Nos Disparan desde el Campanario Guerra sistémica: el intento estadounidense de contener el sueño chino… por Alejandro Marcó del Pont
Fuente: El Tábano Economista
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El gran desafío es que el sueño chino
no sea la pesadilla de Estados Unidos
(El Tábano Economista)
El «Día de la Liberación» de Donald
Trump, el 2 de abril de 2025, marcó el lanzamiento formal de un conjunto de
aranceles globales radicales. Fue el punto culminante de meses de anuncios y la
señal más clara del nuevo orden que propone su regreso al poder. Para muchos
analistas, ese día fue el inicio simbólico de un segundo colapso del orden
mundial en apenas cuatro décadas, el primero fue la disolución de la Unión
Soviética en 1991, que inauguró la era unipolar; el segundo, este quiebre
actual que consolida la transición hacia un mundo multipolar.
Según el enfoque que se adopte, el
inicio de la llamada «guerra sistémica» entre Estados Unidos y China podría situarse
en mayo de 2015, con el lanzamiento del plan «Made in China 2025« que
delineó un ambicioso proyecto nacional para el desarrollo de una industria
manufacturera avanzada. Otros, en cambio, ubican su origen en 2018, cuando
Trump aplicó aranceles por 50.000 millones de dólares a productos chinos bajo
la Sección 301 de la Ley de Comercio de 1974. Desde entonces, una secuencia de
medidas arancelarias —Trump, luego Biden, y nuevamente Trump— marcan una
continuidad estratégica que China anticipó y para la que se ha venido
preparando.
Desde su primer mandato, Trump
utilizó los aranceles no sólo como herramienta comercial, sino como mecanismo
de presión para que sus socios colaboraran —de manera poco diplomática— con dos
objetivos clave: reducir el costo de la deuda estadounidense y mejorar la
balanza comercial. No es un detalle menor que EE.UU. mantenga déficits con 110
de los 195 países del mundo. Solo en 2024, el déficit comercial global de
EE.UU. fue de 1,2 billones de dólares, concentrado en un 69% en solo cuatro
regiones: China (25%), la Unión Europea (20%), México (15%) y Vietnam (14%).
Aquí aparece el primer gran error
estratégico, subestimar la preparación china. Desde al menos 2018, dicha nación
ha entendido que estaba ante una confrontación estructural y se ha preparado
como tal, posicionándose como un competidor sistémico.
En apenas cuarenta años, China ha
atravesado uno de los procesos de industrialización y urbanización más veloces
de la historia. Mientras que a Inglaterra y a Estados Unidos les tomó dos
siglos consolidar su estructura urbana e industrial, China lo logró en cuatro
décadas.
En 1950, solo un 13% de su población
era urbana. En 2024, ese número alcanzó el 66%, y se proyecta que superará el
75% para 2030. Las ciudades chinas con más de un millón de habitantes pasaron
de 15 en 1980 a más de 120 en la actualidad. En paralelo, 850 millones de
personas salieron de la pobreza, y entre 600 y 700 millones conforman hoy una
clase media con capacidad de consumo, un dato fundamental para entender la nueva
configuración del mercado global.
Durante la unipolaridad, el sistema
internacional delegó funciones: Occidente administraba las finanzas, China se
encargaba de las manufacturas, y los países del Sur Global abastecían de
materias primas. Con apoyo corporativo occidental, China acumuló capital,
tecnología y experiencia para convertirse en la “ fábrica
del mundo. En 2024, su superávit comercial con EE.UU. fue de 300.000
millones de dólares. Pekín no solo es el principal exportador mundial, sino
también el segundo mayor acreedor del planeta.
La potencia asiática avanzó en la
modificación de sus cadenas de valor, sustitución de importaciones, captación
de materias primas y diversificación de exportaciones. Solo el 15% de sus
ventas externas tienen como destino el consumidor estadounidense. Ha logrado
reducir su dependencia, fortalecer su mercado interno y blindarse frente a
sanciones, como las vinculadas a las tierras raras.
China controla la mayor parte de la
producción mundial de estos minerales esenciales para vehículos eléctricos,
smartphones y armamento avanzado. Aunque nunca ha ejercido del todo esa
influencia, su mera amenaza desestabiliza los mercados globales. Ninguna
contramedida estadounidense tiene semejante capacidad disruptiva.
Por otro lado, las exportaciones de
EE.UU. a China —soja, algodón, carne de res— son reemplazables. Países como
Australia, Brasil o Argentina pueden llenar el vacío. En cambio, los productos
que China vende a EE.UU., como maquinaria, semiconductores, teléfonos
inteligentes, computadoras, discos rígidos o componentes electrónicos, están
incrustados en la cadena de valor estadounidense, y su reemplazo es mucho más
complejo. Los aranceles, entonces, castigan más al fabricante norteamericano
que al productor chino.
Trump enfrenta una realidad incómoda,
China está mejor posicionada. Su sistema planificado, su ecosistema industrial
integrado (autos eléctricos, IA, baterías de litio, misiles) y su estrategia a
largo plazo le permiten resistir mejor un conflicto de larga duración. Desde
2018, China ha demostrado resiliencia, ofreciendo diálogo, pero sin ceder. En
contraste, la política estadounidense está atrapada por ciclos electorales,
intereses corporativos y guerras internas entre élites. En Washington reina el
corto plazo; en Pekín, la planificación centralizada y estratégica.
Además, los fabricantes chinos han
aprendido a sortear los aranceles. Muchas empresas han trasladado su producción
al sudeste asiático. En 2024, las exportaciones de China a Vietnam aumentaron
un 17%. En paralelo, Vietnam registró un superávit comercial de 124.000
millones de dólares con EE.UU. La producción sigue siendo china, solo que ahora
aparece bajo otra bandera.
La gran pregunta es si Trump tiene
tiempo suficiente para reindustrializar Estados Unidos. Esta ambición choca con
las propias élites financieras —BlackRock, Vanguard, State Street— y con una
Reserva Federal que responde a intereses globalizados, no nacionales. El
neoliberalismo, con su lógica de reducción de costos y deslocalización, ha
desmontado la capacidad productiva estadounidense durante décadas. No se puede
revertir eso con simples aranceles.
Hoy, China ya no es solo la fábrica
del mundo. Se ha convertido en un enorme mercado de consumo. Apple vende allí
el 18% de sus productos; Tesla, el 36%; Nvidia, el 17%; Volkswagen, el 10%,
entre otras. Las empresas no solo fabrican en China: dependen de los
consumidores chinos.
La visita del CEO de Nvidia, Jensen
Huang, a Beijing, tras la prohibición de Trump sobre la venta del chip H20,
revela lo que está en juego. La empresa estima perder 5.500 millones de dólares
por esta medida. ¿A cambio de qué? ¿Cómo se explica este retroceso en una
narrativa que promueve el libre mercado?
La guerra comercial no es solo una
batalla de aranceles es una lucha por el diseño del nuevo orden mundial. Y en
esta guerra sistémica, China parece haber hecho los deberes con más profundidad
y previsión. La política estadounidense, atrapada entre ciclos electorales y
disputas internas, corre el riesgo de destruir más de lo que construye.
En el fondo, lo que está en juego es
que el sueño chino no se convierta en la pesadilla de Estados Unidos. Pero ese
deseo no se puede imponer con medidas de corto alcance ni con discursos
inconsistentes. Hace falta estrategia. Y, sobre todo, tiempo. Algo que Trump —y
quizás todo Occidente— ya no tienen.
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*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y
editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista,
columnista radial, analista

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