Nos Disparan desde el Campanario La fe y la esperanza como arietes del neofascismo… por Gustavo Marcelo Sala
Tal vez en el presente no se perciban
las consecuencias que seguramente impactarán en el corto y mediano plazo. En
nuestro continente, Brasil es un buen ejemplo sobre lo mal que le hace la
inserción de la religión como línea interna dentro la política.
En lo personal me preocupa mucho
(entre decenas de cosas que me preocupan) que la plutocracia gobernante le haya
dado protagonismo a una cofradía religiosa, puesto que considero que las
concepciones místicas extremas son muy proclives a la estigmatización siendo a
la vez profundamente reaccionarias con aquellos que no profesan sus dogmas. No
me gustan los axiomas cerrados cuando de políticas públicas se trata, sobre
todo en incisos sensibles.
Convengamos que en un año electoral,
políticamente, configuraría un tiro en el píe criticar a estas cofradías, pues
sabemos que en nuestro país este tipo de dogmas poseen populosos y fervientes
militantes subdivididos en lecturas varias e intereses disimiles, cuestión que
en el interior se profundiza, lo he experimentado durante mi residencia durante
más de dos décadas en el distrito de Coronel Dorrego, lugar en donde el
gobierno municipal hasta le delegó gestión en áreas ejecutivas, por caso acción
social.
El evangelismo de ultraderecha, al
igual que con Bolsonaro en el Brasil, es el brazo político y religioso argento
en donde Milei se apoya para la contención de los sectores marginados por sus
políticas, para de ese modo, misticismo mediante, cooptar y subsumir sus
voluntades por vía de la aceptación de la carencia como don celestial.
Si uno quiere licuar los verdadero
dilemas sociales no hay mejor manera que convertirlo en salmo, en misticismo,
bien lejos de la tierra en donde manda el poderoso, el cual ordena en qué debe
creer y qué debe pensar el perezoso intelectual…Ganarás el pan con el sudor de
tu frente, repiten el creyente, el fanático y el fascista. Si el sistema no te
da la posibilidad de sudar el sudor de tu frente, entonces muere y que sea sin
molestar, sin protestar, limpio y seco, concluyen el creyente, el fanático y el
fascista...
Por otro lado, según cuenta el mito
griego, el “pithos” de Pandora (la que tenía todos (Pan) los dones (Dora))
contenía todos los males de la humanidad. Cuando ésta primera mujer creada por
el Dios de la fragua Hefesto por orden de Zeus, habida cuenta de su curiosidad,
desobedeció a los Dioses, la abrió, y esos males que contenía fueron liberados,
quedando dentro la esperanza. Lo que implica que los griegos consideraban a la
esperanza también como un mal disfrazado de don. Acaso por eso nuestro buen
amigo Voltaire afirmó en sus escritos que “su esperanza era no tenerla”, dilema
que dejó plasmado en su genial e irónica obra El Cándido.
La lectura de la esperanza como algo
nocivo en nada se relaciona con las visiones empalagosas de la modernidad,
donde ha pasado a tener el rol de amparo anhelado. “Es necesario tener
esperanza”. La esperanza en la modernidad ha mutado en algo que puede fortalecernos
cuando la realidad nos es adversa y cruel.
Sin embargo, la antigua cultura
griega, no consideraba a la esperanza como algo benévolo, como una suerte de
salvoconducto cuando el agua estaba a la altura de nuestro cuello, pues todo lo
contrario, para el mundo helénico la esperanza impedía luchar contra los males
y sus consecuencias, oficiando como agente inmovilizador, apostando más a la
resignación y la resiliencia que a la resistencia y al combate, un aliado a los
otros males del ánfora, acaso el peor, por ello los Dioses impidieron su
liberación.
En lo personal me afilio a la idea de
Voltaire, la esperanza nos acobarda, nos detiene, y más en estos tiempos en
donde la dialéctica del poder tiende a querer convencernos, a pesar de los
avances científicos y tecnológicos, que esperar cándidamente es la fórmula para
poder arribar a una vida plena. No llama la atención entonces que el mundo de
la fe, en todas sus vertientes, la tiene como paradigma universal.
*Gustavo Marcelo Sala. Editor
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