Fuente: FILOSOFIA&CO
Link de Origen:
https://filco.es/capitalismo-inteligencia-artificial/
Publicamos el epílogo que el filósofo
italiano Marco Mazzeo ha escrito al último libro del también filósofo italiano
Paolo Virno: La sustancia de lo que se espera (editorial Tercero incluido). En
él, Mazzeo relee el «Fragmento sobre las máquinas» de Marx desde la filosofía
de Paolo Virno para analizar cómo el capitalismo actual explota el lenguaje
como fuerza productiva. Antes de su texto, incluimos una introducción de
FILOSOFÍA&CO para orientar y comprender el marco del epílogo.
Un mapa para orientarnos
El texto que sigue remite
constantemente a un pasaje de Karl Marx: el «Fragmento sobre las máquinas»,
redactado en 1858 como parte de los Grundrisse. En él, Marx analiza una
transformación decisiva: con la introducción de las máquinas automáticas, el
saber humano —la ciencia, la técnica, el conocimiento colectivo— se incorpora a
los medios de producción y se convierte en la principal fuente de
productividad. Este saber social objetivado es lo que Marx denomina general
intellect [saber colectivo].
En ese nuevo sistema, el trabajo ya
no se define por la acción directa sobre la materia con herramientas, sino
por la subordinación del obrero a un «sistema automático de máquinas» del que
forma parte como «órgano consciente». La paradoja, según Marx, es que el
capital, al apoyarse en el saber colectivo, acaba socavando el principio según
el cual solo el trabajo directo crea valor.
¿Por qué una paradoja? Marx
observó que el saber colectivo —el general intellect— se incorpora a la
producción a través de las máquinas, desplazando el papel del trabajo directo.
Esto crea una contradicción: el capitalismo sigue basándose en el tiempo de
trabajo como fuente de valor, aunque depende cada vez más de un conocimiento no
medible así. En lugar de colapsar, el sistema ha aprendido a apropiarse también
de ese saber, intensificando la
explotación.
En las últimas décadas, este
fragmento fue retomado por las corrientes operaístas y posoperaístas italianas, y
especialmente por Paolo Virno. Para Virno, el general intellect no se
reduce al saber técnico incrustado en las máquinas: es sobre todo lenguaje,
cooperación, capacidad colectiva de generar sentido. Propone entonces pensar
el general intellect como general language: una inteligencia
pública y verbal, inseparable del lenguaje en uso.
Esta reformulación permite entender
cómo el capitalismo contemporáneo explota directamente las facultades
lingüísticas y cognitivas. La producción ya no ocurre solo en fábricas, sino
también en aulas, oficinas, redes sociales, plataformas digitales: en todo
espacio donde se habla, se escucha, se interpreta. Este «trabajo lingüístico»
no produce objetos, sino valor a través del intercambio simbólico. Y no se
limita a los empleos cualificados: también incluye tareas precarias, mal
pagadas o directamente no remuneradas, como la creación de contenido, la
atención al cliente o la interacción en redes.
En el epílogo que publicamos, Mazzeo
propone leer el capitalismo actual como capitalismo lingüístico, donde
el lenguaje se convierte en materia prima, instrumento y producto. En este
contexto, la inteligencia artificial aparece como una forma técnica del general
intellect: sistemas algorítmicos que funcionan gracias a la apropiación masiva
del lenguaje humano. No son inteligencias autónomas, sino estructuras
históricas y sociales que requieren del trabajo y los datos generados por
millones de usuarios.
Para describir estos fenómenos,
Mazzeo introduce una distinción clave: el lenguaje es histórico-natural (específico
de la especie, pero dependiente del contexto), mientras que la inteligencia
artificial es histórico-artificial (una tecnología socialmente
producida que tiende a ocultar su origen histórico). Esta perspectiva permite
pensar la inteligencia artificial no como un fin de la historia, sino como una
expresión técnica de relaciones sociales determinadas —relaciones que, por
supuesto, pueden ser transformadas—.
«Máquinas comunistas», por Marco
Mazzeo
§ 1 Figura y antecedentes: una glosa
de medio siglo de duración
No sería del todo impropio considerar
la obra filosófica de Paolo Virno como una glosa teórica y original del
«Fragmento sobre las máquinas» de Karl Marx. En la decena de páginas de los Grundrisse escritas
en 1858 se encuentran, como los guijarros que marcan el camino de Hansel y
Gretel, varias joyas a partir de las cuales florecieron más tarde muchos de los
libros del filósofo italiano.
Por señalar algunos ejemplos en
bloque: el «modelo de producción intelectual» y la «filosofía del montaje»
tratados en Convención y materialismo (1986) desarrollan la idea de
que, en el mundo de las máquinas, «la absorción por el capital […] del cerebro
social» está en el centro del trabajo; el virtuosismo del trabajador que
encontramos desde La idea de mundo (1994-2015) hasta Gramática
de la multitud (2001) y Cuando el verbo se hace carne (2003)
retoma (aunque de forma heterodoxa: § 2) el hecho de que «el trabajador anima
[al instrumento] como a un órgano de su propia habilidad y pericia y cuyo
manejo depende de su virtuosidad».
El reciente Sobre la impotencia (2021)
es un comentario antropológico palabra por palabra sobre el hecho de que
«esta elevación del trabajo inmediato a social aparece como una reducción del
trabajo individual a la impotencia en relación con la comunidad del trabajo».
El trabajo en curso sobre lo siniestro ahonda en la relación de familiar
extrañeza o, si se quiere, de extrañeza familiar que también atañe a la
relación entre lo humano y la máquina.
En términos más amplios, el «general
intellect» parece ser uno de los faros capaces de guiar a Virno en una
antropología filosófica del lenguaje y de la producción (véase, por ejemplo, el
texto sobre la cooperación en este volumen). El «Fragmento» es el paisaje sobre
el que, de vez en cuando, los personajes del trabajo lingüístico contemporáneo
se destacan gracias a una actividad teórica obstinada, sin concesiones, ante
todo en relación con Marx. Una
confrontación afectuosa, pero implacable, con un texto difícil e iluminador,
que en cuarenta años ha producido ideas a un ritmo impresionante: un libro de
Paolo por cada página de Karl.
§ 2 «General language»: el
mensaje en la botella
Para enmarcar rápidamente un texto en
el centro de controversias imposibles de resumir en el espacio de unas
pocas líneas, propongo una metáfora. En el primer libro de El capital,
Marx acusa a la economía de mercado de albergar una marcada predilección por
las «robinsonadas» de quienes consideran al individuo como un ser aislado que
debe agregarse para formar un complejo social.
El «Fragmento» puede considerarse el
equivalente filosófico de un mensaje en una botella. A la deriva en medio
de diversas tormentas interpretativas (publicado en alemán a finales de los
años treinta, no apareció en Italia hasta 1964 en la revista «Quaderni Rossi»),
el texto ofrece más de una pista para escapar de la isla del capital.
En unas pocas páginas —definidas por
algunos, como Heinrich, como una forma «vaga» de representación, por
Finelli como el conjunto de conceptos «más usados y abusados por el marxismo, primero
operaísta y ahora postoperaísta», y por Negri , en cambio, como «el más alto
ejemplo de la dialéctica antagónica y constitutiva que es posible leer»—, Marx
analiza una profunda transformación. La aparición de «locomotoras,
ferrocarriles, electric telegraphs y selfacting mules» modifica la lógica de la
producción.
En el mundo anterior, el protagonista
es el trabajador, que actúa sobre la naturaleza con sus «herramientas de
trabajo» para producir los medios necesarios para la supervivencia. El
campesino, por ejemplo, es el «propietario» de la azada, que modifica, posee,
maneja según sus capacidades, animándola con su «virtuosidad».
Con la llegada de las máquinas, no se
produce un mero aumento de la capacidad productiva, sino una
transformación de su sintaxis. Central es el autómata, el medium es
ahora el obrero que relaciona la rueca mecánica (o la locomotora) con la
naturaleza. El trabajador de la fábrica no posee la máquina, sino que «la
maquinaria […] lo sitúa como dependiente, como apropiado». El sapiens que
produce se encuentra, por tanto, en una situación muy diferente a la del mundo
tradicional: es el «órgano consciente» de una máquina que dicta los ritmos, los
modos y las formas de producción», «el capital […] absorbe el trabajo vivo».
El texto se produce en una serie de
profecías: el capitalismo de las máquinas «trabaja así hacia su propia
disolución como forma dominante de producción», «el capitalismo es en sí mismo
la contradicción del progreso, del desarrollo, porque, por un lado, tiende a
reducir el tiempo de trabajo al mínimo, mientras que, por otro, establece el
tiempo de trabajo como única medida y fuente de riqueza».
Por lo que parece, no ha ido del todo
así. Según la lectura de Virno, el texto da lo mejor de sí, en cambio,
cuando mira al presente. Marx, o al menos este Marx, es capaz de mirar al
futuro cuando observa el aquí y el ahora. Escruta los telares mecánicos y ve
los almacenes de Amazon; mira el telégrafo eléctrico y vislumbra una parte nada
menor de lo que Guy Debord llamó «sociedad del espectáculo». Solo cuando su
mirada no se dirige hacia el futuro, se vislumbra el futuro. Precisamente
cuando mira la estructura de su presente, Marx ofrece una descripción nada
hiperbólica de la relación contemporánea entre el trabajo y el «cerebro
social».
Por supuesto, se necesitan
actualizaciones y correcciones. En lugar de pensar en el intelecto general
solo como «capital fijo», es decir, bienes duraderos de producción (el buey
para el agricultor o la caldera para el ferroviario), es mejor enmarcarlo en
términos de una «interacción comunicativa, en forma de paradigmas epistémicos,
actuaciones dialógicas y juegos lingüísticos».
Segunda modificación: de acuerdo con
lo que Marx afirma en varias ocasiones en La ideología alemana, el general
intellect es ante todo un general language. «Las gigantescas fuerzas
sociales así creadas del mismo modo que el tiempo de trabajo» son
principalmente las palabras y su uso en la retórica cotidiana de la producción:
los call center y la formación continua, la autopromoción y la búsqueda
de trabajo precario.
Tercer giro: el hecho de que los
«empresarios se apropien» del trabajo lingüístico «antes de invertir» no
es algo de lo que haya que tomar nota «pace Virno» (como señala Smith). Antes
bien, es una demostración más de que el desenlace del mundo de las máquinas no
conduce a la explosión del capitalismo, sino a la paradójica realización de lo
que podríamos llamar, con Marazzi, el «comunismo del capital».
Las instancias que parecían preludiar
la llegada del comunismo se convierten en la fuerza expansiva, no en la
contradicción mortal, de la economía de mercado. Tampoco se trata de destacar,
siguiendo a Smith, «un puñado de casos excepcionales» porque el trabajo
seguiría siendo abrumadoramente tradicional.
Al contrario, la mitad de los
trabajadores del mundo son ahora precarios (como ha mostrado el sociólogo
Antonio Casilli) lidiando con las últimas formas de producción; los datos de
2023 del National Bureau of Statistics nos recuerdan que el 80% de la mano de
obra estadounidense está empleada en el sector terciario (servicios y cuidados
para personas que se nutren directamente del lenguaje), un sector que absorbe más
de la mitad del PIB de China.
El estructuralismo de inspiración
saussureana denomina «omniformatividad» del lenguaje verbal al hecho de
que «las lenguas (y solo las lenguas) son capaces de formar [señala Hjelmslev]
cualquier materia», pueden plasmar en términos verbales lo que expresan otros
sistemas de signos (números y señales de tráfico, símbolos gráficos o notación
musical). La omniformatividad se ha convertido en el carácter
principal de la mercancía porque ha conquistado el lenguaje y su capacidad para
dar forma a cualquier experiencia de los sapiens.
Por esta razón, existe una cuarta
integración que debe explorarse sin pausa. El virtuosismo con el que el
campesino o el artesano manejan la herramienta en la relación con la máquina no
desaparece, es más, dice Virno, se intensifica: «La partitura sui generis del
trabajo contemporáneo es el Intelecto como Intelecto público, general
intellect». Es precisamente el carácter explícita y directamente verbal del
intelecto puesto a trabajar lo que marca una línea de diferencia con el
análisis, por lo demás cercano, del trabajo cognitivo.
La diferencia es antropológica y
política. En un sentido antropológico, el «Fragmento», según la propuesta
de Virno, es un texto más vygotskiano que cognitivista: exalta la relación
típicamente humana de interpenetración entre lenguaje y pensamiento que el
psicólogo ruso define como «pensamiento verbal».
Esta diferencia de énfasis también
resuena de forma diferente en términos políticos. En el capitalismo
lingüístico, la afirmación de Vercellone de que «en el trabajo cognitivo, el
resultado del trabajo permanece incrustado en el cerebro del trabajador y, por
lo tanto, es inseparable de la persona» se vuelve inviable. Menos obvia es
también su consecuencia de que «la expropiación del conocimiento solo puede
tener lugar en el sentido fordista al precio de rebajar el nivel general de
educación de la mano de obra».
Si se sustituye «cognición» por
«lenguaje», el cambio resultante no es meramente terminológico. Como dice
el adagio, «verba volant»: el habla se expropia con gran facilidad precisamente
porque arraiga en el cerebro, pero desde luego no reside en él. La palabra vive
entre el hablante y el oyente (en este libro, por ejemplo), mientras que el
pensamiento puede dar al menos la impresión de residir en la cabeza de uno y
luego en la del otro. Además, el habla no requiere, ni dispensa, ningún nivel
de educación.
El capitalismo lingüístico, más que
el cognitivo, explota con facilidad tanto al orador-trabajador bien
educado como la capacidad media del sentido común más inculto para decir
haciendo y pensar hablando. Funciona tanto cuando la intelectualidad de masa
enfatiza el primer término (intelecto) como cuando insiste en el segundo
(masa).
§ 3 Inteligencia artificial. Por una
definición marxiana
A la lectura de Virno del «Fragmento»
ofrezco un posible desarrollo y, en los próximos párrafos, la enunciación
de una cuestión a profundizar. El desarrollo se refiere al tema, ya demasiado
comentado, de la Inteligencia Artificial. ¿Qué ocurre cuando el mundo de las
máquinas parece adquirir la capacidad de pensar? ¿Es adecuado el puñado de
páginas de 1858 para analizar el cuadro antropológico que surge?
¡La respuesta creo que puede ser
afirmativa! El debate contemporáneo está plagado de una tendencia
fetichista. En consonancia con el espíritu del capitalismo, la relación entre
los distintos actores que animan la llamada «Inteligencia Artificial» se reduce
a uno de sus términos. El procesador de datos se aísla de su contexto y el
resultado es una idea tendencialmente mágico-supersticiosa.
Las máquinas serían ahora autónomas
de los humanos y, como en un clásico de la ciencia ficción (Terminator de
J. Cameron o Matrix de las hermanas Wachowski), oprimirían a
los sapiens con sus reglas digitales. La velocidad de cálculo, la
capacidad de memoria y las posibilidades de aprendizaje se convierten en las
coordenadas para esbozar los contornos de un monstruo inteligente fuera de
control, es decir, fuera de la historia. El catastrofismo u optimismo cósmico
asociado al tema reafirma un pilar de la economía de mercado: la historia ha
terminado, la Inteligencia Artificial sería digna de la era en la que se acaban
las épocas.
El «Fragmento» ofrece un
antídoto. Marx habla de «autómatas», artefactos capaces de moverse por sí
mismos. La azada no es un autómata, porque en cuanto la guardas en el armario
deja de actuar. En cambio, el tractor es un autómata porque, una vez encendido,
continúa su acción por sí mismo. La definición es lo suficientemente amplia
como para dar cabida a los robots modernos y, al mismo tiempo, mostrar la línea
de continuidad con dispositivos rudimentarios para el ojo del siglo XXI, como
los telares mecánicos o las locomotoras de carbón.
En segundo lugar, Marx no habla
simplemente de máquinas, sino de un «sistema automático de máquinas». ¿Qué
se entiende por «sistema»? Una explicación se encuentra en los ejemplos que da
al final del texto: «locomotoras, ferrocarriles, electric telegraphs y
selfacting mules». Entre los protagonistas de la revolución industrial figura
el telégrafo. Sin embargo, parece un medio menos automático que los demás, ya
que se limita a propagar una señal que sigue, paso a paso, la entrada
proporcionada por el operador. Sin embargo, figura en la lista porque
constituye un claro ejemplo del carácter necesariamente comunicativo de la
máquina moderna. Puede haber un «sistema automático de máquinas» si, y solo si,
existe una forma de comunicación entre los autómatas.
El cuadro pintado por Marx retrata,
por tanto, dos actores (la máquina y el trabajador) y una relación, los
canales comunicativos que relacionan las máquinas entre sí y las máquinas con
los trabajadores. Este retrato relacional del fenómeno «máquina» desalienta una
lectura fetichista del mismo. La relación, de hecho, es la cuna de los
elementos que luego conecta. Traducido a términos contemporáneos: la
inteligencia artificial no es un motor inmóvil, una entidad divino-artificial,
que subsiste sin relación con el mundo.
En línea con el «Fragmento», solo
puede definirse dentro de una relación múltiple: lo que hoy llamamos
«Inteligencia Artificial» corresponde a la implementación algorítmica (el
autómata-máquina) de las capacidades lingüístico-cognitivas de la especie
(el general intellect/language) en redes de información de transferencia
rápida (el sistema de Marx).
Para comprobarlo, basta un simple
experimento mental. ¿Qué serían hoy ChatGPT, Alexa o Google Maps si no
hubiera humanos de carne y hueso que proporcionaran datos, gratuitamente y sin
descanso? ¿Qué sería de los potentes motores informáticos de Silicon Valley si
no existiera una red sistémica (la web-telégrafo) capaz de proporcionar
interconexión y apertura al mundo de los sapiens?
Para la inteligencia artificial vale
un principio similar al de la inteligencia humana. Recordemos a Vygotsky:
lo típico del ser humano es que «el lenguaje se vuelve intelectivo y el
pensamiento se vuelve verbal». Típico de la inteligencia artificial es que la
inteligencia se vuelva comunicativa y la comunicación inteligente.
La inteligencia se vuelve
comunicativa gracias a la web y a los motores de búsqueda; la comunicación
se vuelve inteligente gracias a los obreros maquínicos de hoy, que ya no son
solo los «esclavos del clic» (en palabras de Casilli), mal pagados en los
cuatro rincones del planeta, sino, también, la plétora de usuarios-consumidores
que producen valor en cada momento de su existencia aportando datos,
absorbiendo anuncios, ofreciendo acciones creativas de forma gratuita en una
plataforma.
Marx insiste en que la transformación
de la técnica en tecnología —por utilizar un léxico moderno— es un factor
decisivo en el cambio sintáctico que lleva del capitalismo del trabajo al
capitalismo de las máquinas. La ciencia, la investigación abstracta y pública,
se combina con la técnica, el uso dirigido del conocimiento que la tradición
artesanal confinaba a los secretos empresariales familiares.
Desde este punto de vista, el
algoritmo es el medio tecnológico por definición. Es, de hecho, una
entidad híbrida: nace de las matemáticas; vive solo gracias a un propósito
concreto; respira solo en la medida en que es realmente capaz de operar en el
mundo. El matemático Paolo Zellini escribe: «El algoritmo es un proceso, una
secuencia de operaciones que debe cumplir al menos dos requisitos: en cada paso
de la secuencia ya está decidido, de manera determinista, cuál será el paso
siguiente, y la secuencia debe ser efectiva, es decir, tender hacia un
resultado concreto, real y virtualmente útil».
El algoritmo es una tecnología de las
matemáticas, la más abstracta y metafísica de las ciencias, ya que plantea
constantemente el problema de la relación entre lo finito y lo infinito,
resolviéndolo a favor de lo primero. Observando a los telares mecánicos (selfacting
mules), Marx ofrece una caja de herramientas para describir, parafraseando el
nombre de un famoso y ya obsoleto programa de intercambio de datos, los
actuales e-mules.
§ 4 ¿Comunicación o lenguaje?
Sería simplista creer que la
transformación actual del sistema autómata-general intellect es
cuantitativa: solo velocidad de transmisión (la fibra óptica es sin duda mejor
que el telégrafo eléctrico) y más potencia de procesamiento (Armstrong llegó a
la Luna equipado con un sistema informático igual a un Commodore 64).
Sin embargo, la descripción abstracta
proporcionada por Marx, precisamente por ser abstracta, parece funcionar
incluso hoy en día. El fetichismo de gran parte de la reflexión actual sobre la
inteligencia artificial se deriva de un principio formulado hace casi dos
siglos por Marx: la «maquinaria viviente […] aparece ante el trabajador como un
organismo poderoso en comparación con su sola e insignificante actividad».
La transformación se produce, pues,
en un nivel que no es directamente sintáctico (sistema comunicativo/máquina
autómata/organismo humano consciente), sino que se refiere a la relación entre
el trabajo y la vida. La máquina aumenta la productividad. Esto no significa
que el resultado sea una disminución del trabajo, como señaló Marx: «El capital
emplea la máquina, por otra parte, solo en la medida en que permite al obrero
trabajar para el capital una mayor parte de su tiempo». La máquina algorítmica
amplía este principio haciendo, en palabras de Virno, «desaparecer cualquier
diferencia cualitativa entre tiempo de trabajo y tiempo de no-trabajo».
El sistema algorítmico que explota
el general intellect radicaliza la idea de Marx de que el
trabajador trabaja «la mayor parte de su tiempo». La «mayor parte del tiempo»
se vuelve indistinguible del tiempo cotidiano. El obrero se vuelve
tendencialmente indistinguible del no-obrero, es decir, del consumidor, del
holgazán en el sofá o del autónomo, porque todos producen valor para otros.
Antes, el telar, la locomotora y el
telégrafo prolongaban el tiempo de trabajo en la fábrica; ahora, el
algoritmo y la red de fibra óptica hacen porosos los muros que separan la
fábrica de la metrópoli mediante un proceso en el que insiste toda la
producción filosófica de Virno, a saber, la lingüistización del trabajo. La
producción lingüística y el sistema algorítmico se convierten en la abscisa y
la ordenada de una vida que produce continuamente valor para otros.
Sin embargo, el proceso parece tomar
dos direcciones que no siempre son fáciles de describir. Esta dificultad
es subrayada por quienes, como Smith, critican el enfoque virniano y, en
general, el operaísta, argumentando que, después de todo, la fábrica sigue
existiendo, el trabajador es una pieza de la máquina a la que está esclavizado,
sus palabras a menudo se reducen a intercambios maquínicos de información:
pensemos en los centros de llamadas del sur global o en los empleados de
American Express en Estados Unidos.
Incluso en estos casos madura una
ambivalencia presente en el «Fragmento». Por un lado, Marx describe a los
obreros como «órganos conscientes» del autómata. El autómata necesita la
conciencia humana, y solo la suya, para funcionar; la máquina explota los
rasgos típicamente humanos de la especie (retórica, pensamiento verbal,
inestabilidad pulsional, etc.). Por otra, la máquina tiende a convertir al
obrero en parte de sí misma: «La máquina lo instala como dependiente, como
apropiado», «todas las ciencias son prisioneras al servicio del capital», «la
invención se convierte en un negocio».
¿A qué se debe esta ambivalencia con
la lingüistización del trabajo? La porosidad entre producción,
lenguaje y vida hace que la invasión del campo se produzca en un doble sentido.
En el mundo tradicional, el habla se minimiza en función de las exigencias de
la eficacia instrumental. Retomando el ejemplo con el que Wittgenstein abre
las Investigaciones filosóficas (solo un filósofo analítico podría
considerar esto un experimento mental o un caso escolar): «El lenguaje debe
servir a la comunicación entre un albañil, A, y su ayudante, B». Este «sistema
de comunicación» se compone de imperativos que se refieren a cosas que hay que
hacer.
El lenguaje se reduce a un patrón, un
mecanismo, una repetición de lo idéntico. Por tanto, la comunicación no es
un simple sinónimo de lenguaje, como implica el uso cotidiano de los términos
al hablar del «mundo de la comunicación», la «sociedad de la comunicación» o,
si uno se matricula en un curso universitario, las «ciencias de la
comunicación».
La palabra «comunicación» designa los
sistemas animales de transmisión de información, formas de expresión
potentes, pero rígidas, que se aplican a un único ámbito de la vida: la danza
de las abejas solo se refiere a la búsqueda de alimento, las alarmas de los
cercopitecos verdes solo a la presencia de depredadores. O, y este es el quid
de la cuestión, el término etiqueta una forma de empleo humano de las palabras
específica, un empleo que imita la comunicación animal en busca de la máxima
eficacia operativa.
Los llamados «lenguajes de
programación de software» son la forma técnica más elevada de comunicación
humana. Por esta razón, la comunicación ciertamente no desaparece en el
capitalismo de las máquinas. Como apunta Casilli: «En la jerga de las
plataformas, cada microtarea realizada por un Turker se denomina ‘tarea de
inteligencia humana’ (‘Human Intelligence Task o ‘HIT’), […] casi siempre son
tareas triviales». El humano suple a la máquina convirtiéndose en máquina
humana: el sapiens suple los límites comunicativos del sistema con
una producción cuya inteligencia consiste en reducir el lenguaje a
comunicación. Se trata de una reducción, hay que reiterarlo, que solo un sapiens puede
realizar, pues pone de nuevo en funcionamiento el carácter potencial y plástico
de la especie.
El trabajo lingüístico, sin embargo,
procede también en la otra dirección. No es solo la irrupción de la
comunicación —antes restringida a la esfera bien definida del trabajo— en el
flujo de la vida, sino, también, la penetración del lenguaje en los modos en
que las facultades humanas producen valor. El capitalismo de plataforma también
desempeña aquí un papel importante. Los usuarios sociales valoran la praxis
lingüística, contextual e innovadora de quienes odian, aman, comentan, inventan
textos, imágenes y sonidos.
De nuevo, el ser humano es un siervo
de la máquina. Sin embargo, esta vez proporciona a la máquina lo que le
falta según un proceso de camuflaje inverso. El trabajador lingüístico ya no se
convierte en autómata, sino que contribuye a dotar a la máquina de rasgos
próximos a los del sapiens.
El trabajo en el que el lenguaje se
reduce hoy a comunicación es tradicional solo en apariencia. Reduce el
lenguaje a comunicación como en el ejemplo de la construcción de Wittgenstein;
pero, a diferencia, equivale a una microtarea en un estado de aislamiento
semigratuito. Los trabajadores digitales, denuncia Casilli, son difíciles de
censar porque son políticamente invisibles y geográficamente dispersos.
No hay un lugar de trabajo donde
puedan reunirse y autopercibirse como el cuerpo social de un eventual
conflicto; la idea de un salario tal vez injusto, como suele suceder con
el obrero, es reemplazada por la falta de la idea misma de «salario». Se
trabaja por un bonus, un tantum, un pequeño botín que se gana en un
contrato en las subastas online.
El segundo tipo de trabajo
lingüístico es la producción libre, por una razón diferente. La producción
no se percibe como tal, ya que está indisolublemente ligada al ejercicio cotidiano
de las facultades genéricas: entablar relaciones durante un flirteo en Tinder,
imaginar durante el ocio en las redes sociales, expresar valoraciones sobre las
compras en Amazon, hablar durante los trayectos en Uber.
En todas estas circunstancias, se
trata de trabajo oculto. Velado a los ojos de los demás por estar
confinados en el ámbito doméstico detrás de un teclado; escondido a la propia
mirada por estar absortos en actividades de entretenimiento, ocio o consumo.
§ 5 Fenómenos histórico-artificiales
La inteligencia artificial hace
madurar una ocultación más profunda, que remite con aire fúnebre al
problema antropológico del apocalipsis. La primera referencia bibliográfica de
la ya famosa carta abierta publicada por el Future of Life Institute el 22 de
marzo de 2023 (entre los primeros firmantes figuran Elon Musk y Steve Wozniak)
enumera una larga serie de riesgos económicos, sociales y medioambientales
asociados al desarrollo de la inteligencia artificial.
Lo llamativo del texto tiene que ver
con un supuesto filosóficamente desafiante. Se trataría del carácter que
están asumiendo las «tendencias en el procesamiento del lenguaje natural [trends
in natural language processing]». Implícitamente, se asume que el lenguaje
humano es un hecho «natural», un acontecimiento natural. Lo que está en juego
es la caracterización del general language, es decir, la versión
plenamente desplegada y explícitamente lingüística del general intellect.
Dejada a su aire, la amplitud
semántica del inglés «language» superpone la idea de lenguaje, facultad
propia de la especie, a la de lengua, entidad históricamente determinada. La
sustitución de «general» por «natural» pone de relieve el rasgo
especie-específico universal, mientras que lo común y lo contingente
desaparecen en un segundo plano. Sería menos equívoco si se abordara el
problema de la modelización estadística de las lenguas histórico-naturales,
vinculadas con la biología del sapiens, ciertamente, pero dependientes del
contexto a través del cual el hablante aprende japonés, español o arameo.
Sobre el concepto de «historia
natural», Virno ha insistido en distintas ocasiones: «La historia natural
es la versión materialista, estrictamente atea, de la Revelación teológica. […]
La revelación de la naturaleza humana […] está entretejida en cada fibra de su
ser por circunstancias y conflictos políticos particulares; no se realiza a
pesar de esta particularidad, sino gracias a ella».
La lengua es el primer fenómeno
histórico-natural. Revela un hecho antropológico de orden general; a
saber, el vínculo típicamente humano entre cuerpo y artefacto, mano y
herramienta, alimento y fuego. Pone de relieve el carácter siempre oximorónico,
naturalmente artificial, de nuestra relación con la tecnología. La herramienta
es necesaria para la supervivencia, pero contingente históricamente. Al no
formar parte del cuerpo, su ausencia no solo es posible, sino que siempre
acecha: el hambre y la muerte por inanición son eventualidades crónicas.
En este sentido, la cuestión de la
inteligencia artificial actúa como detonante. Lleva al diapasón el
problema antropológico de la tecnología, cuyo destino no es necesariamente
fúnebre. Después de la Segunda Guerra Mundial, la bomba atómica plantea la
cuestión en los términos unilaterales del «no uso», como señaló Günther Anders,
como el límite más allá del cual solo hay muerte y destrucción.
Por el contrario, la inteligencia
artificial plantea la cuestión de su «uso» porque es capaz de revelar las
figuras profundas de una relación potencialmente innovadora. «Hacerse amigo del
autómata», en palabras de Berardi, y liberar las máquinas (en las de Simondon)
significa redescubrir usos que van más allá de las relaciones de producción
capitalistas (no se excluye que esto pueda ser una forma de releer el concepto
de «éxodo»).
Marx es explícito. La apropiación que
aliena no es intrínseca a la máquina como tal porque «la maquinaria pone
al obrero como apropiado […] solo en la medida en que se determina como capital
fijo». El poder de la tecnología bien puede favorecer lo que él llama «el libre
desarrollo de las individualidades». Sin embargo, sin amistad (como apunta
Bertollini) ni liberación, uno está destinado a confundir las connotaciones de
una relación poco clara en función de una transformación subrepticia: si la
lengua se vuelve natural, es obvio que a esta se oponga una inteligencia
artificial.
Para evitar el equívoco, se
podría explorar una forma diferente de expresarse y, por tanto, de pensar: el
lenguaje es histórico-natural, la inteligencia maquínica es
histórico-artificial. Como cualquier cofre del tesoro, la última expresión
necesita la ganzúa adecuada para abrirse. La inteligencia maquínica es
histórico-artificial, pero no porque pueda crear historia por sí misma o
simular su significado.
Un libro reciente de Benasayag y
Pennisi explica ampliamente las razones de ello. Es histórico-artificial
porque las máquinas como ChatGPT son sistemas relacionales construidos históricamente
que nacen de la historia natural humana y necesitan de la historia natural
humana para seguir funcionando. Lo histórico-natural es la naturaleza
necesitada de historia, decíamos: a diferencia de otras formas de vida,
los sapiens no pueden vivir sin la construcción de lo que Marx llama
«medios de producción». Del mismo modo, lo histórico-artificial es lo
artificial que necesita de la historia.
Sin embargo, entre las nociones
parece haber una diferencia. Ciertamente, podemos imaginar la naturaleza
sin historia. Los loros, las bacterias y las rocas están ahí para demostrarlo.
¿Cómo, en cambio, podría haber un artificio (cualquier medio técnico) sin
historia?
Es en la respuesta a esta pregunta
donde insiste, amenazante, el tema de la inteligencia artificial. Esta
madura en su interior la referencia al apocalipsis porque actualmente se
configura en términos antihistóricos (un paradigma vanguardista de ello es el
algoritmo AlphaZero que, según sus desarrolladores, «demuestra que un algoritmo
de aprendizaje por refuerzo de propósito general puede aprender, tabula
rasa —sin dominio— datos humanos específicos [demonstrate that a
general-purpose reinforcement learning algorithm can learn, tabula rasa
—without domain— specific human knowledge or data]».
En el fenómeno histórico-natural, el
guion subraya tanto la alianza como el disenso. Se refiere a la
posibilidad constante del origen que, en la infancia, vuelve a visitar a la
especie: recuperar una lengua que no se habla al nacer; reconstruir, heredar o
desvirtuar la época en la que se nace por azar (esclavitud o mercantilismo,
Estado-nación o tribu). Pero también se refiere a la posibilidad constante de
un origen perdido: el niño muere por falta de cuidados o se refugia en la forma
híbrida del enfant sauvage tomando prestados los instintos animales
como análogo de las instituciones de los sapiens.
Los casos de niños-lobo o de niños
adoptados por chimpancés son interesantes porque ponen de relieve el
carácter contingente, es decir, frágil y en absoluto dado por descontado, del
proceso que lleva al niño a aprender a hablar, a caminar sobre dos piernas y a
desarrollar formas sociales de relación.
En el fenómeno histórico-artificial,
el guion subraya la posibilidad constante del fin, de nuevo de forma
ambivalente. En términos de alianza, cada época lo es porque deja paso a
otra y a sus innovaciones. El carácter histórico no es acumulativo ni
progresivo, ya que vive de detenciones, reinicios y borrados. Por tanto, lo
histórico-artificial es capaz de sacar a la luz toda la historicidad de nuestra
finitud, el sentido de una existencia que sorprende precisamente por ser
mortal.
Si se huye de la cantinela de que
este es el mejor de los mundos posibles, lo histórico-artificial
manifiesta una revelación en sentido estrictamente ateo, pero no solo del
origen continuo de los conflictos políticos y de las situaciones históricas
—por tomar prestadas las palabras de Virno—, sino, también, de la posibilidad
constante del fin de los conflictos singulares y de las situaciones históricas
concretas.
Lo que el antropólogo Ernesto de
Martino llama «apocalipsis cultural» puede revelar algo nada nefasto, como
el fin del trabajo asalariado, la gig economy o el capitalismo de
plataforma. Corresponde al alivio producido por el fin histórico de un mundo,
fuente de cambio y de liberación posibles. El hecho de que una época histórica
deje paso a otra es una forma de cooperación, como lo es ceder el paso a los demás
en un autobús abarrotado.
Precisamente por ser histórico, el
medio singular (técnico como la azada o institucional como el Estado-nación)
puede dar paso a otros medios técnicos o institucionales. La azada puede ser
sustituida finalmente por el arado, el Estado-nación por la Comuna de París o
de Rojava.
La constancia del final también
apunta, sin embargo, al conflicto que puede nacer de una artificialidad que,
en lugar de dejar paso a otra cosa según una lógica histórica, liquide la
historia. La sombra inquietante que se cierne sobre la inteligencia artificial
no se refiere al desarrollo informático en sí, sino al hecho de que encarna
este polo de la ambivalencia constitutiva de lo histórico-artificial.
Puesto que la inteligencia artificial
es hoy la proyección a contraluz del trabajo dentro de la máquina capitalista, hace
que la revelación propia de los fenómenos histórico-artificiales adopte una
postura que ya no es histórica, sino apocalíptica en un sentido religioso.
Actualmente, la inteligencia artificial anima el tema mítico-ritual del fin del
mundo como tal (no de un único mundo aquí y ahora) porque encarna la ambición
de la economía de mercado de avanzar hacia la eternidad. Una ambición
metafísica por una razón gramatical: toda época histórica, por ser histórica,
llega a su fin.
La única manera de escapar a la
sintaxis histórico-artificial y a sus ambivalencias (conflicto, pero
también complementariedad entre sus términos) es confrontar la especie con
un aut aut: o eternidad real (es decir, algorítmica) del capital o
autodestrucción real (es decir, algorítmica) de la especie.
El mundo de las máquinas absorbido
por el capital amenaza
con realizar la eventualidad simétrica con respecto a una naturaleza sin
historia (el niño salvaje, el homo anterior al sapiens): una
técnica intemporal, un artificial ya no histórico, una máquina que, siendo
autónoma con respecto a la historia, puede sobrevivir a su conclusión. La bomba
explota, el clima se altera, el algoritmo es eficaz. Tras el fin del mundo
humano, en un planeta sin humanos, las máquinas ejecutan software aún durante
unos instantes.
Comentarios
Publicar un comentario