Nos Disparan desde el Campanario Modos de contar… por Roque Farrán

 

 

Fuente: En El Margen

Link de origen:

https://enelmargen.com/2025/04/17/modos-de-contar-por-roque-farran/

 

 

Imagen de portada: Farfalla de Emilio Pettoruti 1961

Cuidado editorial Gerónimo Daffonchio y Patricia Martínez


Este texto condensa algunas cuestiones que han sido expuestas en un libro de próxima aparición, acompañado por las cálidas palabras de Helga Fernández y Juan Manuel Conforte.


Hay tres modos de contar, o de declinar el verbo contar. Podrán encontrarse correlatos históricos precisos en diferentes culturas y tiempos, o ensayarse esquemas culturales evolutivos y superadores entre ellos; pero en verdad coexisten en simultaneidad, superposición o anudamiento.

1) Un modo mítico, épico o narrativo, que apela a imágenes para movilizar o conmover a quienes escuchan.

2) Un modo argumental, lógico o explicativo, que apela a proposiciones para convencer a quienes puedan seguir el hilo.

3) Un modo existencial, nodal o implicativo, que convoca a seres de diversa índole para mostrar con qué o quiénes se puede contar y para quiénes se cuenta, importa o vale.

Basta decir que este último modo hace tanto al lazo social como natural de los seres, la ecología estricta que nos anuda a otros en términos racionales como afectivos; por ende, también recurre a los otros dos modos sin dejar que estos se separen y vuelvan dominantes.

Voy a contar algo que me sucedió recurriendo a esos tres modos distintos.

El 12 de octubre de 2014, día en que se festeja la diversidad cultural, recibí un disparo en un asalto callejero a pocas cuadras de casa. Volvíamos de tomar algo con mis hermanas y mi madre que habían venido a visitarnos (a mi exmujer y a mí) porque estaba por nacer nuestra primera hija, la primera nieta y sobrina de ellas. Del disparo recuerdo el soplido de la bala impactando en mi abdomen, que no sentí dolor alguno, pero sí la progresiva falta de aire y la dificultad para mantenerme en pie; también la angustia ante la insensatez de lo sucedido y la imagen de mi hija en el vientre de su madre, solas, desamparadas, mientras yo caía en una vereda sucia y oscura. Luego, la llegada desesperada al sanatorio, los gritos, las palabras de aguante, y el apagón general. Entre medio algunos chispazos de imágenes, sueños, alucinaciones de lugares y personajes en los que trataba de reconstruir la escena. Varios días o semanas -no recuerdo bien- en coma inducido. Lo más difícil fue el despertar, reconocer la situación de profundo desvalimiento, el cuerpo intervenido, inmovilizado, las sondas por todas partes, la traqueotomía, el calor sofocante, los accesos de tos, la fiebre, etc. La cercanía de la muerte omnipresente, posibilidad concreta trasuntada en los diversos pronósticos, operaciones, protocolos y ansiedades del equipo médico; para contrarrestar y por fortuna: la compañía y el amor familiar, el apoyo del afuera, amigos y desconocidos, las gestiones y donaciones, las oraciones y deseos, etc. No podía respirar, comer, beber, caminar, asearme o ir al baño; no podía casi nada. A la distancia me resulta increíble seguir vivo, haber recuperado cada una de las funciones corporales, haber podido sostener a mi hija en brazos, hacerla dormir, darle de comer, verla crecer y aprender cada día; todo lo que importa. Puede sonar épico o mítico contado así, pero es el relato de un sobreviviente.

Todos los entes, humanos o no, se esfuerzan por perseverar en su ser; lo que Spinoza llamaba conatus. Pero también estamos atravesados por pulsiones mortíferas que tienden a la disolución (vuelta a lo inorgánico), como por pulsiones eróticas que tienden a la composición (seguir con el problema); lo que Freud designó de manera clásica como la lucha entre Thánatos y Eros. Una vida singular se trama entre ellas, sin excepción, en el interjuego de las tres tendencias irreductibles. A veces predomina la conservación dentro de ciertos límites, a veces la destrucción de algunas partes, a veces la generación de otras. Hasta el final. Nos orientan fundamentalmente los afectos: aumentos o disminuciones en la potencia de obrar/existir, alegrías o tristezas respecto a nuestro modo singular de ser. Somos parte de una sustancia infinita compuesta de infinitos atributos y modos, por tanto, nada de lo que sucede nos es ajeno, cualquier modificación nos afecta; el asunto clave es saber cómo: devenir causa adecuada de eso que nos afecta. Ser, conocer y actuar son lo mismo desde una ontología relacional. Cada individuo está constituido por partes, así como puede entrar en la composición de otro individuo más amplio o extenso, no hay diferencia sustancial entre los individuos, ni oposición esquemática entre individuo/colectivo, lo que define a cada ser es la acción: si varios individuos coinciden en la misma acción conjunta, devienen causa de un mismo efecto, se los considera la misma cosa singular. Pasar de la pasión, incluso alegre, a la acción potente resulta un salto considerable en la composición de los seres. La verdadera potencia se trama en la aceptación innegable de la fragilidad que nos constituye. Recuerdo haber experimentado este pasaje de incremento en la potencia de obrar/existir al recuperar el habla, al volver a caminar, comer, hacer ejercicio y notar como mi cuerpo se curaba de a poco. Una alegría que se incrementaba gracias a la composición con otros pero que dependía esencialmente de ir conociendo lo que podía sin sucumbir ante el miedo o la incertidumbre del estado general de precariedad corporal. Hay partes que no se recuperaron, órganos que desaparecieron, relaciones o amistades que no respondieron; pero hay otras que se regeneraron, ampliaron o diversificaron. Atravesar el dolor puede sonar como una ganancia de sabiduría, un acumulado de experiencias a capitalizar, pero no hay nada de eso cuando se trata de aceptar la propia pérdida ante cada paso; que no hay ningún progreso, solo recomienzo; que cultivar la felicidad sosegada puede ser también una experiencia multiplicada y compartida.

La pandemia fue un evento tan masivo y global, producido a la vez por un agente tan pequeño e insignificante, que nos llevó a reformular las escalas temporo-espaciales y mostró la ineluctable relación de todos los seres de manera palmaria, indubitable, innegable. No obstante, el ser humano también puede ser muy obstinado en sus esquemas y formas de negación de lo real. Es comprensible. Nadie quiere volver a considerar aquello que ha causado tanto dolor y sufrimiento. Aprendí y experimenté en pandemia, otra vez, que estamos inexorablemente conectados, co-implicados, enlazados con distintos seres y modos de existencia, incluidos no solo los virus sino los muertos. Resignifiqué todo lo vivido anteriormente a una escala inconmensurable. La omnipresencia de la muerte en pandemia nos hizo considerar lo ineluctable de nuestra propia muerte, junto a la de quienes fallecían cotidianamente, buscar otros modos de despedirlos y seguir en conversación con ellxs. Lo abrupto y masivo, la incertidumbre general y la suspensión de rituales automatizados, nos llevó a ensayar otras formas de escritura, a reanudar y mejorar los modos de enlazar lo diverso, plural, heterogéneo. Encontrar un modo de escribir lo real que fuese al hueso y tejiese los órganos, que hiciera cuerpo incluso con quienes han perdido la presencia pero se pronuncian, cada tanto, ya sea en sueños o a través de recuerdos, relatos, alegrías y dolores. La escritura nodal fue encontrando la forma de hacerse un lugar y darse a conocer por diversos medios; se hizo sistemática como fragmentaria, conceptual como poética; materialmente se convirtió en una serie de ejercicios cotidianos para seguir viviendo junto a otros, para interpelarlos a ocuparse de sí, a dar lo mejor en sus prácticas cotidianas; anudar y dar de nuevo respecto a legados, saberes y tradiciones olvidadas; allí donde también los muertos nos orientan. Aunque hoy todo esté mucho peor, aunque la incertidumbre general haya dado lugar a la certeza del empeoramiento de las relaciones sociales y la descomposición de todo, la implicación mínima y necesaria para seguir existiendo es indubitable, por ende, transmisible, ejercitable y practicable. Basta un gesto de valor que se considere a sí mismo y lo que puede, que se alegre por lo mínimo y contagie. Lo singular se modula a cualquier escala. Puede sonar como una mezcla eclética de saberes y verdades, como si todo tuviera que ver con todo y diera lo mismo, pero no hay nada de eso cuando lo que se teje es a partir del hueco singular del deseo y la máxima solidaria: si uno se suelta el conjunto se desvanece. Por eso insisto, insistimos, seguimos contando… Hasta el final.


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