Cuando una sociedad se tira con sus peores, o bien no existen sus mejores, o bien esa sociedad es muy parecida a los primeros debido a que es incapaz de reconocer y ver a los segundos, o bien lo hace por comodidad, de modo evitar elaborar alguna alternativa que proponga superación.
Sigo pensando que la política es otra cosa, es un arte humanista multidisciplinario que apunta hacia el beneficio y progreso colectivo. Claro que desplegar un programa afín con lo antedicho conlleva riesgos enormes, nuestros líderes y los militantes populares, que luchan bajo esos paradigmas, los saben, tal vez por eso el camino más sencillo para imponerse, teniendo en cuenta la naturaleza de nuestra sociedad, es la perversión, lectura que las derechas y el establishment vienen desarrollando desde la génesis patria.
En su apología sobre las crisis Milton Friedman las observa como el elemento cardinal, como el factor y causa esencial para el cambio socio-económico, por eso habla de las crisis reales o percibidas, ergo, creadas con fines determinados, tal como ocurriera cuando asumió Cambiemos en el 2015 y en este presente libertario. Uno de los padres del neoliberalismo afirma que de ese modo y desarrollando alternativas a esas crisis se pueden profundizar estrategias políticas en donde lo imposible se transforme en inevitable, y digo para mí, por ejemplo que buena parte de la sociedad admita como posible la instalación de un modelo cuyas columnas son la exclusión, la inequidad, la concentración de la riqueza, el endeudamiento, la financiarización de la economía, el saqueo de sus bienes y riquezas, la detención de opositores y la represión ante la protesta social...
Con el correr del tiempo y más allá que los ordenamientos civilizatorios fueron progresando en cuanto a los mecanismos políticos el conflicto pervive como combustible de desarrollo social. El conflicto es a la política como ésta a su solución. Imposible pensar un desarrollo político y social nacido a partir de un repollo voluntarista, la política es una respuesta al conflicto, a las problemáticas que van apareciendo, su silueta está determinada por sus vitaminas y minerales, y en el centro de la escena está el hombre eyaculando sus urgencias y deseos.
Pero la existencia del conflicto en nada se relaciona con “peorizar” los valores humanistas de una sociedad. Los que laboran con ahínco para estigmatizar la vitalidad que propone el conflicto sostienen el solapado intento de disminuir las fortalezas que la política debe tener en su sangre proponiendo un formato edulcorado, eminentemente gestionalista. Se persigue una génesis política débil, sin anticuerpos, sin posibilidad alguna de respuesta ante la puja y la tensión extrema, una suerte de ordenamiento político en donde los grises dominen la escena, en donde no existan los blancos y negros, en donde las desigualdades sean aceptadas como una necesidad y que la política domesticada y débil conceda buenamente esa necesidad. Sólo a partir de la fortaleza del ADN que propone el conflicto la política no tendrá forma de aceptar cándidamente tal propuesta gestionalista.
El conflicto siempre se transforma en savia política creadora cuando es visualizado, cuando puede ser explicado dialécticamente, cuando no deja resquicios para ser refutado, y alcanza niveles de conciencia social que no permite ser disipado ni siquiera por el esfuerzo que hacen los medios dominantes por ocultarlo, y esto ocurrirá hasta que sea solucionado. Es aquí, en el poder real, en donde encontramos al verdadero enemigo del conflicto, ergo al encarnizado adversario de un desarrollo pleno y fuerte de la política como arte humanista. Por eso no nos debe extrañar que desde hace una buena cantidad años aparece el término consenso como sinónimo de virtuosismo político. Sofisma absoluto si observamos los consensos políticos, sociales y económicos a los cuales se arribaron durante la década de los noventa y las consecuencias que tuvieron para las mayorías populares.
Creo que son tiempos para la práctica intensiva del cinismo. La virtud de los cínicos helénicos era el desatino. Argumentar por el absurdo, sobre todo con tenor humorístico, poner las cosas en el lugar inapropiado e indisponer a su auditorio proponiendo pensar críticamente nuestras conductas colectivas motivando contradicciones y dudas no pensadas.
Los invito a repasar algunos conceptos de Ezequiel Martínez Estrada sobre el tema central del desencanto en la política: La feroz manipulación de quienes se creen dueños de todo, que solamente pretender hacer dinero con el dinero, solo se la puede combatir con mayorías lúcidas y activas. Estas dos condiciones tristemente no existen hoy… Los flancos que desvinculan de la acción política a una fracción importante de la población son múltiples. La indiferencia respecto de la política, con cierta facilidad, se convierte en desprecio por quienes se involucran en las discusiones ideológicas o sobre formas de acceso a la administración de la cosa pública. Podría asignarse ese prejuicio aquí en alta proporción a la defraudación de gobernantes del pasado que no respondieron a sus promesas, que no fueron honestos o que fueron notoriamente ineptos. Y son tantos los flancos que desvinculan de la acción política a una fracción importante, que es complejo entender las razones centrales. Además, cada uno de esos flancos abre puertas para que quienes tienen interés en que esa desvinculación se mantenga, se lancen a la manipulación de voluntades, creando infinitos escenarios falsos a los que se afirma desde el martilleo mediático. El único modo que hasta ahora se ha intentado es la exhortación moral, sea señalando las cosas que consiguieron por iniciativa de un gobierno popular o a la inversa, las cosas que perdieron o están perdiendo por haber creído en los cantos de sirena de un gobierno neoliberal. Sin embargo, no es el discurso el factor de convocatoria. Al menos no lo es como sustituto de una práctica distinta de relación de la dirigencia política con los indiferentes. La dirigencia política debe entender que eso sucede porque cada vez conocen menos qué pasa por la cabeza y el corazón de muchos compatriotas y resulta fácil y directo asignarle a la manipulación, y también a la alienación de esos sectores, los males del país.
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