Nos Disparan desde el Campanario Combatir la oligarquía: Los ricos ociosos y la economía vampiro… por David S. D'amato
Fuente: Sin Permiso
Link de origen:
https://www.sinpermiso.info/textos/combatir-la-oligarquia-los-ricos-ociosos-y-la-economia-vampiro
La cuestión de si Estados Unidos es
una oligarquía ha pasado a primer plano, ya que el senador de Vermont Bernie
Sanders y la representante de Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez atraen a
grandes multitudes en todo el país a su Fighting Oligarchy Tour.
Su mensaje de combatir la influencia desmesurada de los intereses corporativos
ricos y poderosos ha resonado entre miles de estadounidenses. Pero, aunque para
muchos está claro que algo va mal, la idea de oligarquía puede parecer poco
definida y opaca. ¿Qué es la oligarquía en términos concretos y cómo podemos
saber si estamos viviendo bajo una? Para responder a estas preguntas es
necesario comprender la relación entre el Estado y el capital, y entre ambos y
el cuerpo social.
Martin Buber dijo: “El Estado
es un homúnculo que chupa la sangre de las venas de las comunidades”. Esta
imagen del gobierno como una forma de subordinación y control parasitario se
hace eco de varias de las descripciones más famosas del periodo moderno, no
sólo del Estado, sino del papel del capital dentro del orden económico. La
imagen del vampiro —muerto pero vivo, sostenido por la vida de los humanos,
poseedor de un poder de otro mundo— se ha utilizado durante mucho tiempo como
metáfora del capitalista. Quizás el ejemplo más famoso sea el de Karl Marx, en
el Volumen I de El Capital, publicado por primera vez en 1867.
Marx escribe:
“El capital es trabajo muerto que, como un vampiro, sólo vive chupando trabajo
vivo, y vive tanto más cuanto más trabajo chupa”. Más adelante, describe la
“sed vampírica del capital por la sangre viva del trabajo”. Tanto en la imagen
que Buber tiene del Estado como en la concepción que Marx tiene del capital,
encontramos la idea de una clase dominante que no necesita producir para vivir,
sino que disfruta de una posición privilegiada para vivir del trabajo y la
riqueza de los demás. Marx recurre con frecuencia y con efectos dramáticos a la
imagen de los vampiros y la sed de sangre, por ejemplo, escribiendo que la
“sangre capitalizada de los niños” sustenta el poder del capital
estadounidense. Pero la de Marx no era la primera vez que se comparaba a la
clase propietaria y empleadora con los muertos vivientes chupasangres del
folclore.
En su Diccionario filosófico,
publicado en 1764, más de un siglo antes de El Capital, Voltaire escribió:
“Nunca oímos una palabra de vampiros en Londres, ni siquiera en París. Confieso
que en estas dos ciudades había corredores de bolsa y hombres de negocios que
chupaban la sangre de la gente a plena luz del día; pero no estaban muertos,
aunque sí corrompidos. Estos verdaderos chupadores no vivían en cementerios,
sino en palacios muy agradables”.
Un punto de referencia más inmediato
para el uso de la metáfora por Marx proviene de su amigo y frecuente
colaborador Federico Engels. El vampiro aparece en el libro de Engels de
1845 La condición de la clase obrera en Inglaterra, en el que discute el
papel de la religión en el sometimiento de la clase obrera: “[L]a necesidad
obligará a los obreros a abandonar los restos de una creencia que, como
percibirán cada vez más claramente, sólo sirve para hacerlos débiles y
resignados a su destino, obedientes y fieles a la vampírica clase propietaria.”
Pero el historiador del pensamiento político William Clare Roberts sostiene que
el uso de Marx de esta metáfora “puede ser otro détournement de
Proudhon”.
En El sistema de contradicciones
económicas, Proudhon describe al
empresario “como el vampiro de la fábula, explotando al asalariado degradado...
el ocioso devorando la sustancia del trabajador”. Proudhon desarrolló el
argumento de que el problema no es el principio abstracto de la propiedad
privada, sino que este privilegio legal no está abierto y disponible para
todos; por lo tanto, se convierte en un instrumento utilizado por una pequeña
clase dominante para excluir y, de este modo, expropiar valor. Al igual que su
homólogo estadounidense, el
pionero anarquista Josiah Warren, Proudhon “quería
extender a todos los individuos la libertad ejercida por los capitalistas“.
El desafío a la oligarquía actual es el de Warren y Proudhon: si crees en la
propiedad privada y en el libre comercio, extiende esos privilegios a todo el
mundo. Tal como se practica, la propiedad privada como relación social es
profundamente limitadora de la libertad.
Otro famoso anarquista, Benjamin
Tucker, dijo que el Estado “da al capital ocioso el poder de aumentar y, a
través del interés, la renta, el beneficio y los impuestos, roba al trabajo
laborioso sus productos”. Dentro del sistema, el capital disfruta de este
derecho o poder de incremento, la capacidad de sus propietarios de aumentar su
riqueza utilizando su riqueza, haciéndose cada vez más ricos sin trabajar.
En El Capital, Marx observa de forma similar que el capital “ha adquirido
la cualidad oculta de ser capaz de añadirse valor a sí mismo.” ¿Cómo lo
consigue el capital? En este poder aparentemente “oculto”, la misteriosa
capacidad de generar riqueza a partir de la riqueza, hay algo muy real y
tangible. Esta alquimia se consigue a través de una relación entre personas, en
la que una, la superior, extrae de la otra, la inferior. Se trata de una
relación muy poco libre, dentro de su contexto, pero los economistas aseguran que
es libre y voluntaria. Las relaciones sociales vampíricas del capitalismo ponen
el cuerpo de uno a disposición de otro para el beneficio privado de la parte
más poderosa. No se trata de un fenómeno puramente o principalmente económico,
sino de control político y confinamiento de lo corpóreo, y requiere un sistema
de gobierno que limite, mediante la fuerza de la ley, el rango de movimiento y
actividad de los trabajadores en sentido literal.
El trabajador dominado ya no es un
ser humano de pleno derecho, sino un apéndice del capital, un instrumento en la
auto-recreación del capital. El capital está vivo y es primario, el huésped
humano es un mero medio. Liberarse del reino del capital implica, por tanto,
recuperar la autonomía corporal; es una cuestión principalmente de libertad
individual, la capacidad de dirigir el control del propio cuerpo físico. El
teórico político Bruno Leipold sostiene que
“el valor político central de Marx es la libertad”. Su libro Citizen Marx nos
anima a ver a Marx ante todo como “un pensador de la libertad”: libertad frente
al poder arbitrario y la dominación. Ciudadano Marx reconsidera el
pensamiento de Marx a la luz de su primer republicanismo, sosteniendo que a
Marx le preocupa la libertad como “ausencia de control dominador por parte de
otros”, que tanto impregna el mundo moderno, pero que sin embargo se ve oscurecida
por la concepción liberal de la libertad como ciudadanía, derechos formales y
la capacidad de comprar y vender libremente dentro del sistema capitalista. El
libro explora al menos tres tipos de dominación: la dominación del jefe o
capitalista individual, la de toda la clase capitalista dentro de la vida
económica y la de los imperativos del sistema de mercado capitalista sobre toda
la sociedad. Las formalidades de la ciudadanía liberal y los derechos legales
sirven para naturalizar y neutralizar estas formas superpuestas de dominación y
falta de libertad.
Estas formalidades encubren y ocultan
el carácter del sistema económico, sus limitaciones obligatorias de movimiento
y actividad. La inmovilidad del trabajo impuesta por el Estado instituye las
condiciones previas para el intercambio desigual. Es digno de mención que no es
necesaria ninguna teoría del trabajo, del coste o de otro tipo para lograr esta
relación de desigualdad; no se basa en ideas teóricas sobre las fuentes del
valor económico, sino en las herramientas reales de control físico. El Estado
transfiere tierras, concede subvenciones, inyecta créditos, garantiza
préstamos, concede licencias y monopolios especiales y mantiene bajos los
salarios mediante la manipulación del mercado laboral. Aunque goza de una “autonomía
relativa”, el Estado no es neutral en las relaciones de clase; en un
momento dado, representa la relación entre la clase dominante y el resto de la
sociedad y media entre la clase dominante y los estratos inferiores de la
sociedad.
Dentro de este sistema, la verdadera
libertad no puede describirse simplemente señalando los derechos formales. En
su lugar, requiere la capacidad y la oportunidad de actuar dentro de la propia
vida encarnada.
Esta idea de libertad está en la
línea directa de la idea de Thomas Hodgskin de naturaleza frente a artificio,
libertad tal y como se concibe y contempla en la ley frente a tal y como se
practica y se vive. Sólo entramos en el reino de la verdadera libertad después
de haber abandonado el reino de la mera necesidad. En el pensamiento de
Hodgskin, “el
beneficio y la renta se consideraban un robo legal”. El Estado (y con él
los legisladores y las leyes) son responsables del mantenimiento del entorno de
dominación y falta de libertad. Los intercambios de mano de obra a cambio de
una remuneración dentro de dicho entorno no son intercambios voluntarios de
valores iguales. El trabajo se vende con descuento, porque otras opciones han
sido excluidas por la fuerza de la ley. La desigualdad del intercambio de
trabajo por salario es el rasgo definitorio del capitalismo y de la relación
salarial: el trabajador debe ser reconfigurado, ajustado a una realidad en la
que está bajo la obligación
contractual de producir más valor del que le cuesta al capitalista,
para convertirse en algo diferente, en un huésped para el capitalista. Este
proceso se reinicia y se reitera, el valor generado por el trabajador se
convierte en el capital que drena la vida del trabajador.
Dentro de este marco, los
capitalistas, los ricos ociosos, sólo son capaces de beneficiarse del trabajo
de los laboriosos porque están protegidos por ventajas injustas, plasmadas en
la ley, que les permiten escapar a los resultados naturales y a las presiones
de una competencia genuina y plena. El complejo de derechos y privilegios
monopolísticos impide al trabajo capitalizar la poca riqueza que posee y
permite a una clase privilegiada ociosa beneficiarse sin trabajar y sin coste
alguno. Hoy en día, las clases dirigentes ricas son posiblemente más ociosas y
socialmente inútiles que en ningún otro momento de la historia de la humanidad.
El distanciamiento del poder político y el rápido crecimiento de las
diferencias de renta y riqueza han dado lugar a la que posiblemente sea la
sociedad más jerarquizada de la historia del planeta.
Aunque los politólogos y los
periodistas están prestando más atención a si Estados Unidos es una oligarquía,
se necesita más atención académica a la cuestión de cómo definir y describir la
captura y el control de nuestras instituciones por parte de las élites en
términos formales y cuantitativos. Un Índice de Jerarquía de Clases podría
tratar de medir el grado en que el poder, la riqueza y la discrecionalidad en
la toma de decisiones se concentran en una clase dirigente. Un índice de este
tipo debería tener en cuenta y agregar medidas más específicas como, por
ejemplo, los niveles de (1) concentración y disparidad de la riqueza
individual; (2) consolidación corporativa y superposición de intereses de
propiedad dentro de las empresas de gestión de activos y determinados sectores
favorecidos; (3) financiación y favoritismo crediticio a determinadas empresas
y sectores; (4) proximidad o identidad de altos funcionarios del gobierno y empresas
y sectores favorecidos (un índice de “puerta giratoria”); (5) fuentes de
financiación y contribuciones a las campañas electorales; (6) receptividad
política, es decir, la relación entre las preferencias y los objetivos de las
políticas públicas de la clase dominante y la legislación estatal; (7)
penetración y control de las instituciones culturales y educativas de élite; y
(8) concentración de la propiedad de la tierra entre los Estados y las grandes
empresas. Se trata de una lista provisional y no exhaustiva, en la que algunos
de los subíndices se solapan entre sí (así como el Índice de Uniformidad
Cultural que se analiza más adelante).
En este sentido, el mundo del siglo
XXI presenta unos niveles de convergencia y homogeneidad cultural global sin
precedentes históricos. Los esfuerzos de los estudiosos por cuantificar el
poder de la clase dominante dentro de la sociedad, en Estados Unidos y en el
mundo, necesitarán un Índice de Uniformidad Cultural, que represente hasta qué
punto los miembros de la sociedad comparten el mismo idioma, las mismas normas
y las mismas creencias y prácticas culturales. La uniformidad cultural es en
cierto modo más difícil de sondear, ya que a menudo debe indagar en los valores
y creencias subjetivos de los individuos. Sin embargo, hay varias formas de
medirla en términos más objetivos, examinando los niveles de (1) el dominio
mundial del inglés como lengua de comercio, cultura y enseñanza superior; (2)
la concentración de la propiedad de los principales medios de comunicación; (3)
la homogeneidad narrativa y la estandarización de los contenidos informativos y
de entretenimiento; (4) las similitudes en los patrones de consumo y la
penetración geográfica de las principales multinacionales minoristas de
alimentos, ropa y artículos para el hogar; (5) la adopción de las principales
plataformas de medios sociales; (6) la estandarización de las prácticas, los
planes de estudio y los objetivos educativos (y, en relación con ello, la
proporción de becas de élite concentradas en determinadas universidades y
revistas occidentales); (7) la adopción de marcos jurídicos modelo globales
(por ejemplo, de organizaciones internacionales como la OMC); (8) la
proliferación de “mejores prácticas” reconocidas a escala mundial para la
gobernanza corporativa interna; y (9) la prominencia de valores universalistas
compartidos a través de regiones y fronteras internacionales. Una vez más, no
se trata de una lista completa y un mejor análisis empírico ayudará a
identificar los ámbitos cognoscibles que deben estudiarse e incluirse en estos
índices.
Unas mejores categorías y fundamentos
empíricos pueden ayudar a los críticos contemporáneos de la oligarquía a
explicar la naturaleza no libre de nuestro sistema político y económico: el
capital se
acumula desposeyendo, canalizando la energía y los recursos de los demás
hacia sí mismo en un ciclo de retroalimentación positiva. El debate actual
sobre Estados Unidos como oligarquía nos recuerda algo importante: si bien sus
capacidades ocultas son estrictamente imaginarias, el vampiro posee un poder
real y sobrehumano. Como señala
el estudioso de la teoría crítica y la economía política Mark
Neocleous, cuando Marx habla de la explotación del trabajo forzado impuesta
por los boyardos de Valaquia, está hablando “nada menos que de Vlad el
Empalador: Vlad Drácula”. Los pensadores aquí analizados sabían que el poder
gubernamental y el poder económico están conectados. Comprendían que, a pesar
de su relativa autonomía, el Estado refleja y refuerza la dinámica de clases de
la sociedad. Cuando veamos esto con claridad y fundamento empírico,
comprenderemos el mecanismo de la dominación y podremos, por fin, detener sus
engranajes.
David
S. D'amato es abogado, empresario e investigador independiente. Es
asesor político de la Futur of Freedom Foundation y colaborador habitual de The
Hill. Sus escritos han aparecido en Forbes, Newsweek, Investor's Business
Daily, RealClearPolitics, The Washington Examiner y muchas otras publicaciones,
tanto populares como académicas. Su trabajo ha sido citado por la ACLU y Human
Rights Watch, entre otros.
Fuente:
Counterpunch:
www.counterpunch.org/2025/05/02/fighting-oligarchy-the-idle-rich-and-the-vampire-economy/

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