Nos Disparan desde el Campanario ... La política como lucha entre pasiones. Lecciones de Torre Pacheco... por Amador Fernández-Savater


Fuente: Lobo Suelto!

Link de Origen:  https://lobosuelto.com/la-politica-como-lucha-entre-pasiones-lecciones-de-torre-pacheco-amador-fernandez-savater/

Gráfica: Obra del Profesor Jorge Proz​





Generar un acontecimiento, los fascistas buscaban esto desde hace ya tiempo. ¿Qué es un acontecimiento? Una brusca ruptura en el orden de cosas que hace emerger una novedad política.

15 de mayo de 2011 o 1 de octubre de 2017: si los acontecimientos de la década pasada estuvieron ligados al reclamo de más democracia, el de Torre Pacheco pretendía imprimir en el imaginario colectivo el vínculo entre delincuencia y migración. Entregar al malestar social por la corrupción del sistema político (“no hay pan para tanto chorizo”) un chivo expiatorio como sacrificio, el migrante causante de todos los males.

Mientras que la izquierda a la izquierda del PSOE vive instalada en el Parlamento y las redes, el BOE y los reels, incapaz del más mínimo acontecimiento de calle, la extrema derecha busca galvanizar los afectos y los territorios. Saben bien que la movilización de los cuerpos intensifica y retroalimenta la movilización en las pantallas, pudiendo provocar incluso un cambio social de temperatura capaz de sacudir el tablero de la representación política.

La extrema derecha busca galvanizar los afectos y los territorios

La extrema derecha está a la ofensiva en todo el globo y también en España. Mientras que la izquierda limita su “batalla cultural” a disputar el sentido de lo que pasa, las ultraderechas buscan provocarlo directamente en contacto con los cuerpos y los malestares. No sólo pretenden disputar el relato de los hechos, sino configurar los hechos mismos.

Perplejidades progresistas

Durante la semana de tensión en Torre Pacheco escuché a diario los noticieros progresistas de La Sexta y RTVE. Lo que estaba pasando, según los tertulianos progresistas, no debía estar pasando. Ocurría, para ellos, contra toda lógica.

“Los datos demuestran que se trata de un problema impostado: la migración ha crecido pero la delincuencia baja”, “la integración de los migrantes en España ha sido muy buena hasta ahora”, “los migrantes son necesarios para el futuro de la prosperidad nacional”, etc.

Los tertulianos de izquierda, envueltos en una superioridad moral e intelectual que impide toda escucha, venían a decir que se estaba viviendo una “alucinación colectiva”, inducida por la vía de los bulos y los “discursos emocionales”. Una excepción, ajena a la normalidad. Una irracionalidad, pasajera.

Ni hablar de racismo estructural o recordar El Ejido. Ni hablar de hasta qué punto la extrema derecha instrumentaliza los malestares bien reales que provoca nuestro sistema precarizador de la vida. La idea que subyace en la argumentación progresista es que, sustancialmente, todo va bien y hay que “hacer entrar en razón” a los que no lo comparten. Con más datos e información, por un lado. Con la ley y el orden, por el otro.

Walter Benjamin escribía, sobre la incredulidad del progresismo de su época ante el fenómeno del nazismo, que “el asombro ante el hecho de que las cosas que estamos viviendo sean ‘aún’ posibles en el siglo veinte no tiene nada de filosófico”. Las cosas siguen más o menos igual en el siglo veintiuno, a juzgar por lo que se puede escuchar en la tertulia de Xabier Fortes.

La ola reaccionaria no es ninguna alucinación colectiva ajena a la normalidad

No, la ola reaccionaria no es ninguna alucinación colectiva ajena a la normalidad de las condiciones actuales de vida, ni tampoco un “arcaísmo” que se terminará disolviendo con el paso del tiempo (el mito del progreso). Se trata de una pasión perfectamente adecuada a nuestra época, una pasión de exclusión, de desigualdad, la pasión del brutalismo.

Y, como decía el filósofo Spinoza, a una pasión negativa hay que oponerle, no la simple razón de los datos y la información correcta, sino otra pasión de signo contrario y más poderosa.

 

¿Democracia o fascismo?

La alternativa progresista sobre los acontecimientos de Torre Pacheco se resume así: “Democracia o fascismo”. Cómo no, parece inapelable, la coalición de Gobierno es el último dique de contención contra la barbarie y hay que apoyarla. Sí, sí, de acuerdo, pero ¿esto es todo lo que podemos pensar? ¿Hay que dejar de pensar?

Al calor de los acontecimientos, leo un librito del investigador Edgar Straehle sobre el filósofo francés Claude Lefort. Lo que extraigo del pensamiento político de Lefort es lo siguiente: una democracia de baja intensidad, que no sabe qué hacer con el conflicto igualitario, acaba planteando un único conflicto entre quienes pertenecen legítimamente al cuerpo pleno de la sociedad y los otros, los enemigos, los “parásitos”. Es el elemento totalitario que anida en las democracias de perfil bajo.

La democracia en sentido auténtico según Lefort no es sólo la gestión de lo que hay, un conjunto de instituciones y procedimientos que administra lo existente, sino una apertura permanente a la problematización, la discusión y la transformación de lo dado, desde el punto de vista de la igualdad, la mayor participación en el poder político y la riqueza. El demos es el sujeto de ese conflicto y se reinventa cada vez (trabajadores, mujeres, migrantes).

La democracia es por tanto un sistema abierto y vivo, siempre por hacer y nunca acabado, capaz de responder positivamente a los sujetos que desafían lo establecido en nombre de la igualdad, ampliando la ciudadanía, incluyendo a nuevos sujetos, registrando nuevos derechos, manteniendo siempre abierto el debate sobre la legitimidad de lo instituido.

Si la democracia se convierte en mera administración, temerosa de todo conflicto igualitario, ella misma se fija y esclerotiza, arriesgándose a ser suplantada por el fascismo, que es la fobia a la diferencia y la división llevada hasta el extremo. El conflicto social nunca desaparece: si no se conjuga en modo democrático, a favor de la ampliación de la democracia, se declinará entonces en forma totalitaria. Los que son de aquí (los que tienen derecho de pertenencia) contra los que no son de aquí (los enemigos, los extranjeros, los parásitos).

El fascismo convierte el conflicto político en guerra total contra un otro al que hay que eliminar. Lo que se trata de oponer al fascismo, por tanto, no es la mera defensa de lo existente, una democracia procedimental intocable, sino la democracia como tensión, como división, como equilibrio en el desequilibrio, abierta siempre al tumulto cuestionador de los monopolios sobre lo público y lo común.

La pasión democrática es el único antídoto posible a la pasión totalitaria de la exclusión

La pasión democrática, la pasión por la convivencia igualitaria en la diferencia y el conflicto, es el único antídoto posible a la pasión totalitaria de la exclusión, del sacrificio del otro en el altar de la homogeneidad, la pasión brutalista.

Fascismo y neoliberalismo

Así como el fascismo clásico arraigaba en la sociedad de su época (capitalismo nacional e industrial en crisis), las ultraderechas hoy arraigan en un neoliberalismo también en crisis. Es la tesis de Jorge Alemán en su último libroUltraderechas.

Las ultraderechas no son una anomalía, sino el resultado (y la intensificación) de la desarticulación neoliberal del vínculo social, a favor de un régimen de productividad ilimitado que funciona en circuito cerrado. Desarticulación de lo político, desarticulación de los espacios públicos, desarticulación del deseo.

Desarticulación de lo político. La política profesional se ha vuelto hoy una gestión de lo existente que no admite réplica. No sólo es ya que los poderes se muestren completamente sordos y hostiles a los movimientos callejeros igualitarios, sino que el propio código liberal gobierno-oposición ha sido cancelado. Si un gobierno cualquiera cuestiona algo del marco de lo autorizado, siquiera mínimo, será derrocado por los medios contemporáneos del estado de excepción: bulos, lawfare, cloacas.

Desarticulación de los espacios públicos. Las fake news, el insulto como procedimiento y los automatismos de la opinión (algoritmos, consignas, manipulación) destruyen los lugares de encuentro y deliberación (y a la vez circulan gracias a esta destrucción). El espacio público, como lugar de encuentro y conversación, se volatiliza y se convierte en opinión pública: virtual, gregaria, pasiva. El objeto de conquista de la política entendida como guerra comunicativa.

Desarticulación del deseo. Por último, el deseo de los sujetos se convierte en goce o satisfacción pulsional. ¿Qué significa esto? El deseo es una fuerza vital capaz de entrar en relación: con los otros, con el tiempo y con las variaciones. El goce pulsional, sin embargo, es siempre autorreferencial, instantáneo y brutal. No sabe nada de la falta, de la espera, de la angustia, del otro. Sólo sabe de sí mismo. Pensemos por ejemplo en el consumo como forma de relación con el mundo.

Gestión en lugar de política, opinión en lugar de conversación y goce en lugar de deseo: el fascismo hoy es resultado de la destrucción durante décadas de las formas de habitar la tensión con la alteridad, la convivencia igualitaria en la diferencia, los modos del conflicto que no devienen en guerra.

A la defensiva

15M, Nueva Política, ola feminista, desafío independentista… La década pasada fue, hablando en términos generales, de ofensiva de las prácticas democratizantes, igualitaristas, emancipadoras. El trabajo intelectual pasó esos años en buena medida por tratar de dar cuenta de la cantidad de invenciones, desafíos e interrogantes que se abrían continuamente.

Podríamos decir, hablando también en general, que la energía ofensiva se sitúa hoy a la derecha y que el trabajo intelectual pasa en buena medida por tratar de descifrar los ataques que se suceden a grandísima velocidad contra las condiciones generales de vida.

La energía ofensiva se sitúa hoy a la derecha

Estamos a la defensiva, en el caso español muy condensada en el apoyo a un presidente que resiste “como último dique de contención” a la barbarie que viene. Hay que entender qué ha pasado y cómo salir de ahí, pero ninguna retórica voluntarista lo va a solucionar por arte de magia. Es una cuestión de climas, de energías, de afectos. Retomar la iniciativa pasa por renovar la pasión y las formas de una democracia conflictiva.

Pero hay batallas que también se ganan a la defensiva. ¿Qué ha pasado en Torre Pacheco? La ultraderecha trató de producir un acontecimiento oscuro (la cacería) para intensificar su ofensiva, lo cual pasaba por instrumentalizar el daño producido en una agresión callejera.

Hay que escuchar a Domingo Tomás, el vecino de Torre Pacheco agredido, hablando con muchísima tranquilidad e incluso humor, y a su esposa Encarna, clarísima. Domingo: “Yo no quería nada de lo que ha pasado, eso de ir a por ellos no lo veo bien”. Encarna: “Han utilizado la paliza de Domingo para traer la violencia al pueblo. Para hacerle a otros lo mismo que le hicieron a él”, “todos los que somos de aquí sabemos que esto no tiene nada que ver con la gente del pueblo. El odio ha venido de fuera y se han agarrado a la paliza a mi marido”.

La “cacería” de migrantes llamaba a “vengar las palizas a nuestros abuelos”, pero la defensiva tranquila de esos mismos abuelos les paró los pies. No el activismo en redes, las consignas de izquierdas o la razón progresista, sino los afectos generados en la convivencia cotidiana con el otro. No es suficiente, claro que no, pero es mucho, muchísimo. Porque la ofensiva brutalista se nutre principalmente de instrumentalizar el malestar social y en Torre Pacheco se le dijo que no, que no en nuestro nombre.

El odio al migrante no prendió, el acontecimiento oscuro no se produjo, los elementos de sentido común, de sensibilidad por lo común, pudieron neutralizar la ofensiva ultraderechista. ¿Por cuánto tiempo?.

Fuente: CTXT

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