Nos Disparan desde el Campanario La crisis Matteotti y el nacimiento de la dictadura fascista italiana… por John Ganz
Fuente: Jacobin
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Traducción: Pedro Perucca
Uno de los momentos clave para la
creación del régimen fascista de Benito Mussolini fue la crisis política
provocada por el asesinato del político socialista Giacomo Matteotti, en 1924.
Dado que últimamente Italia se
transformó en un centro de interés internacional, pensé en escribir sobre uno
de los momentos clave en la creación del régimen de Benito Mussolini: la crisis
política provocada por el asesinato del político socialista Giacomo Matteotti
en 1924.
«Normalización» es una de las grandes
palabras de moda de nuestra era: todo el tiempo se nos dice que no debemos
normalizar tal o cual cosa. Con la elección de Donald Trump, los liberales se
angustiaban ante la posibilidad de que se lo normalizara, pero resulta
interesante notar que la estrategia liberal y conservadora para lidiar con
Benito Mussolini, luego de que asumiera como primer ministro en 1922, fue
justamente normalizarlo. De hecho, se podría decir que Mussolini llegó al poder
gracias a la normalización: el rey Víctor Manuel lo convocó para formar un
gobierno con el fin de evitar un golpe violento durante la Marcha sobre Roma.
La idea era que, al canalizar a los fascistas dentro del sistema
constitucional, abandonarían la violencia y cumplirían un papel constructivo.
La vieja élite también pensó que
podría utilizar esta estratagema para marginar a los fascistas más fascistas,
los squadristi, que a menudo procedían de un entorno «sindicalista
nacional» y que imaginaban una revolución social junto con una toma de poder
político. Aunque quizá esperaban una revolución, los squadristi golpeaban
y mataban a socialistas y sindicalistas a instancias de terratenientes e
industriales, por lo que podemos perdonarle al establishment la convicción de
que el fascismo estaba realmente del lado del orden social. El plan del
establishment era absorber o transformar el fascismo, en lugar de derrotarlo de
frente. Esto parecía plausible, ya que Mussolini era muy equívoco y poco claro
sobre sus verdaderos objetivos: parecía haber poca coherencia ideológica entre
los fascistas y habían demostrado que podían ser útiles de diferentes maneras.
En lugar de ser una muestra de la
flexibilidad de Mussolini, esta ambigüedad era táctica: estaba más que feliz de
parecer cooperativo con el sistema siempre y cuando afianzara aún más su poder
y legitimidad personal. Pero, a medida que él se acercaba al sistema, su propio
partido se mostraba como abiertamente insatisfecho. Querían una ruptura
violenta con el antiguo régimen, un nuevo orden triunfante, y parecían haber
conseguido más de las negociaciones parlamentarias que tanto despreciaban.
Los ras, los jefes de las brigadas de choque, tenían sus propias
bases de poder, incluso su propia propaganda con la que presionar a Mussolini
para que tomara medidas más precipitadas. Estos alborotadores asustaban y
enfurecían a los aliados conservadores de Mussolini, pero él no podía
prescindir de ellos: todavía necesitaba su fuerza para intimidar a la
oposición. En su lugar, Mussolini intentó la normalización: la creación de una
milicia nacional que pusiera a las brigadas bajo un mando centralizado. Los
conservadores estuvieron de acuerdo: este sería un camino para frenar la
violencia anárquica. Puede que no fueran plenamente conscientes del hecho de
que estaban institucionalizando aún más el régimen fascista.
Un proceso similar tuvo lugar con la
adopción de la reforma electoral, la Ley Acerbo, que estipulaba que el partido
que obtuviera más votos, siempre que superara el 25%, recibiría dos tercios de
los escaños en el parlamento. Una vez más, amplios sectores de la élite
política decidieron que, al darle a Mussolini una mayoría parlamentaria,
normalizarían efectivamente el fascismo y eliminarían la amenaza a la
Constitución, ignorando el hecho de que, en esencia, estaban ayudando a
deshacer el sistema constitucional. Mientras, la división entre los
normalizadores constitucionales y los ultras estaba alcanzando proporciones de
crisis al interior del partido fascista, por lo que razonaron que podían
dividir permanentemente al movimiento a lo largo de este eje.
Cualquiera que fuera la resistencia a
la política electoral que los squadristi pudieran haber sentido, eso
no les impidió acudir a las urnas para intimidar a los votantes y participar de
un fraude generalizado en las elecciones del 6 de abril de 1924. La Lista
Nacional, que incluía a los fascistas, así como a sus aliados liberales y conservadores,
obtuvo una «victoria aplastante» y 355 de los 535 escaños del Parlamento.
El el Parlamento quedó una oposición
minúscula y fragmentada: Antonio Gramsci fue electo diputado comunista y los
socialistas también conservaron su presencia, al igual que el Partido
Republicano Italiano. Había además un nuevo partido, el Partido Socialista
Unitario, un grupo socialista reformista liderado por Giacomo Matteotti.
Matteotti se había hecho un nombre en
la política como tecnócrata honesto y altamente competente, una rareza en la
política italiana, tanto entonces como ahora. Pero con el ascenso de los
fascistas asumió el papel de defensor intransigente de la democracia. Escribió
incansablemente contra los abusos fascistas, lo que culminó en su libro de 1924 Los
fascistas al descubierto: Un año de dominación fascista, que
documentaba meticulosamente el fraude, la violencia y la corrupción abierta de
los fascistas. El 30 de mayo de 1924, Matteotti denunció en el Parlamento la
Ley Acerbo y las recientes elecciones, pronunciando un discurso apasionado y
vehemente, ante las interrupciones de los diputados fascistas. Mussolini se
enfureció y, ya sea que diera órdenes directas o no, dejó claro que Matteotti
sería tratado con dureza.
El 10 de junio, el día antes de que
Matteotti diera otro discurso que, según se informó, describiría un acuerdo
corrupto entre miembros del círculo íntimo de Mussolini y la compañía Sinclair
Oil, fue secuestrado y metido en el baúl de un coche mientras daba un paseo
matutino por las orillas del río Tíber, en Roma. Los autores no eran ultras
fascistas provincianos, sino miembros de la camarilla personal de Mussolini. Su
cuerpo no se descubriría hasta meses después, pero estaba claro lo que había
sucedido. El país se sumió en una crisis política; la opinión pública parecía
volverse contra los fascistas de manera decisiva. Mussolini, normalmente ágil,
parecía paralizado, sumido en una depresión por el repentino cambio de fortuna.
El gobierno fascista parecía estar al borde del colapso. Los fascistas
«moderados» entregaron sus tarjetas de membresía del partido y dejaron de
asistir a las reuniones. Los fascistas extremistas, como nuestro amigo Curzio
Malaparte, pedían una «segunda oleada» de violencia, criticaban abiertamente a
Mussolini en la prensa e insinuaban un posible golpe de Estado contra Il
Duce.
En medio de la crisis, la mayor parte
de la oposición decidió abandonar el Parlamento y reunirse en la colina del
Aventino, un acto que se conocería como la «secesión del Aventino». Esto se
hizo en referencia a la antigua tradición romana de la secesión de la plebe,
cuando la gente común de Roma abandonaba la ciudad y se dirigía al monte
Aventino para protestar por los abusos de la clase patricia. Una analogía más
cercana a ese precedente habría sido una huelga general y un levantamiento
masivo, que era exactamente el curso de acción sugerido por Gramsci y los
comunistas. Pero la mayoría de los diputados del Aventino prefirieron una
estrategia legalista: la opinión pública cambiaría y el rey le retiraría su
confianza en Mussolini.
Los conservadores vieron otra
oportunidad: un Mussolini debilitado, aislado de su base fascista y más
necesitado que nunca de sus aliados podía ser presionado para lograr más
concesiones a cambio de la continuidad de su apoyo. Además, el establishment
prefería a los fascistas a la extrema izquierda, que podría llegar a
recuperarse ante una eventual caída de los fascistas. Este era el camino hacia
una mayor normalización. Así, contribuyeron a restarle importancia a la responsabilidad
de Mussolini en el asesinato de Matteotti. Pero, a pesar de todo, la crisis se
prolongó durante seis meses y no estaba claro si los conservadores romperían
finalmente con Mussolini. Por su parte, Mussolini tuvo que lidiar con su
inquieto partido, enviando mensajes contradictorios acerca de que, por un lado,
estaba en contra de la normalización, pero también de que la fase violenta y
revolucionaria del fascismo había terminado y los squadristi debían
someterse a la disciplina del partido. En la víspera de Año Nuevo de 1924, los
jefes del partido se presentaron en la oficina de Mussolini y le dieron un
ultimátum: había que hacer algo ya.
Y Mussolini volvió a conseguirlo. No
había perdido su apoyo parlamentario y, el 3 de enero de 1925, pronunció un discurso
jactancioso y desafiante en el que asumía la «responsabilidad moral» del
asesinato de Matteotti y retaba a la oposición a destituirlo si podían:
«Declaro que yo, y solo yo, asumo la responsabilidad política, moral e
histórica de todo lo que ha sucedido… Si el fascismo ha sido una asociación
criminal, si todos los actos de violencia han sido el resultado de un cierto
clima histórico, político y moral, la responsabilidad es mía». Este discurso
duro aplacó y tranquilizó a la facción extremista. Mussolini también había
preparado una ola de represión: se le prohibiría a la oposición del Aventino
regresar a sus escaños en el Parlamento, se le ordenó a la policía que
clausurara las «organizaciones subversivas» y cientos de personas fueron
detenidas arbitrariamente. Se convocó a la milicia para que ayudara a la
policía: por primera vez, los camisas negras actuaban oficialmente como
auxiliares del Estado. Poco después, se prohibirían los partidos opositores.
Italia había pasado de un régimen híbrido a una dictadura total.
Es importante señalar que el éxito de
Mussolini no estaba garantizado en ningún momento del camino. Muchas cosas
podrían haber sucedido de otra manera: el rey podría haberle retirado su
mandato, sus aliados parlamentarios podrían haber huido, la oposición podría
haber adoptado una estrategia más resistente o los ultras fascistas podrían
haber lanzado un golpe de Estado que justificara la represión
gubernamental como respuesta. Mussolini se aprovechó de la
desorganización de sus oponentes y del cobarde oportunismo de sus aliados. Ese
era el tipo de victoria táctica en la que se había convertido en experto,
capeando los temporales mientras se las arreglaba para mantener unida su
coalición. El asesinato de Giacomo Matteotti puede haber sido imprudente, ya
que creó una situación inestable y amenazó su gobierno, pero al final resultó
ser «el movimiento correcto»: Mussolini eliminó a un oponente de extraordinario
valor y autoridad moral y creó las condiciones para consolidar su control.
John Ganz es escritor, autor de When
the clock broke. Con men, conspiracists, and how America cracked up in the
early 1990s.
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