciones entre valores contrapuestos son reales. Pero podemos tomar la
igualdad de suerte como nuestra estrella polar en nuestra lucha por una
sociedad más igualitaria. Y una vez que nos hayamos orientado en esa dirección,
deberíamos ser capaces de ver lo abismal que es nuestro punto de partida bajo
el capitalismo.
Cada vez que aceptamos desigualdades
sobre las que los más desfavorecidos no pueden hacer nada, estamos aceptando un
grado de injusticia. Eso siempre debería dejarnos un mal sabor de boca, sea
cual sea la compensación con otros valores. Y las enormes desigualdades
inherentes al capitalismo van mucho más allá del ámbito de las compensaciones
dolorosas. Esta es una sociedad en la que las personas que trabajan largas
jornadas en plantas de envasado de carne entran en pánico cuando se les avería
el coche porque no saben cómo van a poder permitirse uno nuevo y, mientras
tanto, Mark Zuckerberg tiene un superyate de 390 pies llamado Launchpad,
cuyo mantenimiento cuesta 30 millones de dólares al año y que viene con un
«yate de apoyo» independiente llamado Wingman.
Tanto si alcanzamos nuestra estrella
polar como si no lo hacemos, lo que está claro es que no tenemos porqué
aguantar esto.
Ben Burgis es profesor de filosofía y autor de Give Them An Argument:
Logic for the Left. Es presentador del podcast Give Them An Argument.
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