Nos Disparan desde el Campanario.... Je Ne Suis Pas Charlie: El asesinato de un demagogo da paso a la guerra contra la libertad de expresión (Dossier)
Fuente: Sin Permiso
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El asesinato de Charlie Kirk fue una tragedia. Pero no debemos reescribir su vida
por...
Moira Donegan,
Peter Beinart,
Ryan Cooper y
Harold Meyerson
Moira Donegan
Quizás sea lo espantosamente repentino de su muerte lo que ha hecho que tanta gente se olvide de la realidad de la vida de Charlie Kirk. Después de que el influyente derechista de 31 años fuera asesinado a tiros el miércoles [10 de septiembre] en un campus universitario de Utah, muchos comentaristas se apresuraron a condenar la violencia política, por un lado, y a rendir cálidos homenajes a la vida de Kirk, por otro. Lo primero es legítimo: que la política no quede determinada por la fuerza, ni los desacuerdos políticos se resuelvan mediante la violencia homicida, es una condición previa básica no solo de una forma de gobierno democrática, sino de cualquier sociedad funcional. Lo segundo, tal vez, pueda explicarse por el admirable impulso humano de amabilidad y reconciliación. El horror y la conmoción por el asesinato de Kirk llevaron a algunos a mostrar su generosidad y simpatía hacia el fallecido.
Quizás fueron estos nobles gestos de generosidad y simpatía los que llevaron a algunos comentaristas a elogiar la memoria de Kirk más de lo que permitiría un relato honesto de su vida. En los días posteriores a la muerte de Kirk, han aparecido varias hagiografías post mortem desconcertantemente inexactas, hasta de voces prominentes de la izquierda y el centro, que parecen desear que la tragedia de la muerte de Kirk le hubiera dado retroactivamente una vida más honorable.
La más flagrante de ellas provenía de Ezra Klein, un columnista de centroizquierda del New York Times conocido por su capacidad para canalizar e influir en la opinión de las élites. En un artículo publicado a la mañana siguiente de la muerte de Kirk, titulado «Charlie Kirk hacía política de la manera correcta», Klein hacía una serie de afirmaciones forzadas, extrañas y totalmente falsas sobre la carrera y el carácter de Kirk. Kirk, argumentaba Klein, era, en todo caso, un ejemplo de virtud cívica. «Kirk hacía política exactamente de la manera correcta», declaraba Klein. «Acudía a los campus y hablaba con cualquiera que quisiera hablar con él. Era uno de los que practicaba más eficazmente la persuasión en esta época». El argumento de Klein consistía en que la persuasión política —el debate racional de ideas entre iguales en el que es impensable la violencia y se presume la buena fe— constituye una piedra angular de la democracia liberal, la clase de cosa por la que todos deberíamos luchar, el tipo de cosa de la que tenemos aún mayor necesidad. «La política norteamericana tiene bandos», continuaba Klein. «De nada sirve fingir que no es así. Pero ambos bandos deben estar del mismo lado de un proyecto más amplio: todos, o al menos la mayoría de nosotros, intentamos mantener la viabilidad del experimento norteamericano».
Supongo que es justo, en cuanto a los méritos que ello implica, pero esa descripción de un debate razonado, honesto y de buena fe es tan inexacta con respecto a lo que Charlie Kirk llevaba a cabo en los campus universitarios —en su serie de grandes actos escenificados en los que “debatía” con estudiantes universitarios liberales sin formación ante las cámaras— que parece deliberadamente ingenua, si no directamente deshonesta. Los “debates” de Charlie Kirk eran agresivos, desiguales y provocadores, y en ellos buscaba provocar angustia a sus interlocutores, les gritaba y los menospreciaba, vomitaba una retórica de odio contra las personas queer y trans, las mujeres, las personas negras, los inmigrantes y los musulmanes, y montaba selectivamente las imágenes resultantes para crear un contenido lo más viral posible en el que sus hinchas pudieran verle humillando a los liberales y a los izquierdistas que consideraban enemigos suyos. Esto no constituía un “debate”; no se trataba de un discurso razonado y de buena fe; no era el tipo de deliberación justa en la que se basa la democracia. Era una burla de todas esas cosas.
Si el debate razonado es una condición previa para una democracia liberal, también hay otras condiciones previas. Un Estado no puede considerarse democrático si no ofrece la misma protección ante la ley, si no gozan todos sus ciudadanos de la misma dignidad en lo que toca a su gobierno ni del mismo derecho al voto, los mismos derechos de expresión y las mismas prerrogativas ante los tribunales y los funcionarios electos en sus intentos por influir en sus medidas políticas y navegar por sus leyes. La igualdad cívica, y no solo la participación civil, resulta asimismo fundamental para el experimento norteamericano. No significa excusar su asesinato ser sinceros a la hora de decir que Kirk se oponía a esa igualdad. Algunos historiadores y politólogos han argumentado que los Estados Unidos no se convirtieron en una democracia hasta la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derecho al Voto de 1965, leyes que pretendían poner fin a la segregación de jure y a la supresión racista del voto. Pero Kirk se oponía a la Ley de Derechos Civiles, calificándola de “gran error”. Respaldaba la “teoría del gran reemplazo” racista, según la cual malvados agentes (normalmente representados como judíos) buscan «reemplazar» a la población blanca de los Estados Unidos con inmigrantes, afirmando que «ya está muy avanzada en nuestra frontera sur». En su podcast, invitó a un “apologista de la esclavitud” y a un hombre que afirmaba que después de que las mujeres «consiguieran, ya sabes, el derecho al voto, ha ido todo cuesta abajo». El propio Kirk declaró una vez que las mujeres negras —mencionaba a Joy Reid, Michelle Obama, Sheila Jackson Lee y Ketanji Brown Jackson— «no tienen la capacidad intelectual necesaria para que las tomen en serio». Condenaba a los demócratas por querer supuestamente convertir a los EE.UU. un país “menos blanco” y afirmaba: «No existe separación entre Iglesia y Estado. Es una invención, es una ficción, no figura en la Constitución» (sí que figura). Y, sin embargo, Ezra Klein elogiaba las “agallas” de Kirk. Se pregunta una qué se pretende ocultar con tal eufemismo.
En el afán por canonizar a Kirk y revisar su historia, los relatos honestos sobre su vida no solo se han vuelto infrecuentes, sino también peligrosos. En los días posteriores a su muerte, periodistas, personalidades de los medios de comunicación y otras personas que no habían elogiado lo suficiente a Kirk en público han perdido su puesto de trabajo por decir la verdad sobre su vida. Matthew Dowd, consultor político republicano, fue despedido de MSNBC tras afirmar que Kirk había pronunciado “palabras de odio”. En Phoenix, a un periodista deportivo lo despidieron por criticar los relatos eufemísticos sobre las convicciones de Kirk. «Las “diferencias políticas” no son lo mismo que vomitar una retórica de odio a diario», escribió en un mensaje en las redes sociales. Muchos de los que elogian a Kirk quieren presentarlo como un defensor de la libertad de expresión, como un hombre que promovía la investigación honesta, la expresión sin inhibiciones y el intercambio abierto de ideas. Se trata de una imagen ridículamente inexacta de la labor de este hombre; en estos castigos contra quienes se oponen a él es donde podemos apreciar un reflejo más fiel de los valores de Kirk.
A mí no me resulta difícil condenar la violencia política. Para mí, decir que Kirk no debería haber sido asesinado resulta lo más fácil del mundo. Nadie debería ser asesinado, ya sea un influyente de la derecha, un escolar, un comprador de comestibles o un feligrés. Me resulta incluso fácil sentir simpatía por la humanidad de Charlie Kirk, quien, a despecho de todo lo demás que era, era un ser humano al que ahora se le ha robado la oportunidad de aprender, crecer y arrepentirse. Pero esos compromisos —con la vida humana, con la no violencia, con la fe en la posibilidad de la redención y la reconciliación— no tienen por qué llevarnos a mentirnos a nosotros mismos sobre Charlie Kirk. Los mismos valores que nos horrorizan por su violenta muerte son los que deberían reforzar nuestro compromiso de derrotar la política por la que luchó en vida.
The Guardian, 14 de septiembre de 2025
Je Ne Suis Pas Charlie
Peter Beinart
Tras el terrible asesinato de Charlie Kirk, me llamó la atención este tuit de Bari Weiss: “Que estuvieras o no de acuerdo con él, eso es algo que no viene al caso en absoluto. No vamos a aceptarlo. Je suis Charlie”. Se trata de una referencia al semanario Charlie Hebdo, la revista francesa en cuya redacción se produjeron hace diez años horrendos asesinatos a manos de personas supuestamente molestas por las caricaturas que el periódico había publicado del profeta Mahoma. Y Bari Weiss, por lo que yo entiendo, sugiere aquí que hay algo incorrecto si se afirma, tras el asesinato de Charlie Kirk, que algunas de sus opiniones políticas eran reprobables, y que eso de alguna manera le resta valor a tu oposición a su asesinato. A mí me parece que esto no tiene ningún sentido.
Creo que es evidente que el asesinato de Charlie Kirk fue un horror y que su asesino debería ir a la cárcel. Debería castigársele con todo el peso de la ley. Independientemente de las opiniones políticas de quien sea; no hay absolutamente ningún derecho a recurrir a la violencia. Es una tragedia para su familia y para todas las personas que lo estimaban. Es algo totalmente equivocado. Pero el hecho de que se haya cometido un error fundamental con alguien, un delito, no significa que, al referirnos al legado de esa persona, no se pueda hablar de sus opiniones políticas. Y resulta realmente reveladora de lo que de veras piensa Bari Weiss de Charlie Kirk la sugerencia de que cree que ese debate resulta ilegítimo, ¿no?, Porque imaginemos, Dios no lo quiera, que asesinaran a Rashida Tlaib o a Zohran Mamdani. Creo que resulta muy difícil imaginarse a Bari Weiss tuiteando, ya saben, «Je Suis Rashida, Je Suis Zohran». Por supuesto que no haría nada semejante. Diría que los asesinatos estuvieron mal, pero no creería en modo alguno que fuera ilegítimo hablar del hecho de que sus opiniones políticas eran contrarias a las suyas, ¿verdad?
O, por tomar un ángulo distinto del espectro ideológico, pensemos en el asesinato, hace muchos años, de Meir Kahan, el político racista israelí al que mataron a tiros, ¿sí? Y eso estuvo mal. No tendrían que haberlo matado. Fue un crimen, claro está. Pero creo, espero, que nadie habría respondido a eso diciendo «Je Suis Meir», ¿cierto? Como si dijera: «Voy a admitir todo lo que tiene que ver con Meir Kahane simplemente porque lo mataron». Deberíamos ser capaces de decir: «Está mal que lo mataran. Su asesino debe ser procesado de acuerdo con la ley. Y además, [Kahane] mantenía opiniones racistas reprobables».
No creo que a Bari Weiss le costara entenderlo en absoluto si se tratara de alguien de cuyas opiniones políticas realmente discrepa. Y aquí se sitúa realmente la cuestión crucial. Charlie Kirk fue, entre muchas otras cosas, alguien que apoyó muy activamente los esfuerzos de Donald Trump por revocar las elecciones de 2020. Organizó incluso el envío de autobuses repletos de gente al mitin tras el que se asaltó el Capitolio en un intento de darle la vuelta a unas elecciones democráticas. Por tanto, Charlie Kirk era fundamentalmente un opositor de la democracia liberal en los Estados Unidos. Cuando se intenta revertir unas elecciones libres en los Estados Unidos, se está declarando la guerra a la democracia norteamericana.
Una vez más, por repetirlo una y otra vez, por supuesto, eso no significa en absoluto que tendría que haber sido asesinado. Por supuesto que no. La persona que lo mató debe ser castigada. Pero la cuestión es que lo que Bari Weiss realmente quiere decir cuando dice «Je suis Charlie» es que no cree que eso sea realmente importante. No cree que haya nada en las creencias de Charlie Kirk que realmente le moleste.
Y esto refleja, me parece, un cambio realmente escalofriante y fundamental. Hubo un tiempo en el que Bari Weiss y muchas otras personas como ella, situadas en el centro del espectro político, gentes que provenían de lo que se podría llamar el centro-derecha, y que, en mi opinión, nunca fueron conservadoras del género de Trump, reconocían que Donald Trump y quienes lo apoyaban eran fundamentalmente sus antagonistas ideológicos, independientemente de aquello en lo que pudieran coincidir, pues porque suponían una amenaza a la democracia liberal en los Estados Unidos. Y lo que ahora tenemos es que Bari Weiss, y no es la única, pero sí una de las más significativas de estas personas de hace unos años, afirma haber superado ese síndrome de enajenación de Trump, ¿Por qué? Porque afirmó que durante su primer mandato le impresionaron sus medidas políticas en Oriente Medio y creía que la economía iba bien. Así que ahora ya no va a referirse al síndrome de enajenación de Trump.
Pero me parece que lo verdaderamente descabellado es contemplar lo que está haciendo ahora Donald Trump y estar menos preocupado que en su primer mandato, pues no hace más que intensificarse su ataque a la estructura básica de la democracia liberal en los Estados Unidos. Y Charlie Kirk formaba parte de eso. Decir «Je Suis Charlie» supone esencialmente afirmar que no crees que eso sea realmente importante. No es lo suficientemente importante como para estar dispuesto a hablar de ello al valorar el legado de Charlie Kirk.
Creo que esto forma realmente parte de lo que resulta tan fundamentalmente aterrador de este momento: tenemos a mucha gente en puestos de autoridad real que en algún momento estuvieron dispuestos a decir que, aunque pudieran estar de acuerdo con Donald Trump en ciertas cosas, aunque pudieran tener ideas de derecha en ciertas cosas, lo consideraban fundamentalmente ilegítimo porque, en esencia, no respetaba las reglas del sistema democrático norteamericano, como se demostró el 20 de enero de 2021 y se ha visto de muchas otras maneras desde entonces. Incluso a día de hoy, sigue afirmando que, básicamente, los votos por correo no son legítimos, que están amañados, y está sentando las bases para no respetar los resultados de las elecciones de mitad de mandato de 2026.
Hay personas como Bari Weiss que afirman, en esencia, que eso ya no les importa a la hora de emitir juicios políticos. Por eso pueden decir, desde un punto de vista ideológico, que no hay nada muy preocupante en Charlie Kirk como para que merezca la pena hablar de ello. Si no crees que valga la pena hablar del apoyo de Charlie Kirk al intento de derrocar unas elecciones democráticas, lo que realmente estás diciendo es que no crees que la defensa de la democracia liberal en Estados Unidos sea importante. Y me temo que mucha gente poderosa ha adoptado esa postura desde que Donald Trump ha salido reforzado tras su victoria electoral el otoño pasado. Y eso es lo que me aterra, de veras, en lo que toca al futuro de la democracia liberal en el país.
The Beinart Notebook, 15 de septiembre de 2025
Los republicanos aprovechan la muerte de Charlie Kirk para declarar la guerra a la libertad de expresión
Ryan Coooper
Charlie Kirk ha muerto, trágica y horriblemente asesinado a tiros delante de cientos de estudiantes, y el movimiento conservador ha olido la oportunidad en la sangre. Al igual que el TikToker presente en el asesinato, cuya reacción inmediata fue sacar rápidamente su teléfono y empezar a grabar un vídeo corto de mala calidad —y que, al parecer, robó algunos artículos de la mesa en la que Kirk había estado sentado—, no siquiera se había enfriado el cadáver de Kirk cuando la derecha empezaba ya a buscar frenéticamente la forma más cínica posible de explotar y monetizar su muerte.
Influyentes de derecha han producido miles de publicaciones y vídeos exigiendo que se publique información personal y se despida a cualquiera que hable mal de Kirk. Docenas de personas de todos los ámbitos, entre ellos empleados de aerolíneas, médicos, y profesores universitarios, han sido despedidos por supuesta falta de respeto al santo Kirk, bendito sea su nombre. Entre ello se cuenta repetir sencillamente algunas de las cosas que afirmaba, en contexto, lo que al parecer le costó a Karen Attiah su puesto en The Washington Post.
Mientras tanto, el régimen de Trump anda tramando una persecución estatal. El vicepresidente Vance se hizo cargo del programa en directo de Kirk durante dos horas, en las que afirmó: «Si ves a alguien que celebra el asesinato de Charlie, denúncialo y, qué diablos, avisa a su patrono». Vance también utilizó un artículo de The Nation para lanzar un ataque indirecto contra grupos filantrópicos como Open Society y la Fundación Ford, en un intento de cortarles los fondos a las organizaciones progresistas. El gran visir de Trump, Stephen Miller, que se sumó a Vance en el programa, fue más amenazador. «A Dios pongo por testigo que vamos a utilizar todos los recursos de que disponemos en el Departamento de Justicia, en Seguridad Nacional y en todo el Gobierno para identificar, desarticular, desmantelar y destruir estas redes y hacer que los Estados Unidos vuelvan a ser un lugar seguro para el pueblo norteamericano», afirmó. «Esto va a suceder, y lo haremos en nombre de Charlie».
La fiscal general Pam Bondi añadió sus propias amenazas. «Existe la libertad de expresión y luego existe el discurso de odio, y no hay lugar, especialmente hoy, especialmente después de lo que le pasó a Charlie, en nuestra sociedad», afirmó en una entrevista. «Te perseguiremos sin duda alguna, te daremos caza si te dedicas a dirigir discursos de odio contra alguien» (posteriormente intentó retractarse de forma poco convincente, alegando que sólo se refería a amenazas de muerte específicas).
En resumen, se trata de un ataque frontal a los derechos de libertad de expresión en este país.
Perseguir legalmente a los ciudadanos por haberse mostrado insensibles o groseras con una persona fallecida supone una violación flagrante de la interpretación literal de la Primera Enmienda.
Los derechos de la Primera Enmienda norteamericana son únicos en el mundo. Tanto la Constitución como las decisiones del Tribunal Supremo han establecido que los norteamericanos tienen una libertad legal extremadamente amplia para decir o publicar prácticamente lo que quieran, salvo que inciten directamente a la violencia, la calumnia o la difamación. Y, en comparación con los países europeos, las demandas por calumnia y difamación son muy difíciles de ganar, especialmente en contra de figuras públicas.
La libertad de expresión incluye en buena medida el derecho a criticar a alguien que ha fallecido, como cuando murió Jimmy Carter y Ben Shapiro afirmó que había sido «el peor expresidente del mundo, un expresidente terriblemente malo que hizo cosas bastante malignas con su expresidencia... era un ser humano vengativo y no especialmente agradable», o incluso celebrar su muerte. Rush Limbaugh solía leer alegremente en voz alta los nombres de las personas que habían fallecido de SIDA en su programa de radio, con la canción de Dionne Warwick I'll Never Love This Way Again de fondo.
Ese tipo de libertades personales no suelen tener aplicación en los lugares de trabajo privados; por regla general, los norteamericanos tienen muy pocos derechos laborales (aunque algunas víctimas, como Attiah, podrían plantear demandas por motivos de derechos civiles). Los empleados del gobierno están más protegidos.
Pero los derechos de libertad de expresión se aplican totalmente a la Gran Purga propuesta por Bondi y Miller. Perseguir legalmente a los ciudadanos por haber sido insensibles o groseras con respecto a una persona fallecida es una violación flagrante de la interpretación literal de la Primera Enmienda, así como de una docena de decisiones del Tribunal Supremo. Tal como sostuvo el Tribunal en el caso del Police Dept. of City of Chicago versus Mosley, «Con el fin de permitir el desarrollo continuo de nuestra política y nuestra cultura, y para garantizar la realización personal de cada individuo, se garantiza a nuestro pueblo el derecho a expresar cualquier pensamiento, libre de la censura del gobierno. La esencia de esta censura prohibida reside en el control del contenido».
Por cierto, este frenesí de cancelación de la derecha supone también un insulto sin ironía al legado real de Kirk. No era la figura santa y compasiva que retrataban Vance y Bondi. Era un demagogo ruidoso y desagradable que se gloriaba de ser deliberadamente ofensivo e insultante. Por citar algunos ejemplos de entre cientos —el archivo de Kirk recogido por Media Matters ocupa 58 páginas, y sólo se remonta a principios de 2020—, organizó una campaña de propaganda a gran escala contra Martin Luther King Jr. y la Ley de Derechos Civiles; declaró que los niños deberían ver las ejecuciones televisadas; pidió repetidas veces la ocupación militar de las ciudades norteamericanas; comentó que la fiscal general de Nueva York, Tish James, forma parte de un grupo de “salvajes” que “deben ir a la cárcel”; que el Islam “reiría el último” el 11-S si Zohran Mamdani es elegido alcalde de Nueva York; que “el Islam no es compatible con la civilización occidental”, y que “algún increíble patriota” debería pagar la fianza del hombre que le partió con un martillo el cráneo a Paul Pelosi [marido de Nancy Pelosi].
Igualmente, después de que George Floyd fuera asesinado por la policía en Minneapolis, Kirk pronunció un discurso en el que lo calificó de «escoria» y repitió la mentira de que Floyd había muerto realmente por una sobredosis de fentanilo. Kirk vivió como murió, provocando literalmente hasta su último aliento, abatido mientras defendía con un argumento hipertendencioso que las personas trans son las culpables, desmesuradamente, de los tiroteos masivos. Por citar al propio Kirk: ”Debería permitirse que se digan cosas indignantes”.
Un debate franco sobre las propias palabras de Kirk no justifica su asesinato en modo alguno. Y él tenía todo el derecho a hacer sus biliosos comentarios. Pero los conservadores están llevando a cabo un proyecto para definir la libertad de expresión únicamente como aquello en lo que se coincide con ellos. Tenían un plan para desfinanciar a sus oponentes y dejarles sin poder, y la muerte de Kirk está sirviendo para llevar a la práctica ese plan preestablecido. Charlie Kirk y lo que le sucedió es irrelevante para este proyecto, salvo como símbolo. Los influyentes conservadores quemarían su cuerpo en un contenedor de basura si con ello pudieran conseguir un vídeo viral más o deportar a otro inmigrante.
Ante este ataque a nuestros derechos e instituciones, es fundamental recordar que no solo la gran mayoría de los casos de violencia política desde el 11-S han sido perpetrados por extremistas de derechas, sino que Donald Trump y el Partido Republicano planificaron y llevaron a cabo el caso más extremo de violencia política desde la Guerra Civil, a saber, el asalto del Capitolio durante el intento de golpe de Estado del 6 de enero. Charlie Kirk participó directamente en esa conspiración contra la república norteamericana. Se trata de un movimiento de personas que te despojarán de tus derechos mientras gritan histéricamente que están siendo objeto de opresión.
The American Prospect, 17 de septiembre de 2024
Lo que William Buckley y Charlie Kirk tenían en común
Harold Meyerson
William Buckley, tal como nos ha contado el venerable George Will en una columna del Washington Post la semana pasada, “habría reconocido a ese joven de 31 años [Charlie] Kirk como un alma gemela”. Tras el horrible asesinato de Kirk, Will señaló que Buckley, “al igual que Kirk, tenía talento para hacer que la política fuera una diversión”.
Sin embargo, al trabajar dentro de la jaula de hierro de la columna de opinión del Post, limitada a 750 palabras, Will carecía del espacio necesario para documentar muchas de las innumerables similitudes entre Buckley (en particular el joven Buckley, a quien Will dedicó la mayor parte de su atención) y Kirk. Permítanme, pues, añadir algunos detalles a las elogiosas generalidades de Will.
Entre las creencias profundamente arraigadas que compartían Kirk y el joven Buckley se encontraba una firme oposición a que el Gobierno federal derogara las leyes sureñas que imponían la segregación racial. En 1957, año en que Buckley tenía la misma edad que Kirk cuando fue cruelmente asesinado, escribió un editorial en su revista, National Review, titulado «Por qué debe prevalecer el Sur». A raíz del boicot a los autobuses de Montgomery de 1956, en el que los negros consiguieron el derecho a sentarse donde quisieran en los autobuses públicos, en lugar de en las últimas filas, y en un momento en el que el líder de ese boicot, Martin Luther King Jr., había pedido una legislación que permitiera a los negros obtener el derecho al voto en los estados del sur, Buckley escribió:
“La pregunta central que surge —y no es una pregunta parlamentaria ni una pregunta a la que se responda consultando sencillamente un catálogo de los derechos de los ciudadanos norteamericanos, nacidos iguales— es si la comunidad blanca del Sur tiene derecho a tomar las medidas necesarias para prevalecer, política y culturalmente, en zonas en las que no predomina numéricamente. La respuesta, que da que pensar, es sí: la comunidad blanca tiene ese derecho porque, por el momento, es la raza avanzada... La cuestión, en lo que respecta a la comunidad blanca, es si las reivindicaciones de la civilización prevalecen sobre las del sufragio universal”.
De acuerdo con Buckley, “las exigencias de la civilización”, personificadas colectivamente por el Sur blanco, prevalecían efectivamente sobre las del acceso universal al voto. Por estas razones, Buckley se opondría tanto a la Ley de Derechos Civiles de 1964, que exigía el fin de la discriminación racial en las instituciones públicas y el empleo, como a la Ley de Derecho al Voto de 1965, que exigía el fin de la prohibición efectiva del voto de los negros en los estados del Sur.
Buckley reiteró estas opiniones en numerosas ocasiones a lo largo de los años siguientes. En 1961, por ejemplo, respondió a una pregunta planteada en un simposio de la Saturday Review titulado «Desegregación: ¿va a funcionar?», con un «NO» en mayúsculas, y continuó menospreciando el llamamiento de Martin Luther King a poner fin a las leyes discriinatorias del Jim Crow calificándolo de «más sensible, y por lo tanto más amargado, que el negro sureño medio, y por lo tanto no apto para ser barómetro del descontento de los negros sureños». Sin embargo, con el paso del tiempo, Buckley acabó reconciliándose con la desegregación.
Durante los últimos dos años, Kirk comenzó a parecerse notablemente al Buckley de los años 50 y 60. En un discurso pronunciado en diciembre de 2023 en la conferencia anual de Turning Point, la organización que Kirk fundó y dirigió, declaró: “Cometimos un gran error cuando aprobamos la Ley de Derechos Civiles en la década de 1960”, según un artículo publicado en Wired (cuyos detalles, cuando Wired le mostró el texto, Kirk confirmó). Kirk continuó calificando a Martin Luther King de «horrible. No es una buena persona».
La Ley de Derechos Civiles de 1964, por supuesto, prohibió la discriminación racial en las instalaciones públicas y en la contratación; no instituyó políticas de acción afirmativa. El propio King, como dejó claro en numerosas ocasiones, en particular con su apoyo al «Presupuesto de la Libertad» de 1966, abogó por la ampliación de los derechos sociales y económicos universales, en contraposición explícita a aquellos específicos para cada raza. Teniendo en cuenta estos hechos históricos bien documentados, está claro que la condena generalizada de Kirk, hacia King en particular y hacia la igualdad de derechos en general, se extiende realmente a la ley que prohíbe la discriminación racial en instalaciones como los restaurantes.
En ese mundo mejor en el que aún podemos imaginar a Kirk cenando con su buen amigo J.D. Vance en una fría noche de invierno, podemos evocar la feliz imagen de su cena, libre de los dictados de un gobierno federal intrusivo y sus mandatos burocráticos, en un agradable restaurante sólo para blancos, y verlos a ellos desafiando con elegancia la nieve para salir al exterior y llevarles comida a la esposa y los hijos de Vance, que tiritaban de frío, todos ellos calentados, a pesar del tiempo, por el calor de la buena compañía y el diálogo civilizado.
Los críticos de izquierda podrían discutir las doctrinas reales que Buckley y Kirk defendieron con tanta elocuencia, y sus consecuencias en el mundo real. Pero eso requeriría olvidarse de la palpable joie de vivre que aportaban sus atrevidos esfuerzos, a su capacidad, como afirmaba Will, de «hacer que la política fuera una diversión».
The American Prospect, 16 de septiembre de 2025
columnista de la edición norteamericana del diario londinense The Guardian, es colaboradora de medios como N+1, The New Yorker, Bookforum o The Paris Review. En 2017 promovió la lista Shitty Media Men en la que se denunciaba a aquellos varones acosadores que trabajaban en medios de información y entretenimiento. periodista colaborador de The New York Times, The New York Review of Books, The Daily Beast, Haaretz o CNN, fue director de la revista The New Republic. Profesor de la Escuela de Periodismo Craig Newmark de la City University de Nueva York y director de la revista digital Jewish Currents, ha pasado de comentarista liberal judío a manifestarse como agudo crítico de Israel y el credo sionista. redactor jefe de la revista The American Prospect. Fue con anterioridad corresponsal nacional de The Week. Es autor de ‘How Are You Going to Pay for That?: Smart Answers to the Dumbest Question in Politics.’ [“¿Cómo vas a pagar eso?: Respuestas inteligentes a la pregunta más tonta de la política”]. veterano periodista de la revista The American Prospect, de la que ha sido director y es redactor jefe, ofició durante varios años de columnista del diario The Washington Post y fue director de L.A. Weekly. Considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta comentaristas más influyentes de Norteamérica, Meyerson ha pertenecido a los Democratic Socialists of America, de cuyo Comité Político Nacional fue vicepresidente.Fuente:The Guardian, 14 de septiembre de 2025; The Beinart Notebook, 15 de septiembre de 2025; The American Prospect, 16 y 17 de septiembre de 2024
Moira Donegan
Quizás sea lo espantosamente repentino de su muerte lo que ha hecho que tanta gente se olvide de la realidad de la vida de Charlie Kirk. Después de que el influyente derechista de 31 años fuera asesinado a tiros el miércoles [10 de septiembre] en un campus universitario de Utah, muchos comentaristas se apresuraron a condenar la violencia política, por un lado, y a rendir cálidos homenajes a la vida de Kirk, por otro. Lo primero es legítimo: que la política no quede determinada por la fuerza, ni los desacuerdos políticos se resuelvan mediante la violencia homicida, es una condición previa básica no solo de una forma de gobierno democrática, sino de cualquier sociedad funcional. Lo segundo, tal vez, pueda explicarse por el admirable impulso humano de amabilidad y reconciliación. El horror y la conmoción por el asesinato de Kirk llevaron a algunos a mostrar su generosidad y simpatía hacia el fallecido.
Quizás fueron estos nobles gestos de generosidad y simpatía los que llevaron a algunos comentaristas a elogiar la memoria de Kirk más de lo que permitiría un relato honesto de su vida. En los días posteriores a la muerte de Kirk, han aparecido varias hagiografías post mortem desconcertantemente inexactas, hasta de voces prominentes de la izquierda y el centro, que parecen desear que la tragedia de la muerte de Kirk le hubiera dado retroactivamente una vida más honorable.
La más flagrante de ellas provenía de Ezra Klein, un columnista de centroizquierda del New York Times conocido por su capacidad para canalizar e influir en la opinión de las élites. En un artículo publicado a la mañana siguiente de la muerte de Kirk, titulado «Charlie Kirk hacía política de la manera correcta», Klein hacía una serie de afirmaciones forzadas, extrañas y totalmente falsas sobre la carrera y el carácter de Kirk. Kirk, argumentaba Klein, era, en todo caso, un ejemplo de virtud cívica. «Kirk hacía política exactamente de la manera correcta», declaraba Klein. «Acudía a los campus y hablaba con cualquiera que quisiera hablar con él. Era uno de los que practicaba más eficazmente la persuasión en esta época». El argumento de Klein consistía en que la persuasión política —el debate racional de ideas entre iguales en el que es impensable la violencia y se presume la buena fe— constituye una piedra angular de la democracia liberal, la clase de cosa por la que todos deberíamos luchar, el tipo de cosa de la que tenemos aún mayor necesidad. «La política norteamericana tiene bandos», continuaba Klein. «De nada sirve fingir que no es así. Pero ambos bandos deben estar del mismo lado de un proyecto más amplio: todos, o al menos la mayoría de nosotros, intentamos mantener la viabilidad del experimento norteamericano».
Supongo que es justo, en cuanto a los méritos que ello implica, pero esa descripción de un debate razonado, honesto y de buena fe es tan inexacta con respecto a lo que Charlie Kirk llevaba a cabo en los campus universitarios —en su serie de grandes actos escenificados en los que “debatía” con estudiantes universitarios liberales sin formación ante las cámaras— que parece deliberadamente ingenua, si no directamente deshonesta. Los “debates” de Charlie Kirk eran agresivos, desiguales y provocadores, y en ellos buscaba provocar angustia a sus interlocutores, les gritaba y los menospreciaba, vomitaba una retórica de odio contra las personas queer y trans, las mujeres, las personas negras, los inmigrantes y los musulmanes, y montaba selectivamente las imágenes resultantes para crear un contenido lo más viral posible en el que sus hinchas pudieran verle humillando a los liberales y a los izquierdistas que consideraban enemigos suyos. Esto no constituía un “debate”; no se trataba de un discurso razonado y de buena fe; no era el tipo de deliberación justa en la que se basa la democracia. Era una burla de todas esas cosas.
Si el debate razonado es una condición previa para una democracia liberal, también hay otras condiciones previas. Un Estado no puede considerarse democrático si no ofrece la misma protección ante la ley, si no gozan todos sus ciudadanos de la misma dignidad en lo que toca a su gobierno ni del mismo derecho al voto, los mismos derechos de expresión y las mismas prerrogativas ante los tribunales y los funcionarios electos en sus intentos por influir en sus medidas políticas y navegar por sus leyes. La igualdad cívica, y no solo la participación civil, resulta asimismo fundamental para el experimento norteamericano. No significa excusar su asesinato ser sinceros a la hora de decir que Kirk se oponía a esa igualdad. Algunos historiadores y politólogos han argumentado que los Estados Unidos no se convirtieron en una democracia hasta la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derecho al Voto de 1965, leyes que pretendían poner fin a la segregación de jure y a la supresión racista del voto. Pero Kirk se oponía a la Ley de Derechos Civiles, calificándola de “gran error”. Respaldaba la “teoría del gran reemplazo” racista, según la cual malvados agentes (normalmente representados como judíos) buscan «reemplazar» a la población blanca de los Estados Unidos con inmigrantes, afirmando que «ya está muy avanzada en nuestra frontera sur». En su podcast, invitó a un “apologista de la esclavitud” y a un hombre que afirmaba que después de que las mujeres «consiguieran, ya sabes, el derecho al voto, ha ido todo cuesta abajo». El propio Kirk declaró una vez que las mujeres negras —mencionaba a Joy Reid, Michelle Obama, Sheila Jackson Lee y Ketanji Brown Jackson— «no tienen la capacidad intelectual necesaria para que las tomen en serio». Condenaba a los demócratas por querer supuestamente convertir a los EE.UU. un país “menos blanco” y afirmaba: «No existe separación entre Iglesia y Estado. Es una invención, es una ficción, no figura en la Constitución» (sí que figura). Y, sin embargo, Ezra Klein elogiaba las “agallas” de Kirk. Se pregunta una qué se pretende ocultar con tal eufemismo.
En el afán por canonizar a Kirk y revisar su historia, los relatos honestos sobre su vida no solo se han vuelto infrecuentes, sino también peligrosos. En los días posteriores a su muerte, periodistas, personalidades de los medios de comunicación y otras personas que no habían elogiado lo suficiente a Kirk en público han perdido su puesto de trabajo por decir la verdad sobre su vida. Matthew Dowd, consultor político republicano, fue despedido de MSNBC tras afirmar que Kirk había pronunciado “palabras de odio”. En Phoenix, a un periodista deportivo lo despidieron por criticar los relatos eufemísticos sobre las convicciones de Kirk. «Las “diferencias políticas” no son lo mismo que vomitar una retórica de odio a diario», escribió en un mensaje en las redes sociales. Muchos de los que elogian a Kirk quieren presentarlo como un defensor de la libertad de expresión, como un hombre que promovía la investigación honesta, la expresión sin inhibiciones y el intercambio abierto de ideas. Se trata de una imagen ridículamente inexacta de la labor de este hombre; en estos castigos contra quienes se oponen a él es donde podemos apreciar un reflejo más fiel de los valores de Kirk.
A mí no me resulta difícil condenar la violencia política. Para mí, decir que Kirk no debería haber sido asesinado resulta lo más fácil del mundo. Nadie debería ser asesinado, ya sea un influyente de la derecha, un escolar, un comprador de comestibles o un feligrés. Me resulta incluso fácil sentir simpatía por la humanidad de Charlie Kirk, quien, a despecho de todo lo demás que era, era un ser humano al que ahora se le ha robado la oportunidad de aprender, crecer y arrepentirse. Pero esos compromisos —con la vida humana, con la no violencia, con la fe en la posibilidad de la redención y la reconciliación— no tienen por qué llevarnos a mentirnos a nosotros mismos sobre Charlie Kirk. Los mismos valores que nos horrorizan por su violenta muerte son los que deberían reforzar nuestro compromiso de derrotar la política por la que luchó en vida.
The Guardian, 14 de septiembre de 2025
Je Ne Suis Pas Charlie
Peter Beinart
Tras el terrible asesinato de Charlie Kirk, me llamó la atención este tuit de Bari Weiss: “Que estuvieras o no de acuerdo con él, eso es algo que no viene al caso en absoluto. No vamos a aceptarlo. Je suis Charlie”. Se trata de una referencia al semanario Charlie Hebdo, la revista francesa en cuya redacción se produjeron hace diez años horrendos asesinatos a manos de personas supuestamente molestas por las caricaturas que el periódico había publicado del profeta Mahoma. Y Bari Weiss, por lo que yo entiendo, sugiere aquí que hay algo incorrecto si se afirma, tras el asesinato de Charlie Kirk, que algunas de sus opiniones políticas eran reprobables, y que eso de alguna manera le resta valor a tu oposición a su asesinato. A mí me parece que esto no tiene ningún sentido.
Creo que es evidente que el asesinato de Charlie Kirk fue un horror y que su asesino debería ir a la cárcel. Debería castigársele con todo el peso de la ley. Independientemente de las opiniones políticas de quien sea; no hay absolutamente ningún derecho a recurrir a la violencia. Es una tragedia para su familia y para todas las personas que lo estimaban. Es algo totalmente equivocado. Pero el hecho de que se haya cometido un error fundamental con alguien, un delito, no significa que, al referirnos al legado de esa persona, no se pueda hablar de sus opiniones políticas. Y resulta realmente reveladora de lo que de veras piensa Bari Weiss de Charlie Kirk la sugerencia de que cree que ese debate resulta ilegítimo, ¿no?, Porque imaginemos, Dios no lo quiera, que asesinaran a Rashida Tlaib o a Zohran Mamdani. Creo que resulta muy difícil imaginarse a Bari Weiss tuiteando, ya saben, «Je Suis Rashida, Je Suis Zohran». Por supuesto que no haría nada semejante. Diría que los asesinatos estuvieron mal, pero no creería en modo alguno que fuera ilegítimo hablar del hecho de que sus opiniones políticas eran contrarias a las suyas, ¿verdad?
O, por tomar un ángulo distinto del espectro ideológico, pensemos en el asesinato, hace muchos años, de Meir Kahan, el político racista israelí al que mataron a tiros, ¿sí? Y eso estuvo mal. No tendrían que haberlo matado. Fue un crimen, claro está. Pero creo, espero, que nadie habría respondido a eso diciendo «Je Suis Meir», ¿cierto? Como si dijera: «Voy a admitir todo lo que tiene que ver con Meir Kahane simplemente porque lo mataron». Deberíamos ser capaces de decir: «Está mal que lo mataran. Su asesino debe ser procesado de acuerdo con la ley. Y además, [Kahane] mantenía opiniones racistas reprobables».
No creo que a Bari Weiss le costara entenderlo en absoluto si se tratara de alguien de cuyas opiniones políticas realmente discrepa. Y aquí se sitúa realmente la cuestión crucial. Charlie Kirk fue, entre muchas otras cosas, alguien que apoyó muy activamente los esfuerzos de Donald Trump por revocar las elecciones de 2020. Organizó incluso el envío de autobuses repletos de gente al mitin tras el que se asaltó el Capitolio en un intento de darle la vuelta a unas elecciones democráticas. Por tanto, Charlie Kirk era fundamentalmente un opositor de la democracia liberal en los Estados Unidos. Cuando se intenta revertir unas elecciones libres en los Estados Unidos, se está declarando la guerra a la democracia norteamericana.
Una vez más, por repetirlo una y otra vez, por supuesto, eso no significa en absoluto que tendría que haber sido asesinado. Por supuesto que no. La persona que lo mató debe ser castigada. Pero la cuestión es que lo que Bari Weiss realmente quiere decir cuando dice «Je suis Charlie» es que no cree que eso sea realmente importante. No cree que haya nada en las creencias de Charlie Kirk que realmente le moleste.
Y esto refleja, me parece, un cambio realmente escalofriante y fundamental. Hubo un tiempo en el que Bari Weiss y muchas otras personas como ella, situadas en el centro del espectro político, gentes que provenían de lo que se podría llamar el centro-derecha, y que, en mi opinión, nunca fueron conservadoras del género de Trump, reconocían que Donald Trump y quienes lo apoyaban eran fundamentalmente sus antagonistas ideológicos, independientemente de aquello en lo que pudieran coincidir, pues porque suponían una amenaza a la democracia liberal en los Estados Unidos. Y lo que ahora tenemos es que Bari Weiss, y no es la única, pero sí una de las más significativas de estas personas de hace unos años, afirma haber superado ese síndrome de enajenación de Trump, ¿Por qué? Porque afirmó que durante su primer mandato le impresionaron sus medidas políticas en Oriente Medio y creía que la economía iba bien. Así que ahora ya no va a referirse al síndrome de enajenación de Trump.
Pero me parece que lo verdaderamente descabellado es contemplar lo que está haciendo ahora Donald Trump y estar menos preocupado que en su primer mandato, pues no hace más que intensificarse su ataque a la estructura básica de la democracia liberal en los Estados Unidos. Y Charlie Kirk formaba parte de eso. Decir «Je Suis Charlie» supone esencialmente afirmar que no crees que eso sea realmente importante. No es lo suficientemente importante como para estar dispuesto a hablar de ello al valorar el legado de Charlie Kirk.
Creo que esto forma realmente parte de lo que resulta tan fundamentalmente aterrador de este momento: tenemos a mucha gente en puestos de autoridad real que en algún momento estuvieron dispuestos a decir que, aunque pudieran estar de acuerdo con Donald Trump en ciertas cosas, aunque pudieran tener ideas de derecha en ciertas cosas, lo consideraban fundamentalmente ilegítimo porque, en esencia, no respetaba las reglas del sistema democrático norteamericano, como se demostró el 20 de enero de 2021 y se ha visto de muchas otras maneras desde entonces. Incluso a día de hoy, sigue afirmando que, básicamente, los votos por correo no son legítimos, que están amañados, y está sentando las bases para no respetar los resultados de las elecciones de mitad de mandato de 2026.
Hay personas como Bari Weiss que afirman, en esencia, que eso ya no les importa a la hora de emitir juicios políticos. Por eso pueden decir, desde un punto de vista ideológico, que no hay nada muy preocupante en Charlie Kirk como para que merezca la pena hablar de ello. Si no crees que valga la pena hablar del apoyo de Charlie Kirk al intento de derrocar unas elecciones democráticas, lo que realmente estás diciendo es que no crees que la defensa de la democracia liberal en Estados Unidos sea importante. Y me temo que mucha gente poderosa ha adoptado esa postura desde que Donald Trump ha salido reforzado tras su victoria electoral el otoño pasado. Y eso es lo que me aterra, de veras, en lo que toca al futuro de la democracia liberal en el país.
The Beinart Notebook, 15 de septiembre de 2025
Los republicanos aprovechan la muerte de Charlie Kirk para declarar la guerra a la libertad de expresión
Ryan Coooper
Charlie Kirk ha muerto, trágica y horriblemente asesinado a tiros delante de cientos de estudiantes, y el movimiento conservador ha olido la oportunidad en la sangre. Al igual que el TikToker presente en el asesinato, cuya reacción inmediata fue sacar rápidamente su teléfono y empezar a grabar un vídeo corto de mala calidad —y que, al parecer, robó algunos artículos de la mesa en la que Kirk había estado sentado—, no siquiera se había enfriado el cadáver de Kirk cuando la derecha empezaba ya a buscar frenéticamente la forma más cínica posible de explotar y monetizar su muerte.
Influyentes de derecha han producido miles de publicaciones y vídeos exigiendo que se publique información personal y se despida a cualquiera que hable mal de Kirk. Docenas de personas de todos los ámbitos, entre ellos empleados de aerolíneas, médicos, y profesores universitarios, han sido despedidos por supuesta falta de respeto al santo Kirk, bendito sea su nombre. Entre ello se cuenta repetir sencillamente algunas de las cosas que afirmaba, en contexto, lo que al parecer le costó a Karen Attiah su puesto en The Washington Post.
Mientras tanto, el régimen de Trump anda tramando una persecución estatal. El vicepresidente Vance se hizo cargo del programa en directo de Kirk durante dos horas, en las que afirmó: «Si ves a alguien que celebra el asesinato de Charlie, denúncialo y, qué diablos, avisa a su patrono». Vance también utilizó un artículo de The Nation para lanzar un ataque indirecto contra grupos filantrópicos como Open Society y la Fundación Ford, en un intento de cortarles los fondos a las organizaciones progresistas. El gran visir de Trump, Stephen Miller, que se sumó a Vance en el programa, fue más amenazador. «A Dios pongo por testigo que vamos a utilizar todos los recursos de que disponemos en el Departamento de Justicia, en Seguridad Nacional y en todo el Gobierno para identificar, desarticular, desmantelar y destruir estas redes y hacer que los Estados Unidos vuelvan a ser un lugar seguro para el pueblo norteamericano», afirmó. «Esto va a suceder, y lo haremos en nombre de Charlie».
La fiscal general Pam Bondi añadió sus propias amenazas. «Existe la libertad de expresión y luego existe el discurso de odio, y no hay lugar, especialmente hoy, especialmente después de lo que le pasó a Charlie, en nuestra sociedad», afirmó en una entrevista. «Te perseguiremos sin duda alguna, te daremos caza si te dedicas a dirigir discursos de odio contra alguien» (posteriormente intentó retractarse de forma poco convincente, alegando que sólo se refería a amenazas de muerte específicas).
En resumen, se trata de un ataque frontal a los derechos de libertad de expresión en este país.
Perseguir legalmente a los ciudadanos por haberse mostrado insensibles o groseras con una persona fallecida supone una violación flagrante de la interpretación literal de la Primera Enmienda.
Los derechos de la Primera Enmienda norteamericana son únicos en el mundo. Tanto la Constitución como las decisiones del Tribunal Supremo han establecido que los norteamericanos tienen una libertad legal extremadamente amplia para decir o publicar prácticamente lo que quieran, salvo que inciten directamente a la violencia, la calumnia o la difamación. Y, en comparación con los países europeos, las demandas por calumnia y difamación son muy difíciles de ganar, especialmente en contra de figuras públicas.
La libertad de expresión incluye en buena medida el derecho a criticar a alguien que ha fallecido, como cuando murió Jimmy Carter y Ben Shapiro afirmó que había sido «el peor expresidente del mundo, un expresidente terriblemente malo que hizo cosas bastante malignas con su expresidencia... era un ser humano vengativo y no especialmente agradable», o incluso celebrar su muerte. Rush Limbaugh solía leer alegremente en voz alta los nombres de las personas que habían fallecido de SIDA en su programa de radio, con la canción de Dionne Warwick I'll Never Love This Way Again de fondo.
Ese tipo de libertades personales no suelen tener aplicación en los lugares de trabajo privados; por regla general, los norteamericanos tienen muy pocos derechos laborales (aunque algunas víctimas, como Attiah, podrían plantear demandas por motivos de derechos civiles). Los empleados del gobierno están más protegidos.
Pero los derechos de libertad de expresión se aplican totalmente a la Gran Purga propuesta por Bondi y Miller. Perseguir legalmente a los ciudadanos por haber sido insensibles o groseras con respecto a una persona fallecida es una violación flagrante de la interpretación literal de la Primera Enmienda, así como de una docena de decisiones del Tribunal Supremo. Tal como sostuvo el Tribunal en el caso del Police Dept. of City of Chicago versus Mosley, «Con el fin de permitir el desarrollo continuo de nuestra política y nuestra cultura, y para garantizar la realización personal de cada individuo, se garantiza a nuestro pueblo el derecho a expresar cualquier pensamiento, libre de la censura del gobierno. La esencia de esta censura prohibida reside en el control del contenido».
Por cierto, este frenesí de cancelación de la derecha supone también un insulto sin ironía al legado real de Kirk. No era la figura santa y compasiva que retrataban Vance y Bondi. Era un demagogo ruidoso y desagradable que se gloriaba de ser deliberadamente ofensivo e insultante. Por citar algunos ejemplos de entre cientos —el archivo de Kirk recogido por Media Matters ocupa 58 páginas, y sólo se remonta a principios de 2020—, organizó una campaña de propaganda a gran escala contra Martin Luther King Jr. y la Ley de Derechos Civiles; declaró que los niños deberían ver las ejecuciones televisadas; pidió repetidas veces la ocupación militar de las ciudades norteamericanas; comentó que la fiscal general de Nueva York, Tish James, forma parte de un grupo de “salvajes” que “deben ir a la cárcel”; que el Islam “reiría el último” el 11-S si Zohran Mamdani es elegido alcalde de Nueva York; que “el Islam no es compatible con la civilización occidental”, y que “algún increíble patriota” debería pagar la fianza del hombre que le partió con un martillo el cráneo a Paul Pelosi [marido de Nancy Pelosi].
Igualmente, después de que George Floyd fuera asesinado por la policía en Minneapolis, Kirk pronunció un discurso en el que lo calificó de «escoria» y repitió la mentira de que Floyd había muerto realmente por una sobredosis de fentanilo. Kirk vivió como murió, provocando literalmente hasta su último aliento, abatido mientras defendía con un argumento hipertendencioso que las personas trans son las culpables, desmesuradamente, de los tiroteos masivos. Por citar al propio Kirk: ”Debería permitirse que se digan cosas indignantes”.
Un debate franco sobre las propias palabras de Kirk no justifica su asesinato en modo alguno. Y él tenía todo el derecho a hacer sus biliosos comentarios. Pero los conservadores están llevando a cabo un proyecto para definir la libertad de expresión únicamente como aquello en lo que se coincide con ellos. Tenían un plan para desfinanciar a sus oponentes y dejarles sin poder, y la muerte de Kirk está sirviendo para llevar a la práctica ese plan preestablecido. Charlie Kirk y lo que le sucedió es irrelevante para este proyecto, salvo como símbolo. Los influyentes conservadores quemarían su cuerpo en un contenedor de basura si con ello pudieran conseguir un vídeo viral más o deportar a otro inmigrante.
Ante este ataque a nuestros derechos e instituciones, es fundamental recordar que no solo la gran mayoría de los casos de violencia política desde el 11-S han sido perpetrados por extremistas de derechas, sino que Donald Trump y el Partido Republicano planificaron y llevaron a cabo el caso más extremo de violencia política desde la Guerra Civil, a saber, el asalto del Capitolio durante el intento de golpe de Estado del 6 de enero. Charlie Kirk participó directamente en esa conspiración contra la república norteamericana. Se trata de un movimiento de personas que te despojarán de tus derechos mientras gritan histéricamente que están siendo objeto de opresión.
The American Prospect, 17 de septiembre de 2024
Lo que William Buckley y Charlie Kirk tenían en común
Harold Meyerson
William Buckley, tal como nos ha contado el venerable George Will en una columna del Washington Post la semana pasada, “habría reconocido a ese joven de 31 años [Charlie] Kirk como un alma gemela”. Tras el horrible asesinato de Kirk, Will señaló que Buckley, “al igual que Kirk, tenía talento para hacer que la política fuera una diversión”.
Sin embargo, al trabajar dentro de la jaula de hierro de la columna de opinión del Post, limitada a 750 palabras, Will carecía del espacio necesario para documentar muchas de las innumerables similitudes entre Buckley (en particular el joven Buckley, a quien Will dedicó la mayor parte de su atención) y Kirk. Permítanme, pues, añadir algunos detalles a las elogiosas generalidades de Will.
Entre las creencias profundamente arraigadas que compartían Kirk y el joven Buckley se encontraba una firme oposición a que el Gobierno federal derogara las leyes sureñas que imponían la segregación racial. En 1957, año en que Buckley tenía la misma edad que Kirk cuando fue cruelmente asesinado, escribió un editorial en su revista, National Review, titulado «Por qué debe prevalecer el Sur». A raíz del boicot a los autobuses de Montgomery de 1956, en el que los negros consiguieron el derecho a sentarse donde quisieran en los autobuses públicos, en lugar de en las últimas filas, y en un momento en el que el líder de ese boicot, Martin Luther King Jr., había pedido una legislación que permitiera a los negros obtener el derecho al voto en los estados del sur, Buckley escribió:
“La pregunta central que surge —y no es una pregunta parlamentaria ni una pregunta a la que se responda consultando sencillamente un catálogo de los derechos de los ciudadanos norteamericanos, nacidos iguales— es si la comunidad blanca del Sur tiene derecho a tomar las medidas necesarias para prevalecer, política y culturalmente, en zonas en las que no predomina numéricamente. La respuesta, que da que pensar, es sí: la comunidad blanca tiene ese derecho porque, por el momento, es la raza avanzada... La cuestión, en lo que respecta a la comunidad blanca, es si las reivindicaciones de la civilización prevalecen sobre las del sufragio universal”.
De acuerdo con Buckley, “las exigencias de la civilización”, personificadas colectivamente por el Sur blanco, prevalecían efectivamente sobre las del acceso universal al voto. Por estas razones, Buckley se opondría tanto a la Ley de Derechos Civiles de 1964, que exigía el fin de la discriminación racial en las instituciones públicas y el empleo, como a la Ley de Derecho al Voto de 1965, que exigía el fin de la prohibición efectiva del voto de los negros en los estados del Sur.
Buckley reiteró estas opiniones en numerosas ocasiones a lo largo de los años siguientes. En 1961, por ejemplo, respondió a una pregunta planteada en un simposio de la Saturday Review titulado «Desegregación: ¿va a funcionar?», con un «NO» en mayúsculas, y continuó menospreciando el llamamiento de Martin Luther King a poner fin a las leyes discriinatorias del Jim Crow calificándolo de «más sensible, y por lo tanto más amargado, que el negro sureño medio, y por lo tanto no apto para ser barómetro del descontento de los negros sureños». Sin embargo, con el paso del tiempo, Buckley acabó reconciliándose con la desegregación.
Durante los últimos dos años, Kirk comenzó a parecerse notablemente al Buckley de los años 50 y 60. En un discurso pronunciado en diciembre de 2023 en la conferencia anual de Turning Point, la organización que Kirk fundó y dirigió, declaró: “Cometimos un gran error cuando aprobamos la Ley de Derechos Civiles en la década de 1960”, según un artículo publicado en Wired (cuyos detalles, cuando Wired le mostró el texto, Kirk confirmó). Kirk continuó calificando a Martin Luther King de «horrible. No es una buena persona».
La Ley de Derechos Civiles de 1964, por supuesto, prohibió la discriminación racial en las instalaciones públicas y en la contratación; no instituyó políticas de acción afirmativa. El propio King, como dejó claro en numerosas ocasiones, en particular con su apoyo al «Presupuesto de la Libertad» de 1966, abogó por la ampliación de los derechos sociales y económicos universales, en contraposición explícita a aquellos específicos para cada raza. Teniendo en cuenta estos hechos históricos bien documentados, está claro que la condena generalizada de Kirk, hacia King en particular y hacia la igualdad de derechos en general, se extiende realmente a la ley que prohíbe la discriminación racial en instalaciones como los restaurantes.
En ese mundo mejor en el que aún podemos imaginar a Kirk cenando con su buen amigo J.D. Vance en una fría noche de invierno, podemos evocar la feliz imagen de su cena, libre de los dictados de un gobierno federal intrusivo y sus mandatos burocráticos, en un agradable restaurante sólo para blancos, y verlos a ellos desafiando con elegancia la nieve para salir al exterior y llevarles comida a la esposa y los hijos de Vance, que tiritaban de frío, todos ellos calentados, a pesar del tiempo, por el calor de la buena compañía y el diálogo civilizado.
Los críticos de izquierda podrían discutir las doctrinas reales que Buckley y Kirk defendieron con tanta elocuencia, y sus consecuencias en el mundo real. Pero eso requeriría olvidarse de la palpable joie de vivre que aportaban sus atrevidos esfuerzos, a su capacidad, como afirmaba Will, de «hacer que la política fuera una diversión».
The American Prospect, 16 de septiembre de 2025
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