Provincia de Buenos Aires es el escenario central de nuestro destino sociopolítico en el corto y mediano plazo. En una Argentina bipolar, en donde no se votan ideas políticas ni proyectos sino disgustos personales, el péndulo electoral es la herramienta que el ciudadano medio suele escoger para dirimir sus pulsiones, aún en detrimento de sus propios intereses.
La conciencia social colectiva es un valor inexistente predominando en su lugar
la percepción de clase, cuestión que en nada se relaciona con la clase de
pertenencia en sí propia, sino con la aspiracionalidad que el ciudadano posee
en función de sus creencias sobre “el supuesto rol” que cumple dentro de la sociedad. Mientras
los políticos no comprendan que la política es atender a las necesidades de su
pueblo y que este inciso debe estar por delante de sus apetencias personales,
las disputas por el poder seguirán configurando una suerte de juego de mesa
sobre un tapete en donde apenas unos pocos están invitados.
En este sentido el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, luego de seis años de gestión, ha demostrado muchos más yerros que aciertos, sobre todo en aquellas políticas inclusivas y equitativas que se comprometió impulsar y defender y que atañen directamente al ciudadano de a pie. Por caso IOMA y el IPS son dos estamentos que impactan de manera cardinal en la vida de buena parte de los bonaerenses, reparticiones públicas en donde la burocracia y la desidia han provocado verdaderas tragedias familiares.
A la par que el gobernador se entretiene buscando adhesiones a través imágenes publicitarias, llamativas e incomprensibles roscas desdoblando los comicios y reelecciones indefinidas a la carta de los intendentes (de todo pelaje) el pueblo profundo sufre la postergación de sus tratamientos médicos y demoras injustificables en tanto sus derechos previsionales.
A caballo de las nefastas políticas nacionales Axel Kicillof, hombre que encabezó un programa por el cual confié y milité, ha encontrado en ellas el falso salvoconducto que le permite justificar hasta lo inaceptable victimizándose por cada omisión sin hacerse cargo de sus insolvencias.
Independientemente del resultado de los comicios venideros la derrota ya es conceptual debido a que le ha cedido a la ignominia muchos aspectos de su gestión. Nadie le ha hecho mejor el juego a la reacción neoliberal que el propio gobernador ignorando las problemáticas urgentes del pueblo que lo acompañó con esperanzas.
Es cierto que el gobierno nacional ha sido despiadado con el gobierno y el ciudadano bonaerense, desde el gasoducto mudado que no fue hasta el decreto que anuló las partidas presupuestarias para la reconstrucción de Bahía Blanca luego de la inundación, pero tampoco vemos en el primer mandatario provincial virtudes políticas contracíclicas que ayuden a menguar esos efectos tan devastadores.
En caso de que los comicios le sean adversos al Partido Justicialista no será
porque los demás sean mejores ni que porque tengan buenas intenciones, sino
porque las políticas desarrolladas en estos seis años se contradicen
notablemente con aquellas propuestas que enamoraron a un electorado que lo votó
masivamente en el año 2019, lo revalidó en los comicios de medio término del
año 2021 y volvió a depositar en él su confianza ejecutiva en 2023.
Me resulta de cuento que en una provincia tan rica, heterogenia y compleja sea la tercera sección electoral la que en la actualidad se constituya como la madre de todas las batallas, pareciera ser que el PJ se ha transformado en un partido seccional y no en una propuesta de poder alternativo, tanto a nivel provincial como nacional, una suerte de vecinalismo que por cuestiones demográficas poco se interesa por el resto. Este tipo de actitudes no son inermes siendo observadas por una población provincial que en algún sentido puede percibirse desamparada y ofendida, desembocando esta orfandad en un variopinto de reacciones contraproducentes, desde la abstención, pasando por la atomización del campo nacional y popular hasta volcar su opción a favor de la crueldad y el neofascismo. Abandonar los principios porque en apariencia el electorado ha escogido transitar por senderos oscuros es simplemente claudicar, y esa claudicación es la peor de las derrotas porque ya no se trata de haber sido vencido, sino de haber sido convencido por la ignominia.
El kirchnerismo, como idea fuerza refundante del peronismo, en tanto praxis y dialéctica nacional y popular, luego de su nefasta década neoliberal, finalizó su tarea el 9 de diciembre del año 2015. Nos preguntábamos por entonces qué harían las estructuras partidarias burocráticas con ese capital político mientras un pueblo agradecido despedía a su líder y presidenta con una Plaza de Mayo colmada, único caso en la historia, incluso lo advertíamos dos años antes AQUÍ cuando ya observábamos que el propio PJ no solo comenzaba a acuarelizar sus significantes y significados sino a corromperlos hasta destruirlo en su esencia. Porque a sus enemigos externos se sumaban los topos, cuadros pejotistas que plagaron de operaciones mediáticas y judiciales en alianza con los primeros para no solo quedarse con esa fuerza electoral determinante sino además, y aquí lo peor, para borrar de plano sus paradigmas inclusivos e igualitarios. La resultante de este metódico y pensado accionar es el presente, plan que comenzó en el año 2013 con el Frente Renovador, que se potenció con los laxos dirigentes de éste durante el gobierno de Cambiemos (recordemos que este espacio liderado por Massa fue el que colaboró con la aprobación en el Senado de los pliegos previamente decretados por Macri y Magnetto de los jueces Rosatti y Rosenkrantz para la CSJ) al cual se sumaron el Randazzismo y muchos gobernadores feudales del interior. Alguna vez afirmamos que para destruir al kirchnerismo como representación del pensamiento nacional y popular no alcanzaba con la comunión de las oligarquías tradicionales pues era necesaria la participación de las estructuras peronistas más conservadoras, muchas de ellas agazapadas subrepticiamente dentro del kirchnerismo hasta ese 9 de diciembre de año 2015. El gobierno de Alberto Fernández fue la síntesis que terminó dándole forma a la implosión.
El kirchnerismo murió cuando dejó de serlo y esto ocurrió hace una década, cuando cada una de sus banderas distribucionistas fueron arriadas, guardadas y olvidadas en un cajón de un placard cuyas llaves ya ningún dirigente desea buscar y menos encontrar, solo queda en la buena memoria de esa porción del pueblo, en el cual me incluyo, que a través de él encontró derechos, felicidad y dignidad.
*Gustavo Marcelo Sala. Editor
Coincido compañero . Pero parece que el PJ y Kicillof no lo entienden o no lo quieren entender. El link que adjuntó no tiene desperdicio, premonitorio.
ResponderEliminarPrepárese para que los dueños del peronómetro le muerdan el cuello y hasta lo llamen gorila por no serlo
ResponderEliminarGustavito: ¡Andá a cagar!
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