Nos Disparan desde el Campanario…. El realismo Imaginativo. Critica al documentalismo…. Por Pablo Caldera
Fuente: FILOSOFÍA &CO
Link de origen:
https://filco.es/puede-el-documental-captar-la-realidad/
¿Puede el documental captar de verdad
la realidad?
La cuestión del realismo en las
artes, ampliamente discutida, parece estar por fin clausurada: nadie cree ya
que el arte pueda capturar «objetivamente» la realidad social. Y, sin embargo,
en los últimos años, dada la proliferación de películas documentales (o de no
ficción) que abordan la realidad desde marcos más estéticos o imaginativos, se
viene hablando, para marcar la diferencia, de un «cine de lo real».
La ficción implica engaño, invención
o algún tipo de modelaje imaginativo de la realidad. El documental no está
necesariamente reñido con esos principios (y cada vez menos), pero esto parece
chocar frontalmente con sus propios preceptos ideológicos. ¿Qué queda de él?
¿Puede captar «lo real»?
Para adentrarnos en la cuestión, un
caso de estudio interesante es el de Frederick Wiseman. Wiseman fue una
gran figura del «cine directo», una corriente nacida a final de los años 50 del
siglo pasado. Se asentaba en la confianza en la potencia de la máquina fílmica
y el carácter inofensivo de la cámara desprovista de trípode, y en la no
intervención directa del cineasta en el espacio de grabación.
El cine documental de Wiseman
La larga trayectoria de Wiseman, aún
en activo, que recoge grandes títulos de la historia del cine como Welfare (1972), Titicut
Follies (1967) o National Gallery (2012), es quizá el mayor
ejercicio de vocación de estilo realista que hoy conocemos. Dedicado casi
exclusivamente al análisis de instituciones públicas, Wiseman se gana la
confianza de los trabajadores de los espacios en los que graba para que su
presencia no enturbie el discurrir normalizado de los eventos.
Lo que a Wiseman le preocupa es el
proceder «sin manchar» la realidad en la que trabaja. Pero no se trata, ni
mucho menos, de un «realista ingenuo». Sabe que lo real es un campo que incluye
a la ficción: todo cine es «cine de lo real».
Un estudio filosófico de «ontología
dura» sobre el trabajo de Wiseman vendría a valorar con mayor precisión sus
películas en analógico que aquellas en digital, pues hay mayor traslación
de los elementos de «lo real» en la imagen fotoquímica que en la traducción
numérica digital, pero de nada serviría ese acercamiento. Resulta hasta un poco
ridículo. Pensar el cine en términos filosóficos no pasa por ese acoplamiento
de la medida de pensamiento clásica a la forma cinematográfica: esa traslación
de la filosofía al cine, que elude la relación intrínseca entre ambos, es
inútil. Lo que sirve, en este caso, es pensar críticamente la posición
antiestética y objetivista de Wiseman en relación con su trabajo sobre lo real.
Para el escritor y cineasta francés
Jean-Louis Comolli, que afirma que «el acto mismo de filmar ya es una
intervención productiva», el cine directo de Wiseman es un ejercicio de
soberbia epistémica que busca su justificación en el privilegio realista.
Lo que no está tan claro es que los partidarios del cine directo se crean su
propio cuento. Si toda percepción está mediada —Adorno insistió en esto— por una cierta posición
epistémica —que también es política—, más lo estará una percepción modificada
por la intervención, por ligera que sea, de una cámara.
Pero Wiseman no es un ingenuo y
trabaja como si el problema del realismo cinematográfico fuera un
pseudoproblema, instalando el centro de gravedad de su cine en el análisis
de las relaciones entre sujetos en el marco institucional. Su cine es más un
cine muscular, de reflejos e intuiciones, que busca la explotación de
situaciones reales que no se explican a sí mismas, pero que, encadenadas en el
montaje, articulan una imagen dinámica del funcionamiento y efectos de una
institución.
El falso documental
Pensemos en los falsos documentales. A
estos documentales se les permite «mentir» porque eso conlleva una ruptura de
las reglas implícitas del género, y ese ejercicio lúdico de motivación
transfronteriza se valora como un criterio de calidad, o al menos como un
elemento innovador. Entonces, ¿qué queda del documental? ¿Pueden los
documentales, por ejemplo, «mentir» y seguir siendo documentales?
Pensemos en el cine de Dziga Vertov,
quien, comprometido con la verdad, retuerce los objetos, modifica las
perspectivas. En cambio, en falsos documentales como Toma el dinero y
corre, Borat o Lo que hacemos en las sombras, la comicidad
de la obra reside en ser una magnífica copia del estilo documental, que no
falsea menos la realidad que el cine de Vertov. De hecho, se aproxima a ella de
forma más realista. Con los falsos documentales, el realismo se convierte, por
acumulación, en un estilo que da mayor credibilidad a la imagen y que está
marcado por formas como la entrevista, el testimonio no-frontal o la cámara en
mano. Un estilo no tanto estético, sino epistemológico que intensifica la fe en
lo visto.
Cada vez con más intensidad, el cine
contemporáneo se encarga de jugar con esta «apariencia de realismo». La
película Ainhoa. Yo no soy esa (Carolina Astudillo, 2018) es buen
ejemplo. Parte de «documentos» reales y los desactiva. Muestra cómo las
imágenes, incluso las tomas domésticas de cristalina sinceridad, lejos de ser
una prueba, son capaces de mentir, o incluso de servir de coraza de toda una
realidad sentimental. Asistimos a un documental que cuestiona sus parámetros,
desconfía de sus propios documentos.
Las fronteras de lo real y la
imaginación
En El año del descubrimiento (Luis
López Carrasco, 2020) se evidencia la tensión entre el trabajo real del
cineasta y las formas de verosimilitud que ciertas tácticas fílmicas inscriben
en el imaginario de los espectadores. Pero evidenciar jugar con las
fronteras de lo real y la imaginación también puede hacerse por motivos
políticos. Es el caso de Afrique sur Seine (1955), considerada la
película fundacional del cine africano, donde el convencionalismo documental se
destruye con vocación política.
Se presenta como un análisis de la
forma de vida de los migrantes en París en la que el racismo no aparece. Aquí
el «falso documental» no arrastra elementos cómicos que juegan con las
fronteras entre cine narrativo y documental. La «fractura» es entendida como
posibilidad de emancipación: los inmigrantes y los parisinos comparten
espacios, vivencias, sentimientos. ¿Afrique sur Seine es un documental? La
primera película «del sur» renuncia a entregarle la representación al Otro, y
lo hace construyendo un realismo imaginativo y posible, y extrañamente
antiutópico. Parece que la premisa del documental fuera captar «lo real». Al
menos eso pensarían «realistas ingenuos».
Pero esto es difícil de
sostener. Defensores del realismo en el cine como Wiseman son conscientes
de que lo real es un campo que incluye a la ficción. Los falsos documentales,
con su juego estético, han convertido al realismo en un estilo. Quizá no es
tanto si mostrar o no la realidad, sino qué realidad, aunque sea imaginativa
como Afrique sur Seine.
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