Nos Disparan desde el Campanario Las élites y el complejo digital-militar-industrial de EE.UU… por Alejandro Marcó del Pont
Fuente: El Tábano Economista
Link de origen:
Sí, hay una guerra de clases, es la
clase rica la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando (Warren
Buffett)
Lejos de ser una simple provocación,
la frase de Buffett que nos sirve de epígrafe encapsula una realidad cada vez
más evidente, el surgimiento de un nuevo poder oligárquico que trasciende las
fronteras entre el Estado, las finanzas y la tecnología. En el centro de este
fenómeno se encuentra el Complejo Digital-Militar-Industrial (DMIC), una
evolución del tradicional military-industrial complex que Dwight
Eisenhower advirtió en 1961, pero amplificado por el dominio de las grandes
tecnológicas y su integración simbiótica con el aparato de seguridad nacional
estadounidense.
Este entramado no se limita al
cabildeo por contratos de defensa; redefine prioridades estratégicas, moldea
doctrinas militares e incluso influye en la política exterior. Empresas como
Microsoft, Amazon, Google (Alphabet) y Palantir están a la vanguardia de
tecnologías críticas: inteligencia artificial (IA), sistemas autónomos,
ciberseguridad y vigilancia masiva. Su experiencia las ha vuelto indispensables
para el Pentágono y las agencias de inteligencia, otorgándoles un poder sin
precedentes. No solo proveen herramientas, sino que determinan qué se
considera una amenaza y cómo debe responderse a ella. Es decir, como debe
configurarse la doctrina militar y la política exterior.
El mecanismo que sostiene este
sistema son las puertas giratorias: la movilidad de altos funcionarios
entre el gobierno y las Big Tech. Exdirectores de la CIA o secretarios de
Defensa terminan en consejos directivos de Silicon Valley, mientras ejecutivos
tecnológicos asesoran al Departamento de Defensa. Este intercambio genera
un entendimiento común entre ambos mundos. Por ejemplo, James
Mattis, exsecretario de Defensa, se unió a la junta de General Dynamics; Eric
Schmidt, exCEO de Google, presidió el Comité de Innovación de Defensa de EE.UU.
Estas conexiones aseguran que las prioridades corporativas se alineen con las
estratégicas, y viceversa.
Los números reflejan esta simbiosis:
entre 2013 y 2024, el gobierno estadounidense adjudicó contratos
por decenas de miles de millones de dólares a las tecnológicas como
muestra el cuadro siguiente. Estos contratos, con plazos de hasta 15 años,
crean un círculo virtuoso para las empresas: financiación estable, acceso
a datos clasificados y oportunidades para refinar tecnologías en escenarios
reales de combate.
Selección de contratos militares
asignados por el Departamento de Defensa, la CIA y la NSA a corporaciones digitales
estadounidenses (2013-2024)
Fuente: Watson Institute
Uno de los pilares del DMIC es
el doble uso de las tecnologías desarrolladas para defensa. Sistemas
de IA entrenados para seleccionar blancos militares se adaptan a diagnósticos
médicos; algoritmos de reconocimiento facial diseñados para drones se
comercializan en seguridad urbana; la infraestructura de nube militar escala al
sector privado. Esto convierte a la inversión en defensa en un activo
atractivo: la demanda está garantizada (la seguridad nacional no
sufre recesiones) y los riesgos se socializan mediante subsidios públicos.
Además, el Pentágono actúa como
un laboratorio de innovación para las tecnológicas. Campos de batalla
como Ucrania o Gaza son espacios ideales para probar drones autónomos, redes
satelitales (como Starlink de SpaceX, Palantir) o herramientas de ciberguerra.
Las empresas no solo ganan contratos, sino que mejoran sus productos y
los posicionan para mercados civiles. Como señaló un informe del Watson
Institute: «Ser contratista militar es un sello de prestigio tecnológico».
Las Big Tech no solo venden software;
controlan infraestructuras físicas críticas: centros de datos, cables
submarinos (por donde circula el 99% del tráfico global de internet) y
constelaciones de satélites. Esto les da un poder geopolítico comparable al de
un Estado. Por ejemplo:
En 2021, Amazon Web Services
(AWS) albergó datos de la OTAN y de gobiernos europeos.
Google y Meta poseen
cables que conectan EE. UU. con Asia y Europa, lo que les permite cortar acceso
a países (como ocurrió con Irán en las protestas de 2022).
Microsoft gestiona sistemas de
comando de la Fuerza Espacial estadounidense.
Esta dependencia hace que, incluso si
un presidente como Donald Trump intentara reducir el gasto militar,
chocaría con una red de intereses arraigados. Retirarse de un conflicto
como Ucrania implicaría desactivar sistemas de Microsoft o Starlink que
sostienen el esfuerzo bélico, o frenar contratos que benefician a accionistas
de Wall Street. Salvo que la OTAN colabore con el 5% del PBI de cada país.
El DMIC es también un arma en
la pugna entre EE. UU. y China. Las Big Tech compiten con Huawei, Alibaba
y Tencent por el control de estándares tecnológicos, desde la 5G hasta la IA.
Esta rivalidad borra cualquier ilusión de separación entre lo público y lo
privado. De hecho, el origen de Silicon Valley está ligado al Pentágono:
Internet nació del proyecto ARPANET,
financiado por la Guerra Fría.
El GPS fue desarrollado por la Fuerza
Aérea.
Incluso el iPhone depende de
tecnologías creadas por DARPA (la agencia de investigación militar).
La pregunta no es si las Big Tech y
el establishment militar-financiero pueden vetar decisiones
presidenciales, sino hasta qué punto las condicionan. Un presidente que
intente recortar el gasto en defensa, bajar tasas de interés o desentenderse de
conflictos como Taiwán enfrentaría:
Presión de lobbies: la National
Defense Industrial Association (NDIA) gasta millones en influir en el
Congreso.
Fugas de información: agencias o
empresas podrían filtrar datos para desacreditarlo.
Mercados: Wall Street castigaría
medidas que afecten a contratistas clave.
Como dijo un exasesor del
Pentágono: «No es una conspiración; es la inercia de un sistema diseñado
para perpetuarse».
El DMIC es la máxima expresión del
capitalismo tardío: un sistema donde el poder económico, militar y
tecnológico se concentra en una élite que opera por encima de fronteras y
gobiernos. Las Big Tech ya no son startups de garaje; son brazos
del poder imperial estadounidense, con capacidad para moldear guerras, economías
y sociedades. Mientras, como advirtió Buffett, la brecha entre esa clase y el
resto sigue creciendo. La guerra de clases, en efecto, está en marcha. Y por
ahora, la están ganando ellos.
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*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y
editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista,
columnista radial, analista
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