Fuente: El Viejo Topo
Link de Origen:
https://www.elviejotopo.com/topoexpress/un-fantasma-recorre-europa/
UN FANTASMA RECORRE EUROPA: EL
FANTASMA DEL NIHILISMO
Un fantasma ronda por Europa, pero no
es el del comunismo evocado por Karl Marx y Friedrich Engels. Es algo más
insidioso: el fantasma del nihilismo. Mientras Occidente exhibe los trofeos del
progreso tecnológico y el individualismo liberal, en sus cimientos se propaga
un vacío existencial que corroe la esencia misma de nuestra civilización. Pero,
¿qué se esconde detrás de este nihilismo generalizado? ¿Por qué parece afectar
especialmente a la sociedad occidental? ¿Y cómo se entrelaza con la afirmación
del capitalismo global y la pérdida de identidad? Para responder a estas
preguntas, hemos consultado al profesor Andrea Zhok, profesor de Filosofía
Moral en la Universidad de Milán.
El nihilismo, concepto surgido en la
Rusia del siglo XIX y replanteado por Friedrich Nietzsche, se ha materializado
hoy en la crisis espiritual de Occidente. Ya no es solo una abstracción
filosófica, sino una realidad tangible que se manifiesta en la erosión
sistemática de todo valor compartido. Paradójicamente, precisamente cuando
exporta su modelo de desarrollo a todo el mundo, Occidente muestra signos de un
profundo malestar: ha perdido progresivamente la capacidad de confrontarse
auténticamente con otras culturas, sustituyendo el diálogo por una
homogeneización global que anula toda diferencia. Como destaca el
antropólogo Emmanuel Todd en su último ensayo “La derrota de Occidente”, esta
deriva ha desencadenado reacciones imprevistas. La afirmación de un «bloque
conservador» liderado por la Rusia de Putin podría representar una respuesta al
nihilismo liberal, un intento de contraponer los valores tradicionales a la
pérdida de sentido occidental. Pero, ¿estamos realmente ante una
alternativa creíble o simplemente ante otra forma de ideología? El panorama se
complica aún más si tenemos en cuenta la crisis espiritual actual. Todd
identifica en la «vaporización» de la ética protestante —en su día un pilar de
la disciplina social y la cultura del trabajo— uno de los factores clave del
declive occidental. En su lugar ha surgido un individualismo radical,
carente de raíces y referencias. En este contexto, el neoliberalismo aparece
como la materialización práctica del nihilismo: un sistema que reduce toda
relación humana a mero cálculo económico, niega cualquier límite ético y
transforma gradualmente las democracias en cascarones vacíos, cada vez más
proclives a derivas autoritarias. El profesor Zhok analiza estas complejas
dinámicas evitando conclusiones fáciles, demostrando que el nihilismo
contemporáneo no es un destino inevitable, sino el resultado de elecciones
históricas y culturales precisas. La cuestión crucial que surge de su análisis
es si Occidente, ante la pérdida progresiva de su alma, será capaz de encontrar
un nuevo equilibrio o si continuará su carrera hacia la autodestrucción.
El término nihilismo, que aparece por
primera vez en el contexto filosófico poskantiano, comienza a adquirir sus
connotaciones modernas con el uso del término en el ámbito del nihilismo ruso,
como variante de la anarquía. Aquí, el nihilismo designa una disposición
radical, impulsada por la voluntad de derribar toda tradición y creencia. En
esta forma aparecen personajes «nihilistas» en las novelas de Ivan Turgenev y
Fëdor Dostoevskij. Pero es a partir de la reflexión de Friedrich Nietzsche que
el término se consolida filosóficamente, como pensamiento de la nulidad de todo
valor tradicional y de todo legado histórico.
NIETZSCHE Y EL VACÍO QUE AVANZA
Es importante observar que en
Nietzsche el nihilismo no representa una tesis política, sino una verdad
filosófica que simplemente saldría a la luz. La pérdida de credibilidad de la
dimensión ultraterrena (la «secularización» europea) en la segunda mitad del
siglo XIX simplemente pondría a los europeos frente al nihilismo como un hecho,
como una evidencia ineludible, cuyas consecuencias, según Nietzsche, se habrían
manifestado de manera cada vez más evidente. Ahora bien, el vínculo histórico
entre secularización y nihilismo es sólido, y sin embargo la lectura
nietzscheana parece discutible en muchos aspectos. En primer lugar, no se
entiende bien por qué el nihilismo proclamado no se afianza en la fase de
«devaluación de lo terrenal» que se atribuye al cristianismo, sino solo en el
momento en que el cristianismo mismo pierde terreno. La idea de que toda visión
religiosa implica una devaluación de la dimensión histórica y del mundo de la
vida es bastante discutible.
Esto es válido tanto en el ámbito de
las «religiones del Libro» como en el de muchas religiones tradicionales
vinculadas al culto de los antepasados (desde la antigua Roma hasta el Japón
medieval), donde la dimensión histórica y religiosa se entremezclan de manera
inseparable. Además, tampoco es fácil sostener que una perspectiva no religiosa
implique necesariamente una caída en el nihilismo, ya que lecturas laicas de la
historia como la hegeliana y la marxista no presentan implicaciones nihilistas.
Por lo tanto, si entendiéramos el término «Occidente» en un sentido
comprensivo, amplio, que incluyera la historia política y cultural europea y
sus desarrollos extraeuropeos, no habría espacio para un vínculo estrecho entre
Occidente y el nihilismo.
El vínculo entre el nihilismo y
Occidente se vuelve, en cambio, apremiante cuando comprendemos que el uso
actual del término «Occidente» se afianza a partir de un desarrollo específico
de la cultura europea, es decir, el nacimiento y desarrollo de la perspectiva
liberal, en particular después de su integración decisiva con la ciencia
económica, desarrollada en concomitancia con el surgimiento del sistema
productivo capitalista. No es posible aquí repasar el desarrollo de la teoría
liberal en todos sus múltiples y a veces contradictorios aspectos.
LA TIRANÍA DEL DESEO
Lo que importa, desde el punto de
vista de un análisis del nihilismo, es comprender cómo una rama específica de
la teoría liberal es la dominante y se impone como teoría de apoyo colateral a
los procesos de transformación socioeconómica que reciben el nombre de
«capitalismo». Deberían examinarse muchos detalles para ofrecer un marco
fundado de la relación entre el nihilismo y el desarrollo de la razón liberal,
pero aquí intentaré detenerme solo en dos aspectos, relacionados respectivamente
con la perspectiva del sujeto individual y con la perspectiva del sistema
socioeconómico en su conjunto.
Desde el punto de vista del sujeto
individual y sus acciones, lo que caracteriza a la razón liberal es la idea de
que el sujeto es esencialmente una individualidad a-histórica adquirente, que busca
la auto-satisfacción. El sujeto liberal es originalmente un individuo, en
cuanto que se concibe como naturalmente independiente de las relaciones
sociales. El sujeto liberal es, además, intrínsecamente un ente deseante,
adquisitivo, que busca la satisfacción personal. Y, por último, el
sujeto liberal es un sujeto natural en contraposición a la idea de subjetividad
histórica: este último movimiento permitió reducir el peso de las tradiciones y
del poder político consolidado por las leyes y las costumbres (Antiguo
Régimen).
CONSUMIDORES SIN IDENTIDAD
La reivindicación de una naturaleza
atórica tuvo inicialmente un gran potencial emancipador, porque liberó de
repente a los individuos históricos de toda vinculación con instituciones
pasadas; sin embargo, este movimiento acabó definiendo una subjetividad humana
deshistorizada y desocializada, artificial y, en última instancia, totalmente
irrealista. El sujeto liberal es un nudo autorreferencial de impulsos y deseos
que no requiere ser racionalizado o explicado. Cualquier solicitud de
explicación que vaya más allá de «porque me gusta así» se considera
injustificada e intrusiva. Este tipo de subjetividad no está vinculada a nada
en el pasado, ni a recuerdos, ni a promesas, ni a lealtades, ni a deberes.
Idealmente, es como si el sujeto liberal naciera de nuevo en cada instante, sin
estar lastrado por nada del pasado, simplemente listo para aprovechar nuevas
oportunidades de satisfacción (de ganancias, de inversión). Este modelo de
subjetividad se adapta perfectamente al consumidor ideal en un mercado anónimo.
La libertad que caracteriza a este
sujeto es la libertad negativa, es decir, la libertad de, no la libertad para:
el sujeto liberal quiere ser libre solo en el sentido de no querer
interferencias con respecto a su línea de acción. Este tipo de subjetividad,
sin ataduras pasadas y dominada por la libertad negativa, es un individuo sin
individualidad. No posee una estructura voluntaria sólida, una planificación
consistente, porque cualquier estructuración estable del deseo sería un factor
de rigidez, que obstaculiza la adaptación continua a los cambios del mercado.
Paradójicamente, el resultado final de un proceso cultural nacido bajo el lema
de la reivindicación de la libertad individual es la abolición de la
individualidad como personalidad, como carácter, como voluntad de
planificación.
LA ABOLICIÓN DE LOS LÍMITES MORALES
Este resultado es fatal en el momento
en que se concibe al sujeto individual como dotado de una identidad completa,
independientemente de su ubicación en una dimensión social, tradicional,
cultural e histórica. Esta subjetividad mítica se originó inicialmente en las
teorías del jusnaturalismo de Thomas Hobbes y John Locke. Pero, una vez
integrada en las formas del mercado capitalista, encontró incentivos
fundamentales para transformarse cada vez más en una entidad autorreferencial,
pulsional y desestructurada.
Cabe señalar aquí de paso que este
tipo de sujeto crea un grave problema colateral para toda sociedad, a saber, el
hecho de ser esencialmente poco fiable. La libertad negativa del
sujeto liberal y su naturaleza «vacía» hacen que no introyecte límites morales
a su propia acción. Por esta razón, como ya vaticinó Hobbes, el ser humano
ideal de la concepción liberal tenderá a entrar en conflicto constante con
todos los demás sujetos similares y, por lo tanto, para contener este estado de
conflicto (el bellum omnium contra omnes) terminará requiriendo intervenciones
de coacción externa (el Leviatán, el poder absoluto). Paradójicamente,
así, el movimiento radicalmente emancipador de la razón liberal acaba
convirtiendo la libertad individual en anarquía conflictiva y esta,
dialécticamente, en su opuesto: en coacción externa, sanciones, controles
capilares, etc.
EL CAPITALISMO COMO OLIGARQUÍA
Echemos un vistazo al modelo
sistémico de la sociedad capitalista. Es importante entender que el capitalismo
es algo diferente a la existencia de mercados. Las formas de mercado y el
comercio variado han existido durante milenios y están en todas partes. El
capitalismo, en cambio, es una forma de vida muy reciente, que está relacionada
con la revolución industrial, pero la trasciende en una dirección específica.
El capitalismo es un sistema social en el que la dirección política fundamental
de toda la sociedad viene dada por el imperativo de aumentar el capital
disponible en cada ciclo productivo. No importa lo que se haga, no importa cómo
se haga, siempre que en cada ciclo productivo el output presente márgenes
significativos con respecto al input. El capitalismo es, por tanto,
esencialmente una visión de la historia y la política que las subordina a la
acumulación de capital (esto es lo que se ve icásticamente en el momento en que
se percibe que la única constante de las estrategias políticas es la búsqueda
de un incremento del PIB).
Este punto debe complementarse con un
segundo aspecto, bien conocido, pero con consecuencias muy amplias: en un
modelo orientado a la acumulación indefinida de capital, el principal factor
que garantiza el capital futuro es la disponibilidad de capital presente. En
resumen, los actuales poseedores de capital (en cada presente, en cada país)
son también los sujetos que tenderán a aumentar el capital en el futuro y, por
lo tanto, son los que tendrán legitimidad para empujar políticamente a la
sociedad en la dirección que consideren favorable para el incremento de
capital. Esto significa que el capitalismo es esencialmente oligárquico y
refractario a las instancias democráticas. Paradójicamente, mientras que es
posible que un monarca se haga cargo del interés de la colectividad, es
imposible que lo haga una oligarquía financiera, para la cual las cosas y las
personas son solo medios que deben utilizarse de manera eficiente para
maximizar la capitalización.
EL MALENTENDIDO DE LA LUCHA
DEMOCRÁTICA
El hecho de que la clase capitalista
—en el siglo XIX, la «burguesía»— tuviera como objetivo inicial el derrocamiento
de las monarquías hereditarias ha conferido a la narrativa liberal un aura de
«lucha por la democratización del poder». Pero esto es un grave error de
interpretación. El impulso liberal siempre ha sido para la preservación del
poder de los poseedores de propiedades. Las instancias democráticas se abrieron
paso masivamente solo gracias al impulso de los partidos de inspiración
socialista y cristiano-social (en la estela de la Rerum Novarum) después
de la Segunda Guerra Mundial, en una fase de vacío de poder. Ahora bien, si
combinamos estos dos ejes de la visión liberal-capitalista —la concepción del
yo como una individualidad adquisitiva desarraigada de la sociedad y la
historia, y la concepción del sistema social como gobernado por el «piloto
automático» del crecimiento del capital para las oligarquías financieras—,
podemos ver en este marco las raíces conductuales del nihilismo occidental.
En primer lugar, el sistema
liberal-capitalista, desde el punto de vista cultural, se concibe como una
especie de «verdad eterna» basada en las «leyes férreas de la economía». Por lo
general, se ignora que estas «leyes férreas» son transposiciones de mecanismos
recientes del modo de producción capitalista. La perspectiva «naturalista»,
ahistórica, que constituye la columna vertebral de la visión liberal, apaga
automáticamente la capacidad de evaluar otras formas de vida, otras culturas,
otros sistemas socioeconómicos y políticos, que son categorizados como «formas
atrasadas» o, sin duda, como «errores» que la historia borrará.
Esta presunción de superioridad
intrínseca adquiere rasgos especialmente problemáticos cuando se une a la
incapacidad de ejercer un poder legítimo sobre los miembros de la propia
sociedad, debido a la falta de una base de valores compartida. El resultado de
esta sinergia es una propensión a actitudes coercitivas e intolerantes, tanto a
nivel individual como en un horizonte de relaciones internacionales. La
tolerancia liberal se ejerce, de hecho, solo hacia aquellas opciones que pueden
encontrar una satisfacción como compra en el mercado, pero no hacia aquellas
opciones que cuestionan la soberanía del mercado.
TABULA RASA DEL PASADO
Aquí hay que observar cómo la
relación entre el modelo social liberal-capitalista y el nihilismo es
particularmente unívoca, ya que este modelo, al borrar la importancia del
pasado histórico-social, implica en esta operación de aniquilación también la
proyección futura, aplastando la percepción del valor en la mera presente. El
proceso mental que esto implica es tan simple como destructivo: si el pasado,
lo que dejamos o lo que nos han dejado, ya no cuenta, claramente la perspectiva
de producir algo estructurado y duradero también se disuelve como algo sin
sentido.
Pasado y futuro, desprovistos de todo
mérito cualitativo, solo permanecen vivos en esa dimensión artificial que es la
eterna presencia de la cuantificación monetaria: nada del pasado conserva
valor, excepto el capital heredado; nada del futuro cuenta, excepto el capital
esperado.
Desde esta perspectiva, se entiende
que el modelo liberal-capitalista represente una alteridad irreductible con
respecto a todos los demás sistemas desarrollados a lo largo de la historia, en
los que, de diversas formas, la tradición de valores y la perspectiva de un
valor intergeneracional siempre han desempeñado un papel central. Es por eso
que el modelo liberal-capitalista que caracteriza a Occidente resulta ajeno y
fundamentalmente hostil a modelos tan diferentes entre sí como el
neotradicionalismo ruso, la síntesis del comunismo y el confucianismo chino, la
teocracia iraní, etc.
El Occidente juega continuamente
contra todos los demás modelos, presentándose como un modelo libertario que
habría liberado a los individuos del peso de la tradición, de las normas
morales y de las expectativas sociales. Solo que, por un lado, esta liberación
tiende a producir la «insostenible ligereza» del nihilismo, y por otro lado,
esta «aligeramiento» no se corresponde en absoluto con una mayor libertad
positiva: de hecho, el control social, la vigilancia, la condicionamiento y la
explotación de cada onza de tiempo disponible son todos factores
característicos del mundo liberal-capitalista, y comunican todo menos una
sensación de libertad, especialmente a quienes viven de su trabajo.
La prioridad de la política sobre la
economía y, por tanto, la reivindicación de soberanía frente a los mecanismos
transaccionales de los mercados financieros son dos factores que comparten
todos los modelos diferentes al occidental. Que la prioridad de la política
sobre la economía se promueva sobre bases religiosas, étnicas, culturales o de
otro tipo es un factor importante para evaluar los modelos específicos, pero irrelevante
para contraponer la matriz occidental y el resto del mundo. Del mismo modo, que
la soberanía sea popular, tribal o dinástica es de nuevo importante para
evaluar las civilizaciones específicas, pero irrelevante en su contraste común
con el modelo occidental. De hecho, a pesar de nuestra percepción errónea de
centralidad, es el modelo occidental el que es un modelo excéntrico y
minoritario.
En la trayectoria occidental, el
proceso de secularización ha sido decisivo para crear el trasfondo de desorientación
nihilista, pero hay que entender bien cuál es el punto crucial. El factor de
desorientación está estrechamente relacionado con la destrucción del peso del
pasado, en el que se basa toda tradición y toda normatividad. Es la capacidad
de mantener una continuidad intergeneracional en las costumbres, los valores y
las expectativas lo que define la capacidad de una generación presente para
encontrar orientación y sentido en el mundo.
LAS TRADICIONES COMO ANTICUERPOS
CONTRA EL NIHILISMO
En el contexto europeo, este proceso
de ruptura con el pasado ha adoptado las características de la secularización
con respecto a la matriz cristiana, en sus diversas variantes. Si observamos
dos contextos como el ruso y el chino, observamos cómo a una fase histórica de ruptura
con la tradición le ha sucedido una corriente de recuperación que ha
recompuesto internamente, al menos en cierta medida, la sociedad rusa y la
china. Si en Rusia esto ha supuesto una recuperación del papel del cristianismo
ortodoxo, en China la tradición de referencia no tiene un carácter
estrictamente religioso, tal y como lo entendemos nosotros, ya que en ella
confluyen sobre todo el confucianismo y el culto a los antepasados.
La omnipresencia de una dimensión
nihilista en el mundo occidental, la extrema dificultad para motivar proyectos
y normativas compartidas, produce numerosos efectos nocivos, algunos
amenazantes sobre todo dentro de las naciones occidentales, otros relevantes en
el exterior. En el interior, la propagación de una condición de desorientación
y anormalidad fragiliza a las sociedades, hace que las violaciones legales y
morales sean más frecuentes y, finalmente, hace que la propia capacidad
organizativa, que distinguía virtuosamente a las sociedades occidentales, se
tambalee. Hacia el exterior, estas dinámicas pueden tener repercusiones
especialmente preocupantes, ya que, ante la falta de motivación interna, la
tentación que surge naturalmente es la de producir dicha compactación como
respuesta a una amenaza externa, presunta o real, para recomponer las filas de
las sociedades occidentales. Y, desde esta perspectiva, la tentación de
compactar y regularizar una sociedad en descomposición mediante la aparición de
una perspectiva bélica sería una solución para nada inaudita.
Fuente: Krisis
Artículo descargado de la página
de ESPAIMARX
Comentarios
Publicar un comentario