Acaso la mayor y mejor reseña intangible de que uno está arribando al crepúsculo de la vida es la ausencia de certezas, inexorablemente comienza un viaje cuyas maletas están saciadas de dudas existenciales, pesada carga a sobrellevar, preciso instante en el cual las fuerzas han abandonado y la voluntad comienza a lucir túnicas absurdas, momentos en donde la rendición propia ya no cuenta ni para aquel que nos derrotó. Quizás allí, en ese crepúsculo, es en donde principia y amanece la sabiduría de la vida, la lección ecuménica. Aceptar la finitud como tragedia, ser acariciado por la agonía, danzar con la extinción, abandonarse elegantemente al estertor. Y sin el amor se pueden escribir decenas de libros, sembrar o plantar árboles en cada suelo cursado, procrear con banal emoción, ninguna de estas evocaciones ayudan para que mermen las dudas crepusculares, es probable que ante tales circunstancias despunten en el horizonte el nihilismo, el dogma y ciertas supersticiones bajo el fulgor de promesas infundadas, artesanías que suelen conspirar en modo placebo en contra de aquella erudición de la duda antes mencionada. Tal vez la pregunta más inquisidora es aquella que nos litiga el amor en primera persona. ¿Hemos amado, o creímos haber amado? ¿Hemos sido amados, o creímos haberlo sido? ¿Hemos honrado con honestidad pasional tan sensible y complejo estremecimiento? Y es probable que esta duda crepuscular opaque a las restantes debido a que el amor es el único néctar ustible por el cual vivimos, amar y ser amados es la base de todas nuestras acciones, omisiones, incentivos y quebrantos. Pero qué sucede cuando el amor es utilizado como pretexto de nuestras peores obras, cuando lo deformamos a favor de la especulación, cuando no nos hacemos cargo exonerando a los remordimientos, justificando inmoralmente con el olvido a nuestra mitomanía y a nuestros egoísmos. Encallado en este punto el ser humano opta por la soberbia licenciando a la duda, circulando por las aparentes y seguras colectoras antedichas como verdades reveladas. Aún así exhorto convencido que venimos a la vida para amar, enseña que no siempre es simétrica y por ello sufriente pues carece de fórmulas certeras, lo demás son simples y vulgares intervalos.
*Gustavo Marcelo Sala. Editor
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