Nos Disparan desde el Campanario Iulii Martov fue el profeta perdido de la Revolución Rusa… por Paul Kellogg

 



 

Fuente: Jacobin

Link de origen:

https://jacobinlat.com/2025/07/iulii-martov-fue-el-profeta-perdido-de-la-revolucion-rusa/

 

Traducción: Natalia López

 

El dirigente socialista ruso Iulii Martov advirtió que una revolución que sacrificara la democracia terminaría destruyendo sus propios ideales. Martov perdió la batalla política después de 1917, pero la evolución del sistema soviético terminó por dar la razón a sus críticas tempranas.

 

 

Antes de la revolución de 1917, Iulii Martov era, sin lugar a dudas, una figura más prominente en el movimiento socialista ruso que Vladimir Lenin o León Trotsky. Mientras Lenin y Trotsky veían octubre de 1917 como una revolución obrera, Martov la entendía como un levantamiento de soldados —en su mayoría campesinos uniformados— sin la participación masiva de los trabajadores, por lo que decidió mantenerse al margen del nuevo Estado soviético. En los años transcurridos desde entonces, ha sido en su mayor parte ignorado o tratado con desdén.

Martov abandonó Rusia por última vez en octubre de 1920 con la misión de disuadir a los socialdemócratas independientes alemanes de unirse a la recién formada Internacional Comunista. Sus compañeros de ideas que se quedaron atrás se enfrentaron casi sin excepción a la represión, el encarcelamiento y la muerte.

En 1923, Martov murió en Alemania a la edad de cuarenta y nueve años, su vida truncada por la tuberculosis que contrajo en el siglo anterior cuando fue enviado al exilio interno bajo el zar.

La vida y la obra de Martov merecen ser mucho más conocidas hoy en día. Algunos estarán familiarizados con una frase memorable que Trotsky pronunció inmediatamente después de lo que los bolcheviques llamaron la Revolución de Octubre: «¡Vayan adonde pertenecen, al basurero de la historia!». Pocos recordarán que dirigió estas palabras a Martov y a sus aliados, los internacionalistas mencheviques (una corriente minoritaria antibélica dentro del Partido Menchevique), cuando abandonaron el Congreso Panruso de los Soviets en protesta por la toma del poder por los bolcheviques.

Al salir del Congreso, Martov se encontró con Iván Akulov, un joven obrero bolchevique del distrito de Vyborg, en Petrogrado. Según un testigo ocular, Boris Nikolaevskii, Akulov reprochó amargamente a Martov su postura: «Y nosotros pensábamos que al menos Martov se quedaría con nosotros». Herido por el comentario de Akulov, Martov se detuvo para responder con las siguientes palabras: «Algún día comprenderás el crimen en el que estás participando». Akulov, como tantas decenas de miles de socialistas, desaparecería más tarde durante el terror estalinista de la década de 1930.

Un mensajero socialista

Martov nació en Constantinopla, la capital del Imperio otomano, en 1873, y pasó su infancia en la ciudad portuaria ucraniana de Odessa. Su verdadero nombre era Iulii Osipovich Tsederbaum; como muchos revolucionarios rusos, adoptó un seudónimo que se convirtió en su nombre más utilizado. En su corta vida, Martov hizo innumerables contribuciones a la teoría y la práctica del socialismo, que apenas pueden esbozarse aquí.

En 1895, mientras estaba exiliado en la ciudad de Vilna (hoy Vilna), en la zona de asentamiento judío donde se hablaba principalmente yiddish, Martov pronunció un discurso del Primero de Mayo ante una reunión de jóvenes socialistas. Este discurso pasó a la historia como la declaración ideológica fundacional del Bund, la Unión General de Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia. Durante la década de 1890 y los primeros años del siglo XX, el Bund fue el único partido socialista de masas del Imperio ruso.

De 1900 a 1903, junto con Lenin y Alexander Potresov, Martov ayudó a lanzar el famoso periódico Iskra («Chispa»), diseñado para unir los fragmentos dispersos de la izquierda en el Imperio ruso. Fue el redactor jefe del periódico, superando incluso a Lenin, y se convirtió en un experto en organizar el contrabando del periódico a través de los guardias fronterizos y hacia las ciudades del Imperio ruso.

En 1911, desafió públicamente a Lenin y a los bolcheviques por recurrir a métodos poco éticos de recaudación de fondos, como robos a bancos, blanqueo de dinero, falsificación y empleo de gigolós. Aunque su panfleto ¿Salvadores o saboteadores? fue controvertido en su día, los hechos y análisis que contenía se han confirmado en los años posteriores.

Como apasionado opositor a la Primera Guerra Mundial, desempeñó un papel fundamental, junto con Trotsky y otros, en la creación del diario emigrado Nashe Slovo («Nuestra Palabra»), que Lenin calificó en su momento como el principal periódico socialista antibélico de Europa. También ayudó a organizar la conferencia antibélica de Zimmerwald, que inició el proceso de reconstitución de una izquierda internacionalista a partir de las ruinas de la Segunda Internacional.

Aunque apoyó el derecho de Rusia a defenderse de la invasión de Polonia en 1920, se opuso a cualquier intento de «sovietizar» Polonia mediante las acciones del Ejército Rojo. Para Martov, la entrada del Ejército Rojo en Polonia significaría «poner en el centro de nuestra agitación la exigencia de rechazar las aventuras en política exterior (el rechazo de imponer el sistema soviético a los polacos y alemanes (!) a punta de bayoneta)».

En 1921, junto con Fedor Dan y Eva Broido, ayudó a lanzar la publicación en el exilio Sotsialisticheskii Vestnik («El mensajero socialista»). Durante los siguientes cuarenta años, este periódico ofrecería una cobertura sin igual de los acontecimientos en la Unión Soviética. Sigue siendo hoy en día una fuente archivística indispensable para los historiadores.

«Lo más terrible»

Martov identificó algunas de las tendencias perjudiciales que se desarrollaron después de 1917 mucho antes que muchos otros. En su libro El bolchevismo mundial, Martov argumentaba que el socialismo

solo era posible con el máximo desarrollo de la autoactividad organizada de todos los componentes de la clase obrera, es decir, en condiciones que excluyeran absolutamente la dictadura de una minoría situada «por encima de la sociedad», junto con los compañeros indispensables de esa dictadura: el terror y la burocracia.

El régimen unipartidista de Joseph Stalin confirmó amargamente este análisis. A mediados de la década de 1920, el poder de la burocracia era visible para todos, una burocracia que Trotsky analizó de manera famosa en su obra de 1923 El nuevo rumbo. A mediados de la década de 1930, el terror se había extendido por toda la Unión Soviética, con 681 692 ejecutados durante el Gran Terror de 1937-1938, millones condenados a trabajos forzados en el Gulag y otros millones muriendo en hambrunas artificiales en Kazajistán y Ucrania (estas últimas conocidas como el Holodomor, «muerte por hambre»). Estos ejemplos de degeneración burocrática de la era de Stalin son bien conocidos y están bien documentados, por lo que escribir sobre ellos podría parecer poco relevante.

Sin embargo, El bolchevismo mundial fue escrito en 1919, menos de dos años después de los acontecimientos de 1917 y cuatro años antes de El nuevo rumbo de Trotsky. La crítica de Martov no estaba dirigida al Estado de Stalin, sino al de Lenin y Trotsky. El bolchevismo mundial nunca se publicó íntegramente durante su vida. Algunas partes aparecieron en 1919 en Kiev, interrumpidas por el cierre de la revista socialista en la que se estaba publicando.

El análisis de Martov es tan coherente e importante como el que figura en el folleto de Rosa Luxemburg de 1918, La revolución rusa (que también tuvo dificultades para ver la luz). Sin embargo, el libro de Martov, su análisis de los acontecimientos de 1917 y el propio Martov han desaparecido en el retrovisor de la historia, empobreciendo nuestra comprensión de 1917.

Algunas partes del análisis de Martov han pasado a formar parte de la bibliografía estándar sobre la Revolución Rusa. Un ejemplo lo encontramos en una carta de noviembre de 1917 dirigida a Pavel Axelrod, uno de los fundadores del movimiento socialista en el Imperio ruso. Martov señalaba lo siguiente a Axelrod: «Comprende que, después de todo, nos enfrentamos a un levantamiento victorioso del proletariado, es decir, que casi todo el proletariado está detrás de Lenin y espera la liberación social del perevorot [«derrocamiento»].» Esta frase se cita a menudo como prueba de que Martov, a pesar de sus conocidos desacuerdos con Lenin, aceptaba a regañadientes que en octubre-noviembre de 1917 se había producido una auténtica revolución.

Pero si leemos la carta en su totalidad, revela un análisis mucho más complejo. Martov tenía claramente una visión profundamente pesimista de lo que estaba sucediendo en Rusia: «Esta es la situación: es trágica… ha ocurrido lo más terrible que se podía esperar: la toma del poder por Lenin y Trotsky». ¿Por qué pensaba Martov que esto era «lo más terrible»?

En su opinión, aunque «casi todo el proletariado» apoyaba a Lenin, en general lo hacía desde fuera, como espectador. Describió al proletariado urbano como «innegablemente pasivo», con una política que «no iba más allá de las resoluciones» y cuya simpatía por la insurrección de octubre estaba «paralizada por la preocupación por el futuro, el miedo al desempleo y los pogromos, y la desconfianza en la fuerza de los leninistas».

Si el proletariado urbano era pasivo, ¿quiénes eran los elementos activos en la toma del poder por los bolcheviques? Según Martov, procedían del ejército:

En la noche del 25, el «Comité Militar Revolucionario» de Lenin ocupó varias posiciones «estratégicas» con sus marineros y soldados, y por la mañana, Petrogrado se enteró de que se había producido una toma del poder.

Los principales bolcheviques harían observaciones similares sobre octubre. En 1922, Karl Radek resumió los acontecimientos de la revolución de la siguiente manera. «El Comité Militar Revolucionario […] había tomado el poder en nombre del soviet de obreros y soldados de Petrogrado». En el momento mismo de la revolución, Trotsky se dirigió a una reunión de emergencia del Soviet de Petrogrado y señaló que, mientras hablaba, la población de la ciudad «dormía plácidamente y no sabía que en ese momento un poder estaba siendo sustituido por otro».

¿Qué debemos pensar de un escenario en el que la población de una ciudad puede dormir mientras el poder pasa de la burguesía al proletariado? El íntimo amigo y compañero de Martov, Raphael Abramovitch, escribió sobre esto con tristeza e ironía en su último libro, La revolución soviética, 1917-1939:

La «revolución proletaria» se llevó a cabo mientras las masas trabajadoras de la capital permanecían pasivas. La lucha por la «revolución socialista mundial» fue ganada por muchachos campesinos cansados de la guerra, vestidos con uniformes de soldados o marineros.

Basándose en el análisis de El bolchevismo mundial, Abramovitch describe el papel que desempeñó en Rusia y otros países una «nueva clase temporal» formada por campesinos y soldados. Cuatro años de matanzas en las trincheras de la guerra imperialista los habían brutalizado, dejándolos abiertos a políticas extremistas (ya fueran de izquierda o de derecha) e inclinados a resolver las disputas políticas con el uso de la bayoneta en lugar de la democracia y el debate. Una clase temporal de este tipo podía tener (y tuvo) un profundo impacto en la trayectoria de la política mundial, pero no podía proporcionar una base duradera para el poder de los trabajadores y el socialismo internacional.

Oposición leal

En una segunda carta a Axelrod, escrita en diciembre de 1917, Martov articuló sus temores sobre el rumbo que tomaba la revolución: «Aunque la masa de los trabajadores está detrás de Lenin, su régimen se está convirtiendo cada vez más en un régimen de terror, no de los proletarios, sino de los «sans-culottes», una masa heterogénea de soldados armados, «guardias rojos» y marineros». Martov predijo que «un intento de gobernar, y más aún de llevar a cabo experimentos comunistas, contra la voluntad de la gran mayoría de los campesinos», así como «contra toda la masa de la democracia urbana (trabajadores estatales, públicos y privados, técnicos, profesiones liberales, maestros, etc.)» únicamente podría resultar en el colapso.

Martov continuó haciendo otra predicción:

Un régimen de terror, el pisoteo de las libertades civiles y el abuso de la Asamblea Constituyente en nombre de la «dictadura de clase» está matando fundamentalmente los rudimentos de la educación democrática adquirida por el pueblo durante ocho meses y está preparando el terreno más fértil para todo tipo de bonapartismo.

El bonapartismo que se desarrolló en forma de totalitarismo estalinista aún proyecta una sombra sobre la izquierda internacional.

Después de octubre, Martov se posicionó a sí mismo y a su partido menchevique como la «oposición leal» a Lenin. Eran leales en la defensa del nuevo Estado contra la contrarrevolución y la intervención imperialista, y los miembros del partido recibieron instrucciones de alistarse en el Ejército Rojo durante la guerra civil. Al mismo tiempo, se opusieron a la supresión de la libertad de prensa, la anulación de las elecciones a los soviets, la detención y represión de los opositores políticos de los bolcheviques y el uso cada vez más arbitrario del terror que sustentaba el régimen bolchevique.

Martov denunció ese terror en un panfleto de 1918 titulado ¡Abajo la pena de muerte! En una de sus primeras (y más populares) medidas, el Gobierno Provisional que surgió tras la revolución democrática de febrero de 1917 abolió la pena de muerte. Pero en el verano de ese año, se restableció para los soldados del frente, una medida que Martov y otros denunciaron con dureza.

Inmediatamente después de tomar el poder, los bolcheviques revocaron formalmente esta decisión, suspendiendo una vez más el uso de la pena de muerte en el frente. Pero Lenin se opuso a esta medida, y las ejecuciones sancionadas por el Estado se convirtieron rápidamente en una práctica habitual en el nuevo Estado. Martov no se anduvo con rodeos en su ataque a esta práctica: «Tan pronto como llegaron al poder, desde el primer día, anunciando la abolición de la pena de muerte, comenzaron los asesinatos». Muy pronto, este recurso al asesinato volvería a recibir la bendición formal del Estado: «Después de haber exterminado a decenas de miles de personas sin juicio, los bolcheviques han pasado ahora a las ejecuciones judiciales».

La apasionada denuncia de Martov de estas prácticas salta a la vista:

Este sangriento libertinaje se está cometiendo en nombre del socialismo, en nombre de la doctrina que proclamó la hermandad de los trabajadores como el objetivo más elevado de la humanidad. ¡Este libertinaje se está llevando a cabo en tu nombre, trabajador ruso!

Esta oposición vocal al terror sancionado por el Estado proporciona una textura importante a la comprensión de Martov de la autoactividad de la clase trabajadora. En su opinión, la autoactividad desaparecería sin un profundo compromiso con la práctica política ética. La separación entre los fines y los medios, tan característica de Lenin y los bolcheviques, era para Martov inviable.

Desde su muerte, en la medida en que Martov ha sido tenido en cuenta, ha sido con un aire despectivo, siguiendo los pasos de Trotsky, que se refirió a él como el «Hamlet del socialismo democrático». Estas valoraciones no son útiles, y es más productivo analizar la teoría y la práctica de Martov que especular sobre su psicología. Ha habido un renovado interés por Martov por parte de estudiosos de lengua rusa como S. V. Tiutiukin, O. V. Volobuev e I. Kh. Urilov. La izquierda se beneficiaría de estudiar y aprovechar su trabajo.

 

 

Paul Kellogg es profesor de estudios interdisciplinarios en la Universidad Athabasca, en Alberta (Canadá). Es autor de «Truth Behind Bars»: Reflections on the Fate of the Russian Revolution (La verdad tras las rejas: reflexiones sobre el destino de la Revolución Rusa) y traductor de World Bolshevism (El bolchevismo mundial), de Iulii Martov.

 


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