Nos Disparan desde el Campanario ¿Cómo hacemos otros mundos? Carta a los colectivos culturales… por Tomas Schuliaquer
Fuente: Lobo Suelto!
Link de Origen:
https://lobosuelto.com/carta-a-los-colectivos-culturales-tomas-schuliaquer/
Nos declaramos perdidos: no
entendemos el mundo, el país, la ciudad, aunque algunas cosas del barrio, a
veces, nos parezcan un poco más claras. Desde el Abasto nos es posible plantear
algunos problemas y preguntas que nos parece importante explorar. Somos un
colectivo político que lleva adelante varias cosas que giran en torno a nuestro
centro cultural: JJ. Fundamos el espacio hace siete años y medio en el Abasto,
Ciudad de Buenos Aires. En estos años atravesamos varias crisis, como una
pandemia que nos obligó a cerrar y reinventarnos, o diferentes gobiernos de la
ciudad y nacionales con los que nos vinculamos más o menos, pero con políticas
destinadas a la cultura: hoy eso ya casi no existe, salvo por algunas contadas
vías de financiamiento de la ciudad debilitadas y que parecen camino a la
extinción Estamos en un barrio dinámico, que cambió en estos años: más
gente vive en la calle, aumentó la violencia, nos escracharon un par de veces
por feminazis, abrió un espacio público hermoso recuperado por sus vecinos,
el Parque de la Estación, entre otras cosas. Hay muchas otras transformaciones,
más o menos tangibles, que nos cuesta dimensionar, pensar, reflexionar. En esta
incomprensión colectiva, nos reúne sabernos a contrapelo de la historia, a
contracorriente de estos tiempos. Y como plantea algún compañero, antes que
pensarnos contra algo, nos resulta más interesante sabernos un grupo que quiere
construir y habitar formas de vida alternativas a este sistema. Estamos contra
el capitalismo salvaje individualista y nos gusta pensar que podemos prefigurar
otras formas de vida. Asumimos y sabemos que es un objetivo difícil pero en esa
búsqueda, quizás, estén las preguntas que tengamos que hacernos para mantener
la vitalidad, ser frescos, impulsivos, imaginativos, cuando pareciera que
después de más de siete años y en tiempos tan complejos, sentimos que la
inercia nos tira a burocratizarnos o convertirnos en lo que el sistema necesita
que seamos para seguir abiertos. Antes que traer respuestas, queremos hacernos
las preguntas correctas para sobrevivir al mileísmo sin perder la construcción
político cultural comunitaria.
Estamos convencidos de que colectivos y organizaciones como el nuestro son
imprescindibles para la imaginación política de un mundo distinto, y en estos
tiempos estamos en silencio: cuando el pueblo tiene hambre, la cultura no es
prioridad y nos cuesta decir lo nuestro, saber desde dónde hablar y para qué.
Ahora que todo parece crujir y es urgente juntarnos para pensar la cosa, nos es
difícil hablar-nos y hablar con otros. Pero si seguimos en silencio también
corremos el riesgo de parálisis que provoca la angustia del peligro
socioeconómico de dejar de ser, de ya no existir. Un peligro que en siete años
nunca sentimos tan real. Es la preocupación de saber que para sobrevivir, a
veces, tenemos tácticas lejanas a nuestro ideal de un centro cultural
accesible, que piense a la cultura como derecho y tenga una propuesta para
todes, interdisciplinaria, integrado a su territorio, con artistas que cobren
por su trabajo, con trabajadorxs de la cultura que tengan un sueldo que les
permita vivir una vida digna. La crisis nos fuerza a buscar propuestas
mercantiles exitosas, como alquileres privados de eventos equis. A veces
tenemos que hacer una fiesta de quince para después poder armar una propuesta
de filosofía a la gorra, de jazz, una presentación de un libro o una proyección
de una película. No queremos mercantilizar nuestra vida y, a la vez, tenemos
que pagar los servicios y el alquiler, entre otros gastos que nos permitan
seguir abiertos para en nuestra realidad, en nuestro espacio, hacer un mundo
donde la cultura sea un derecho y un trabajo. Esas consignas que muchas veces
completamos en proyectos de financiamiento, como la recomposición de los
lazos sociales, el arte como modo de expresión, instrumento para
transformar la realidad, a veces parecen vacías en este contexto que profundiza
la distancia entre las palabras y las cosas. Queremos hacer y hacer, antes que
decir consignas sin contenido. Quizás tengamos que recuperar la ironía para
refrescarnos y renovar la distancia entre lo que decimos y hacemos.
Por nuestra dificultad de hablar y reflexionar sobre lo que vivimos, porque
estamos siempre agotados, preocupados y ocupados todo el tiempo por sobrevivir,
sentimos la responsabilidad -y el privilegio- de escribir y plantear algunos de
los dilemas, problemas y desafíos que en estos tiempos enfrentamos, como
centro cultural y como colectivo político militante, porque pensamos que pueden
ser comunes a otros. La urgencia de sobrevivir, la depresión y el agotamiento
hacen que sea difícil salir de nosotros mismos: aunque sabemos que la salida es
colectiva -quizás tengamos que repetirlo menos y ejecutarlo más-, también hay
que aceptar que hacerlo es ir contra la corriente, que lo colectivo nos cuesta.
Quiero decir: escribir es una manera de reflexionar, comunicar lo que atraviesa
un centro cultural de la Ciudad de Buenos Aires hoy, no para plantear
respuestas, sino para colectivizar preguntas con la idea de construir
conversaciones genuinas que puedan crear herramientas que nos permitan, de
mínima, seguir existiendo. No queremos identidades firmes que defiendan su
lugar con fundamentos que hoy no tienen respuestas a lo que vivimos: queremos
discutir los problemas políticos que tenemos para buscar algunas pocas
soluciones y muchas preguntas nuevas y correctas. Porque creemos que las
organizaciones que son, como la nuestra, colectivas, están en riesgo. Y a la
vez, son fundamentales si compartimos la necesidad de crear nuevas
sensibilidades imaginativas. Hay ahí un hilo casi invisible pero firme, que
esperamos reúna experiencias hermanas: colectivos culturales, artísticos,
sociales, políticos, vecinales, de la economía popular, de los transfeminismos,
entre otros. Hay una larga tradición, una historia compleja de otros que antes
que nosotros construyeron de una forma similar, o con el mismo espíritu. Ese
pasado nos permite imaginar un futuro: tenemos la responsabilidad de discutir
por nosotros y para ayudar a los proyectos colectivos aún por nacer.
Entonces, si compartimos que
experiencias como las nuestras son importantes porque intentan proponer
alternativas, proponemos pensar con sinceridad el presente de nuestras
construcciones colectivas en estos tiempos efímeros, fragmentarios,
individualistas. No estamos afuera del mundo, somos parte de eso y para no ir
hacia el lugar fácil de desintegrarnos y seguir nuestros caminos de forma
individual, tenemos que discutir sin caretas, sin creernos más que nadie: tal
vez sea momento de aceptar que en muchas cosas, los equivocados, somos
nosotros.
¿Por qué escribimos?
Tenemos en nuestro país una tradición
poco escrita de espacios autogestivos, colectivos artísticos, culturales,
populares, militantes, experiencias no-oficiales. Hay hilos que traman unas
experiencias con otras pero parecen, como dijimos, invisibles. Nuestra
genealogía se construye en las charlas intergeneracionales, en las reuniones
sectoriales, en los encuentros a lo largo y ancho del país, en las redes
sociales, en todos los espacios de intercambio que construimos. Hay muchas
experiencias colectivas que desconocemos, otras que escuchamos mencionadas al
pasar. Es una tradición más que nada oral, de experiencias que son
transformadoras aún sin saberlo, en la que podríamos inscribirnos, por la forma
de organización, las preocupaciones, las convicciones, las propuestas y los
problemas: son formas de vida que hicieron otros antes y que nos sirven para
pensar los dilemas de este tiempo. Escribir sobre nuestra experiencia, mientras
sucede, nos parece un aporte. La escritura es una forma que habitamos poco y
que posibilita otro tipo de reflexión sobre nuestro propio funcionamiento,
nuestros objetivos políticos y los desafíos de la etapa. Escribimos para habilitar
otro tiempo porque, en lo efímero y lo abrumador de la exigencia cotidiana, la
urgencia puede ganarnos: sabemos que esta vida puede rompernos. Nos asumimos
desarmados por un sistema que no nos permite pensar por fuera de él, para
frenar un rato, discutir entre nosotros y sobre todo con otros, con la idea de
que narrarnos permite abrir instancias inesperadas, diálogos silenciados, que
son centrales para la imaginación de futuros posibles donde el deseo, la
solidaridad, la construcción para y con otros sean la hegemonía en nuestros
espacios y, por qué no, en los otros. Queremos escribir algunas cosas de
nuestra experiencia porque en un mundo contemporáneo donde pasan tantas cosas
todo el tiempo tan rápido, es fundamental dejar registro de lo que estamos
haciendo, como una forma de elaborar una trama de distintas experiencias
militantes colectivas, comunitarias, culturales. Escribimos como una forma de
fijar algunas ideas para pensar y reflexionar con más gente y, por lo tanto,
mejor.
La potencia de esta escritura plantea
complejidades: ¿cómo se cuenta una historia? ¿cómo un texto único puede ser
digno representante de discusiones entre varios? ¿es posible hacer un texto que
fije nuestras ideas dinámicas cambiantes? Diego Sztulwark y el “Ruso” Scolnik
escribieron el prólogo de un libro que presentamos, leímos y discutimos en
JJ, La Biblio, esa historia de Marcelo Sevilla, sobre la experiencia
de la Biblioteca Ameghino de Venado Tuerto en los años 80 y 90, una gran
construcción político cultural de nuestro país. Diego y El Ruso afirman que
“hay en Argentina una abundante tradición de pensamiento político que se
produce en los márgenes de las instituciones, y por fuera de ellas, que
testimonian los capítulos más bellos del pensar. Revistas, editoriales, cátedras
libres, universidades autónomas, grupos militantes y culturales, son modos de
ser que afirmaron sensibilidades críticas por fuera de las disposiciones
clásicas del saber.” Nos interpelan esas sensibilidades críticas y para
potenciarlas, antes que la planificación forzada de un futuro político hoy
incierto, queremos construir con el impulso genuino de nuestras pulsiones por
hacer, ser y estar con otros.
¿Cómo vivimos en tiempos mileístas?
Es una época difícil: en el futuro vamos a recordar los años del mileismo como
una era de crueldad, de banalización de la discusión pública, de privatización
de la vida comunitaria, de represión, persecución y autoritarismo, de
desfinanciamiento de la cultura, la educación y la salud. Pero también, a
contrapelo de esta historia hegemónica, hay un proceso de las organizaciones
que todavía construyen de otras formas: las de los trabajadores de la economía
popular, los colectivos culturales y artísticos, los transfeminismos, los
sindicatos combativos, los espacios de educación no formal, las universidades
nacionales y una gran porción de la educación pública, ciertas organizaciones
de los pueblos originarios, entre otras. Somos colectivos que podemos, por lo
menos ahora, en 2025, pensar de otra forma, pero: ¿cuánto tiempo más vamos a
poder pensar en hacer con otros si tanto nos cuesta vivir nuestras propias
vidas? Somos colectivos compuestos por personas agotadas, rotas, estamos todo
el tiempo conectados y solemos sentir que corremos atrás de cosas que no
llegamos a hacer y que, peor, a veces no tenemos claro para qué las hacemos.
Cuando termina el día, aunque nos hayamos movido poco, estamos cansados como si
hubiéramos corrido una maratón. Hay ahí un desafío. Escribir abre un paréntesis
para salir de esa cotidianidad abrumadora. Nuestros encuentros en JJ, cada vez
que abrimos, también: es impensado, pero nos toca reivindicar la presencialidad
como forma de resistencia y existencia. Incluso la presencialidad necesita ser
reivindicada.
El repliegue implica dar las
discusiones que en otros tiempos no supimos dar: reflexionar sobre lo que
hicimos para llegar acá, sin defender una identidad fija, por la necesidad de
volver a discutir casi todo. En nuestras experiencias hay aportes para, de esta
forma, debatir alternativas. En el modo en que atravesemos el mileísmo y en las
preguntas y debates que tengamos en nuestros espacios, puede haber un germen
para construirla. En esa búsqueda, desde hace dos años en JJ profundizamos la
programación de propuestas de debate en términos amplios: para diversificar las
voces con las que discutir la complejidad de este mundo que se nos presenta
inasible, difícil de comprender y asimilar. Sentimos que cuando abrimos, en
2017, éramos otro pueblo, uno más generoso y solidario, ¿habrá sido así?
¿seguirá siéndolo y no lo vemos? Apostamos a la discusión política desde la
confianza y el compañerismo, asumiendo la incertidumbre y la incomprensión,
para profundizar preguntas que por momentos nos dan vértigo. Postulamos
dialogar con gente con la que antes no dialogábamos, que piensan distinto a
nosotros, para estimular la posibilidad de crear otras formas.
El problema de la subsistencia
económica
Si compartimos la importancia de que
existan nuestros espacios, nos parece fundamental explicitar el problema de la
supervivencia económica, que las experiencias comunitarias solemos silenciar
pero es central en estos tiempos aunque queramos construir de otra manera. Hay
que decir algunas cosas que no vamos a profundizar -nos cuesta hablar de
plata-: tenemos una serie de gastos fijos (servicios, alquiler, sueldos,
proveedores, etc.) que cubrimos con el ingreso del consumo de la barra, el 30%
de las entradas en ciertas fechas y algunos pocos alquileres para eventos
puntuales. Un dato sabido es que los gastos de la vida aumentaron y la
gente tiene menos plata. La salida a centros culturales, vinculados
dramáticamente al ocio, es uno de los primeros recortes: antes que ir a ver una
película o una banda, desde ya, priorizamos la comida. Los artistas
independientes, que podríamos afirmar también son -y somos- gente, en general
no viven de su arte, tienen menos plata, y están atravesados por la crisis. Hay
menos proyectos artísticos independientes (sería bueno que existieran datos
concretos al respecto, pero tenemos que decir que es una realidad palpable) y
más todavía que puedan convocar una cantidad de gente acorde a un espacio como
el nuestro, donde entran 250 personas. Queremos decir: hay eventos que antes
programábamos -pueden ser fiestas, recitales o lecturas de poesía- a los que
venía una cierta cantidad de gente que consumía una determinada cantidad de
bebida y comida y pagaba una entrada. Eso permitía que los artistas cobraran
por su trabajo, los trabajadores de barra, cocina, seguridad y sonido por el
suyo, y hubiera plata suficiente para los costos de servicios y proveedores.
Hoy esa cuenta ya no funciona, los números no cierran. Hay menos eventos
convocantes y si bien por JJ pasan alrededor dos mil quinientas personas por
mes, la afluencia de público también bajó. A su vez, quienes vienen consumen
menos, es decir, a JJ le ingresa menos plata.
Por otro lado, si la respuesta para
sobrevivir como centro cultural es subir los costos -que inevitablemente en
parte lo es-, eso implica ir contra el derecho a la cultura, que pregonamos
como bandera. No queremos que nadie quede afuera por falta de plata, y a la vez
no podemos cerrar por no tenerla nosotros. Todo esto es muy problemático y no
tiene una resolución sencilla. Intentamos que alquileres privados de fiestas y
otros eventos nos permitan programar actividades de entrada libre y gratuita, o
con alimentos no perecederos para comedores del barrio con los que articulamos.
Antes esta cuenta funcionaba bien; ahora, solo algunas veces.
Sin profundizar en lo económico
material, que es importante pero no es el centro de este texto, la emergencia
provoca ciertos dilemas ¿cómo pensamos política cultural desde la
responsabilidad, la angustia y la urgencia de que nuestro espacio sobreviva? ¿cómo
los mismos que tenemos en nuestra espalda la responsabilidad de pagar el
alquiler, los sueldos, los costos fijos, podemos pensar un proyecto político
cultural transformador? Nos encanta discutir cultura, hacer propuestas
hermosas, que los artistas cobren bien por su trabajo, sean bien atendidos,
recibidos, puedan comer y tomar bien, que se sientan en casa. Pero la realidad
a veces nos la pone difícil. Todas nuestras banderas políticas, si no llegamos
a pagar el alquiler, serían consignas vacías que diríamos desde nuestras casas,
o nuestros celulares. Si el relato no coincide con nuestra forma de ser,
estaríamos en graves problemas, ya nos pasó en la política a nivel nacional.
Profundizaríamos la distancia entre las palabras y las cosas si decimos que queremos
una cultura para todes pero, para venir a JJ, hubiera que gastar alrededor de
veinte mil pesos. Además, si solo pensamos en sobrevivir, ¿para qué seguir?
¿Por qué sostener un espacio que solo sea un comercio sustentable? Aunque no es
nada menor, ¿nos conformamos con sobrevivir para dar trabajo?
Pensamos que el desafío es generar un
hueco en la vorágine que habitamos, contra nuestra propia inercia, para crear
propuestas político culturales superadoras que nos permitan sobrevivir, pero
con el foco puesto en crear, experimentar e imaginar mundos alternativos.
Sabemos la situación económica, sabemos la urgencia. Eso puede ser algo que nos
reúna desde la angustia de sobrevivir, pero también podemos -y queremos-
construir la épica de quedar en la Historia por haber superado el mileísmo con
propuestas creativas, disruptivas, que nos permitan sobrevivir y a la vez hacer
un aporte. La programación y el vínculo político afectivo con artistas,
intelectuales y colectivos culturales militantes es imprescindible en esta
búsqueda. Por eso, sin generar presión ni responsabilidad en quienes habitan
JJ, nos parece importante compartirles la situación que atravesamos: es una
forma de generar relaciones sinceras, compañeras y generosas con otros.
Un colectivo de individualidades
Un problema que por momentos
parece insalvable: las mismas personas que queremos hacer todo eso somos parte
de este mundo. Si fuera cuestión de voluntad, sería muy sencillo, pero los
problemas pareciera difícil siquiera pensarlos. Es complejo imaginar el fin del
capitalismo, aún en esta crisis salvaje, también porque nuestras ideas surgen
dentro de este mismo sistema. ¿Cómo pensar por fuera? ¿cómo construir otra
cosa? ¿Cómo mantener el deseo genuino, la motivación y el impulso inicial de
transformar el mundo, cuando no sabemos si nuestros compañeros van a cobrar por
su trabajo? ¿cómo ser dinámicos, frescos y creativos cuando pareciera que ya
nada importa? Creemos que esas preguntas son necesarias para movilizar y seguir
encontrándonos. Para crear nuestras propias herramientas político culturales.
Venimos de militancias partidarias
con una tradición de estructuras rígidas, lógicas cerradas que potenciaron
proyectos políticos: gracias a eso, de hecho, nació JJ. Pero esas estructuras
muchas veces “bajan” o “bajaron” lineamientos “de arriba” con objetivos
claros pero sin atender lo que pasaba en la militancia base. Frente a esto, los
feminismos revolucionaron la forma de organizarnos: supimos que el sacrificio
era necesario para una agrupación como la nuestra, pero también el deseo. De
hecho, el sacrificio, imprescindible, tiene que motorizar desde el deseo y la
convicción política. Somos un colectivo dinámico, que sostiene un centro
cultural hace siete años y medio pero en este tiempo tuvimos mucho movimiento,
cambió la gente que lo integra: de quienes hoy somos parte del espacio, la
enorme mayoría no estuvo en su apertura ni está desde sus inicios. De las más
de treinta personas que somos, el 94% nos sumamos una vez que el lugar ya
estaba abierto: solo hay tres compañerxs que participaron de la construcción
inicial de JJ. Eso plantea algunas inquietudes: ¿por qué las personas se van? o
mejor ¿cómo construir un proyecto que pueda sobrevivir a las individualidades?
Y en esa búsqueda, ¿cómo darle lugar a la singularidad de cada compañero y
compañera que hace JJ? ¿Cómo generar el espacio para que cada quien pueda
aportar su conocimiento, su sensibilidad y sus deseos?
JJ tiene principios polìticos
innegociables: entendemos a la cultura como un derecho y un trabajo, somos un
espacio transfeminista, sostenemos la importancia de construir espacios
solidarios y respetuosos con los artistas, los públicos, los vecinos y los
trabajadores de la cultura, pensamos que cualquier proyecto cultural tiene que
dialogar y construir con el territorio que habita, militamos por la libertad de
ser quiénes somos, levantamos las banderas de los 30 mil compañeros
desaparecidos, y elegimos a la cultura como forma habitar el mundo, entre otras
cosas. Pero estos principios que compartimos también son consignas amplias: en
la práctica, JJ es lo que quienes somos parte queremos hacer. Por eso, si
alguien se va o alguien llega, el proyecto cambia. Si en 2019 pensábamos
políticas públicas culturales para la ciudad que queríamos ganarle al macrismo,
hoy estamos más cerrados sobre nosotros mismos por la urgencia y el desgaste de
tantos años: el impulso inicial de abrir para comerse el mundo, siendo una
novedad, dio paso a otras formas de militancia y de construir el espacio con
motivaciones nuevas que vamos creando. Hoy, ya establecidos y con una identidad
construida, nuestros desafíos son otros. Por otra parte, si antes de la
pandemia nos sumábamos a la militancia y a JJ para transformar el mundo desde
la cultura, para vencer al macrismo, hoy nos suele pasar que militamos para
construir una alternativa comunitaria, un refugio, un espacio de encuentro con
otros. Y eso es interesante para pensar cómo sostenerse en el tiempo y a la vez
valorar, potenciar y cuidar la singularidad de cada uno de nosotros. Si las
personas que integramos el colectivo no pensamos en la Revolución, ¿para qué
nombrarla como objetivo? En nuestro repliegue de estos tiempos gobernados por
el individualismo y el egocentrismo, en una época de fragmentación, pensamos
que integrar y sostener un colectivo desde una práctica militante es de por sí
una propuesta alternativa. Sentimos que vamos contra nuestro tiempo cuando
elegimos ser parte de un proyecto cooperativo que apueste por el encuentro
entre las personas y cuando la fuerza de hacer cultura, de hacer JJ, es lo que
elegimos todos los días hace 7 años: por convicción política, por sentido de
pertenencia, por nuestras propias libertades y, cada vez más, para hacer que
nuestras propias vidas sean vivibles.
¿Cómo nos organizamos?
En JJ, como antes dijimos, a partir
de los feminismos y con lo que nos despertó la pandemia, decidimos poner en el
centro la escucha a nuestros deseos para construir una organización más libre y
flexible que le permita a cada persona participar con sus tiempos, intereses y
ganas de hacer. Eso nos renovó y nos permitió crecer y comprometernos más entre
nosotros. Intentamos, por intuición antes que por planificación, construir un
colectivo en el que hablemos de cómo estamos, nos conozcamos más, nos
acompañemos y sepamos quiénes somos, para plantear nuestros propios objetivos
políticos en base a nuestras capacidades, fuerzas y posibilidades: una
estructura conformada por sus personas, antes que un dispositivo dispuesto a
cumplir objetivos estructurales impuestos. Desde la base de saber quiénes somos
y qué queremos, propusimos exigirnos para potenciar JJ: así hacemos una gran
cantidad diversa de cosas que nos llenan de orgullo y nos identifican, como
cortes de calle, inversiones en sonido, la renovación de la carta de comida y
bebida, tener una programación interdisciplinaria con especialistas pensando
cada una de las propuestas, comprar una pantalla y un proyector, articular y
armar actividades en JJ y el barrio con vecinos y organizaciones sociales y
culturales del Abasto, hacer un taller de arte para las infancias de las
escuelas públicas con frecuencia semanal, fundar una biblioteca, programar
festivales en plaza junto a otros centros culturales, participar de ollas
populares en nuestro territorio, ser vacunatorio de covid durante la pandemia
para vecinos de inquilinatos populares a los que el Estado no lograba llegar,
entre otras cosas.
Todo eso fue fundamental y es
fundamental y trajo nuevas preguntas en nuestras militancias: ¿cuál es el
vínculo entre el sacrificio y el deseo? ¿Quiénes piensan, motorizan y acompañan
los procesos de los compañeros que suman y participan de maneras distintas?
¿Cómo encontramos el lugar para que cada persona que se sume pueda militar con
libertad, deseo y compromiso? ¿Cómo la horizontalidad en la construcción
política se convierte en una horizontalización de las responsabilidades antes
que en una concentración no dicha en pocas manos? Y por otro lado, ¿cuánto
tiempo dedicamos a hablar de cómo estamos, olvidándonos de los objetivos
políticos? Estas preguntas, para nosotros, son trascendentes.
Necesitamos construir organizaciones
atentas a su tiempo, a las personas que las integran, y que al mismo tiempo
puedan plantearse y construir objetivos políticos concretos para solucionar
problemas específicos. Ante la falta de un horizonte común de emancipación, es
central preguntarse qué aporte podemos hacer para construir el mundo
alternativo que queremos. Pensamos que mientras las instituciones estén en
crisis y no tengamos un rumbo político ordenador, JJ sirve para hacer, hoy, de
una forma alternativa: cuando organizamos un festival por el 24 de marzo,
preparamos un corte de calle, un locrazo, programamos de lunes a lunes, hacemos
un aporte a la construcción comunitaria en nuestro territorio, entre otras
cosas. Tener un espacio físico que sostener, que da trabajo a más de veinte
personas y piensa propuestas político culturales efectivas para su barrio,
construye una militancia concreta como respuesta a esa falta de horizonte político.
El centro cultural nos obliga a ordenarnos y a pensar, en el hacer,
alternativas a este presente tan hostil. A la vez, en JJ, mientras hacemos
cosas de distinto tipo todos los días -porque sostener un centro cultural como
el nuestro es de verdad una tarea descomunal-, queremos discutir los grandes
problemas de nuestro tiempo sin que eso nos paralice; por el contrario,
pensamos que eso nos motiva a encontrarnos como colectivo en la convicción que
es importante sostener nuestro espacio: antes que por nosotros, por el aporte
que podemos hacer en construir alternativas de vida.
¿Cómo estamos?
Atravesamos una pandemia de salud
mental, nuestros síntomas muestran que no queremos ser parte de esta humanidad.
Colectivos como JJ pueden hacer un aporte fundamental en este punto, porque nos
sacan de nuestras casas, ya sea para discutir, vender locros, cubrir en un
evento, cortar cebollas, acomodar el salón, pintar murales, lijar paredes. Si
bien no es suficiente ,y no pretendemos curarnos ni curar a nadie, nuestros
colectivos logran sacarnos a nosotros de nuestras propias angustias y tenemos
el desafío de sacar a los que no pueden salir, para ser parte de algo
colectivo. Ahí, es evidente, surge el problema de que la organización no sea
una terapia, pero pensamos que, en tercera o cuarta instancia, no está mal que
lo sea: no en el sentido de pensar tanto en uno mismo, sino al revés, alejarnos
de nuestra propia cabeza cerrada en nosotros mismos, y así pensar y hacer en,
para y con otros. Quienes integramos colectivos culturales tenemos una tarea
política fundamental, ir a buscar a las personas que están que no pueden salir
de sus lugares. Estamos convencidos que nuestra forma de construir es más
linda, feliz y productiva, hay que compartir esa convicción con otros. Es un
momento de decrecimiento de la participación en organizaciones colectivas. El
pueblo, o podemos decir las personas, estamos angustiadas, deprimidas,
perdidas. Como militantes tenemos el gran desafío de sacar gente de su casa y
de sostenernos a nosotros mismos en esos lugares, porque también muchas veces
nos cuesta seguir. Pensamos, a veces, para qué le dedicamos tanto tiempo a algo
que, a simple vista, no nos da nada. Lo hacemos porque sabemos que que en la
construcción colectiva encontramos nuestra felicidad a la vez que, tal vez sin
ser conscientes, intentamos armar otras formas de vida. Pero dudamos. Muchas
veces dudamos, y en nuestros compañeros está la fuerza que nos sostiene. Pero
si los compañeros se cansan, si nos cansamos nosotros, todo eso puede
terminarse sin que nos demos cuenta. Hay que ser conscientes de la importancia
de acompañarnos. Tenemos que salir a buscar a otros. Ir a sus casas,
convocarlos por las redes sociales, los celulares, para sacarlos de sus camas y
traerlos a nuestras alternativas que, aunque minoritarias y en repliegue, son,
para nosotros, las mejores. No es una tarea fácil ni significa una
transformación social absoluta, pero es un aporte imprescindible y fundamental
a la construcción de la vida en común.
Ahí, quizás, se presente el dilema o
la paradoja más difícil de resolver: ¿cómo hacer todo esto, impulsar a otros,
si por momentos nos cuesta tanto a nosotros mismos? En los diálogos, en las
preguntas, en salir de nuestro lugar, en pensar con otros, en discutir los
problemas que enfrentamos, hay una pista para poder, mientras hacemos nuestra
militancia de todos los días, imaginar otras formas de vida posibles que
incluyan cada vez más personas. Quisiéramos que este texto sea una herramienta
para eso.
Parte de una historia
JJ, en su propuesta cultural diversa,
busca generar un espacio de encuentro para dialogar con el público, los
artistas, los vecinos, y entre nosotros mismos. En abril de 2024, con nuestra
por entonces naciente Biblioteca Mañana de Sol, presentamos el libro de Sevilla
que mencionamos al principio de este texto, sobre una Biblioteca popular de
Venado Tuerto. Esa experiencia político cultural disruptiva inspiró la
fundación de nuestra biblioteca. En Venado Tuerto, en los años de la primavera
democrática y durante los años 90, un grupo de jóvenes, desde una Biblioteca
Popular, transformó la ciudad y, en parte, nuestro país. Sin el libro de
Sevilla, publicado en 2021, veinticinco años después del cierre de la Facultad
Libre que ese colectivo fundó, no hubiéramos conocido su historia: por eso es
importante escribir las nuestras. Después de esa presentación del libro en JJ,
hablamos con Marcelo. Intrigados por los motivos que llevaron al final de esa
construcción colectiva, le preguntamos por qué se había terminado. Marcelo nos
respondió que en realidad nunca terminó, porque quienes habían sido parte y
quienes habían sido atravesados por La Biblio, lo llevaban encima en su forma
de vivir, en la manera de hacer las cosas que hacían. Hace cuatro años, en
2021, en Venado Tuerto se creó la Universidad Experimental, una propuesta
construida por los hijos de los que habían hecho la Biblio. La experiencia
colectiva de los 80 y 90 inspiró también una propuesta de educación que existe
hoy en Venado Tuerto.
En la misma línea, en su libro Nada
que esperar, nuestro amigo el Ruso Scolnik dice que la experiencia de El Mate,
una agrupación que surgió en la Facultad de Sociales de la UBA y después tuvo
una deriva como movimiento político social, “no se mide por la bronca o la
tristeza que podamos haber sentido, sino por la capacidad de diluirse en otras
experiencias realizando un aporte que de otra forma no hubiera habido”.
Mencionamos estos colectivos político
culturales reales, comunitarios, como muestra de tantos otros que existieron y
existen, para señalar la trama de nuestras experiencias de construcción
comunitaria conectadas con una tradición anterior, que es fundamental
revalorizar, recordar, porque eso también nos permite pensar nuestro presente.
Digamos: qué lineas de continuidad, qué rupturas hay entre la forma de
construir en los 80 y hoy, entre los 90 y hoy. Es una pregunta que nos invita a
investigar la tradición alternativa de la que somos parte, y cómo hacemos para
que ese hilo siga tirando, sobreviva a nuestras propias experiencias y
construcciones, para que derive en propuestas colectivas futuras.
En su libro, Marcelo narra una de las
clases de la Facultad Libre de Venado Tuerto: “entre la bondiola de cerdo y su
charla abierta, Pancho Aricó nos dijo que había: una crisis que va más
allá de los indicadores económicos -en Europa y en nuestro país- porque hace a
la crisis de identidad, a la crisis de certidumbre en sociedades que no
encuentran un destino cierto, un horizonte verdadero, con sociedades asistiendo
a un proceso de privatización de la vida asociada de los seres humanos, que les
impide hacerse cargo de los problemas… El capitalismo creaba una nueva
pobreza: la pobreza narrativa. El esfuerzo y la educación podían no conducir a
ningún lugar, no necesariamente coronaban. El discurso de esa parábola sería
miserable, pero además, impotente. Luego, criatura, deberás elegir qué sueños
soñar”. En otra crisis no tan nueva de nuestro mundo, contra estos tiempos
neoliberales, nos plantamos convencidos de que nuestras organizaciones tienen
la potencia de imaginar y hacer formas de vida alternativas: entre tanta
crueldad y crisis económica, deseamos elegir nuestros sueños.
Tomás Schuliaquer es Integrante del
JJ, Centro Cultural del Abasto.
Foto de Agustina Minteguía
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