Fuente: Lobo Suelto!
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1
La expresión darse a… repone
la cuestión del don en el corazón del pensar.
El don no como acción que crea deuda,
obligación o demanda de reciprocidad. El don no como extorsión velada o acuerdo
de intercambio. No el dar, ni obsequiar, tampoco enseñar pensamientos, sino el
acto del darse al pensar o de darse en el pensar.
Un momento apasionado en el borde de
la emoción y el miedo. Una entrega que no se guarda nada, pero que, sin
embargo, vacila. Una decisión que confía en el pensar, a la vez que sospecha de
confusiones y desquicias de los pensamientos.
2.
Darse al pensar, a veces, acontece
como demora, como orilla de un abismo prometedor, como asomada a un vacío que
atrae, como llamado al abrigo de lo común, como gratitud y alegría de tener con
quienes.
Darse al pensar condensa todas las
formas del darse.
Pensar necesita de la amistad, de la
escucha, del abrigo, de la profanación, de la cita, de la lectura, de la
inspiración…Y así.
Darse al pensar equivale a darse a lo
común: todo pensar se realiza como un común pensar.
Un común pensar que antepone lo
común al pensar. Un común que prevalece al acto de pensar. Un común gestante.
3.
¿Qué empuja a pensar?, ¿un amor, una
urgencia, un interés?, ¿la necesidad de abrigo, de sosiego, de respuestas?,
¿responsabilizarnos por actos que realizamos?, ¿haber llegado hasta un punto en
el que se vuelve imperioso desaprender pensamientos que nos hacen sufrir?
Juan Carlos De Brasi (2015) anota que
pensar supone hacer la experiencia de despertenecerse.
Tal vez, hacer el aprendizaje de que
no tenemos propiedad ni domino sobre lo que nos pasa. Lo que no significa que
no nos concierna o que no tengamos incumbencia.
Despertenecerse como abandono de
arrogancias posesivas.
Despertenecerse como apertura de
una jaula, de una ventana, de una posibilidad. Como fuga del territorio
alambrado del yo sé.
Tal vez pueda concebirse un pensar
clínico como desencierro o confianza en el desasimiento.
Un pensar que sondea ideas que abusan
y encantan vidas. Un pensar que desentumece la disponibilidad de darnos a lo
impensado.
El acto de pensar puede incurrir una
y otra vez en lo ya pensado y, a veces, asomarse a lo todavía no.
4.
Muchas veces el acto de pensar
acontece en silencio. Necesita de un tiempo sin apremios. Sin resultados e
incluso sin pensamientos. En ocasiones leyendo o conversando sobrevienen
ocurrencias que pueden pasar inadvertidas. Una de las labores del pensar
consiste en detectar curiosidades, rarezas, nacimientos. Y proveerles silencio
como si se tratara de una cuna.
5.
Tanto en un diálogo clínico, como en
una conversación amorosa, cuando hablantes se sumen en el silencio, se suele
preguntar: ¿en qué te quedaste pensando? Se imagina el silencio como
el tiempo del pensar. Y, aunque se sospeche que no, se puede pensar en nada o
ver pasar pensamientos como paisajes deshabitados.
(Aunque sabemos que pasajes
deshabitados pueden estar, para otros ojos, repletos de vida).
6.
Se conoce el Popol Vuh, esa
belleza de las letras de la antigüedad maya. Allí se cuentan los comienzos como
tiempos de meditaciones entre criaturas divinas.
Se lee: “…todo estaba en
suspenso, en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión
del cielo. No había todavía vida, ni humana, ni animal, ni nada. No habían
pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni
bosques: sólo el cielo existía. No había la tierra. Sólo el mar en calma y la
esfera celeste inmóvil”.
Así estaba todo hasta que las
divinidades iniciantes llegaron con la palabra. Vinieron desde la
oscuridad “… y hablaron entre sí. Hablaron, pues, consultando entre sí y
meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y sus pensamientos”.
O más adelante se lee: “…conferenciaron
sobre la vida y la claridad, sobre cómo ocurrirá que aclare y amanezca, sobre
cómo sucederá que se produzcan alimentos y sustentos”.
O se lee: “Como neblina, como
nube y como polvareda fue la creación, cuando surgieron del agua las montañas”.
El comienzo se narra como una
conversación entre divinidades en la que las palabras se unen con los
pensamientos, cuando todavía el cielo estaba en suspenso y la tierra se hallaba
sumergida bajo las aguas.
7.
Nos piensan antes de nacer. Luego,
desde que hablamos, pensamos.
En las íntimas entrañas del pensar,
sin embargo, entre tantas bellezas abundan argumentos y razonamientos que
amenazan, engañan, hacen sufrir.
Se dice que Demócrito, infatigable
pensador de los tiempos de Sócrates, se arranca los ojos para pensar sin distracciones.
O que Tiresias, sabio ciego de la literatura helénica, tiene visiones de
tiempos pasados, presentes, futuros. O se recuerda que Edipo, al final de la
tragedia de Sófocles, se quita los ojos para evitar que los dioses lo vuelvan a
confundir valiéndose de su sentido más confiable.
No hacen falta mutilaciones para
evitar fascinaciones y estafas, pero sí saber obnubilaciones que perturban.
8.
Algunos pensamientos sobrevienen como
agua que refresca, otros como sentencias que martirizan.
Conversaciones clínicas celebran el
acto de pensar, pero toman precauciones y ponen bajo sospecha altiveces que nos
piensan.
9.
Desde comienzos del siglo veinte, se
sabe lo que siempre se supo: pensar supone un trabajo. Pero, no se explica
cómo hacerlo.
El marxismo alertaba sobre una falsa
conciencia que llamó ideología. Nietzsche advertía sometimientos a la
moral de la época y vanidades de la primera persona del singular. Freud
observaba indicios de un habla inconsciente en la formación de síntomas,
sueños, olvidos, actos fallidos. Izquierdas del psicoanálisis constataban que
angustias y temores personales expresaban, también, angustias y temores de una
época.
El acto de pensar acontecía como
hermenéutica contra el sentido común o como paranoia crítica por tomar la
expresión de Dalí.
Pensar también requería auscultar
palabras. Entrever que cada vocablo, como sugería Carroll, se comportaba como
una valija repleta de historias apretujadas. O que los significantes, como
entendía Lacan, no sólo se soldaban a significados, sino que se aferraban a
fantasmas.
El deseo de pensar, por donde se
mirara, presumía engaños y confusiones.
Hubo quienes probaron escuchar
pensamientos como Perseo cuando se enfrentó a la mirada petrificante de Medusa.
Y se entrenaron para hacerse invisibles, para dejarse crecer alas en los pies y
para defenderse con la oblicuidad de los espejos.
Hubo quienes probaron pensar como si
estuvieran metidos en el cuadro de las Meninas de Velázquez analizado por
Foucault: se miraron pensando y se escucharon pensar con oídos no calculados.
Hubo quienes probaron pensar
emociones como si se tratara de criaturas vivas con intenciones y voluntades y,
así, se entrenaron a escuchar angustias, dolores, tristezas, rencores,
perplejidades, injusticias, ingratitudes. Aprendieron a oír confusiones,
agotamientos, demasías.
Hubo quienes probaron sumergirse en
esos afectos hablantes y procuraron estar no sólo presentes en las sesiones,
sino en estremecimientos, enredos, ambigüedades. Se propusieron conversar aun
sintiendo ganas de salir corriendo o llorar.
Hubo quienes probaron vaciarse de
pensamientos para llegar a pensar. Invitaban a la conversación presencias
queridas. Decían: Freud no dejaría pasar esto que acabamos de escuchar; si
estuviera acá Lacan subrayaría; en este punto Kafka preguntaría; Cortázar
intentaría jugar con esta idea. O Clarice, Alejandra, Idea, Silvina,
recordarían otros lados de la vida. O cualquiera que arribara en este
momento, escuchando los últimos diez segundos, opinaría que estamos exagerando.
O Macedonio diría que las contingencias portan muchas alegrías, aunque sin
abstenerse de terribles tristezas.
También se supo de intervenciones que
se excusaban por haber tenido ocurrencias inconvenientes antes de decirlas en
voz alta.
Y, así, un montón de cuidados para
procurar el acto de pensar que, no obstante, al cabo, ocurre sin que lo sepamos
o sabiéndolo después, pero nunca mientras está aconteciendo.
Una colección de astucias para pensar
estando en la conversación sin estar sólo en los pensamientos que colonizan la
conversación.
10.
Necesitamos vaciarnos de pensamientos
o de sentencias personalizadas para darnos al pensar.
Necesitamos sentir angustias no
sedadas y, al mismo tiempo, no arrasadoras.
Necesitamos hacer huecos en el alma,
en el corazón, en el pecho, en el vientre, en los puntos de apoyo de cada
pensamiento.
Necesitamos interrogar en qué reside
el poder que tienen.
Necesitamos perdernos no pudiendo
pensar, hasta llegar a pensar sin poder hacerlo.
11.
Cuando se dice en una conversación
clínica “No sé cómo pensar lo que te está pasando”, no se trata de la
asunción de una derrota, sino del trazado de una línea de comienzo.
12.
¿Conversaciones clínicas? ¿Hablas que
se inclinan sobre sensibilidades cansadas, convalecientes, expectantes,
descolocadas?
En esos momentos (que no sabemos cómo
nombrar), cada tanto, se distinguen sentimientos. Digamos: entre revancha y
venganza, entre cálculo y deseo, entre culpa y responsabilidad, entre depresión
y tristeza. Y, así.
Distinciones no pretenden fijar ni
definir afectos: se ofrecen como pausas o vacilaciones del pensar.
13.
Se trata de darse al pensar sabiendo
lo que nos excede.
Se lee en Hamlet: “Hay más cosas
en el cielo y en la tierra, Horacio, que todas las que pueda soñar tu
filosofía”. La sentencia anuncia un límite y, a la vez, lo inconcebible.
La necrosis de una idea se
llama certeza. Esa fijeza argumentada que protege de las avalanchas de lo
impensado.
14.
“Pensar lo que sentimos, sentir lo
que pensamos”, escribe Miguel de Unamuno (1923). Pero ese deseo noble de
conciliación puede, en otro plano, consumar un encierro. Perplejidades clínicas
asisten, una y otra vez, a una misma circunstancia: se puede vivir en el
malestar y pensar que ese malestar resulta inevitable.
En el mismo poema, Unamuno sugiere
que pensar equivale a esculpir en la niebla.
Eso pasa en cada sesión: se reinicia
un tallado en el aire, un grabado en la bruma, una escritura en el agua. Tal
vez no se esculpa, talle, grabe o escriba nada. Pero cuenta el gesto: un
intento de imaginar otras historias.
15.
Con hambre no se puede, en la sola
angustia tampoco, en una urgencia mejor actuar, bajo presión resulta difícil,
sintiendo miedo y en el solo aislamiento se empobrece.
¿Qué condiciones hacen falta para
darse al pensar?
16.
Fernando Pessoa publica en 1918 en
lengua inglesa treinta y cinco sonetos.
Se lee en el V: “¿Cómo voy a
dejar mi pensamiento / libre para la acción que el alma espera, / cuando debo
pensar, cada momento, / en esa angustia que olvidar quisiera?”.
El autor portugués confirma que en
estado de angustia no se puede pensar lo que “el alma espera”. Y, a la
vez, en el mismo soneto expresa esa angustia que no deja pensar para escucharse
decir ese no poder y, quizás, entonces, pensar sin poder hacerlo.
Se lee en el final de XVI: “La
mayor prueba para el pensamiento / no es pensar, es sentir esta amargura”.
El responsable de El libro del
desasosiego sugiere que uno de los desafíos de pensar, a pesar de la
amargura, consiste en no pensar sólo cosas amargas.
17.
Darse al pensar supone darse al
silencio de no saber pensar.
Suspender arrogancias afirmativas
del “yo pienso”.
18.
Conocemos la excitación del suspenso.
El aplazamiento y preparación de una largada. La señal que avisa el momento en
el que se suelta la acción. Se dice: “A la una, a las dos y a las…dos y un
poquito… a las dos y un poquito más… a las dos y media… a las dos y más de la
mitad… a las dos casi tres…”. Y, así, se demora la inminencia. Se alarga el
momento. La expectación se vuelve parte del juego.
Quizás así ocurra el pensar: como un
antes de que los pensamientos salgan corriendo o salten sobre los cuerpos.
19.
Heidegger en las lecciones del
invierno de 1951-1952, reunidas bajo el título ¿Qué significa pensar?,
sostiene que aprender a pensar supone desaprender los modos en que pensamos.
Para el autor de Ser y Tiempo pensar
consiste en saber que no sabemos pensar.
20.
Se conoce algo peor que no saber
pensar: no tener ganas de pensar. El abatimiento y la rumia de amarguras
maceradas, el hastío de una musculatura inmovilizada y la desolación de un
paisaje que expulsa emociones o las apaga para no sentir nada.
21.
A veces, ante lo insoportable, se
prefiere no pensar. Entonces, ¿qué se hace con la angustia? ¿Con lo que
fastidia, enoja, desespera? ¿Con lo que no podemos sacarnos de la cabeza? Cada
cual hace lo que puede. Si no, una cultura que anestesia, cada vez más, ofrece
espectáculos que eximen de tener que pensar.
22.
En ¿Qué significa pensar?, dice
Heidegger: “Solo podemos aprender si a la vez desaprendemos”.
Tal vez aprender a pensar supone
desaprender el sentido común y las sentencias coaguladas de una época. Supone
habitar el aturdimiento, la modorra, la perplejidad, de no saber pensar.
Darse al pensar equivale a dar a
probar lo que no se sabe, lo que sorprende, lo que invita. Portar una llave que
abre una puerta que no existe. Que abre zozobras, frustraciones,
imposibilidades.
23.
Tal vez pensar se pueda describir
como desconcierto de la desnudez. Inquietud indecisa entre la perplejidad y el
asombro, entre el estupor y el alivio, entre la irresolución y la
indeterminación.
24.
Blanchot (1959) subraya que pensar
sobreviene (siempre) como no poder pensar todavía. Una proposición
del impoder en la que el adverbio afirma la imposibilidad a la vez
que anuncia lo venidero.
25.
Ya se ha hablado de la figura que se
emplea en las despedidas clínicas: “seguimos con esto la próxima”.
Invitación a un pensar que vendrá.
Promesa extendida a una próxima vez. Continuidad de una espera que renueva su
cita. Despedida que traza la línea móvil de eso que todavía no.
26.
Aludiendo a la obra de Artaud,
escribe Deleuze (1968) en Diferencia y repetición: “Sabe que pensar
no es innato, sino que debe ser engendrado en el pensamiento. Sabe que el
problema no es dirigir ni aplicar metódicamente un pensamiento preexistente por
naturaleza y de derecho, sino hacer nacer lo que no existe todavía…”.
Pensar, entonces, hacer nacer lo que
no existe todavía. Detonar larvas pensantes aun sin forma.
Pensar, también, gusanear
pensamientos en descomposición.
27.
Aquella vez, en un encuentro con una
comunidad mapuche en la ciudad de Trelew, en un momento en el que se advertía
que las autoridades se rehusaban a escuchar sus memorias, una voz calma
dijo: “Nos reunirnos en el mientras tanto. Aun cuando nadie nos sepa,
cultivamos el derecho a pensar”.
28.
Al cabo, quizás, dos preguntas
conciernen a la clínica: ¿cómo estoy viviendo? Y ¿cómo viviré el
tiempo de la muerte?
Si llegara el día en el que estas
preguntas no hicieran falta, un pensar clínico tampoco se necesitaría.
29.
Se está matando la vida.
Urge, como dice Walter Benjamin
(1942), detener la locomotora sin freno de una época que se está estrellando.
Impedir la destrucción.
Darse al pensar supone una demora,
una interrupción, una frenada. La pregunta sobre ¿qué nos está pasando?,
no importa tanto por su respuesta como por la detección de un ardor que
solicita tiempo. Ni más ni menos que eso: parar para hablar.
Escribe Benjamin: “Marx dice que
las revoluciones son la locomotora de la historia. Pero tal vez se trata de
algo diferente. Acaso las revoluciones actúen como el manotazo de la vida
humana, que viaja en ese tren, para accionar el freno de emergencia”.
Pero, ¿cómo llamar a detener la
destrucción a quienes sienten sus vidas ya destruidas? ¿Podrían imaginar algo
peor? Y, si lo hicieran, ¿por qué les importaría si ya se sienten en la muerte
o en el convencimiento de que sus vidas no valen nada?
La catástrofe ya aconteció solo que
los efectos todavía no se sienten fatales en los vagones de atrás. Los
acolchados de privilegios.
30.
¿Se puede pensar lo acontecido?
Lo acontecido no se guarda nada. Lo
acontecido hace nudos en los pañuelos de la eternidad. Así lo vivido sorbe
gotas de lo acontecido. Con eso le alcanza para insinuarse y dejarse contar
estrechándose con las sombras del olvido.
31.
Pensar supone rehusarse al abuso de
la anécdota personal. Abstenerse de la celebración de sí. Entregarse al
silencio que sobreviene tras esa privación.
La expresión pensar supone dejar
bajo sospecha lo que está por decirse. La suposición no se excusa por no tener
pruebas que conduzcan a la verdad. La suposición no la pretende. Se desentiende
de esa cuestión. La suposición sólo aspira a poner en movimiento el acto de
pensar bajo sospecha.
32.
Rilke percibía que no podíamos
sentirnos a gusto en un mundo colmado de interpretaciones. En un paisaje
atiborrado de cartelitos con pensamientos colgados sobre las cosas.
Tampoco nos sentimos a gusto en las
envolturas porosas que nos protegen: llevamos labradas en la piel sentencias de
una época.
Pero, ¿cómo des-imprimir el
sentido común que protege, contiene, da seguridad?
El sentido común reúne colecciones de
pensamientos que nos eximen de pensar, que ofrecen algo ya pensado como
consuelo y destino posible.
El sentido común actúa como un invisible que
avala y normaliza el pensar.
33.
Portamos signos sin descifrar: cada
cual tiene derecho a una vida sin interpretar.
El pensar clínico piensa contra
pensamientos acabados que tienden a develar enigmas o anticipar desenlaces.
Si no lo hiciera, un vetusto afán de
cientificidad terminaría con el amor y las demás pasiones.
Si concedemos la posibilidad de un
pensar clínico, éste procura otra cosa: alojar vacancias que no se completen
nunca.
34.
El sentido común selecciona
pensamientos que sentimos que nos pertenecen. Hay un sentido común para
mayorías y hay un sentido común para cada minoría. No se toleran sensibilidades
sueltas. Rarezas no nombradas ni clasificadas.
Pensar supone enrarecer lo pensado.
Pensamientos se acomodan al sentido común, pero pensar desacomoda sentimientos
de pertenencia a lo consagrado.
35.
Estamos condenados a opinar.
Opiniones funcionan como contraseñas de intercambio, como credenciales de
identificación, como automatismos de adhesión. Sin esas opiniones no sabríamos
qué decir.
El deseo de pensar nos sitúa en un
torbellino.
En épocas de aturdimientos, se
necesita tener con quienes entrar en ese vendaval.
36.
¡Ay, este tiempo! Suspiros sueltan
pensamientos que se escabullen en el aire sin que nadie los piense.
Pensar tiene más relación con
suspirar, aun sin pensamientos, que con afirmar, persuadir, demostrar o
razonar.
37.
Roberto Juarroz (1958) escribe que
pensar en otra vida se asemeja a salvarla.
Tal vez uno de los secretos de la
clínica consista en eso: contar con una intimidad que nos piensa.
Sin embargo, pensar en una vida no
equivale a salvarla. Cobijos, abrigos, abrazos, del pensar dan momentos de
calma. Saber que alguien nos piensa ofrece un gran sosiego. No salvación: una
soledad habitada.
Una soledad habitada amorosamente,
porque sabemos y no olvidamos, soledades habitadas por crueldades y
mortificaciones.
La vida no necesita que el pensar la
salve, alcanza con que los pensamientos no la dañen.
38.
Pensamientos venideros se posan como
pájaros sobre cables de luz. A veces, esperan allí hasta secarse sin que nadie
los piense.
39.
¡Ay…la costumbre malsana de tratar de
ordenar pensamientos antes de comenzar la sesión!
Y aunque los pensamientos se ordenen
o algo así, el pensar necesita volver a mezclarlos como cartas en un juego sin
reglas.
Darse al pensar en la clínica, a
veces, consiste en no ceder a la tentación de organizar lo fragmentario.
Escribe Juan José Saer (2000) en su
novela La pesquisa: “Ustedes se deben estar preguntando, tal como los
conozco, qué posición ocupo yo en este relato, que parezco saber de los hechos
más de lo que demuestran a primera vista y hablo de ellos y los transmito con
la movilidad y la ubicuidad de quien posee una consciencia múltiple y
omnipresente, pero quiero hacerles notar que lo que estamos percibiendo en este
momento es tan fragmentario como lo que yo sé de lo que estoy refiriendo…”.
Como dice Saer se necesita darse a
pensar en un hablar fragmentario, sin organización, en el que se pierde la
posición y el hilo de lo que se está diciendo. Como si, por momentos, se diera
la impresión de que se sabe poco sobre la vida que se está viviendo. Lo que,
por cierto, ocurre.
40.
Dice Paul Valery citado por Blanchot
en La literatura del desastre: “Pensar…pensar hasta perder el hilo”.
Un gran alivio que Valery pudiera
decir que “perder el hilo” no indica la desgracia o el fracaso del
pensar.
Se dice: “No se vaya por las
ramas”. “¿A dónde va con tantos rodeos?”. “¿A qué apunta?”. “Por
favor redondee”. “Me perdí, ¿en qué estábamos?”. “Pero ¿qué relación
hay entre una cosa y la otra?”. “¿Puedo contar algo que no tiene nada que
ver?”.
Tal vez perder el hilo como
insumisión temática.
O un pensar que da puntadas sin hilo.
Puntadas que atraviesan emociones sin anudarlas a un pensamiento. Puntadas que
sólo dicen algo que sienten al pasar por ahí: un temblor, una aspereza, una
expulsión, una sensación para la que no encuentran palabras.
41.
Según una leyenda helénica, fruto de
una traición, una venganza, una pasión inexplicable, nace el Minotauro. Una
criatura desmesurada con cuerpo humano y cabeza de toro. Un monstruo condenado
a vivir prisionero para siempre en un laberinto perfecto. Una existencia
horrorosa que cumple con el hábito de alimentarse con catorce jóvenes
atenienses cada año. Un tributo de guerra del que goza el rey Minos.
Teseo se ofrece como voluntario para
acabar con la crueldad mecánica de la criatura. Aun sabiendo que si lograra
matarlo no tendría forma de salir del laberinto. Sin embargo, gracias al amor
de Ariadna consigue lo imposible. Ella lo provee de un maravilloso ovillo de
hebras de oro. Lo instruye, con ternura, de que tiene que atar la punta en la
puerta de entrada desenredando el hilo a cada paso por los sinuosos pasillos
hasta dar con la morada del Minotauro. Y, en caso de lograr el cometido, volver
siguiendo el hilo hasta la salida.
Tal vez el pensar clínico piensa y
piensa hasta perder el hilo sí, pero conservando siempre el conjuro o alivio de
una salida: ¿dejamos por hoy acá?, ¿nos quedamos por ahora con esto?, ¿trazamos
una marca en este momento para retomar?
42.
Tener una emergencia no tiene
relación con ordenar, sino con no saber qué hacer con lo que se nos impone.
Ante la imposición se necesita actuar procurando que la premura no añada error
al daño.
43.
Muchas veces se necesita hablar y
hablar para poder pensar.
El habla clínica compone un habla de
iniciación.
Se trata de aprender a hablar una
lengua no sólo impropia, sino también inapropiada. Una lengua inadecuada e
inconveniente.
Aprender hablar una lengua
fragmentaria y monstruosa.
Incluso aprender la soledad de la
lengua.
44.
Increíble Freud, a comienzos del
siglo veinte, sumergido en el imperio del racionalismo de la filosofía alemana,
atender pensamientos que se nos imponen más allá de la voluntad. La conjetura
del inconsciente como una máquina que piensa sola. Como red de arrastre que
captura pensamientos que navegan aguas pretendidamente personales que componen
también mares de la historia.
45.
Borges (1937) en La máquina de
pensar de Raimundo Lulio, ironiza sobre el arte combinatorio de atributos y
predicaciones del artefacto concebido, en el siglo XIII, por el alquimista y
cabalista español Raymundo Lulio.
Pero máquinas sofisticadas que
producen enunciados cada vez más exhaustivos, no piensan. No tienen el don del
silencio.
46.
Winnicott observa que infancias
conciben juguetes no como objetos, sino como amistades y amores. El
psicoanalista, que muere en Londres en 1971, consideraba que la paradoja del
juego consistía en «crear lo dado».
Tal vez en eso resida una
de las condiciones primeras del pensar.
47.
El psicoanálisis hace tambalear la
racionalidad moderna con la idea de inconsciente. Inventa artificios para un
pensamiento clínico: el diván, la asociación libre, la atención flotante.
Pichon-Rivière, décadas después,
propone la conversación grupal como una condición del aprender a pensar.
Escucha pensamientos como voces superpuestas que pertenecen a una época.
Considera a las vidas hablantes portadoras de esas voces. Concibe el pensar
como cucharón que revuelve el caldero de lo común. Como revoltijo, revuelta,
revolcón.
48.
Bion (1962), en un texto que se
llama Teoría del pensamiento, considera que el pensar no produce
pensamientos, sino que sobreviene para poder hacer algo con
pensamientos que nos hablan o se expresan sin que los podamos pensar.
¿Sufrimos por lo que pensamos o
sufrimos por no saber cómo desactivar pensamientos que lastiman,
vigilan, ultrajan?
Tal vez pensar quiera decir revocar el
poder de pensamientos que se nos imponen.
Para Bion el pensar comienza cuando
hacemos algo con la frustración y la decepción. Con angustias todavía no
cubiertas de palabras.
49.
André Green (2002) publica un libro
con el título de El pensamiento clínico. Observa numerosos desacuerdos
entre clínica y pensamiento. Se pregunta qué tipo de pensamiento
supone la racionalidad psicoanalítica a partir de la idea de inconsciente.
La clínica observa, deduce, interpreta, reconoce cuadros clínicos y sus
transformaciones, interviene, acumula experiencias, ¿la clínica no piensa?
Tal vez convenga distinguir
pensamientos clínicos de momentos en los que en la clínica se piensa.
Pensamientos construyen puertos desde los que vuelve a partir el pensar.
En conversaciones clínicas, el acto
de pensar no compone tanto con los infinitivos eslabonar, enlazar, encadenar.
Sobreviene más como momento de indecisión o asombro. Instante en el que no
sabemos cómo seguir. Un hasta aquí llegamos, sin llegar a pensar por
ahora eso que, sin embargo, vislumbramos como cosa que no
sabemos pensar todavía.
50.
Sesiones clínicas no se reducen a un
análisis. Intentan algo todavía más inquietante e inasible: pensar sin poder
pensar. El acto de pensar dándose tiempo de estar no pudiendo pensar. Un pensar
sin saber pensar que, no obstante, piensa sin poder hacerlo.
51.
Elías Canetti (1979), en La
lengua absuelta, se pregunta: “¿Habrá alguna idea que no merezca pensarse
de nuevo?”.
Pensar reside en volver a pensar lo
impensado en lo ya pensado.
52.
Pensar tiene más relación con
improvisar que con conocer. El coreógrafo David Zambrano dice: “improvisar
consiste en el arte de entrar y salir de lo ya conocido”. Tal vez aprender el
pasaje.
No encajar lo no conocido en lo
conocido. No volver a recrear lo conocido en lo desconocido. Soltar lo conocido
aun temiendo ya no poder volver.
A veces, el pensamiento clínico no
sólo improvisa. También piensa: enrarece lo conocido hasta desconocerlo.
Un pensar que parte sin saber hacia
dónde, con el riesgo de extraviar el camino.
53.
Habitamos dispersiones disciplinadas
por una lengua, porosidades por las que pasan océanos, composiciones
caprichosas, perplejidades aferradas a unas cuantas ficciones, tangentes que
copulan y se separan. Pero se sigue llamando a esas tensiones inconcebibles: el
sujeto.
Algunos pensamientos reinan durante
siglos. Respaldan y reciben respaldo de algún poder. Hay una geopolítica
colonial de los pensamientos.
Se trata de hacer la prueba de pensar
profanando pensamientos sagrados: pensar la vida sin la idea de sujeto,
de ser, de identidad, de yo, de psiquismo. Pensar en contra
de la inercia de lo establecido.
54.
Pensar la vida no quiere decir
ponerle un espejo delante para sumirla en un reflejo ni cavar hendiduras en lo
visible. Pensar la vida, vivirla en el cuerpo que late y respira, agasajarla
con el lenguaje que la delira.
Tal vez llamamos reflexión a
pensamientos que gozan admirándose frente a los espejos. Pero, cada tanto, el
pensar pasa del otro lado. Se asoma a un más allá extraño o ajeno que (a veces)
regocija y calma.
55.
En ocasiones imaginación y fantasía
acontecen como películas en las que el pensar se abandona a no pensar. O a
pensar sin saber que se está pensando.
56.
Se conoce la palabra cerrazón. Una
inmensa oscuridad que precede tempestades que cubre el cielo con nubes negras.
Clínicas imaginan llaves para las
cerrazones. Un pensar que no abre ni cierra cerraduras de zonas blindadas o
inexpugnables. Llaves que no abren, sino que piensan.
El estribillo de Luna tucumana,
la zamba de Atahualpa Yupanqui dice: “Perdido en las cerrazones, / quién
sabe, vidita, por dónde andaré… / Mas cuando salga la luna / cantaré, cantaré…”.
Llaves que, sin embargo, sirven como
inspiración de una puerta por venir o amuleto de las aperturas.
57.
Mientras pensamientos atestiguan o
pretenden que alguien tuvo algo que decir, la condición primera del pensar
reside en no tener nada que decir.
No sólo la angustia no se puede
decir. Muchas emociones nos dejan sin palabras o hacen nudos en las gargantas.
¿Cuántas veces el amor no puede decirse o se dice sin decirse de tantos modos?
A veces, el pensar sobreviene como
silenciosa dicha que no sabe cómo agradecer la vida y otras nos llega como
horror que enmudece negándose a tener que decir otra vez lo que tanto nos
duele.
Se lee en Adagia de Wallace
Stevens (1955): “No tener nada que decir y decirlo en forma trágica, / no
es lo mismo que tener algo que decir”.
Vivimos en una época que suele
confundir la abundancia de pensamientos trágicos con la cruda y suave lucidez
del pensar.
58.
Pensar no interesa sólo como
producción de pensamientos, sino como movimiento gestante de posibilidad.
Se podría intentar distinguir entre
lo no posible y lo imposible. Lo no posible compone un asunto cerrado, mientras
la imposibilidad, en ocasiones, se ofrece como punto de partida o llamado de
posibilidad.
Llamamos impoder al gesto que no
obstante procura lo posible de la imposibilidad.
Escribe Musil (1942): “El
sentido de la posibilidad se podría definir como facultad de pensar en todo
aquello que podría ser, sin considerar lo que es más importante que lo que no
es”.
59.
Rigideces y acartonamientos, no
componen durezas circunstanciales del pensar, sino vicios que lo entumecen.
No sabemos los pensamientos que
vendrán. Pero, como diría Cortázar (1973), nos gustaría que nazcan del
erotismo, del juego, de la alegría.
60.
Pensar consiste en introducir tiempo
en una vida apremiada por pensamientos desquiciados.
61.
Darse al pensar supone una magia que
nadie posee ni se sabe de antemano. Una magia que, si se da, se da como una
voluptuosidad entre lo aleatorio y lo destinado, entre lo contingente y lo
deseado.
Pero, sobre esa magia queda casi todo
sin decir.
Quizás darse al pensar suponga eso:
dar lo que queda sin decir.
Dar la insinuación dando lo venidero.
Tal vez se trate de darse a una
insinuación.
Insinuación que da a entender algo
que no se completa. Que sugiere algo que, por discreción y delicadeza, tiene la
prudencia de no decirse.
(Se conoce este fragmento de
Heráclito: “La naturaleza tiene el pudor de ocultarse”; que quizás podría
glosarse así: La vida tiene la sabiduría de insinuarse).
La insinuación no se contiene de
decir, recuerda que lo que queda sin decir resulta infinitamente más que lo que
puede llegar a decirse.
La insinuación introduce silencio en
el acto de pensar.
La insinuación provoca, a veces,
fastidio, ofuscación, molestia, pedido de aclaración.
¿Qué quiso decir? ¿Podría
desarrollar más? ¿A dónde pretende llegar?
La insinuación inspira y seduce.
Anuncia algo que no se termina de expresar. Mantiene pendiente, en vilo, en
expectación. Enciende una espera. Hace rodeos alrededor de algo velado o no
decible.
La insinuación llega hasta el umbral
de lo indecidible. Resguarda la primicia del próximo paso.
La insinuación no pierde el hilo, lo
corta justo cuando dan ganas de seguir.
62.
La expresión darse a la
insinuación no se reduce a una práctica de la sugerencia.
Insinuar supone dar a entender algo
que no se termina de completar por precaución, por indecisión o porque incita
más a medias o apenas asomado.
Darse a la insinuación solicita otra
cosa: entregarse a sentir la vida apenas expresada. Como manifestación siempre
inconclusa.
La vida no se presenta en partes para
que completemos sus intenciones. Se presenta no presentándose del todo porque
no hay todo en la vida en tanto está aconteciendo.
63.
Una delicadeza del pensar clínico
reside en la insinuación. Suavidad que se aproxima a lo impensado no como
secreto a revelar, sino como encanto del acto de pensar.
64.
Darse al pensar compromete una
apertura y una suspensión de lo ya pensado. No alcanza con admitir influencias
y afluencias. Ni declarar adhesiones. Se necesita entrar en un tembladeral.
Abandonarse y dejarse llevar por una corriente sin saber hacia dónde. Tal vez a
un sitio de desesperación, de agotamiento, de encierro. O, quizás, a un refugio
o abrigo habitado por otras perplejidades.
65.
Tarde o temprano, darse al pensar
choca con la muerte. Entonces, sobreviene la pregunta de si podremos hacer algo
o no con ese golpe.
¿Reconforta pensar que la vida
seguirá aun cuando ya no estemos para pensarla? ¿Gratitud anticipada por un
porvenir en el que no viviremos?
66.
Una cosa tener pensamientos, otra
pensar. Pensamientos tiene cualquiera. Ocurrencias o instantes de chispa: eso,
mal que bien, puede suceder.
Pensar implica atravesar momentos de
pasmo e indecisión. Pensar entraña un peligro o un salto al vacío.
Se cuenta que Enrique Santos
Discépolo se refirió al tango como a “un sentimiento triste que se baila”.
Darse al pensar se aproxima más
a eso: a bailar un pensamiento antes que a repetir el pensamiento que
nombra a ese sentimiento.
67.
Muchas veces se vuelve a la premisa
de Descartes “pienso, luego existo”.
En los últimos días del hospital
psiquiátrico, en una reunión de equipo, una voz clínica explicó que atendíamos
existencias amenazadas de no existir. Dijo: “Para quienes sobreviven, el
día a día se reduce solo a una prueba: consumo, luego existo”.
Y, así esa vez, cada cual dibujó
formas de existencia: bailo, luego existo; lucho, luego existo; sufro,
luego existo; me quejo, luego existo; me victimizo, luego existo; me
río, luego existo; tengo con quienes, luego existo.
Consumir, bailar, luchar, sufrir,
quejarse, victimizarse, reír, tener con quiénes, tal vez tengan que considerarse
prefijos del pensar.
68.
Se podría decir que el pensar que nos
gusta acontece en las orillas. En un límite, borde o banda estrecha que sabe
los costados: de un lado, dolores de un mundo en ruinas y, del otro, amores,
amistades, sueños, canciones, risas.
69.
La pregunta sobre el pensar, como
sostiene Heidegger en sus lecciones, apunta más a lo no pensando que a lo ya
pensando.
El contento de la clínica reside en
dar con eso que no había pensado, con eso que no había
tenido en cuenta, con eso que no se le había ocurrido.
Lo no pensando no expone un defecto
del pensar, sino su condición habilitadora de lo por venir.
Cuando se dice desactivar pensamientos
o revocar el poder de los pensamientos que se nos imponen, no se
pretende suprimir lo que nos lastima o hace sufrir. Se aspira a que lo ya
pensado no alambre el territorio del pensar. Que los pensamientos de siempre,
que se golpean como moscas encerradas contra un vidrio, no impidan la apertura
del pensar.
A veces pensar requiere descongelar
pensamientos que, a lo largo de muchos años, helaron hasta las lágrimas.
70.
Pensar equivale a escuchar silencios
que asoman sus cabezas en pensamientos compactos y aplanados.
Pensar solicita abismarse en las
grietas y rajaduras que el tiempo inflige a los pensamientos macizos.
71.
La pose de pensar no equivale a
pensar. No se podría asegurar que la figura de El pensador de Rodin,
proyectada a fines del siglo diecinueve, esté pensando. El acatamiento de un
canon no significa pensar. Entre erudición y solemnidad e invención y juego, se
mueve el pensar. Entre la seriedad y la risa. Entre la meditación y la
conversación, se mueve el pensar. Entre lo correcto y esperado y entre la
inadecuación y la inconveniencia, se mueve el pensar. Entre la ley y la
transgresión. Entre el respeto y la irreverencia, se mueve el pensar. Entre lo
sagrado y lo profano. Entre el tribunal y la revuelta, se mueve el pensar.
72.
En la clínica, el acto de pensar
muchas veces acontece inadvertido mientras se está hablando. No interesan tanto
los pensamientos previos, sino el pensar diciéndose. La expresión: “Estoy
pensando en voz alta” anuncia un pensar ahora.
No se trata de analizar discursos
como si se tratara de mariposas disecadas, ¿se apuesta al fluir desconcertante
de una conversación viva?
73.
El narrador de Casa tomada, el
cuento de Cortázar (1951), dice en un momento: “Estábamos bien, y poco a
poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar”.
Se puede vivir sin pensar, pero ello
implica renunciar, sacrificar, abandonar territorios posibles. Se han hecho
ciento de interpretaciones sobre el cuento. Eso ahora no importa. Sabemos la
vivencia de tener la cabeza tomada. De no poder pensar ni dormir y, tampoco,
poder huir cerrando la puerta y tirando la llave por la alcantarilla.
Se saben muchos actos extremos para
escapar de pensamientos que asedian.
74.
Estancias clínicas intentan pensar
desde el desamparo, desde el miedo, desde la confusión, desde el extremo
cansancio.
Desde la no ganas de pensar. Procuran
pensar estando ahí: en esos sentimientos que impiden pensar.
Tener pensamientos: no supone pensar.
Estancias clínicas intentan pensar sabiendo pensamientos automáticos y
autónomos. Pensamientos que lastiman de un modo encantador. Pensamientos que
torturan acogiendo con explicaciones y sentencias. Pensamientos que no se dejan
pensar.
75.
Cuando no podemos o no sabemos pensar
lo que nos está pasando, sobrevienen aturdimientos que adormecen o a
aceleraciones que provocan sopor.
No conocemos bien cómo ni por qué,
pero sabemos que pensamientos que nos martirizan, a veces, también, atraen y embriagan.
¿Esos pensamientos persuaden que nos
protegen de algo peor? O, ¿calman asegurando que fuera de ellos ya no podrá
haber al que nos dañe más?
76.
Se dice en El Rey Lear: “Somos
para los dioses como las moscas para los niños: nos matan por diversión”.
En esa clave shakesperiana, se
lee en Lacan (1966) que una vida puede consumirse como juguete de malicias que
nos piensan. Que nos analizamos para impedir que esos pensamientos abusen,
parasiten, gocen, nuestras breves existencias.
77.
Acaso, ¿preferible la mansedumbre del
malestar antes que el vacío de pensar?
Una canción de Charly García (1982)
que se llama Inconsciente colectivo advierte que también escuchamos
pensamientos como voces de una época. Algunas nos llegan como pan o como
susurros gustosos. Otros como chicharras en los aleros del pensar. Otros
viniendo de un transformador que consume vida, tira para atrás y pide más y
más.
Se dice: “Nace una flor, todos
los días sale el Sol / De vez en cuando, escuchas aquella voz / Cómo de pan,
gustosa de cantar / En los aleros de la mente con las chicharras
Pero, a la vez, existe un
transformador / Que se consume lo mejor que tenés / Te tira atrás, te pide más
y más / Y llega un punto en que no querés…”.
El transformador se presenta como
voracidad que traga, como máquina de crueldad, de apremio, de demanda. Tal vez
el pensar se podría imaginar, en ocasiones clínicas, como ecualizador que
intenta bajar el volumen de pensamientos que lastiman.
78.
Pensamientos que mortifican,
¿protegen de ferocidades que mortifican más?
A veces, llamamos angustia ¿a un sin
sentido, un vacío, un impensable, que se vuelve ensañamiento?
79.
Abismos dan miedo y atraen.
¿Qué se hace ante una hondura sin
fondo? ¿Asomarse a lo insondable?, ¿tener la precaución de alejarse?,
¿construir una baranda segura?
O, como dice Valery que haría
Leonardo, ¿diseñar un puente o inventarse alas de pájaro?
Hermes, dios del que proviene la
palabra hermenéutica, suele representarse como un personaje con los pies
alados.
80.
En 1947, Tosquelles formula la idea
de pensar con los pies. Dice: “Cuando paseamos por el mundo, lo que cuenta
no es la cabeza, son los pies. Saber dónde pisas”. Considera que los pies
ayudan a leer el mundo.
Pensar desde los pies, desde una uña
encarnada, desde un dolor de muelas, desde el sufrimiento de alguien a quien se
ama, desde un país en llamas, desde la última caricia, desde te extraño o
desde te quiero. Pensar sin tener que ir a ninguna parte. Pensar desde la
espuma, desde el viento, desde el mundo que duele. Incluso desde el temor,
desde la despedida, desde la cercanía de la muerte. Pensar desde el agotamiento
de los pensamientos que nos piensan.
Pensar desde innumerables líneas de
partida que sobrevienen de un silencio.
81.
Pocas figuras sobre el pensar como la
de los “pensamientos descalzos” que Felisberto Hernández (1964)
esboza en un libro que no llega a publicar: Tierras de la memoria. Un
pensar desvestido de palabras. Un pensar que sobreviene cuando la inteligencia
se retira de los ojos. Un pensar que sabe los dolores del cuerpo. Un pensar
siempre recién llegado.
Se lee: “A veces mis
pensamientos están reunidos en algún lugar de mi cabeza y deliberan a puertas
cerradas; es entonces cuando se olvidan del cuerpo. A veces el cuerpo es
prudente con ellos y no los interrumpe; se limita a mandar noticias de su
existencia cuando está cansado, cuando está triste o cuando le duele algo. Yo
no sé quién lleva estas noticias ni qué caminos ha tomado para llegar a la
cabeza. El recién llegado llama suavemente, empuja la puerta donde los
pensamientos están reunidos, e inmediatamente el que va se transforma en otro
pensamiento: este se entiende con los demás y da la noticia: allá lejos en un
pie, una uña está encarnada. Al principio los otros pensamientos no hacen caso
al recién llegado, le dicen que espere un momento y hasta se enojan con él;
pero el recién llegado insiste y los otros tienen que suspender la reunión de
mala gana y hacer otra cosa: tienen que volverse otros pensamientos y
preocuparse por el cuerpo. El cuerpo, a su vez, tiene que molestar a todas las
demás regiones, entonces el cuerpo se levanta y va rengueando a calentar agua,
la pone en una palangana y por último mete adentro la uña encarnada. Después
vuelven los pensamientos a ser otros, a ser los que estaban reunidos a puerta
cerrada y se olvidan del cuerpo y de la uña que ha quedado dentro de la
palangana.
Yo creo que en todo el cuerpo habitan
pensamientos, aunque no todos vayan a la cabeza y se vistan de palabras. Yo sé
que por el cuerpo andan pensamientos descalzos. Cuando los ojos parecen estar
ausentes porque su mirada está perdida y porque la inteligencia se ha retirado
de ellos por unos instantes y los ha dejado vacíos, y mientras los pensamientos
de la cabeza deliberan a puerta cerrada, los pensamientos descalzos suben por
el cuerpo y se instalan en los ojos”.
82.
Pensar supone decidirse por algo
sabiendo lo mucho que se deja de lado.
83.
Tres condiciones del pensar: el
asombro, las preguntas que no cesan, las palabras que simulan respuestas que
las palabras no tienen.
84.
Un pensar clínico procura que la vida
entre en conversación. No se contenta con la reiteración de pensamientos que
pretenden explicarla.
Pero ¿en qué consiste conversar la
vida? Tal vez en hablar, hablar, hablar, hasta escuchar sus silencios.
85.
El desafío de pensar no reside en no
saber qué hacer con las incertidumbres que crecen, sino en cómo hacer para
desprendernos de las certezas a las que nos aferramos con obstinación.
86.
Dos condiciones del pensar:
transitoriedad y conjetura.
Transitoriedad que recuerda la
caducidad de cualquier reinado. Conjetura herida por la refutación.
Otra condición del darse al pensar:
escuchar, más allá de eso que creemos saber, de eso que nos
gustaría oír, de eso que estamos impacientes por decir.
87.
Darse al pensar supone acudir a una
cita con la vida. Sin demandar o pretender más u otra cosa que lo que la vida
da.
Paul Celan, al recibir en 1958 el
premio de literatura de la ciudad de Bremen, comienza su discurso recordando
que en lengua alemana las palabras pensar y agradecer (denken y danken)
provienen de un mismo lugar.
En ese discurso, Celan agradece que,
en medio de todas las pérdidas de la guerra, todavía quede la lengua. Una
lengua que sobrevivió a las hablas mortíferas. Una lengua que aguardó
enmudecida y sin respuestas. Una lengua que, a pesar de tanto horror, no
desertó de la ilusión de pensar.
Si la vida pensara lo que estamos
haciendo con ella, no alcanzarían todas las gotas del océano para sus lágrimas.
88.
Oración laica:
Que los tiempos políticos que corren
no nos priven de imaginar un mundo de cercanías de cuidado, amorosas y
sensibles.
Que las actuales limitaciones que
tenemos para vivir y pensar de otro modo, no limiten porvenires de lo común.
Que el deseo de pensar prevalezca
sobre el deseo de poder.
Que tengamos con quienes pensar, aun
no sabiendo qué.
Que no olvidemos que un común pensar,
a pesar de que no consiga explicar nada, al cabo suaviza lo inexplicable.
Que sepamos que, mientras juntadas
para pensar sigan ocurriendo (como deseo, como fantasía, como
conversación), “no merecerá el Mundo el fin del mundo”.
Que no sintamos que se ha hecho
demasiado tarde para pensar: una tardanza dolida que sabe crueldades y
devastaciones, a veces, impulsa todavía más el deseo de pensar.
Que nos permitamos pensar aun
sabiendo que podemos no estar sabiendo pensar.
Que sigamos pensando con la prudencia
del poco saber, pero sin miedo.
Que nos animemos a pensar sin delegar
ni confiar en buenas influencias.
Que todavía podamos pensar sin
internet.
Que volvamos a pensar como si nos
tocara hacerlo por primera vez.
Que insistamos en pensar sin la
creencia de un “sí mismo” que piensa por cuenta propia.
Que probemos pensar imitando
desvaríos y ocurrencias de los sueños.
Que el acto de pensar no se confunda
con descifrar. Tampoco con opinar o aconsejar.
Que el acto de pensar cobije lo
irreductible y lo indecidible.
Que el acto de pensar no pretenda
mostrar. Que conserve la potencia de la insinuación que se abstiene a cualquier
demostración.
Que recordemos que no alcanza con
pensar «que estos tiempos políticos nos afectan un montón», para tener una
idea de cuánto nos afecta todo lo que (nos) está pasando: las consecuencias del
horror van más allá de lo que creemos saber sobre qué nos hace el horror.
Que consideremos que el darse al
pensar no se reduce a tener pensamientos. Pensamientos relucen como cicatrices
del pensar.
Que hagamos nuestra la cercanía de
los infinitivos pensar y agradecer. Que nunca renunciemos al acto de pensar
para agradecer la vida, ni dejemos de agradecer el don de pensar.
Que tengamos presente que, a veces,
pensar sucede como espera sin pensamientos. Como estiramiento del cuerpo sin
pensamientos. Como honda respiración que nos hace cerrar los ojos sin
pensamientos. Como interrogación de un horizonte mudo. Como disolución de sí.
Como intento de preservar el presente de su inmediata e instantánea
desaparición.
89.
Verter silencio en el cuenco de lo ya
pensado: en eso reside darse al pensar.
En Vermeer, escribe Wislawa
Szymborska: “Mientras esa mujer del Rijksmuseum / con esa calma y
concentración pintadas / siga vertiendo leche de la jarra al cuenco / no
merecerá el Mundo / el fin del mundo”.
90.
Horacio González (1996) lo
dijo: “Deberíamos pensar otra cosa y no sabemos qué. Ese no saber es lo
que nos interesa”.
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