Fuente: Lobo Suelto!
Link de Origen:
https://lobosuelto.com/para-un-teoria-politica-de-nuestros-dias-diego-sztulwark/
De todas las palabras afectadas por
la indignidad de este presente político, democracia es la que sale más
chamuscada. La tristeza –no sin furia contenida– del martes pasado en la calle
Matheu habla de todo de esto. La proscripción de CFK no hace sino confirmar que
el proyecto del bloque de poder avanza en su pretensión de aniquilar la ya de
por sí maltrecha relación constituyente entre conflicto social e institución.
Ese proyecto modela una república sin huelgas, sin tomas, sin calles, sin
piquetes, sin memoria, sin discusiones colectivas, sin organización popular,
sin discursos que rocen la historia, sin rupturas, sin rebelión, sin archivos,
sin textos y (esta es la novedad más evidente) sin oposición política efectiva.
El pronunciamiento de la Corte es, en este sentido, un borramiento de toda
diferencia legible entre orden político legal y programa de las clases
dominantes. La paradoja más obvia de la semana que termina puede formularse,
entonces, con una pregunta ¿qué esperar, de aquí en más, de una democracia que
ya no soporta siquiera su componente liberal, y restringe el orden político a
un clasismo propietario estricto?
Horacio González decía que habría que
teorizar lo más posible, crear teorías cotidianas, cada día. Entre los
rudimentos para una teoría política de estos días habría que destacar: el modo
en que lo jurídico se expuso como “política concentrada” (la fórmula de Lenin
decía que la política era “economía concentrada”) delimitando –por medio de la
manipulación de la legalidad– fuertemente el juego político; el significado de
la proscripción de por vida de CFK como un paso más en la consagración de un
república de las finanzas que funciona como un aceleracionismo que se exaspera
incluso ante los residuos de liberalismo político y que ya no soporta ninguna
otra cosa que no sea la supresión de la diferencia que justifica la democracia
como espacio de disputa (esto es, la distinción entre orden político legal y
programa del bloque en el poder); la sacralización de una macroeconomía
neo-extractiva que hace juego con una micropolítica de la desertificación, que
esteriliza toda sensibilidad en el lenguaje (en el habla y en los cuerpos)
destruyendo la posibilidad material de la emergencia de un colectivo capaz de
gritar «no».
Definitivamente, algo huele mal
(desde hace rato) en Dinamarca. La tendencia creciente del ausentismo electoral
en los comicios realizados en diferentes partes del país durante este año no
hace sino confirmar, por medios silenciosos, lo que millones de personas
piensan de la política realmente existente. Se trata de una tendencia demasiado
pronunciada para ser ignorada. Y si a esta pasiva impugnación popular le
sumamos lo que parecen pensar los que sí votan (no ocurrido hasta el momento
ninguna derrota significativa del mileísmo), podemos dimensionar el abismo
abierto entre aquellos discursos que hablan de y desde lo popular y las
conductas efectivas de un pueblo esquivo.
La proscripción de CFK abre en toda
su radicalidad una pregunta legítima (que hasta ahora encuentra una respuesta
clara): ¿Se trata ahora mismo de reorganizar los términos de una
izquierda del orden político que se impone, o bien de conectar con
todo aquello que lo desprecia, buscando la manera de activar el descontento que
se extiende perseverante a distancia de las retóricas y los modos habituales de
participación política? ¿Cómo combinar la táctica electoral en la situación de
ilegalización de la oposición política? De otro modo: ¿es lo mismo hacer, como
se ha hecho mayoritariamente hasta aquí, del descontento y de la calle un
momento de lo electoral, que hacer –como sin dudas también se viene intentando
con dificultades– de lo electoral un momento de ese descontento y de esas
calles? En definitiva, la sensación de que la pasividad expresada en el
ausentismo no termina de enganchar con las muchas luchas y movilizaciones con
fuerte presencia del activismo que se vienen dando en todo el país plantea
preguntas urgentes: ¿qué nos dice el hecho que el descontento de millones que
ni votan ni se movilizan? ¿Hay otra pregunta políticamente más decisiva que
esa?
Por otra parte, resulta imposible
soslayar la imbricación entre situación nacional y mundial. No es mera
casualidad que la Corte sentencie a CFK en el momento en que Milei se encuentra
abrazando al criminal de guerra Benjamin Netanyahu horas antes que de Israel
ataque a Irán (hablamos de una guerra que roza el riesgo nuclear), y Trump
moviliza a las fuerzas represivas de EE.UU para acallar la protesta de los
migrantes frente a las deportaciones. La crisis provoca aquí y allá toda clase
de delirios (Guillermo Moreno creyó posible y deseable que la vicepresidenta
Victoria Villarruel indulte a Cristina mientras el presidente se encuentra en
el exterior llorando teatralmente ante el Muro de los Lamentos, y entrando a la
mezquita Al-Aqsa). El crimen político como medio para despejar espacios sin
oposición política real al orden es la consigna de la hora. Las derechas
extremas –el historiador Enzo Traverso habla de un fascismo del siglo XXI– no
dudan en hacer vibrar cuerdas emocionales populares profundas, sea para
emplearlas en su favor, sea para destruirlas sin más. Como los héroes de las
novelas de Kafka nos encontramos, no en un laberinto sino ante un callejón sin
salida. Como a ellos se nos impone crear una salida donde no la hay.

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