Nos Disparan desde el Campanario La gente milita, vota y paga su propia subordinación… por Noam Chomsky
Gustavo Marcelo Sala
Noam Chomsky, por repetir un lugar
común, figura entre los mayores intelectuales radicales vivos. No es menos
cierto o manido añadir que también es una figura ampliamente controvertida,
acusada desde varios cuarteles de una serie de errores que van de la “negación
del genocidio” a un rígido “quietismo moral” frente a atrocidades masivas. Muy
recientemente, críticos de tonalidades políticas disímiles afirman haber
identificado toda una serie de sinsentidos en sus declaraciones sobre Siria.
En la siguiente entrevista,
[realizada para la revista norteamericana Jacobin por] Emanuel Stoakes le
plantea algunas de estas críticas a Chomsky.
Si bien se reafirma en su oposición a
una intervención militar en toda regla, Chomsky declara que no se opone en
principio a la idea de una zona de exclusión aérea establecida a lo largo de un
corredor humanitario (aunque las recientes intervenciones de Putin no han hecho
sino liquidar la posibilidad de la anterior opción). Chomsky clarifica asimismo
su postura sobre la matanza de Srebrenica en 1995 y la intervención de la OTAN
en Kosovo en 1999.
Además de responder a sus críticos,
Chomsky ofrece sus reflexiones sobre un amplio abanico de temas aparte: qué
habría que hacer para combatir al EI, el significado de las luchas populares en
América del Sur y el futuro del socialismo.
Como siempre, deja traslucir su
creencia subyacente en nuestra capacidad de construir una sociedad mejor.
¿Cuál es su reacción a los atentados
de principios de noviembre y qué piensa de la actual estrategia occidental de
bombardeo del EI?
Está claro que la actual estrategia
no está funcionando. Los comunicados del EI, tanto en este caso como en el de
avión ruso, fueron muy explícitos. Si nos bombardeais, vais a sufrir. Son una
monstruosidad, y se trata de crímenes terribles, pero no sirve de nada esconder
la cabeza en la arena.
El mejor resultado sería que el EI
quedara destruido por fuerzas locales, lo que podría suceder, pero para eso
hará falta que esté de acuerdo Turquía. Y el resultado podría ser igualmente
malo si los elementos yijadistas apoyados por Turquía, Qatar y Arabia Saudí
salen vencedores.
El resultado óptimo consistiría en un
acuerdo negociado del género del que se prepara paso a paso en Viena, combinado
con lo dicho antes. Mucho pedir, me parece.
Nos guste o no, el EI parece haberse
asentado con bastante solidez en las zonas suníes de Irak y Siria. Parecen
comprometidos en un proceso de construcción de un Estado que es extremadamente
brutal pero bastante éxitoso, y que se atrae el apoyo de comunidades suníes que
puede que desprecien al EI pero lo consideran como la única defensa contra
alterativas que son incluso peores. La única potencia regional de envergadura
que se les opone es Irán, pero a las milicias chiitas respaldadas por Irán se
las juzga igual de brutales que al EI y probablemente sirven para movilizar el
apoyo a éste.
Los conflictos sectarios que están
haciendo trizas la region son resultado substancialmente de la invasion de
Irak. Eso es lo que quiere decir Graham Fuller, antiguo analista de la CIA y
especialista en Oriente Medio, cuando afirma que “creo que los Estados Unidos
son uno de los creadores clave de esta organización”.
La destrucción del EI por cualquier
medio imaginable podría poner las bases de algo peor, como ha ido sucediendo
con bastante regularidad con las intervenciones militares. El sistema de
estados de la región impuesto por el poder imperial británico y francés tras la
I Guerra Mundial, con escaso interés as por las poblaciones bajo su control, se
está desmoronando.
El futuro parece sombrío, aunque hay
algunas rendijas de luz, como las de las zonas kurdas. Se pueden tomar medidas
para reducir muchas de las tensiones en la region y contener y reducir el nivel
extravagantemente elevado de armamento, pero no queda claro qué más puede hacer
las potencias externas aparte de avivar las llamas, como llevan haciendo desde
hace años.
Este año hemos visto al gobierno
griego debatirse con sus acreedores para llegar a un acuerdo. Resulta tentador
contemplar este enfrentamiento, así como la crisis en su conjunto, menos como
un caso en el que la UE trataba de gestionar una crisis de la deuda en el común
interés de la Unión y más como una batalla entre la sociedad griega y los que
se benefician de la austeridad. ¿Estaría usted de acuerdo? ¿Cómo ve la
situación?
No ha habido un esfuerzo serio por
gestionar la crisis de la deuda. Las políticas impuestas a Grecia por la Troika
exacerbaron de manera aguda la crisis minando la economía y bloqueando
prometedoras oportunidades de crecimiento. La proporción de la deuda en
relación al PIB es hoy bastante más elevada de lo que era antes de que se
instituyesen esas medidas políticas y el pueblo de Grecia ha tenido que pagar
un precio terrible, aunque a los bancos alemanes y franceses que tienen una
buena parte de responsabilidad en la crisis les vaya muy bien.
Los llamados “rescates” de Grecia
fueron a parar principalmente a los bolsillos de los acreedores, hasta en un
90% según algunas estimaciones. El antiguo jefe del Bundesbank,
Karl Otto Pöhl, hizo la muy plausible observación de que toda la cuestión
“tenía que ver con proteger a los bancos alemanes, pero sobre a todo los bancos
franceses, para que no perdieran lo que se les adeudaba”.
En un comentario en una de las
principales revistas del establishmentnorteamericano, Foreign Affairs,
escribe Mark Blyth, uno de los críticos más persuasivos de la destructiva
austeridad seguida por programas de depresión: “Nunca hemos entendido a Grecia
porque nos hemos negado a ver la crisis como lo que era: una continuación de
una serie de rescates del sector financiero que comenzaron en 2008 y que siguen
retumbando hasta hoy”.
Todas las partes reconocen que la
deuda no se puede pagar. Debería haber sido radicalmente reestructurada hace ya
tiempo, cuando la crisis podía haberse gestionado cómodamente o podía haberse
declarado sencillamente “odiosa” y haberse cancelado.
La cara desagradable de la Europa
contemporánea es la que presenta el ministro alemán de Economía, Schäuble,
aparentemente la figura política más popular de Alemania. Según informa el
servico de noticias de Reuters, explicó que “podría hacerse necesario cancelar
algunos de los préstamos para que la deuda del país llegue a un nivel
manejable”, mientras que “al mismo tiempo descartaba esa medida”. En
resumen, ya os hemos exprimido todo lo que podemos, así que perdeos por ahí. Y
buena parte de la población se está perdiendo literalmente, deshechas sus
esperanzas de sobrevivir decentemente.
En realidad, a los griegos no los han
exprimido aún del todo. El vergonzoso acuerdo impuesto por los bancos y la
burocracia incluye medidas para garantizar que los activos griegos caigan en
las codiciosas manos correctas.
El papel de Alemania resulta
especialmente vergonzoso, no sólo porque la Alemania nazi asolara Grecia, sino
también porque, como apuntó Thomas Piketty en Die Zeit, “Alemania es
ciertamente el mejor ejemplo de un país que no ha reembolsado su deuda externa
a lo largo de su historia. Ni después de la I ni de la II Guerra Mundial”.
El Acuerdo de Londres de 1953 liquidó
la mitad de la deuda de Alemania, poniendo las bases de su recuperación
económica y, en la actualidad, añadía Piketty, lejos de ser “generosa”, estos
días “Alemania se aprovecha de Grecia, pues le extiende préstamos a tipos
comparativamente altos”. Todo el asunto es sórdido.
Las medidas políticas de austeridad
que se le han impuesto a Grecia (y de modo general a Europa) fueron siempre
absurdas desde un punto de vista económico y han sido un completo desastre para
Grecia. Como armas de la guerra de clases, no obstante, han sido bastante
eficaces a la hora de socavar sistemas del bienestar, enriqueciendo a los
bancos del norte y a la clase inversora y empujando a la democracia a los
márgenes.
El proceder de la Troika es hoy una
desgracia. Apenas sí puede haber duda de de que su meta consiste en establecer
firmemente el principio de que hay que obedecer a los amos: no se
tolerarán desafíos a la banca del norte ni a la burocracia de Bruselas y debe
abandonarse todo pensamiento de democracia y voluntad popular.
¿Cree que la lucha que se produce en
torno al futuro de Grecia resulta representativa en buena medida de lo que está
sucediendo en el mundo en este momento, es decir, una lucha entre las
necesidades de la sociedades y las exigencias del capitalismo? Si este es el
caso, ¿tiene usted mucha esperanza de una salida decente y humana cuando los
triunfos parece tenerlos todos un pequeño número de personas vinculadas al
poder privado?
En Grecia, y de manera más general en
Europa, en distintos grados, se están revirtiendo algunos de los logros más
admirables de la era de postguerra con una versión destructiva del ataque
neoliberal a la población global de la pasada generación.
Pero se le puede dar la vuelta. Entre
los estudiantes más obedientes de la ortodoxia neoliberal estaban los países de
América Latina, y también, no es de sorprender, entre aquellos que sufrieron
los mayores perjuicios. Pero en años recientes se han abierto camino hacia un
rechazo de la ortodoxia, y de modo más general, por primera vez en quinientos
años están dando pasos significativos hacia la unificación, liberándose de la
dominación (norteamericana en el siglo pasado), y afrontando los traumáticos
problemas internos de sociedades potencialmente ricas que han estado
tradicionalmente gobernadas por élites opulentas (en su mayoría blancas)
orientadas al exterior en medio de un mar de miseria.
En Grecia, Syriza podría haber
señalado una evolución semejante, razón por la cual había que desbaratarla de
un modo tan salvaje. Hay otras reacciones en Europa y en otros
lugares que podrían cambiar el rumbo y conducir a un futuro bastante mejor.
Este año se conmemoró el vigésimo
aniversario de la matanza de Srebrenica. Se ha podido saber que los EE.UU.
observaron cómo se producían los asesinatos en tiempo real desde sus satélites
y que muchas de las grandes potencias del mundo se mostraron negligentes o algo
peor cuando se trataba de hacer esfuerzos para impedir una carnicería
previsible. ¿Qué cree usted que debería haberse hecho entonces? ¿Cree usted,
por ejemplo, que los musulmanes bosnios deberían haber tenido más oportunidades
de de defenderse desde mucho antes?
Srebrenica era una zona segura sin
apenas protección y no debemos olvidar que gracias a ese estatus se convirtió
en base de las milicias asesinas de Nasir Oric para atacar las aldeas serbias
de los alrededores, con un coste brutal y jactándose de sus éxitos. Que
iba a haber antes o después una respuesta serbia no era demasiado sorprendente
y deberían haberse tomado medidas para “impedir una carnicería previsible”, por
tomar prestadas sus palabras.
El mejor enfoque, que podría haber
sido factible, habría debido consistir en reducir y acaso terminar con las
hostilidades en la region, en lugar de permitir que se recrudecieran.
Ha recibido usted numerosas críticas
por su postura sobre la intervención en Kosovo. Si lo he entendido bien (acaso
me equivoque), piensa usted que había alternativas al bombardeo y que podría
haberse detenido la violencia si hubiera habido mayor voluntad política por
encontrar una solución diplomática. ¿Es correcto? ¿Puede resumirnos lo que se
podría haber hecho a modo de alternativa?
No he visto críticas de mi postura
sobre la intervención y no es muy probable que las haya por la sencilla razón
de que apenas sí llegué a adoptar una postura. Como ya dejé claro en lo que
escribí sobre la cuestión (The New Military Humanism), apenas sí entré a
debatir la conveniencia de la intervención de la OTAN. Eso se establece
claramente en las primeras páginas.
El tema aparece en las tres últimas
páginas, haciendo notar que lo anterior — el libro entero — deja “sin
responder” la pregunta de lo que debería haberse hecho en Kosovo, aunque parece
un “juicio razonable” que los EE.UU. estaban seleccionando una de las opciones
más dañinas entre las distintas que había a su disposición.
Tal como queda explicado de manera
clara y nada ambigua desde el principio, incluso desde el título, el libro se
refiere a un tema completamente distinto: la importancia de los sucesos de
Kosovo para la “nueva era” de “principios y valores” dirigida por “estados
ilustrados” cuya política exterior ha entrado en una “fase noble” con “sagrado
resplandor” (por citar algo de la retórica celebratoria examinada).
Esos temas importantísimos deben
distinguirse de manera pronunciada de la pregunta por lo que debería haberse
hecho, algo que apenas abordé. Un asunto importante y evidentemente impopular,
que es mejor evitar. No recuerdo haber visto siquiera una mención del asunto de
todo el libro en los comentarios críticos sobre el mismo.
Yo examiné las opciones diplomáticas
disponibles, apuntando que el acuerdo alcanzado tras 78 días de bombardeos fue
un compromiso entre la OTAN y las posiciones serbias anteriores a los
bombardeos.
Un año más tarde, después del final
de la guerra, examiné ampliamente y en detalle en mi libro A New
Generation Draws the Line el rico historial documental sobre el trasfondo
inmediato del bombardeo. Este revela que se registró un grado de violencia
repartida entre las guerrillas de ELK [Ejército de Liberación de Kosovo] que
atacaban desde Albania y una respuesta serbia brutal, y que las atrocidades se
recrudecieron de manera muy brusca tras el bombardeo, tal y como el general al
mando, Wesley Clark, previó con exactitud de modo público y comunicó de modo
particular a las autoridades norteamericanas.
Si ha habido críticas de lo que yo
realmente escribí, yo no las he visto, aunque tiene usted razón en que ha
habido muchas condenas furiosas…concretamente, de lo que yo no escribí.
Respecto a una posible alternativa,
se daban lo que parecían opciones diplomáticas bastante prometedoras. Que
hubieran podido funcionar es algo que no sabemos, puesto que se dejaron de lado
en favor del bombardeo.
La interpretación habitual, que he
examinado en otro lugar, es que el bombardeo estuvo motivado por un importante
aumento de las atrocidades. Esta inversión de la cronolgía es bastante común y
corriente, y resulta útil para establecer la legitimidad de la violencia de la
OTAN. El importante aumento de las atrocidades fue consecuencia de los
bombardeos, no causa de estos, y como quedó indicado, se previó de modo
bastante público y con autoridad.
¿Cuál cree que era el verdadero
objetivo de la intervención balcánica de la OTAN?
De creer al liderazgo
norteamericano-británico, el verdadero objetivo consistía en establecer la
“credibilidad de la OTAN” (había otros pretextos, pero se vinieron rápidamente
abajo). Tal como resumió Tony Blair las razones oficiales, no bombardear
“habría supuesto a un golpe demoledor a la credibilidad de la OTAN”, y
“el mundo habría estado menos seguro como resultado de ello”, aunque, tal como
yo repasé con cierto detalle, “el mundo” disintió abrumadoramente, a menudo de
forma muy áspera.
“Dejar sentada la credibilidad” — en
lo esencial, un principio mafioso — constituye un rasgo significativo de la
política de una gran potencia. Un vistazo más profundo sugiere motivos que van
más allás de aquellos que se recalcan oficialmente.
¿Se opone a las intervenciones
militares en cualquier circunstancia en caso de desastre humanitario extremo?
¿Qué condiciones las harían aceptables desde su punto de vista?
Los pacifistas puros se opondrían
siempre a una intervención militar. No es mi caso, pero creo que como toda
ocasión en la quer se recurre a la violencia, debe soportar la pesada carga de
la prueba. Resulta imposible dar una respuesta general acerca de cuándo está
justificada, aparte de algunas fórmulas inútiles.
No resulta fácil encontrar casos
genuinos en los que haya quedado justificada la intervención. He revisado el
historial histórico y académico. Es muy tenue. Destacan dos posibles ejemplos
en el periodo posterior a la II Guerra Mundial: la invasion vietnamita de
Camboya, que puso fin a los crímenes de los jemeres rojos en su apogeo, y la
invasión de Pakistán por parte de India, que terminó con las horribles
atrocidades en el antiguo Pakistán Oriental.
Estos dos casos no forman parte, sin
embargo, del canon aceptado, debido a la falacia del “agente equivocado” y a
que en ambos casos Washinton se opuso de forma acerba y reaccionó de
manera bastante desagradable.
Pasando al caso de Siria, observamos
que hay una horrenda situación humanitaria y no hay final en el horizonte en lo
que se refiere a la guerra interna que se está librando. Conozco a algunos
activistas sirios que están furiosos por lo que perciben como tolerancia de su
parte del inmenso infortunio que sufre la gente que tiene vivir con barriles
bomba y demás; afirman esto porque creen que se opone usted a cualquier clase
de intervención contra Asad, por limitada que sea, por razones ideológicas.
¿Es esto exacto o correcto? ¿Apoyaría
la idea de una zona de exclusión aérea, con la imposición de un corredor
humanitario? ¿Podría clarificarnos cuál es su postura acerca de Siria?
Si la intervención contra Asad
mitigara o acabara con una situación espantosa, estaría justificada. Pero,
¿conseguiría tal cosa? No abogan por la intervención los observadores atentos
al escenario con un íntimo conocimiento de Siria y la actual situación, como
Patrick Cockburn, Charles Glass y unos cuantos más que son los más acerbos
críticos de Asad. Advierten, y con no poca plausibilidad, me parece, que
bien pudiera exacerbar la crisis.
El historial de intervenciones
militares en la región ha sido horrible con rarísimas excepciones, un hecho que
apenas sí puede pasarse por alto. Las zonas de exclusión aérea, los corredores
humanitarios, el apoyo a los kurdos, y otras medidas serían probablemente de
ayuda. Pero si bien es fácil de apelar a la intervención military, no es
cosa sencilla proporcionar planes razonados y bien concebidos, tomando en
cuenta las probables consecuencias. Yo no he visto ninguno.
Uno se puede imaginar un mundo en el
que las intervenciones las asuma alguna benigna fuerza entregada a los
intereses de aquellos que sufren. Pero si nos preocupamos por las víctimas, no
podemos hacer propuestas destinadas a mundos imaginarios. Sólo para este mundo,
en el que las intervenciones, con rara coherencia, las emprenden las potencias
entregadas a sus propios intereses, en el que las víctimas y su destino resulta
secundario, pese a elevadas declaraciones.
El registro histórico está
dolorosamente claro y no ha habido conversiones milagrosas. Eso no significa
que no pueda llegar a justificarse nunca una intervención, pero esas
consideraciones no pueden ignorarse, por lo menos si nos preocupamos por las
víctimas.
Si echamos la vista atrás a su larga
vida de activismo y estudio, ¿qué causa o asunto se siente más contento de
haber apoyado? Y a la inversa, ¿qué es lo que más lamenta? ¿Desearía haber
hecho más en algunos frentes?
La verdad es que no sabría decirlo.
Hay muchas causas que estoy contento de haber apoyado, en mayor o menor medida.
La causa a la que me dediqué más intensamente, desde principios de los años 60,
fueron las guerras de los E.E. UU. en Indochina, el crimen internacional más
grave de la época posterior a la II Guerra Mundial. Eso implicaba hablar,
escribir, organizar, implicaba manifestaciones, desobediencia civil,
resistencia directa y la expectativa, básicamente evitada más o menos por
accidente, de una posible condena a prisión prolongada.
Algunos otros compromisos fueron
semejantes, pero no con ese grado de intensidad. Y en cada caso hay
remordimientos, siempre los mismos: demasiado poco, demasiado tarde, demasiado
ineficaz, aun cuando hubiera algunos auténticos logros en las entregadas luchas
de tanta gente en las que tuve el privilegio de participar de algún modo.
¿Qué es lo que le da más esperanza
para el futuro? ¿Cree que los jóvenes norteamericanos con los que se ha
relacionado son distintos de aquellos que trató décadas atrás? ¿Han cambiado a
mejor las actitudes sociales?
Las esperanzas para el futuro siempre
tienen que ver con lo mismo: con gente valerosa, con frecuencia bajo graves
coacciones, que se niega a plegarse a autoridades y persecuciones ilegítimas y
con otra gente que se dedica a combatir la injusticia y la violencia, jóvenes
que quieren sinceramente cambiar el mundo. Y con el historial de éxitos,
siempre limitados, a veces con retrocesos, pero que dobla con el tiempo el arco
de la historia hacia la justicia, por tomar prestados los términos que hizo
célebres Martin Luther King de palabra y obra.
¿Cómo contempla el futuro del
socialismo? ¿Se siente inspirado por los cambios acontecidos en América del
Sur? ¿Se pueden sacar lecciones para la izquierda en América del Norte?
Como los demás términos del discurso
politico, “socialismo” puede significar muchas cosas diferentes. Creo que se
puede trazar una trayectoria intelectual y práctica desde la Ilustración al
liberalismo clásico, y (tras romper en los escollos del capitalismo, en
evocadora frase de Rudolf Rocker) en la versión libertaria del socialismo que
converge con las principales tendencias anarquistas.
Mi impresión es que las ideas básicas
de esta tradición nunca están lejos de la superficie, más bien, como el viejo
topo de Marx, están siempre a punto de resurgir cuando se dan las
circunstancias correctas y los activistas comprometidos encienden las llamas
justas.
Lo que ha sucedido en años recientes
en América del Sur tiene importancia histórica, me parece. Por vez primera
desde los conquistadores, sus sociedades han dado pasos del tipo de los que
antes esbocé. Pasos vacilantes, pero muy significativos.
La lección básica es que si se puede
llegar a esto en circunstancias severas y brutales, deberíamos ser capaces de hacerlo
bastante mejor si disfrutamos de un legado de relativa libertad y prosperidad
gracias a las luchas de lo que nos precedieron.
¿Está usted de acuerdo con el
pronóstico de Marx de que el capitalismo acabará destruyéndose a sí mismo?
¿Cree usted que pueden arraigar una manera de vivir y un sistema económico
alternativo antes de que se produzca una implosión, con consecuencias
potencialmente caóticas? ¿Qué tendría que hacer la gente corriente preocupada
por la supervivencia de sus familias y del mundo?
Marx estudió un sistema abstracto que
posee algunos de los rasgos centrales del capitalism realmente existente, pero
no otros, entre ellos el papel crucial del Estado en el desarrollo y
sostenimiento de instituciones predadoras. Como buena parte del sector
financiero, que en los EE.UU. depende para la mayoría de sus beneficios del
programa implícito de seguros del gobierno, según un estudio reciente del FMI:
más de 80.000 millones de dólares anuales, según la prensa económica.
Las intervenciones estatales a gran
escala han sido un rasgo destacado de las sociedades desarrolladas, de
Inglaterra a los EE.UU. y a Europa y Japón y sus antiguas colonias, hasta el
momento presente. La tecnología que hoy usamos, por poner un ejemplo. Se
han desarrollado muchos mecanismos que podrían preservar las formas existentes
de capitalismo de Estado.
El sistema existente bien puede
destruirse por una serie de razones, algo que también discutió Marx. Nos
dirigimos, con los ojos abiertos, a una catástrofe ambiental que podría acabar
con el experimento humano igual que está liquidando especies a un ritmo como no
se había visto desde que hace 65 millones de años un enorme asteroide impactó
contra la Tierra. Y ahora el asteroide somos nosotros.
Hay tarea de sobra para la “gente corriente”
(y todos somos gente corriente) con el objeto de eludir desastres que no quedan
lejos y construir una sociedad bastante más libre y justa.
Fuente: Revista Sin Permiso
Comentarios
Publicar un comentario