Nos Disparan desde el Campanario La guerra comercial de EE.UU. y el laberinto asiático de la tecnología… por Alejandro Marcó del Pont
Fuente: El Tábano Economista
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¿Desglobalizar con aranceles?:
el sueño (imposible) de Trump
(El Tábano Economista)
Estados Unidos exceptuó 20 categorías
de productos en su nueva política arancelaria, destacando el código 8471, una
clasificación muy amplia que abarca computadoras, portátiles, unidades de
disco, sistemas de procesamiento automático de datos, chips de memoria,
pantallas planas y dispositivos semiconductores.
Estas exenciones representaron un
alivio significativo para empresas tecnológicas estadounidenses altamente
dependientes de la manufactura asiática, como Apple o Nvidia. Tras el anuncio
de la suspensión de los aranceles para productos tecnológicos, el 11 de abril,
las acciones de ambas compañías subieron considerablemente.
No obstante, la reacción no se hizo
esperar. Apenas tres días después, Trump fue duramente criticado por lo que
algunos llamaron “aranceles fluctuantes”. Analistas y opositores lo acusaron de
haber retrocedido parcialmente en su política comercial hacia China, quitando
aranceles que antes había impuesto con firmeza. La falta de coherencia en los
anuncios generó confusión. Si este tipo de ambigüedad ocurriera en América
Latina —ironizan algunos críticos— sería calificada por el neoliberalismo como
una señal de “falta de seriedad institucional”.
El 14 de abril, Trump volvió a
modificar el tablero: anunció que evaluaba nuevas exenciones arancelarias para
la industria automotriz, buscando darles tiempo para reconfigurar sus cadenas
de suministro. Sin embargo, expertos recordaron que ningún automóvil producido
en EE.UU. está compuesto enteramente por piezas estadounidenses, lo que haría
ineficaz esta propuesta de evitar aumentos desmedidos de precios con los
aranceles en juego.
Uno de los motivos principales detrás
del retroceso en los aranceles es el impacto en los precios al consumidor. Por
ejemplo, con aranceles chinos al 125%, un iPhone 16 Pro Max de 256 GB
podría alcanzar los 2.000 dólares, subiendo desde un precio base de
$1.199. Aunque Apple ha comenzado a diversificar su producción, buena parte de
su ensamblaje sigue estando en China.
A pesar de haber trasladado parte de
su manufactura a India y Vietnam, el «corazón y los pulmones» de la cadena de
producción de Apple siguen en Asia, particularmente en China. Más del 50% de
las Mac y el 90% de los iPads aún se ensamblan allí, mayormente por Foxconn,
el gigante taiwanés de manufactura electrónica.
El sector del hardware es el primero
en sentir el impacto de estas tensiones. Apple, que durante años ha dependido
de fábricas en Zhengzhou y Chengdu, acelera su migración hacia India y Vietnam.
En una carta conjunta, Sony, Nintendo y Microsoft alertaron sobre el “daño
desproporcionado” que los nuevos aranceles causan a la cadena de valor de los
videojuegos, también profundamente arraigada en Asia.
Mientras tanto, una orden federal
dejó temporalmente fuera de los aranceles a los fabricantes de chips como Intel y Nvidia,
aunque Trump advirtió que pronto impondría tasas específicas sobre productos
vinculados a procesadores.
Sin embargo, la política arancelaria
ya genera estragos. Por ejemplo, Nintendo, que había mudado la producción de
la Switch 2 a Vietnam y Camboya para evitar sanciones a China, ahora
enfrenta aranceles de hasta un 49% en esos mismos países. Como
resultado, la empresa retrasó el inicio de reservas del producto en EE.UU.,
citando “incertidumbre”. Las acciones de Nintendo y Sony cayeron un 7% y más
del 10 %, respectivamente.
Apple ha hecho un esfuerzo
considerable por reducir su dependencia de China. Entre 2017 y 2020, el número
de plantas en territorio chino disminuyó, aunque aún el 40% de sus proveedores
siguen allí. En paralelo, la compañía planea que, para finales de 2025, entre
el 15% y el 25% de todos los iPhones se fabriquen en India.
Foxconn, proveedor clave de Apple, ya
comenzó este cambio. Desde su planta en Tamil Nadu, India, fabricaba
modelos antiguos desde 2019. A partir de 2022, inició la producción de modelos
más recientes y expandió su plantilla. Las fábricas en Tamil Nadu y Karnataka
hoy emplean a decenas de miles de trabajadores.
Sin embargo, este proceso no está
exento de dificultades. La producción en India todavía depende de una gran
cantidad de técnicos chinos, maquinaria especializada proveniente de China y,
en menor medida, personal taiwanés. Recientemente, se pidió a empleados chinos
de Foxconn que suspendieran sus viajes a India, en lo que parece ser una medida
para reducir fricciones diplomáticas.
A pesar de los esfuerzos por
diversificar, Apple continúa fuertemente vinculada a China, donde emplea
directa o indirectamente a cientos de miles de personas. La industria
tecnológica parece haber abandonado a EE.UU. hace mucho tiempo. La fabricación
y ensamblaje se han desplazado hacia Asia, donde convergen eficiencia, escala,
especialización y bajos costos laborales.
Por más que se impongan aranceles
agresivos, lo cierto es que una estructura productiva tan compleja no
puede reconfigurarse en el corto plazo. Ni las consolas ni los iPhones ni los
procesadores pueden nacer de una orden presidencial. La cadena de suministro
tecnológica es global, y los esfuerzos por romperla con políticas comerciales
dislocadas están encontrando más obstáculos que resultados.
II
2020, ¿la década de la infamia?
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https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/04/20/2020-la-decada-de-la-infamia/
El colapso del orden liberal
y el ascenso de una nueva geoeconomía
están en conflicto
(El Tábano Economista)
Si nada cambia, la década de 2020
corre el riesgo de ser recordada como el decenio del caos del siglo XXI, o con
algún término similar al que los historiadores han utilizado para referirse a
la turbulenta década de 1930. Este período podría estar definido no solo por
los más de siete millones de muertes causadas por la COVID-19, el aumento de la
pobreza y la desigualdad a nivel global, sino también por una Ucrania
desmembrada, una Gaza devastada por todo tipo de atrocidades con la anuencia —o
indiferencia— internacional, y por un continente africano aquejado por crisis
silenciadas, donde la inseguridad alimentaria se convierte en emblema. Cada uno
de estos escenarios constituye un testimonio del violento desplazamiento desde
un orden mundial basado en normas hacia otro sustentado en el poder.
A lo largo de los últimos dos siglos,
cuatro órdenes globales han colapsado. Los dos primeros fueron: el sistema de
equilibrio de poder tras la derrota de Napoleón a inicios del siglo XIX, y el
posterior al desastroso Tratado de Versalles de 1918, concebido tras la
devastación de la Primera Guerra Mundial, que paradójicamente sentó las bases
para la Segunda. Luego emergió la arquitectura posterior a 1945, liderada por
Estados Unidos y las Naciones Unidas. Tras la disolución de la Unión Soviética
en 1990, el presidente George H. W. Bush proclamó un “nuevo orden mundial”,
marcando la era unipolar que hoy como cuarto orden parece desmoronarse ante
nuestros ojos.
Aunque Estados Unidos conserva una
posición dominante en los asuntos internacionales —gracias a su histórica
influencia política, militar, económica y cultural—, resulta paradójico que el
mundo esté siendo condicionado por una economía que representa solo el 4% de la
población global, pero que consume desproporcionadamente manufacturas del
mundo, con un déficit comercial de 1,2 billones de dólares repartido entre 110
de los 195 países existentes.
Los recientes acontecimientos
demuestran que el cuarto orden global ya no puede ser restaurado. Lo que el
asesor de la Casa Blanca, Stephen Miller, describió como la «gran
relocalización» de empleos y riqueza estadounidenses corre el riesgo de
convertirse, en realidad, en la gran deslocalización del poder estadounidense.
Este fenómeno no es meramente económico; tiene una raíz estructural más
profunda, la demografía. Largamente subestimada, esta variable es fundamental
para entender los retos del mundo desarrollado. El desplazamiento masivo de
personas del Sur Global al Norte Global está transformando no solo las
economías, sino también las estructuras sociales. A su vez, este flujo
migratorio representa una fuente crucial de mano de obra para poblaciones
envejecidas y en declive.
En este contexto de transición hacia
la multipolaridad, surge una tendencia significativa, no todos los países están
dispuestos a participar en disputas geopolíticas globales. Las guerras en
Ucrania y Palestina han revelado un número limitado de actores dispuestos a
asumir riesgos reales en el escenario internacional. El triángulo formado por
Washington, Moscú y Pekín ya no es estático. India, por su tamaño y ambición;
Europa Occidental, por su proximidad a múltiples crisis; y otros actores como
Turquía, Brasil, Arabia Saudita, Irán, Israel y los aliados de Estados Unidos
en Asia Oriental, reclaman un papel más activo en la reconfiguración del
tablero global.
Uno de los desafíos inmediatos es
mitigar los shocks de oferta generados porel muro
arancelario de Trump. La prioridad mundial parece ser mantener fluido el
comercio global. Sin embargo, si China aspira a desempeñar el rol de defensora
del libre comercio, deberá impulsar su consumo interno, ya que resultará
insostenible para el mundo ser inundados con productos a precios bajos si no
puede exportar a Estados Unidos. Para Pekín, podría ser tentador observar cómo
los antiguos aliados de Washington se ven paralizados ante la guerra comercial
de Trump, y destacar a China como un oasis de estabilidad, previsibilidad y
modernidad.
Lo que comenzó como un ataque
generalizado de Estados Unidos contra el sistema comercial internacional
—aparentemente sin riesgo para su mercado de bonos— terminó por enfurecer a sus
aliados europeos y asiáticos y asfixiar a muchas economías en desarrollo. Hoy,
ese ataque se ha convertido en una ofensiva más focalizada contra China.
Los asesores de Trump intentaron
presentar este giro como parte de un plan maestro: aislar a China desde el
inicio y negociar nuevos acuerdos comerciales más favorables para Estados
Unidos. En teoría, estas negociaciones ofrecerían la posibilidad de presionar a
terceros países para que dejen de ser plataformas de exportación chinas. Sin
embargo, la pregunta persiste: ¿qué inversor apostaría grandes sumas en una fábrica
estadounidense en un contexto de comercio mundial en declive y competitividad
menguante?
El muro arancelario entre las dos
mayores economías del mundo es insostenible. Estados Unidos depende de China
para el 73% de sus teléfonos inteligentes, el 78% de sus ordenadores portátiles
y el 87% de sus consolas de videojuegos.
Mientras tanto, el relato chino se
construye solo: China es el socio confiable, no Estados Unidos. En las últimas
semanas, tanto España como Francia han intensificado su acercamiento a Pekín.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se reunió con el
primer ministro chino, Li Qiang, por primera vez desde su reelección en
diciembre. Ambos defendieron el libre comercio y acordaron organizar una cumbre
UE-China en julio. Aunque no está confirmado si Xi Jinping asistirá, el mensaje
es claro: el libre comercio es para los vencedores, y Estados Unidos hoy no lo
es.
Lo esencial es comprender que la
actual estrategia estadounidense refleja la visión de los vencidos, no de
los vencedores. Europa, incluso, se encuentra en una situación más delicada.
Según datos de la UE, en 2024 las
exportaciones de China a la UE superaron las importaciones del bloque en más de
300.000 millones de euros, el doble del déficit registrado cuando Trump
inició la imposición de aranceles en 2018.
Un reciente estudio del grupo Rhodium confirma
una correlación clara entre el aumento de las importaciones chinas en Europa y
la caída de la producción industrial europea. La combinación del exceso de
capacidad industrial de China, la baja de precios y el aumento de costos
energéticos en Europa —junto a los nuevos aranceles estadounidenses anunciados
el 2 de abril— está provocando un desvío de exportaciones chinas y del Sudeste
Asiático hacia Europa.
En conjunto, las industrias afectadas
por el aumento de importaciones chinas y la caída de la producción local representan
el 25% del empleo manufacturero en Europa. En un contexto global de demanda
débil, desintegración de acuerdos comerciales y nuevas barreras arancelarias
contra Japón, Laos, Vietnam, Indonesia, Taiwán, Tailandia, Corea del Sur y
Camboya, el panorama se torna aún más complejo.
Ante esta situación, los tres
gigantes del Este Asiático —Corea del Sur, China y Japón— han acordado reanudar
las negociaciones sobre un acuerdo de libre comercio trilateral, suspendido
desde 2019. Además, Xi Jinping visitará este mes Vietnam, Malasia y Camboya,
países también afectados por los aranceles de Trump. El mensaje de Pekín es
claro: China no solo está en el centro geográfico de Asia, sino que se
postula como el nuevo eje de confianza comercial.
Frente a nuestros ojos, cada uno de
los pilares del viejo orden internacional está siendo cuestionado, no solo el
libre comercio se encuentra bajo presión ante el avance de los productos
chinos, también lo están el Estado de derecho, los derechos humanos, la
democracia, la autodeterminación de los pueblos y la cooperación multilateral.
Incluso las responsabilidades humanitarias y ambientales que una vez
consideramos universales están hoy en entredicho.
Como bien señala Ian Bremmer,
presidente de Eurasia Group, el historiador Arnold Toynbee afirmaba que las
civilizaciones mueren por suicidio, no por asesinato. Quizás la «liberación»
impulsada por Trump del sistema que Estados Unidos ayudó a construir sea
justamente ese tipo de autodestrucción anunciada sobre la que Toynbee advirtió.
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*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y
editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista,
columnista radial, analista
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