Ilustración de Ben Jones
Fuente: Jacobin
Link de Origen:
https://jacobinlat.com/2025/06/la-era-de-la-regresion/
Entrevista por Daniel Finn
Traducción: Florencia Oroz
Nacida en el siglo XVII, nuestra fe en el
progreso se encuentra ahora al borde de la muerte. El sociólogo Göran Therborn
traza la historia de esta idea y argumenta por qué debe revivirse.
Göran Therborn es uno de los sociólogos más
destacados del mundo. Profesor de la Universidad de Cambridge y doctor por la
Universidad de Lund (Suecia), es autor de obras como European Modernity
and Beyond (1995), The World: A Beginner’s Guide (2011) y The
Killing Fields of Inequality (2013).
En un ensayo publicado en 2016 en New
Left Review, Therborn argumentó que existía un sentimiento generalizado de
pesimismo en la izquierda sobre la idea misma del progreso histórico, lo cual
consideraba erróneo: «En contra, o quizás, más cautelosamente, junto al
pesimismo que prevalece en la izquierda —incluida la izquierda ecologista— se
puede afirmar que la humanidad se encuentra hoy en un momento histórico álgido
en cuanto a sus posibilidades, en el sentido de su capacidad y sus recursos
para moldear el mundo y a sí misma». En conversación con Daniel Finn para Jacobin,
Therborn revisa y amplía sus ideas sobre la dinámica de la evolución social
humana.
DF
¿Hasta qué punto la idea del progreso es una
novedad histórica en sí misma?
GT
El progreso ha sido una reivindicación de la
izquierda desde su nacimiento hace más de dos siglos. Surgió antes de la
modernidad y de que se impusiera una orientación general hacia un futuro
abierto. Las interpretaciones premodernas predominantes de la historia lo veían
en términos cíclicos o de declive desde una edad de oro del pasado. Para los
cristianos, había existido el Jardín del Edén; para los eruditos, los artistas
y los intelectuales, la Grecia y la Roma clásicas eran más relevantes.
Aristóteles fue la gran autoridad de la ciencia en general durante más de 1500
años, junto con otros maestros antiguos en disciplinas específicas, como el
anatomista grecorromano Galeno, del siglo II. Las escalas temporales de la
ciencia eran muy diferentes en la época premoderna.
El «descubrimiento» y la conquista europea y
posclásica de América contribuyeron a erosionar la inferioridad percibida
frente al conocimiento olímpico de los antiguos. Con mayor frecuencia, los
logros técnicos recientes se utilizaban como argumentos contra dicha
inferioridad, como la imprenta, la brújula marina y el telescopio.
Fue durante el siglo XVII, de la mano de
numerosos avances, cuando la ciencia contemporánea se afirmó en comparación con
la antigüedad. El filósofo inglés Francis Bacon fue precursor y el francés René
Descartes sentó las bases filosóficas para romper con el pasado; la física de
Isaac Newton abrió una nueva era científica, institucionalizada en la Royal
Society británica y la Académie des Sciences francesa. Ese siglo también fue
testigo de un importante levantamiento moderno en el frente estético contra la
sumisión a los antiguos, la Querelle des Anciens et des Modernes francesa,
en la que los escritores modernos del «siglo de Luis el Grande» reclamaban la
igualdad con la literatura antigua.
En el ámbito político, la Revolución Francesa
supuso la aparición del futuro como un terreno sin guion que los seres humanos
podían crear. Fue entonces cuando los conceptos de revolución y reforma
adquirieron su significado moderno como procesos de cambio social que conducían
a un nuevo tipo de sociedad. Antes de eso, «reforma» y «réforme» significaban
restauración; en el protestantismo cristiano, la restauración del cristianismo
prepapal.
Revolución significaba originalmente
«retroceder» y adquirió varios significados, en primer lugar astronómico,
refiriéndose al movimiento recurrente de los cuerpos celestes, como en la obra
de Nicolás Copérnico de 1543 De revolutionibus orbium coelestium. A
mediados del siglo XVII, la revolución había pasado a incluir acontecimientos
de agitación política, protesta o violencia, y en este sentido amplio, el
término se utilizó para designar la «Revolución Gloriosa» de 1688 en
Inglaterra. Más tarde, escribiendo a la sombra de 1789, conservadores como
Edmund Burke afirmarían que esta «revolución» no implicaba «una sola idea
nueva» y que se llevó a cabo únicamente «para preservar nuestras antiguas e
indiscutibles leyes y libertades».
En la principal obra intelectual de la
Ilustración, la Encyclopédie francesa, el volumen dedicado a la
letra R apareció en 1765. Tenía entradas para varios significados
de révolution, incluyendo uno que se refería a la relojería. La propia
Revolución Francesa estableció la semántica de la revolución. Junto con la
posterior campaña británica por el cambio parlamentario, también popularizó el
uso del término «reforma» como puerta hacia algo nuevo y mejor.
DF
¿Podemos separar el concepto de dominio de las
nociones tradicionales de que la humanidad tenía derecho a dominar la
naturaleza?
GT
No creo que esta pregunta deba plantearse en
términos de derechos. Para los seres humanos premodernos, la naturaleza era a
menudo una fuerza abrumadora de sequías, inundaciones, heladas, erupciones
volcánicas y terremotos, por no hablar de las plagas y otras enfermedades
epidémicas.
También existían percepciones premodernas de
la naturaleza como una totalidad animada a la que los seres humanos pertenecían
y a la que debían respeto. Sin embargo, estas nociones no parecen haber estado
muy extendidas entre los campesinos y habitantes urbanos europeos de la Edad
Media, el entorno en el que se desarrolló la modernidad. El «dominio» de la
naturaleza por parte de la modernidad comenzó como una liberación humana de la
servidumbre a la naturaleza, cuyo núcleo era la llamada trampa maltusiana,
según la cual las buenas cosechas conducían a la superpoblación y a un nuevo
período de hambrunas.
Es cierto que una figura como Bacon, que fue
un destacado político y el heraldo filosófico de un «nuevo instrumento de las
ciencias» con su libro Novum Organum, pudo escribir en 1603 un artículo
sobre «el nacimiento del tiempo, o la gran instauración del dominio del hombre
sobre el universo», exhortando a los seres humanos a «hacer [de la naturaleza]
su esclava». Argumentaba que se trataba de un derecho humano otorgado por Dios.
Sin embargo, también podemos considerar que la
revolución científica del siglo XVII supuso el descubrimiento de las leyes de
la naturaleza, que el hombre podía utilizar pero no dominar ni cambiar. Esta
perspectiva se trasladó a la economía del siglo XIX y al evolucionismo
spenceriano. Para Descartes, el bien primordial de «los frutos de la tierra y
todo lo bueno que en ella se encuentra», que la ciencia y los inventos
permitirían disfrutar a los hombres, era «la conservación de la salud».
DF
¿Cuáles eran las limitaciones del
evolucionismo social del siglo XIX?
GT
En Europa y Norteamérica, el siglo XIX fue un
período de cambios y transformaciones trascendentales, tanto en el ámbito
social como en el tecnológico, posiblemente más que en cualquier otro momento
de la historia. Fue la era de la máquina de vapor, la luz eléctrica, los
ferrocarriles, los barcos a vapor, el telégrafo y muchas otras cosas. Se
vislumbraba el fin del reinado de los reyes y los aristócratas, y surgía una
nueva economía basada en la industria y el capitalismo.
Sin duda hubo muchas continuidades y cambios
incompletos, pero se producían más bienes que nunca, el transporte y los viajes
se volvían más rápidos y la gente común tenía más derechos y libertades. En
resumen, el mundo humano estaba en movimiento, evolucionando. Las nuevas
ciencias sociales, la sociología y la antropología, intentaban comprender lo
que estaba sucediendo y categorizar la nueva sociedad que surgía.
No es de extrañar, pues, que el siglo XIX se
convirtiera en el siglo del evolucionismo. Los nuevos avances científicos
abrieron nuevas perspectivas a grandes poblaciones, la geología alteró la
escala temporal de la Tierra y Charles Darwin mostró cómo se había desarrollado
la vida en el planeta.
Sin embargo, el evolucionismo social
victoriano se encerró en sí mismo y se convirtió en un primo secularizado de la
providencia cristiana. Era universalista, basado en una perspectiva en la que
todos los seres humanos se enfrentaban a la misma escalera de desarrollo
sociocultural, pero ahora se encontraban en diferentes peldaños. Este
universalismo se expresaba de forma característica en términos eurocéntricos y
racistas (tomados de Montesquieu) como el paso por las etapas de «salvaje, bárbaro
y civilizado».
El progreso y la evolución en este modelo eran
deterministas, con una tendencia inherente al cambio lento, incremental y no
planificado. Cualquier intento político de alterar esta tendencia sería inútil.
El destino de tal evolución era claro: «la mayor perfección [del hombre] y la
felicidad más completa», como lo expresó Herbert Spencer.
La teoría de la evolución de Darwin se inspiró
originalmente en el economista conservador Thomas Malthus y su sombría visión
de la «lucha por la existencia» del ser humano. A finales del siglo XIX, el
darwinismo volvió a la sociedad humana en forma de darwinismo social,
convirtiéndose en la ideología de los magnates de la Edad Dorada como la
supervivencia del más apto.
Sin embargo, existen tendencias evolutivas
inscritas en los desarrollos modernos de la ciencia, la medicina y la
tecnología. Esas tendencias amplían las oportunidades de los seres humanos,
aunque el grado en que se materializan depende de relaciones de poder que son
en gran medida contingentes. Creo que la izquierda debe evitar aislarse de esta
perspectiva del mundo contemporáneo.
También estoy convencido de que una
perspectiva evolutiva que tenga en cuenta la «dinámica social adaptativa» de la
emulación, el éxito o el fracaso percibidos y la imitación o el abandono puede
ser aleccionadora y esclarecedora en el análisis político. El núcleo del
pensamiento crítico, en mi opinión, es mantenerse atento a las contradicciones,
los desequilibrios y las desigualdades de la realidad social (así como de las
afirmaciones sobre ella).
DF
¿Cuánto ha avanzado la humanidad hacia la
capacidad de ejercer una forma de agencia colectiva como especie?
GT
La agencia humana planetaria es históricamente
reciente, ya que comenzó a finales del siglo XIX, con los intentos de crear un
sistema horario planetario que se completaron mucho después, en el siglo
siguiente. En 1899 se celebró la primera conferencia mundial de Estados, una
conferencia de paz en La Haya iniciada por el zar ruso. En 1900, París acogió
el primer gran congreso mundial de académicos, en este caso filósofos.
Sin duda se han logrado algunos avances. Los
más importantes son el conjunto de organizaciones sectoriales de las Naciones
Unidas —la OIT, UNICEF, la UNESCO, etc.— con sus objetivos de desarrollo del
milenio, establecidos en 2000, y los objetivos de desarrollo sostenible de
2015. Las Conferencias Mundiales sobre el Clima, que comenzaron en 1979, son
intentos válidos para hacer frente a la grave crisis del cambio climático.
Aunque es cierto que no han logrado lo suficiente, han tenido un impacto
global. Los intereses del capitalismo a escala mundial son supervisados y, en
parte, gestionados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Sin embargo, también hay que señalar que la
guerra genocida de Israel contra los palestinos, con el apoyo de Estados Unidos
y sus aliados, combinada con su desafío insultante y humillante a la ONU, incluido
el acto de declarar terrorista a la UNRWA (la Agencia de las Naciones Unidas
para los Refugiados de Palestina), indica el comienzo del colapso del mundo de
la ONU. El desprecio de Israel por el derecho internacional y los tribunales
internacionales, todo ello posible gracias a la protección de Joe Biden, que
Donald Trump sigue manteniendo, apunta a la aparición de un mundo anárquico
marcado por la geopolítica imperialista.
DF
Para algunas personas es evidente que la
historia de la humanidad se ha caracterizado por el progreso en diversos
campos, pero usted dirigió sus argumentos hacia quienes cuestionan esa premisa.
Para quienes se encuentran en este último bando, ¿cuáles son los principales
ejemplos de progreso que podemos identificar en el transcurso de los últimos
siglos?
GT
Quizás sea mejor empezar por especificar qué
entendemos por progreso. Inspirándome en la obra de Amartya Sen, sugeriría que
definamos el progreso como la mejora de la capacidad humana para funcionar.
Esto debe desglosarse en áreas específicas, que a su vez pueden agruparse en al
menos dos categorías: una que comprende el conocimiento y la tecnología social
y otra que comprende la organización social.
En la primera, para buscar el progreso,
debemos fijarnos en la esperanza de vida y la salud, la educación, el
conocimiento científico, la productividad, la movilidad y la comunicabilidad.
En la segunda, debemos centrarnos en la inclusión social en un sentido amplio,
que también incluye la igualdad y la solidaridad social (es decir, la
prestación de ayuda en situaciones de necesidad) y la autonomía individual (es
decir, la libertad).
Idealmente, el progreso debería medirse
teniendo en cuenta el aumento de la destrucción del hábitat humano así como de
los propios seres humanos. Se dispone de algunos datos al respecto, como las
muertes por asesinato, guerras y catástrofes naturales. Otros siguen siendo
difíciles de evaluar, como la magnitud de la destrucción medioambiental o los
efectos de una mayor eficiencia de los medios de destrucción.
Pocas personas podrían rebatir el argumento de
que en los últimos siglos se han producido avances irreversibles en los ámbitos
de la ciencia, la medicina y la tecnología. La revolución industrial y las
revoluciones agrarias que aumentaron la productividad y los ingresos son sin
duda un ejemplo de ello. El PIB mundial per cápita se multiplicó por diez entre
1820 y 2003. La esperanza de vida media al nacer ha aumentado de unos
veintiséis años en 1820 a setenta y tres años en 2020.
En 1820, la tasa de alfabetización de la
población mundial a partir de la edad de secundaria era de alrededor del 12%;
en 2020, del 87%. Por supuesto, existen grandes desigualdades territoriales en
los tres indicadores, y ha habido descensos locales en la curva progresiva (por
ejemplo, en las tasas de esperanza de vida de Estados Unidos y el Reino Unido
durante la década de 2010). Aun así, ningún país ha caído por debajo de su
nivel anterior a 1950 en ninguno de los tres indicadores.
El historial de avances en la organización
social es más ambivalente, con tendencias tanto progresistas como regresivas y
una variación mucho mayor en el tiempo y el espacio. Es indiscutible que se han
producido grandes avances en términos de libertad humana, ya que el trabajo
libre se impuso con el fin de la servidumbre y la esclavitud y los individuos
adquirieron la capacidad de elegir su educación, su ocupación, su religión y su
pareja. Probablemente también hay más libertad para participar (o abstenerse)
en la organización y la acción colectivas que, por ejemplo, hace dos o tres
siglos.
Sin embargo, la negación absoluta de la
libertad humana, mediante el encarcelamiento y el asesinato, no ha seguido una
clara trayectoria descendente. El encarcelamiento aumentó en la Unión Soviética
de Stalin hasta alcanzar un máximo de 1470-1760 personas por cada 100 000
habitantes. Ha disminuido desde mediados de la década de 1950 hasta la
actualidad, aunque sigue siendo elevada, con 322 por cada 100 000 habitantes en
la Rusia postsoviética en 2022.
Las tasas de encarcelamiento en Estados Unidos
aumentaron considerablemente después de la Guerra Civil, tanto en el norte como
en el sur. Posteriormente, se dispararon después de 1970 hasta alcanzar un
máximo histórico en 2008, con 755 presos por cada 100 000 habitantes, aproximadamente
la mitad de la tasa máxima soviética. En 2022, la cifra se redujo a 541. A
pesar del descenso en Rusia y Estados Unidos, la población carcelaria mundial
muestra una ligera tendencia al alza para la década comprendida entre 2012 y
2022. La población carcelaria mundial actual es de unos 11,5 millones. Si bien
su crecimiento durante el siglo XX en la URSS, Estados Unidos y muchos otros
países indicó un retroceso de la libertad humana, las víctimas de esta
tendencia fueron superadas en número por los beneficiarios de una mayor
libertad en otros ámbitos.
La violencia mortal no ha disminuido con la
expansión del comercio y el industrialismo, como pensaban los filósofos de la
Ilustración y los evolucionistas del siglo XIX. La Segunda Guerra Mundial fue
la guerra más mortífera de la historia de la humanidad, con un total de entre
70 y 85 millones de muertos, incluidas las muertes indirectas causadas por
enfermedades y hambrunas. Más de la mitad de las víctimas eran soviéticas o
chinas.
La ferocidad de la represión estatal por parte
de los regímenes autoritarios alcanzó niveles sin precedentes en el siglo XX,
mientras que los intentos de la posguerra para impedir nuevas masacres han
resultado en gran medida inútiles. Las convenciones sobre genocidio, crímenes
de guerra y crímenes contra la humanidad fueron impotentes frente a las
prácticas coloniales de la posguerra de Francia, el Reino Unido y los Estados
Unidos, desde Argelia y Madagascar hasta Kenia y Vietnam, o frente al genocidio
israelí en curso contra los palestinos.
No hubo «dividendos de la paz» después de la
Guerra Fría. Las guerras libradas por Estados Unidos después del 11 de
septiembre han causado la muerte directa de más de 900 000 personas, a costa de
15 000 vidas estadounidenses. Las muertes indirectas por la devastación y las
enfermedades ascendieron a casi cuatro millones. La tortura y la hambruna
provocada por el hombre siguen presentes en el siglo XXI, como demuestran los
casos de Irak, Palestina, Sudán, Etiopía y otros.
¿Podemos comparar la muerte de unos con la
vida más larga y mejor de otros? Se trata de una cuestión moral para la que no
hay una respuesta fácil y sobre la que es poco probable que haya consenso. No
pretendo saber con certeza cómo responderla adecuadamente. Permítanme añadir un
argumento demográfico que debe tenerse en cuenta junto con las conocidas
historias de horror.
A pesar de las enormes pérdidas sufridas
durante la guerra, las poblaciones soviética y china aumentaron entre 1913 y
1950, en un 0,38% y un 0,61% anual, respectivamente (en la India colonial, el
crecimiento demográfico fue del 0,45% anual durante el mismo periodo). En 1950,
la población mundial era de 2500 millones de personas, y esa cohorte de nacidos
podía esperar, en promedio, catorce años más de vida más próspera que la
cohorte de 1913.
La inclusión social se ha ampliado gracias al
desmantelamiento del racismo explícito e institucionalizado, a la
descolonización, a la deslegitimación y el debilitamiento de las barreras de
casta y a la concesión de derechos civiles a las mujeres y los pueblos
indígenas. Sin embargo, en el lado negativo, la exclusión social en forma de
desigualdad económica a escala mundial aumentó desde 1820 hasta alcanzar su
punto álgido en 1910, seguido de una meseta elevada hasta alrededor de 1950.
A partir de entonces, disminuyó hasta
aproximadamente 1980, antes de volver a subir al mismo nivel que en 1910 en
2007 y alcanzar finalmente el nivel de la década de 1890 en 2020. En otras
palabras, no ha habido un progreso duradero de la inclusión económica de la
mitad más pobre de la humanidad en las oportunidades derivadas de la expansión de
la productividad humana durante el siglo XX y el primer cuarto del siglo XXI.
Las dudas sobre el progreso humano son
comprensibles. Sin embargo, una característica (y fortaleza) de la formación
marxista es la disposición a ver y reconocer la naturaleza contradictoria del
desarrollo social. Sí, ha habido avances en algunas áreas. Sí, ha habido
retrocesos en otras. A veces podemos aventurarnos a sopesar el equilibrio entre
ambos. Pero creo que también debemos admitir que, en ocasiones, estamos ante
objetos incomparables.
DF
En un marco temporal mucho más reciente, que
abarca aproximadamente desde mediados de la década de 1970 hasta la actualidad,
¿cuáles han sido las tendencias más notables en términos de desarrollo humano
en el mundo en su conjunto?
GT
La mitad de la década de 1970 constituyó, en
varios aspectos, una ruptura de la tendencia negativa. A nivel mundial, fue el
comienzo de una prolongada desaceleración económica. La década de 1960 fue la
de mayor crecimiento económico mundial de la historia de la humanidad; desde
entonces, la tasa se ha mantenido por debajo de ese máximo. La esperanza de
vida también registró su mayor aumento en la década de 1960, antes de empezar a
ralentizarse a mediados de la década de 1970.
Entre 1989 y 2004, el aumento de la esperanza
de vida sufrió una fuerte caída, aunque se mantuvo en niveles positivos a nivel
mundial. Esto se debió principalmente a una reducción absoluta de la vida
humana en dos zonas catastróficas: el sur de África, afectado por la epidemia
de sida mal gestionada, y la antigua Unión Soviética, afectada por la
restauración del capitalismo. En este siglo se han producido reducciones
absolutas menores de la esperanza de vida en el Reino Unido y los Estados
Unidos.
En los países ricos, la tendencia hacia la
igualación de los ingresos a partir de 1945 se detuvo, y en muchos países
(sobre todo en Estados Unidos) se invirtió. La igualación poscolonial en países
como India e Indonesia también se invirtió. Después de 1970, el grado de falta
de libertad aumentó considerablemente en Estados Unidos, con un incremento de
los niveles de encarcelamiento de más del 700% en 2009.
Sin embargo, la regresión no es la única
historia de este periodo. La difusión mundial (desigual) de los ordenadores
personales, los teléfonos inteligentes e Internet supuso un progreso para las
masas. Se produjo un espectacular crecimiento de la productividad y los
ingresos en China y la India, y fases de desarrollo económico inusual en todas
las regiones del Sur Global. También se produjo un descenso sin precedentes de
la pobreza extrema absoluta, que pasó de afectar a alrededor del 49% de la
población mundial en 1975 al 8% en 2020, con una duplicación de la tasa media
de reducción anual, que pasó del 0,5% entre 1950 y 1990 a 1% entre 1990 y 2020.
Se ha reforzado la posición de la mujer, se ha reconocido en mayor medida a las
poblaciones indígenas y se ha desmantelado el apartheid en Sudáfrica. La
igualdad sexual ha sido aceptada en gran parte del mundo.
DF
Durante la Guerra Fría, a mucha gente le
costaba mantener el optimismo sobre el futuro ante la amenaza muy real de una
guerra nuclear. En épocas más recientes, la crisis climática ha tenido un
efecto similar. ¿Qué implicaciones tienen los problemas ecológicos para nuestra
forma de concebir el progreso?
GT
Reconocer que ha habido progreso en la
historia de la humanidad no significa necesariamente ser optimista sobre el
futuro. A lo sumo, puede implicar reconocer que la humanidad ha demostrado ser
capaz de aprender y desarrollarse, especialmente en los ámbitos de la ciencia y
la tecnología, y que, por lo tanto, podría ser capaz de encontrar soluciones no
catastróficas en el futuro.
Los sentimientos de optimismo y pesimismo se
refieren a futuros subjetivos e imaginarios; como tales, son frágiles y a
menudo volátiles. No obstante, estos futuros imaginarios desempeñan claramente
un papel importante en las sociedades modernas. También se basan en (y están
culturalmente correlacionados con) las actitudes hacia la asunción de riesgos y
la aversión al riesgo. Existe una división cultural poco conocida entre las
personas que asumen riesgos y las que los evitan. Las culturas del cuidado —de
cuidar a otras personas— son más conscientes del riesgo que las culturas del
individualismo, el capitalismo y el juego, que se basan en la asunción de
riesgos.
La asunción optimista de riesgos es
fundamental para la dinámica capitalista, y «El manifiesto tecno-optimista»,
del destacado inversor de capital riesgo estadounidense Marc Andreessen, es una
interesante personificación de ello. Consideremos algunas de las afirmaciones
de Andreessen y cómo se comparan con la realidad. «Creemos que no hay ningún
problema material (…) que no pueda resolverse con más tecnología. Teníamos un
problema de hambruna, así que inventamos la Revolución Verde». Sesenta años
después de la Revolución Verde, alrededor de 733 millones de personas padecían
hambre y desnutrición en 2023, según la Organización Mundial de la Salud, lo
que supone un aumento de 152 millones desde 2019.
«Teníamos un problema de oscuridad, así que
inventamos la iluminación eléctrica». Casi la mitad de los africanos
subsaharianos, 600 millones, viven sin electricidad. «Teníamos un problema de
frío, así que inventamos la calefacción doméstica». Aún hoy existe tendencia al
aumento de la mortalidad en invierno en el Reino Unido. «Teníamos un problema
de aislamiento, así que inventamos Internet». El aislamiento social sigue
siendo una condición humana debilitante.
«Teníamos un problema de contagios y
propagación de enfermedades, así que inventamos las vacunas». Se ha descubierto
que el exceso de mortalidad como consecuencia de la COVID-19 está estrechamente
relacionado con la proporción de personas en situación de pobreza, con los
niveles de PIB per cápita y con los índices de desigualdad de ingresos.
«Tenemos un problema de pobreza, así que inventamos tecnología para crear
abundancia». La abundancia no es precisamente la situación en la que se
encuentra la mayoría de la humanidad. En resumen, este tipo de optimismo se
centra únicamente en la tecnología como objeto, y no en su valor como recurso y
práctica social.
Un segundo aspecto llamativo del manifiesto es
su agresividad. «Los tecnooptimistas creen que las sociedades, al igual que los
tiburones, crecen o mueren (…) Creemos en la ambición, la agresividad, la
persistencia, la implacabilidad, la fuerza». Andreessen incluso cita el Manifiesto
Futurista del fascista italiano Filippo Tommaso Marinetti: «La belleza
solo existe en la lucha. No hay obra maestra que no tenga un carácter
agresivo». Friedrich Nietzsche es otro de sus «santos patronos», y «convertirse
en superhombres tecnológicos» es su gran sueño.
El tecnicismo asocial y la agresividad
fascista son opuestos notables de las culturas solidarias de equidad social,
igualdad y justicia, y de empatía, preocupación y ayuda.
Existe un sentido de la responsabilidad
científica de élite, como parte de una cultura solidaria, que va desde los
preocupados científicos atómicos de la década de 1950 hasta los científicos
climáticos de las décadas alrededor del milenio y hasta Geoffrey Hinton, premio
Nobel de Física en 2024, junto con otros científicos de primera línea que nos
advierten sobre los riesgos de la inteligencia artificial generativa. No creo
que esta línea de conciencia científica del riesgo deba describirse como
pesimismo. Tampoco representa un cuestionamiento o una negación del progreso
humano. Básicamente, se trata de una forma de evaluación seria de los riesgos
por parte de los mejores científicos del campo.
Las tres evaluaciones científicas de riesgos
mencionadas anteriormente tienen diferentes implicaciones para la cuestión del
progreso. Los científicos atómicos temían que los políticos y los generales,
por estupidez o inconsciencia, utilizaran los medios que ellos o sus colegas
habían creado para aniquilar a la humanidad. En otras palabras, los científicos
señalaron un caso extremo de las contingencias impredecibles de la historia
humana que siempre han delimitado el progreso humano. El equilibrio de poder
duopólico entre Estados Unidos y la Unión Soviética resultó capaz de gestionar
el riesgo, pero solo por los pelos, como nos demostró la crisis de los misiles
en Cuba.
Los riesgos del cambio climático y, posiblemente,
de la inteligencia artificial (IA) son más desafiantes para la propia idea del
progreso. El enorme progreso económico de la humanidad podría resultar en vano,
socavando la supervivencia humana. Los riesgos futuros de la IA son aún vagos e
inciertos, pero podrían erosionar la autonomía humana y, como tal, significar
el fin del progreso como dominio humano.
Hasta ahora, creo que la hipótesis
apocalíptica sobre el resultado del cambio climático tiene pocos fundamentos
empíricos. Se ha demostrado que es posible reducir las emisiones de gases de
efecto invernadero y desarrollar fuentes de energía renovables. También se
están desarrollando nuevas tecnologías sostenibles: la captura de carbono o
formas de producir acero y cemento sin combustibles fósiles, por ejemplo.
Los coches eléctricos, los paneles solares y
los parques eólicos ya están aquí en masa, y también existen prototipos
precomerciales de nuevas tecnologías. La crisis climática es principalmente una
crisis política más que una crisis del progreso. Se refiere a la ausencia
(hasta ahora) de fuerzas políticas globales dispuestas, capaces y lo
suficientemente fuertes como para desplegar los medios disponibles o en proceso
de desarrollo para resolverla.
DF
La pandemia de COVID-19 parece ilustrar muy
bien su punto de vista sobre la naturaleza dialéctica y contradictoria de la
evolución social. Por un lado, tenemos los extraordinarios avances de la
ciencia médica que han permitido desarrollar vacunas en muy poco tiempo; por
otro, las desigualdades sociales y las irracionalidades que han impedido que
esas vacunas estén disponibles para todos los que las necesitan. ¿Cuál de estas
tendencias cree que prevalecerá a mediano o largo plazo?
GT
La pandemia ha resultado ser una experiencia
social muy compleja, que ha abarcado desde el pánico político, la incompetencia
y la venalidad hasta momentos de sorprendente determinación e ingenio,
inusuales en Estados Unidos en tiempos de paz. El desarrollo de la IA acelerará
sin duda la producción de vacunas. Al mismo tiempo, existe un amplio consenso
en que la IA en general, bajo el control actual del capital, probablemente
aumentará los niveles de desigualdad, que ya son elevados.
Actualmente nos encontramos en un periodo de
amplia regresión social, más brutal y violento que el que se desarrolló a
partir de 1980. La violencia y las guerras surgen tanto de la sustitución de la
globalización capitalista por la geopolítica imperial como de los conflictos
arraigados en la pobreza y la desesperación o la desintegración social. El triunfo
del trumpismo está desatando las peores formas de la economía política
capitalista.
Son tiempos oscuros, que muy probablemente se
volverán aún más oscuros. Sin embargo, los tiempos cambian, tarde o temprano, y
no veo ninguna razón para creer que la capacidad humana para progresar vaya a
ser destruida.
Göran Therborn es Göran Therborn es profesor
emérito de Sociología en la Universidad de Cambridge. Entre sus obras,
publicadas en al menos veinticuatro lenguas, se destacan «La ideología del
poder y el poder de la ideología» (Ed. S. XXI, 1998) y «¿Cómo domina la clase
dominante?» (Ed. S. XXI, 2016).

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