Fuente: FILOSOFÍA&CO
Link de origen: https://filco.es/como-salvar-la-democracia/
La democracia al servicio del
capitalismo
En su texto, Klaus Dörre ve la
democracia con un optimismo prudente. Sin duda tiene sus defectos, pero
las modernas democracias de masas, cuyos gobiernos salidos de elecciones justas
garantizan tanto la pluralidad y los derechos políticos igualitarios como el
respeto al derecho internacional público, son lo mejor que tenemos a este
respecto.
¿Pero cuál es entonces el problema
con la democracia? ¿Qué falla en ella? Dörre no piensa que las
instituciones y los procedimientos democráticos ya no funcionen adecuadamente,
sino que más bien constata que «la democracia como forma de gobierno se está
sacrificando en el altar de un capitalismo expansionista que, con vistas a su
propio aseguramiento, necesita recurrir cada vez más a prácticas autoritarias».1
Se pueden apreciar diversas versiones
en las que se produce esta deriva por la vía errónea hacia el autoritarismo, y
que se están convirtiendo en distintas modalidades de democracia desdemocratizada (como
en el caso de Grecia, obligada a la austeridad) y de antidemocracias
democráticas (como en Turquía, Rusia, Polonia y Hungría).
Para completar este panorama, como
factores que devalúan aún más el valor de la democracia como forma de
gobernanza colectiva, Dörre menciona algunos modos en que la democracia se
inhabilita a sí misma (por ejemplo, con la proclamación del estado de
excepción en Francia para combatir el terrorismo islámico), así como las
prácticas comerciales de empresas de tecnología inteligente que eluden el
control democrático (como se puso de manifiesto con el escándalo de Facebook en
relación con las elecciones presidenciales estadounidenses en 2016).
La tesis de Dörre es clara: la
tendencia a «abolir» derechos y a «eliminar» instituciones democráticas
mediante procedimientos democráticos se puede explicar porque la
democracia, «que inicialmente era una esfera distinta pero relativamente
compatible con la ampliación del mercado y la acumulación de capital, se ha
convertido en objeto de las apropiaciones del capitalismo financiero». De ahí
se sigue que «a la larga, la democracia solo existirá si sus contenidos,
procedimientos e instituciones se amplían a campos y sectores a los que hasta
ahora no tenía acceso la voluntad democrática».
Dörre no se hace ilusiones sobre lo
revolucionaria y exigente que resulta esta propuesta: salvar la democracia
exige nada menos que romper con el capitalismo. En su artículo se centra en
fundamentar y desarrollar esta tesis, para luego formular propuestas sobre cómo
se podrían superar las dificultades que implica ese proyecto.
Puedo secundar en muchos puntos las
explicaciones de Klaus Dörre, que están cuidadosamente formuladas y son muy
esclarecedoras. En este sentido, mis comentarios se basarán en los suyos,
sin pretensión de discutirlos. Lo que me importa sobre todo es, más bien,
bosquejar los límites de algunas de sus propuestas, con la esperanza de
inspirar así nuevas reflexiones.
Estoy de acuerdo con la mayor parte
del diagnóstico de Dörre, que muestra tanto la vinculación del capitalismo
con la democracia como las fisuras de su relación, así como los factores que
socavan la democracia.
Lo mismo digo de su afán de ampliar
la democracia a nuevos ámbitos. No estoy totalmente de acuerdo con algunas de
sus propuestas sobre cómo exactamente se podría lograr esto. Especialmente
problemáticos me resultan algunos de sus planteamientos preferidos de intervención
o acción política, especialmente con su perspectiva europea y con la
insistencia en la democracia parlamentaria de los Estados nacionales.
Además, me desconcierta que, en
relación con la ampliación de una democracia transformativa, dé poca importancia
al papel de los movimientos sociales fuera de Europa. Me parece que hay
cierta desproporción entre los retos que nos plantea su detallado diagnóstico
de los problemas de la democracia bajo el capitalismo y sus propuestas sobre
cómo se podrían resolver.
En su diagnóstico de que en el
capitalismo la democracia ha dejado de ser la forma preferida de
gobierno, Dörre muestra cómo las versiones actuales de la
democracia de masas, en principio, se basan en tradiciones tanto liberales
como republicanas e igualitarias, que sin embargo coexisten asimétricamente en
las sociedades del bienestar de la Europa de posguerra.
Además, explica cómo un
desplazamiento hacia la tradición liberal (al precio de un debilitamiento del
ideal republicano de igualdad) hizo que, hacia fines del siglo XX,
diversos teóricos reaccionaran dando un nuevo giro a la democracia y
reorientándola hacia diversas modalidades de una democracia deliberativa y
procedimental. Dörre tiene razón cuando reprocha a estas teorías que obvian el
significado decisivo de los antagonismos sociales como sustratos de la
democracia.
Esas teorías la reducían a sus
procedimientos y cuestiones de legitimación (a la «racionalidad de los propios
procedimientos legislativos», como dice citando críticamente a Habermas),2 y
rechazaban la política de clases como una forma de «privilegiar» a una parte
especial de la realidad social, basándose en unos análisis marxistas que ya no
son «fiables», mientras que mantenían una visión liberal que vinculaba
estrechamente el crecimiento económico, la redistribución del Estado de
bienestar y la estabilidad de la democracia.
La doble dinámica capitalista:
diálogo con Rosa Luxemburgo
Dörre subraya, con razón, tanto el
papel central que el crecimiento económico tiene en la vinculación de la
democracia con el capitalismo como también los límites de esta
vinculación. Resalta cómo en el Estado de bienestar los derechos sociales
y políticos se integran de tal modo que el proyecto de acumulación de capital
ya no se cuestiona.
Las consecuencias del cambio
climático muestran con meridiana claridad los límites de este
acoplamiento de la democracia con el capitalismo. Ese cambio climático
resulta básicamente de que la economía mundial capitalista ha dependido
históricamente de los combustibles fósiles. Ya no es fiable la hipótesis de que
el crecimiento económico puede seguir cumpliendo la tarea de equilibrar los
antagonismos sociales ampliando la participación en la «tarta del bienestar».
Además, la realidad del «desvío de
costes»3 apunta al hecho de que, dentro del capitalismo, el aumento de los
niveles de bienestar y de la praxis democrática solo se puede conseguir
transfiriendo los costes de los metabolismos sociales no sostenibles a las
periferias o a las fronteras de la mercantilización de la expansión
capitalista.4
Enlazando con Rosa Luxemburgo, Dörre
describe esto como la doble figura de la dinámica capitalista o como el
interior y el exterior de la democracia. El «exterior» se refiere a la
existencia de mercados externos carentes de los procedimientos e
instituciones democráticos, que en los países centrales del capitalismo (es
decir, en el «interior» de la democracia) sirven para garantizar ciertos
niveles de bienestar (conforme al objetivo político de una mayor participación
en la «tarta del bienestar»).
La consecuencia de esto es que toda
dinámica capitalista incluye un doble movimiento: por un lado, sus ansias
de mercantilización; y por otro lado, en forma de movimientos antiliberales de
signo contrario, unas posturas respecto de la economía y el entorno vital que
son críticas con el laissez-faire. Estas cuestiones remiten a algo que
Dörre describe como una especie de efecto de retroceso de la globalización:
«Con la creciente desigualdad, con
los bajos índices de crecimiento en los países de la primera industrialización,
con los continuos riesgos financieros, con la destrucción ecológica y con la
creciente migración de refugiados, la globalización genera movimientos de
retroceso y de signo contrario, que entonces pasan a configurar
estructuralmente los centros capitalistas causantes de esos problemas.»5
La globalización, que provoca la
apertura de mercados, sobre todo en su versión más reciente como capitalismo
financiero, ha eliminado los «mecanismos protectores con cuya ayuda el
capitalismo social del Estado de bienestar había asegurado la capacidad de
funcionamiento de los mercados internos».
Por decirlo radicalmente, puede
destruir «lo social de la democracia», porque conlleva la ampliación de
aquellos sectores que no se someten a los procesos deliberativos democráticos
(por ejemplo, en el campo de las tecnologías inteligentes, con empresas como
Facebook). Además, se priva de apoyos a esas fuerzas e instituciones que
podrían actuar como correctivos de la expansión mercantil.
El resultado son sociedades de clases
desmovilizadas (en las zonas centrales del capitalismo): un fenómeno que
se muestra paradigmáticamente en la debilidad de los sindicatos. Bajo estas
circunstancias, las polarizaciones sociales que resultan del desarrollo
capitalista «no encuentra[n] una representación adecuada dentro del sistema
político».
Eso posibilita, a su vez, el auge de
movimientos autoritarios y populistas de derechas, que afirman falsamente
que ofrecen la única alternativa auténtica a los males de la globalización. En
el último apartado de su artículo, que trata sobre las cuestiones del futuro de
la democracia transformativa, uno de los temas que Dörre aborda es el de cómo
enfrentarse a esta peligrosa corriente. «Si hay que volver a fortalecer la
democracia, entonces hay que posicionarla contra un expansionismo capitalista
que, tanto en su modalidad de liberalismo y fundamentalismo mercantil como en
su modalidad de nacionalismo radical, tiene efectos desdemocratizadores»: esta
es la lógica conclusión de Dörre.
Reformas no reformistas o cómo salvar
la democracia
Son muy tentadoras algunas de sus
sugerencias de cómo fortalecer así y salvar la democracia. Es por ejemplo
interesante la propuesta de una especie de «pasaporte Nansen», que permitiría
reconocer la responsabilidad de los países industriales en el cambio climático.
En relación con las causas del cambio climático y con la pregunta de quién debe
asumir las consecuencias y cómo, Dörre menciona algunos de los mecanismos
causantes de desigualdad.
La propuesta ofrece al mismo tiempo
un buen ejemplo de lo que André Gorz denomina
«reformas no reformistas», que son aquellas cuyos objetivos no se rigen
por los criterios de racionalidad y viabilidad de un sistema dado, sino que,
por el contrario, tratan de cambiar la relación de fuerzas sociales, entre
otras cosas mediante reformas estructurales.6
Análogamente, la idea de Dörre de
unos fondos internacionales de subsidio de huelga y algunas de sus propuestas
de cambio para el mercado laboral (como la de un salario mínimo europeo y
un seguro de desempleo europeo) podrían incluirse, bajo ciertas condiciones, en
una categoría de reformas no reformistas que se podrían realizar en la actual
constelación política, formada por la democracia parlamentaria organizada por
los Estados nacionales y la Unión Europea.
Sin embargo, me parece que cuando se
habla de transformación y de democracia es muy importante tener en cuenta
la distinción que Nancy
Fraser7 establece entre dos fórmulas contra la desigualdad: entre
remedios afirmadores y remedios transformadores. Los primeros deben corregir la
desigualdad de resultados sin modificar las circunstancias que los producen,
mientras que los últimos deben reestructurar esas estructuras.
Dada la importancia del capitalismo
como causante estructural de muchos problemas de la democracia que Dörre
resalta con razón, si el objetivo es la democracia transformativa, me
parece decisivo optar exclusivamente por las terapias transformadoras.
Aquí se plantea la pregunta de hasta
qué punto tiene sentido esperar que se pueda desacoplar la democracia del
capitalismo precisamente con las instituciones que, o bien han contribuido
históricamente a vincularlos, o bien fueron incluso creadas expresamente con
ese objetivo. A mí me parece que el Estado nacional parlamentario y democrático
entra en la primera categoría, y la Unión Europea en la segunda.
Dörre explica que la Unión Europea
«como ámbito de interrelaciones económicas solo tendrá futuro en la medida en
que pase a ser una unión social y ecológica. Para eso necesita proyectos
democráticos que vengan de arriba y de abajo». Hay que admitir que no queda del
todo claro hasta qué punto Dörre cree que, de hecho, la Unión Europea debería
ser el ámbito en el que tales proyectos democráticos se puedan impulsar desde
arriba y en el que se pueda abrir la «perspectiva europea», desde la cual,
según su alegato, la democracia podría hacerse transformativa.
Sin embargo, a juzgar por sus
propuestas referentes a las reformas europeas del mercado laboral, parece que
en buena medida piensa en este sentido. Pero si hay que considerar la
Unión Europea como eje y como centro de una realización de estas propuestas
desde arriba, y si ella debe servir para configurar lo que él llama una «Europa
refundada», entonces eso choca con ciertos límites.
La Unión Europea se fundó
prácticamente con el mismo fin para cuyo cumplimiento ella misma creó en lo
sucesivo sus instituciones: para plasmar la visión de un amplio
capitalismo social. Este debería asegurar derechos sociales y políticos no solo
a sus ciudadanos, sino también a los pueblos de Europa, mediante un aumento de
la prosperidad material (es decir, mediante el crecimiento económico).
Es cierto que, a raíz de este
proyecto, se han establecido algunos derechos importantes, relativos sobre todo
a la supervivencia social y ecológica, por ejemplo mediante una regulación
legal del manejo de los recursos naturales y de la protección del medio
ambiente. Sin embargo, apenas se puede apreciar que con estas medidas se haya
tratado, ni siquiera por asomo, de reemplazar el capitalismo, que no obstante
constituye la base de la destrucción del medio ambiente y es el causante de los
achaques de la democracia.
Fueron más bien las instituciones de
la Unión Europea las que, en diversas situaciones en las que estaba en juego la
viabilidad de importantes proyectos de acumulación de capital, se decidieron
de buena gana a ignorar cuestiones relativas a los derechos civiles y a la
protección del medio ambiente. Ejemplos recientes son el tratado de libre
comercio CETA (Acuerdo Económico y Comercial Global) entre la Unión Europea y
Canadá y el proyecto, que ahora se ha parado, de una «Asociación Transatlántica
para el Comercio y la Inversión» (en inglés TTIP).
El CETA capacita de hecho a las
empresas privadas a demandar a los Estados firmantes si estos aplican leyes que
limiten los beneficios de ellas8. Y en el caso de la TTIP, la Comisión Europea
trató de bloquear una petición cívica —«Stop TTIP»— que se oponía a las
negociaciones secretas entre los burócratas europeos y los norteamericanos. La
Comisión impidió incluso registrar la propuesta.9
Confieso no haber entendido del todo
si la «perspectiva europea» de la que habla Dörre se refiere a la necesidad de
una nueva versión de las instituciones de la Unión Europea, pero su
artículo admite esta interpretación. Sin embargo, poner el foco exclusivamente
en la Unión Europea nos haría perder de vista que el proyecto de solidaridad
internacional debería rebasar las dimensiones de una colaboración europea, y
que debería tratar de conectar con movimientos sociales y con otras fuerzas
políticas en las fronteras de la mercantilización de la expansión
capitalista europea, es decir, justamente en aquellos espacios que se ven
dañados por la multiplicación de los metabolismos sociales de las economías
nacionales europeas.10
La importancia de lo
extrainstitucional
La falta de esta perspectiva
(ampliada) tiene que ver, según creo, con que el hecho de que Dörre se centra
en la democracia como forma estatal o como sistema de gobierno, cuando
insiste en que los lugares de la actividad democrática son las instituciones, las
políticas y las formas de gobierno (por ejemplo el Estado de bienestar).
Proceder así tiene su utilidad, pero
un planteamiento alternativo consistiría en entender la democracia como
praxis. Jacques Rancière11 ve la democracia como expresión del
principio de igualdad —que siempre es disruptivo y conflictivo—. Dicho más
exactamente, se trata de una praxis que aspira a la igualdad rompiendo con la
distribución jerárquica de espacios, roles y funciones sociales.
Eso lo hace fragmentando y
reconfigurando lo que se considera razonable o conveniente en relación con las
ideas de qué puede hacer quién, por qué, dónde y cómo. Una definición de
la democracia referida de tal modo a la praxis desvía el foco de la naturaleza
de los procesos institucionales que deben promover la igualdad, y lo centra en
las actividades que persiguen el objetivo de crear igualdad.
De este modo, queda en primer plano
la importancia de los espacios y de las actividades extrainstitucionales, tal
como los crean y los emplean por ejemplo los movimientos sociales. No
centrarse en las estructuras institucionales facilita llegar hasta las víctimas
de la expansión capitalista y de sus efectos, es decir, llegar hasta quienes
sufren bajo la ampliación global de los metabolismos sociales del norte
mundial.
No es que Dörre niegue que esto sea
importante, pero no dice mucho sobre cómo se podrían desarrollar las formas
respectivas de colaboración, y reduce lo que él llama la «perspectiva
internacional» de la democracia transformativa a una «perspectiva europea». Sin
embargo, tiene una importancia decisiva el papel de los movimientos sociales
del sur global, por ejemplo aquellos movimientos que intervienen para luchar
por la justicia medioambiental y que se oponen activamente a que sus bases
vitales se degraden a reservas de materias primas o a pozos ciegos de la
producción capitalista.
Límites al proyecto de salvar la
democracia
También plantea preguntas la
exigencia de volver a fundar una Europa que deba actuar como protagonista de
los derechos sociales y ecológicos globales. Una Europa así es
prácticamente inconcebible si no se aclara cómo se podría hacer posible eso.
¿Cómo exactamente se debería lograr que la mayoría de los europeos
desarrollemos la necesidad de asumir un auténtico papel de liderazgo en lo que
respecta a los derechos sociales y ecológicos globales?
En último término, el establecimiento
de tales derechos podría amenazar el elevado nivel de nuestro bienestar
material.¿Qué cambios radicales deberían producirse para ello en nuestras
nociones de «calidad de vida», y qué procesos e instrumentos políticos podrían
llevarnos a actuar así? Al fin y al cabo, y esto es quizá aún más problemático,
hay un montón de científicos —y probablemente también un montón de ciudadanos y
burócratas europeos— que están convencidos de que Europa ya desempeña este
papel de liderazgo, por ejemplo en lo que respecta a medidas contra el cambio
climático global (en el que se centran muchísimos estudios). ¿Qué tipo de
actividad política podría convencerlos de que no basta con esto?
Dörre anuncia de buenas a primeras
que él apoya un crecimiento «lento» como objetivo del tipo de economía
ecosocialista que él propone, y eso plantea también nuevas preguntas. Me
quedé un poco perplejo cuando, tras su detallado diagnóstico crítico de la
estrecha conexión entre crecimiento, capitalismo y democracia desacreditada, de
pronto expone esta idea.
No me queda del todo claro si cuando
Dörre exige un recorte del crecimiento lo que quiere decir es que hay que
centrarse en el «crecimiento cualitativo» (un alegato al que yo no me
opondría). Pero si la exigencia se refiere a una limitación general del
crecimiento económico, entonces no se explica cómo encaja eso con las
explicaciones anteriores de Dörre sobre la democracia en el
capitalismo.
¿No había descrito ahí el crecimiento
como la clave de la legitimación (menguada) del capitalismo, porque el
crecimiento permite una participación mayor en la «tarta del bienestar», pero
también como garantía de que el orden capitalista queda asegurado al
desactivarse políticamente las luchas de clases, mientras que al mismo tiempo
se debilitan las condiciones materiales y ecológicas de nuestra supervivencia
conjunta en este planeta? ¿Cómo —y por qué— una economía ecosocialista debería
tratar de desvincular el crecimiento no solo de la fantasía popular de un mundo
que dispone de un inagotable cuerno de la abundancia, sino también del
imperativo del productivismo, en el que se basa nuestro dilema ecológico y
social? Por lo que se refiere al Estado nacional parlamentario y democrático
como el lugar en el que se podrían llevar a cabo las transformaciones en las
que piensa Dörre, con su llamada a un nuevo modelo ecosocialista él se
despide definitivamente de las versiones históricas que exigían que la
democracia se vinculara con el capitalismo. Sin embargo, resulta difícil
imaginarse cómo se podría subsanar la incapacidad de los gobiernos socialistas
para implantar eficazmente derechos sociales y ecológicos en el marco de los
Estados nacionales parlamentarios y democráticos.
Que el gobierno democrático y socialista de Ecuador abandonara
el proyecto de Yasuní para optar por la extracción del petróleo es una muestra
de lo que quiero decir.
Quizá en un nivel comunal las
perspectivas de éxito sean mejores. Por ejemplo, en España vemos una auténtica
oleada reciente de política comunal radical. Ahí se lucha ya por medidas
similares a las que se vislumbran en algunas de las propuestas de Dörre, por
ejemplo en relación con la migración (ciudades abiertas), con el cambio
climático (reducción de las emisiones mediante la planificación urbana) o con
la precariedad (limitar los precios de alquiler y frenar las causas del
encarecimiento, como por ejemplo el desarrollo turístico descontrolado).
De modo similar, parece que el
proyecto cantonal de los kurdos en la región autónoma de Rojava permite abrigar
al menos algunas esperanzas de que se van a tener en cuenta las prioridades
ecosocialistas. En una escala geográfica abarcable, ahí se intenta
combinar la ecología social, el feminismo y la democracia radical. Seguramente
a partir de cierto punto habría que ir pensando en proyectos mayores, pero
empezar por donde ya existen tales iniciativas me parece una forma muy
razonable de comenzar.
Para evitar malentendidos: no
cuestiono de ningún modo la importancia de los esfuerzos por la mayor
ampliación posible de la democracia política en todos los niveles, incluyendo
los del Estado nacional y las instituciones transnacionales como la Unión
Europea. Se trata de un proyecto decisivo. Pero creo que, por decirlo
políticamente, debería discutirse al menos como una cuestión abierta en qué
nivel de intervención política se puede alcanzar más, sobre todo en un mundo en
el que cada uno debe decidir por sí mismo qué acciones políticas apoya.
Tampoco pretendo hacer un llamamiento
a desistir de los esfuerzos por «cambiar el sistema desde dentro» ni a
abandonar los proyectos para el desarrollo de la solidaridad europea. Sino
que, más bien, quiero invitar a sopesar cuidadosamente las dimensiones y la
importancia de la transformación, así como el potencial que determinadas formas
y nociones de la democracia tienen para llevarla a cabo. En este sentido, que
Dörre escoja el concepto de «democracia transformativa» como foco de sus
propuestas resulta un planteamiento muy sugerente.
Referencias
1 Klaus Dörre, «Democracia en vez de capitalismo, o ¡Que expropien a
Zuckerberg!», en ¿Qué falla en la democracia? Un debate con Klaus Dörre,
Nancy Fraser, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa, Hanna Ketterer y Karina Becker
(eds.), Barcelona, Herder Editorial, 2023, p. 28.
2 Jürgen Habermas, Facticidad y validez. Sobre el derecho y el
Estado democrático de derecho en términos deteoría del discurso, Madrid,
Trotta, 2005, p. 551, citado en Klaus Dörre, «Democracia en vez de
capitalismo…», op. cit., p. 33.
3 Karl William Kapp, Los costes sociales de la empresa privada,
Madrid, Catarata, 2006.
4 Jason W. Moore, «Sugar and the Expansion of the Early Modern
World-Economy: Commodity Frontiers, Ecological Transformation, and
Industrialization», Review (Fernand Braudel Center) 23 (2000), pp.
409-433.
5 Klaus Dörre, «Democracia en vez de capitalismo…», op.cit., p.
45.
6 Barbara Muraca, «Decroissance: A Project for a Radical
Transformation of Society», Environmental Values 22 (2013), pp.
147-169.
7 Nancy Fraser, «Redistribution or Recognition? Dilemmas of Justice
in a ‘Postsocialist’ Age», en: Kevin Olson (ed.), Adding Insult to Injury:
Nancy Fraser Debates Her Critics, Londres, Verso, 2008, pp. 9-41.
8 Para más detalles, cf. Nick Meynen, «Controversial EU Canada trade
deal, which threatens environmental protections, is tested by Europe’s highest
court», en Meta, 26. 06. 2018 [último acceso: 6 de marzo de 2023]).
9 Cf. Michael Efler et al.: «The General Court annuls the
Commission decision refusing the registration of the proposed European
citizens’ initiative ‘Stop TTIP’», en Curia (Press Release 49), 10 de mayo. 2017 [último
acceso: 6 de marzo de 2023].
10 Leah Temper et al., «The Global Environmental Justice Atlas
(EJAtlas): ecological distribution conflicts as forces for sustainability»,
en Sustainability Science 13 (2018), pp. 573-584.
11 Sobre esto, cf. Kieran O’Connor, «’Don’t they represent us?’: A
discussion between Jacques Ranciere and Ernesto Laclau», en Verso Blog, 26 de mayo de 2015 [último acceso: 6 de marzo
de 2023].
12 Cf. por ejemplo los numerosos casos consignados en el Environmental Justice Atlas [último
acceso: 6 de marzo de 2023].
También te puede interesar… El difícil matrimonio entre
democracia y capitalismo
Christos Zografos es un científico social ambiental cuyo trabajo se
centra en el estudio de la gobernanza y el cambio ambiental en los campos de la
economía ecológica y la ecología política. Es coordinador de investigación del
proyecto de investigación del 7PM SSH «Cambio climático, conflictos hídricos y
seguridad humana» (CLICO) y profesor visitante en programas de máster en la
Universidad de Edimburgo (Reino Unido). Su investigación explora la relevancia
de la participación y la democracia deliberativa para la gobernanza de la
sostenibilidad y la aplicación de la ecología política al estudio del poder y
las políticas de toma de decisiones y cambio ambiental.
Sus investigaciones anteriores se han centrado en los conflictos
relacionados con la mitigación del cambio climático (energía eólica), el
ecoturismo y el uso del análisis del discurso (metodología Q) para explorar los
valores ambientales. Es doctor en Ciencias Ambientales (UAB), máster en
Historia e Instituciones Económicas (UAB) y máster en Economía Ecológica
(Universidad de Edimburgo). Christos trabajó durante cinco años como profesor
de Economía Ambiental en el Scottish Agricultural College (SAC) de Edimburgo,
Reino Unido. Es editor principal de un libro reciente sobre economía ecológica
deliberativa (Oxford University Press) y autor principal de uno de los
capítulos del informe «La economía de los ecosistemas y la biodiversidad» (TEEB
D0).
Comentarios
Publicar un comentario