Nos Disparan desde el Campanario Geopolítica del poder: Brasil entre China y EE.UU… por Alejandro Marcó del Pont
Fuente: El Tábano Economista
Link de Origen:
Brasil debe cuidar de Brasil (El
Tábano Economista)
El 9 de julio, el presidente
estadounidense Donald Trump anunció un arancel del 50% sobre las importaciones
brasileñas, programado para entrar en vigor el 1 de agosto próximo. De
materializarse, esta medida representaría un salto agresivo frente al arancel
base del 10% impuesto meses antes, en abril, durante el llamado Día de la Liberación. Entre los países que recibieron
cartas especiales de la Casa Blanca, Brasil ocupa un lugar singular: es el
único con el que Estados Unidos ha mantenido un superávit comercial
ininterrumpido desde 2009.
Pero la ofensiva no se detuvo ahí.
La Oficina del Representante Comercial de los Estados Unidos activó
una investigación bajo la Sección 301 de la Ley de Comercio de 1974, un
mecanismo infame, utilizado históricamente para justificar represalias. El
objetivo declarado era determinar si Brasil actuó de manera discriminatoria en
el comercio con los Estados Unidos, aunque el trasfondo revelaba una agenda más
amplia. Trump incluso amenazó con extender un arancel del 10% a cualquier país
asociado con los BRICS, acusando al bloque de promover «valores
antiamericanos». La referencia, aunque vaga, apuntaba directamente a las
iniciativas del grupo para reducir su dependencia del dólar y del sistema
SWIFT.
En esencia, el movimiento de Trump
contra Brasil no era solo comercial, sino una jugada calculada para
reconfigurar el equilibrio interno del país sudamericano. Al golpear sectores
clave —desde la industria paulista hasta el agronegocio—, Washington buscaba
fracturar la cohesión política brasileña y debilitar su alianza con los BRICS.
La táctica no era nueva: Estados Unidos ha tratado históricamente a
Latinoamérica como su patio trasero, aunque Sudamérica siempre ha sido un
territorio más esquivo. Brasil, con sus 215 millones de habitantes, su economía
de 2,2 billones de dólares y fronteras con 10 de los 12 países de la región, no
es un actor que pueda ignorarse. Se negocia con él o se le enfrenta. Trump
eligió lo segundo.
El plan seguía una lógica escalonada.
Primero, la presión mediática: inundar el debate con advertencias sobre
el «colapso comercial» y sus supuestos efectos devastadores para
Brasil. Curiosamente, nunca se mencionaban las consecuencias para EE.UU. si
Brasil decidía responder con aranceles equivalentes. Un silencio revelador,
sobre todo si se considera que, en los últimos 16 años, el superávit comercial
ha favorecido sistemáticamente a Washington. La ecuación se volvería aún más
compleja si los BRICS entraban en escena.
El segundo paso era explotar las
divisiones internas. Los aranceles afectarían directamente a dos pilares de la
economía brasileña: la industria de São Paulo, tradicionalmente
proestadounidense, y el agronegocio, cada vez más vinculado a China. Ambos
sectores son críticos para el empleo y la recaudación fiscal. La idea era
clara: forzar un conflicto entre estos grupos y el gobierno de Lula,
debilitando su posición.
Finalmente, estaba el mensaje
geoestratégico: castigar a Brasil por su acercamiento a los BRICS y, sobre
todo, por su participación en proyectos que desafían la hegemonía del dólar.
Pero ¿qué pasaría si Brasil decidiera
imponer aranceles recíprocos del 50%? Las consecuencias para EE.UU. serían
profundas. En 2024, las exportaciones estadounidenses a Brasil alcanzaron los
49.671 millones de dólares, concentradas en sectores sensibles:
Aeronaves (10.000 millones USD).
Boeing y otras firmas perderían competitividad en un mercado clave.
Combustibles y derivados del
petróleo (U$S 8.570 millones). las refinerías estadounidenses, como Valero
y Marathon, dependen del crudo brasileño.
Maquinaria y tecnología (U$S 5.870
millones en reactores nucleares, U$S 4.420 millones en equipos electrónicos).
Empresas como GE y Texas Instruments verían afectadas sus cadenas de
suministro.
Industria farmacéutica (U$S
2.470 millones): Laboratorios estadounidenses importan principios activos de
Brasil.
Las empresas digitales tampoco
escaparían. Amazon, Microsoft y Google, con sus operaciones en la nube y el
comercio electrónico brasileño, podrían enfrentar represalias regulatorias,
especialmente si Brasil acelera la adopción de BRICS Pay, un sistema de
pagos alternativo a Visa y MasterCard.
El impacto inflacionario en EE.UU.
sería inmediato. Brasil suministra más del 50% del jugo de
naranja (637 millones USD) y el 30% del café (1.900 millones
USD) que consumen los estadounidenses. Un aumento en los precios de estos
productos básicos se transmitiría directamente a los consumidores. Las
estimaciones sugieren que los aranceles podrían elevar la inflación en EE.UU.
en un 2,3%, con Brasil contribuyendo 0,32 puntos porcentuales. En
empleos, la contribución de Brasil a la perdida rondaría los 45.900
puestos de trabajo, una cifra nada despreciable.
El sector agrícola brasileño
exportó 12.000 millones de dólares a EE.UU. en 2024, una cifra
significativa, pero palidece frente a los U$S 48.600 millones que
China compró solo en soja y carne. Los aranceles de Trump golpearían productos
como café, carne vacuna, jugo de naranja y cuero, pero el agro brasileño tiene
un colchón: el gigante asiático.
De hecho, la guerra comercial entre
EE.UU. y China ya benefició a Brasil. La participación china en las
importaciones de soja brasileña pasó del 46% en 2016 al 76% en 2024. Si
Washington intenta asfixiar a Brasilia, Pekín está más que dispuesto a
compensar.
El efecto más inesperado de la medida
de Trump fue unificar temporalmente a la clase empresarial brasileña. La
Confederación Nacional de la Industria (CNI), tradicionalmente cercana a
EE.UU., criticó abiertamente los aranceles, tachándolos de «políticos y carentes
de justificación comercial». Hasta los aliados de Bolsonaro se vieron obligados
a acercarse al gobierno de Lula para coordinar una respuesta.
La paradoja es evidente, la presión
externa mitigó temporalmente las divisiones internas. Y, en lugar de alejar a
Brasil de los BRICS, reforzó su relevancia. Lula respondió con un discurso
contundente: «El mundo no quiere un emperador», declaró, reiterando la
necesidad de reducir la dependencia del dólar.
El verdadero temor de Washington no
son los aranceles, sino el declive gradual del dólar como moneda global.
En 2024, EE.UU. importó más de 600.000 millones de dólares en bienes
de los BRICS. Un arancel del 10% sobre estos flujos le costaría
entre 35.000 y 56.000 millones anuales a sus empresas y consumidores.
Pero el golpe más duro vendría
de BRICS Pay, un sistema de pagos digitales basado en blockchain diseñado
para eludir el SWIFT y, por tanto, el dominio del dólar. Aunque aún no es una
alternativa global, su potencial es enorme: los BRICS representan casi la
mitad de la población mundial y un PIB combinado que rivaliza con el del
G7.
Si el bloque logra masificar este
sistema, el dólar perderá parte de su hegemonía. Hoy, el 88% de las
transacciones financieras globales se realizan en dólares. Si los BRICS descentralizan
ese poder, EE.UU. perderá una de sus armas más efectivas: las sanciones
económicas.
Es posible que Trump haya subestimado
a Brasil. No se sabe si puede doblegarlo con aranceles, pero sí que ignoró dos
realidades:
La economía brasileña es más resiliente
de lo que parece, con China como respaldo.
Los BRICS ya no son un club marginal,
sino un contrapeso creciente al orden liderado por EE.UU.
Brasil no necesita elegir entre
Washington y Pekín. Su estrategia debe ser pragmática: negociar con todos,
depender de ninguno. Como dijo Lula: «Brasil es de los brasileños». Y en
un mundo multipolar, esa es la única consigna que importa.
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