Fuente: Jacobin
Link de Origen:
https://jacobinlat.com/2025/03/podemos-derrotar-a-milei-y-a-la-ultraderecha/
El gobierno de una ultraderecha cada
vez más autoritaria y antidemocrática nos exige nuevos análisis y estrategias.
Y existen recursos sociales de resistencia para la conformación de un frente
antifascista que son alentadores.
El ciclo de resistencia y luchas
sociales argentinas desde el inicio de la gestión de Gobierno de Javier Milei,
en diciembre de 2023, registró algunas movilizaciones históricas (como las que
se realizaron en defensa de la universidad pública) e importantes períodos de
quietismo. Más allá de un posible análisis un tanto superficial, gracias al que
constatemos tranquilizadoramente que siguen existiendo reservas de energía de
combate en grandes sectores sociales, sería importante tratar de comprender si
podemos analizar estas altas y bajas e intervenir en la lucha con las mismas
herramientas que en el ciclo anterior o debemos comenzar a forjar algunas
nuevas.
Para abajo
El pasado 10 de diciembre, el
Gobierno argentino de Javier Milei hacía el balance de su primer año de gestión
con alegría, festejando un dato de inflación de 2,4% para el onceavo mes del
año (algo que para cualquier otro país podría ser una cifra preocupante de
inflación anual pero que en nuestra Argentina de los últimos tiempos resulta
ser un dato mensual a la baja), celebrando junto a la extrema derecha
internacional el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos (con la
esperanza más o menos explícita de obtener beneficios políticos y económicos de
su alineación sin mediaciones con la nueva administración estadounidense) y con
el contexto local de lucha y resistencia social más bajo en varias
décadas.
Aunque la Confederación General del
Trabajo (CGT) había iniciado su relación con el gobierno libertariano con dos
muy tempranas huelgas generales (24 de enero y 9 de mayo de 2024), para el
segundo semestre ya había abandonado la lucha frontal contra el oficialismo,
empezado a ralear a los sectores gremiales relativamente más combativos y
explicitado su apuesta por el «dialoguismo». Esta «estrategia» se sostuvo
contra viento y marea hasta hace pocos días, cuando se anunció una tercera
huelga general para el 10 de abril, incluso después de las reiteradas
humillaciones a las que el Poder Ejecutivo sometió a los líderes sindicales,
avanzando sin cuidado ni intento de negociación alguna con toda una serie de
reformas regresivas de la legislación laboral, atacando el sistema de obras
sociales e incluso acelerando el ritmo de los despidos en el Estado y la
destrucción de distintos organismos públicos, incluyendo a algunos tan emblemáticos
como los Espacios de la Memoria o el Archivo de la Memoria (testimonios de la
última dictadura cívico-militar).
Tras la floja huelga convocada a
fines de octubre por la Mesa Nacional del Transporte (herramienta con la que el
líder camionero Pablo Moyano intentó, sin éxito, paralelizar la conducción
cegetista para seguir presionando al oficialismo) y la salida del propio Moyano
del triunvirato dirigente de la central obrera, el final de 2024 fue deprimente
en cuanto a conflictividad social. Luchas gremiales testigo, como la de los
trabajadores aeronáuticos, se cerraban silenciosamente, la huelga general que
tímidamente se había evaluado para el último mes del año nunca se concretó y la
mayoría de los sindicatos acabaron por aceptar el «techo» paritario fijado por
el oficialismo (en muchos casos firmando aumentos salariales por debajo de la
inflación, salvo dignas excepciones como bancarios o aceiteros, entre muy pocos
otros). Con las organizaciones sociales muy golpeadas por la ofensiva económica
y judicial que el Gobierno desató en su contra apenas asumió, ni siquiera se
respetó la tradición de los «diciembres calientes» argentinos, que en otros
años desembocaron en grandes movilizaciones populares para garantizar una digna
mesa navideña. El año cerraba así con una Argentina desmovilizada, casi
desconocida.
Para arriba
Entusiasmado con ese escenario, Milei
arrancó el año exultante, desbocado, defendiendo el saludo nazi de Elon Musk en
la asunción de Trump y amenazando: «Los vamos a ir a buscar hasta el último
rincón del planeta en defensa de la libertad. Zurdos hijos de putas, tiemblen»
(esta última coma no estaba en el posteo original, pero no pude resistirme a la
corrección). Las posteriores explicaciones de sus funcionarios de que nos iban
a venir a buscar «para dialogar» no consiguieron tranquilizarnos del todo. En
ese estado de ánimo triunfal, el presidente argentino participó del Foro
Económico Mundial de Davos el 23 de enero, instancia en la que intentó
ratificar su servil alineamiento con el presidente estadounidense, sosteniendo
que «el wokismo es la epidemia que hay que curar y el cáncer que hay que
extirpar» y listando de manera contundente a sus enemigos principales:
«Feminismo, diversidad, inclusión, equidad, inmigración, aborto, ecologismo,
ideología de género».
En su discurso sostuvo que la
ideología de género «constituye lisa y llanamente abuso infantil» y que sus
defensores «son pedófilos»; que las políticas trans «están dañando
irreversiblemente a niños sanos mediante tratamientos hormonales y
mutilaciones, como si un menor de cinco años pudiera prestar su consentimiento
a semejante cosa»; que el «feminismo radical» es «una distorsión del concepto
de igualdad y aún en su versión más benévola es redundante» porque «todo lo
demás es búsqueda de privilegios» y que «hordas de migrantes» hoy «abusan,
violan o matan a ciudadanos europeos que solo cometieron el pecado de no haber
adherido a una religión en particular». «Pero cuando uno cuestiona estas
situaciones es tildado de racista, xenófobo o nazi», concluyó.
Tras estos escandalosos dichos en
Suiza grandes sectores de la sociedad argentina reaccionaron con furia y
convocaron a una impactante y masiva «Marcha federal del orgullo antifascista,
antirracista, LGBTIQ+» que el 1 de febrero sacudió la modorra veraniega del
país. La protesta, nacida de una autoconvocada asamblea antifascista LGBTIQ+,
fue multiplicada por organizaciones feministas y de la diversidad sexual, por
organismos de derechos humanos, organizaciones sociales, gremios y partidos
políticos. Aunque la marcha principal, que movilizó a cientos de miles de
personas entre Congreso y Plaza de Mayo, se realizó en la Ciudad de Buenos
Aires, se replicaron convocatorias en cerca de 130 ciudades argentinas (y hasta
en 15 del extranjero, incluyendo a Lisboa, Madrid, Roma, París, Londres y
Berlín). Quedó claro que la provocación discursiva contra algunas conquistas
históricas había tocado puntos sensibles para grandes sectores sociales, que
consideraron necesario marcarle un límite a la brutal verborrea presidencial.
Este auténtico punto de inflexión fue
seguido por un gravísimo «error no forzado» del Gobierno: la estafa de la
criptomoneda $LIBRA. El 14 de febrero a las 19, Milei publicó en su cuenta de X
el llamado a invertir en el token $LIBRA, lanzado segundos antes, con un enlace
al sitio donde se podía realizar la operación y los datos del contrato de la
cripto. La publicación recién fue borrada después de la medianoche, cuando sus
valores ya se habían desplomado, momento en que el presidente argentino intentó
despegarse del escándalo afirmando que «no estaba interiorizado de los
pormenores del proyecto». Durante las primeras horas, y gracias a la difusión
de Milei, la criptomoneda convocó a más de 44 mil inversores y multiplicó
exponencialmente su valor hasta que sus creadores realizaron un clásico «rug
pull» que hizo que perdiera en minutos el 89% de lo conseguido, dejándole
ganancias de hasta 87 millones de dólares a algunas pocas cuentas y generando
perjuicios (en algunos casos millonarios) para la gran mayoría de quienes
creyeron en la promoción de Milei. El posterior análisis del caso develó
también responsabilidades de su entorno, particularmente de su hermana Karina,
donde imperaba una lógica de recaudación ilegal, por la que se cobraban sumas
millonarias para garantizar reuniones con el presidente argentino. Más allá de
las derivaciones judiciales del caso, tanto en Argentina como en Europa y
Estados Unidos, la maniobra generó un importante quiebre de confianza de muchos
de los seguidores de Milei y le adosó la etiqueta de «estafador», difícil de
remover pese a la impúdica complicidad mediática con los intentos oficiales de
lavarse las manos y esconder su evidente responsabilidad. Muchas encuestas
señalan que a partir del caso la imagen negativa de Milei comenzó a superar a
la positiva.
Con el perfil presidencial
deteriorado y algunos datos macroeconómicos preocupantes, el oficialismo se
abocó desesperadamente a intentar garantizar un nuevo préstamo del Fondo
Monetario Internacional (FMI), que le permita llegar con algo de aire a las
elecciones de medio término de este año. Con el aval del organismo de crédito
internacional, que anticipó su voluntad de volver a prestarle al país una cifra
que, según trascendidos (porque no hay informes oficiales) estaría entre los 10
y 20 mil millones de dólares (que se sumarían a los 44 mil millones ya
entregados a la administración de Mauricio Macri, que en su mayor parte
terminaron en la fuga de divisas), el Gobierno firmó un Decreto de Necesidad y
Urgencia (DNU) para habilitar el nuevo endeudamiento, pese a que la legislación
vigente obliga a que este tipo de operaciones sean aprobadas por ley. En el
cuestionable sistema legal argentino, basta con que una de las Cámaras del
Congreso avale un DNU para que éste quede «blindado» y en vigencia. El
oficialismo necesitaba de este apoyo legislativo y, sin sorpresa para nadie, lo
obtuvo.
Pero el significativo triunfo
parlamentario se vio contrapesado por dos enormes movilizaciones callejeras,
que los miércoles 12 y 19 de marzo, conmocionaron al país y plantearon un
contraste indisimulable entre un inmenso sector social activo y movilizado y un
Congreso cómplice del Gobierno, que debió sesionar rodeado por un impactante
operativo de seguridad. Hace años, incluso desde la gestión de Alberto
Fernández, que un sector de jubilados viene movilizando semanalmente a la Plaza
de los dos Congresos para protestar por el deterioro de sus haberes. Estos
reclamos se potenciaron con la gestión Milei, que no sólo cargó el peso del
ajuste estatal sobre la tercera edad sino que además eliminó beneficios clave
como la provisión gratuita de medicamentos. Después de reiteradas represiones a
estas protestas durante los últimos meses, hasta entonces sólo acompañadas por
algunas organizaciones de izquierda, el 12 de marzo se sumaron solidariamente
al reclamo organizaciones informales de hinchas de numerosos clubes de fútbol y
diversas organizaciones gremiales, incluyendo a la CGT (a último momento y con
una columna testimonial). La movilización, que apuntaba a ser masiva, fue
reprimida brutalmente por un operativo de seguridad que comenzó con las
agresiones incluso antes de la hora de convocatoria. El operativo diseñado por
la ministra de Seguridad Patricia Bullrich dejó a más de 100 detenidos y
decenas de heridos, incluyendo al fotógrafo Pablo Grillo, quien quedó en coma
por el impacto de una granada de gas lacrimógeno que le fracturó el cráneo
(afortunadamente en las últimas horas presentó signos iniciales de
recuperación). Las denuncias por la represión injustificada e ilegal y las
escenas de combate callejero, que en algunos casos recordaban al 2001,
recorrieron el mundo.
En la protesta del miércoles 19, las
fuerzas de seguridad no reprimieron (porque, más allá del consenso social de un
sector muy afín al Gobierno, hubiera implicado un costo político muy alto), por
lo que la cartera de Seguridad apostó a la «disuasión». En las principales
estaciones de tren de acceso a la Ciudad, se difundió por pantallas y altavoces
un mensaje que decía: «Protesta no es violencia. La policía va a reprimir todo
atentado contra la República». También se implementaron controles vehiculares y
de pasajeros, y hasta se hizo público un aviso que prometía una «recompensa» de
10 millones de pesos (alrededor de 10 mil dólares, mucho más que lo que se
ofrece en otros casos policiales) para quien compartiera información que
permitiera identificar a alguno de los responsables de la violencia durante las
manifestaciones. Cualquier similitud con un estado policial, no es pura
coincidencia. Sin embargo, más allá de las amenazas y los intentos de
intimidación, el masivo repudio a la represión previa garantizó una
convocatoria aún más masiva que la del miércoles anterior, con el apoyo activo
de organizaciones gremiales, políticas, estudiantiles, de derechos humanos y de
sectores de la cultura.
¿Y ahora?
¿Esto significa que la correlación de
fuerzas se revirtió y que ahora el gobierno está al borde del abismo y a la
defensiva ante un ascenso de la lucha social que lo tiene contra las cuerdas?
¿Ahora sí se cae el proyecto libertariano?
Más allá del «impresionismo» de buena
parte de la izquierda local, lo cierto es que la situación es algo más
compleja, como lo demuestran los sucesivos logros parlamentarios, la sostenida
destrucción de organismos estatales, la permanencia de los despidos y la
ofensiva antiderechos. Es que la aparente debilidad parlamentaria de La
Libertad Avanza (LLA), con su evidente incapacidad para garantizar mayorías
propias en ninguna de las dos cámaras del Congreso, no implicó una gestión
signada por la debilidad sino que, pese a las más flagrantes torpezas
parlamentarias, el Gobierno logró que el Parlamento acompañe todas y cada una
de las leyes que necesitó, desde la inicial Ley Bases hasta el reciente
proyecto de nuevo endeudamiento con el FMI. A cada momento hubo legisladores de
sus aliados de partidos de derecha o centro (PRO, UCR, Coalición Cívica, el
heterogéneo bloque Encuentro Federal o incluso del peronismo provincial) que
garantizaron las leyes reclamadas por el Poder Ejecutivo. De una forma u otra,
incluyendo las más básicas motivaciones monetarias o de promesa de cargos, el
Gobierno logró siempre los votos necesarios.
Esta capacidad de forjar las alianzas
parlamentarias necesarias en cada momento no se compatibiliza con algunas de
las caracterizaciones iniciales que anticipaban que el no haber logrado
construir mayorías propias en Diputados o Senadores sería un talón de Aquiles
de la administración libertariana. Pese a no tenerlas, el oficialismo logró
avanzar con apoyo legislativo en la construcción de un proyecto cada vez más
represivo, pulverizando el poder adquisitivo de los salarios, destruyendo
derechos laborales históricos y normalizando niveles represivos que en
Argentina no se veían hace décadas. Esto no significa, ni mucho menos, que el
oficialismo tenga un panorama despejado hacia adelante, ya que sigue siendo
extremadamente sensible a perturbaciones macroeconómicas y una gran conmoción
en los mercados internacionales podría destruir el castillo de naipes de fuga
de dólares y «bicicleta financiera» que construyeron, para cuya defensa tal vez
podría no ser suficiente siquiera el nuevo préstamo del FMI.
El problema es con las
caracterizaciones estáticas y superficiales que ante cualquier tambaleo oficial
caracterizan una crisis terminal. Así, lo vivido durante el primer año de
gestión libertariana habría simplemente un interregno insólito de pasivización
social para el que, ahora que parece haberse reactivado una cierta dinámica de
movilización callejera, ya no necesitamos buscar explicaciones ni motivos. El
hecho de que sectores tan duramente golpeados por las políticas oficiales (como
estatales, organizaciones sociales y sectores de trabajadores como el de la
construcción, con récord de destrucción de empleos) no hayan podido mostrar una
mayor capacidad de reacción ¿no debiera llevarnos a buscar los motivos
profundos de esa dinámica? Porque está claro que ya no basta (si es que alguna
vez bastó) con la clásica explicación unívoca de las traiciones o defecciones
de las direcciones burocráticas de los gremios, únicas responsables de
«contener» la sempiterna voluntad de lucha de sus bases. ¿Tenemos que
considerar sólo como una anomalía, como un fenómeno pasajero, el hecho de que
en un país que fue ejemplo mundial de lucha por los derechos humanos se hayan
naturalizado tan rápidamente discursos que reivindican explícitamente a la
ultraderecha, a la dictadura y a la represión estatal contra los
opositores? Que un proyecto político sin tradición y sin estructura haya
logrado implementar el ajuste más brutal de la historia argentina ¿no nos exige
indagar seriamente en las posibles transformaciones subjetivas de fondo que lo
permitieron?
En cualquier caso, no conviene apurar
caracterizaciones ni dejarnos llevar por impresiones momentáneas. Más allá de
los golpes que efectivamente sufrió Milei en los últimos meses, lo cierto es
que conserva un masivo apoyo social que, pese a todo, no baja del 40%, con un
núcleo duro de 20 o 25% al que la propaganda oficial dirige las brutalidades
propagandísticas más extremas, que está dispuesto a celebrar el apaleo a los
jubilados, el asesinato de opositores y el endeudamiento con el FMI en el marco
de una lucha a muerte contra «los zurdos». «El socialismo no se discute, se
erradica. La casta no se reforma, se destruye. Los enemigos del progreso no se
convencen, se eliminan. Y no vamos a parar hasta que el último de ellos
desaparezca», sintetizó una cuenta de Twitter atribuída al asesor presidencial
estrella Santiago Caputo. Si no fueran suficientes otros motivos, la
proliferación de discursos que buscan nuestra eliminación física, debiera
obligar a todo militante de izquierda a seguir afinando los análisis sobre las
causas y condiciones de posibilidad de un escenario que hasta hace unos pocos
años era inimaginable para nuestro país, lo mismo que sobre todas las
implicancias políticas de la irrupción de una nueva derecha que parece haber
llegado a la política argentina para quedarse.
Síntomas de recomposición y necesidad
de una nueva izquierda
Sin embargo, también podría estar conformándose un bloque opositor heterogéneo,
que empieza a recomponerse después de la devastación subjetiva que implicó el
nefasto gobierno de Alberto Fernández (que podría haber cerrado el ciclo
abierto en 2001). Hoy todas las encuestas muestran que más de la mitad de la
población argentina repudia claramente los principales ejes de la política
mileísta. En algunos casos, como el de la defensa de la educación y la salud
pública, el apoyo social a estas políticas supera el 80%, marcando los límites
de la «batalla cultural» de redes sociales que impulsa el Gobierno. Pero esto
todavía no se traduce en un discurso político opositor articulado sino, por
ahora, en malestar social generalizado. La masiva y diversa reacción popular
del 1 de febrero no sólo dio pruebas de que más de la mitad del país está
dispuesto a marcarle un límite a las brutalidades libertarianas, sino que también
incorporó un elemento clave como articulador de la heterogeneidad opositora: el
antifascismo. La lucha contra el fascismo (más allá de la necesidad de seguir
afinando caracterizaciones respecto de esta definición y sus límites) permite
articular las luchas de colectivos tan diversos como el sindical, estudiantil,
feminista, LGBTIQ+, antirrepresivo, de la cultura, etcétera, etcétera. Y la
reactivación de la movilización callejera, ahora en apoyo a los jubilados pero
seguro seguirán otras, puede contribuir a cohesionar y a revitalizar a este
potencial bloque opositor hoy absolutamente huérfano de alternativas
políticas.
La traducción política de los
diversos reclamos de un bloque social multiforme, que en alguna medida se
define por la oposición a una gestión y a un proyecto político, no se logra
rápida ni sencillamente. La derecha necesitó de siete años para «hacer un
partido y ganar las elecciones», pasando de las seminales movilizaciones de
2008 en defensa «del campo» a la articulación de un proyecto político
triunfante que sin contradicciones sirviera de vehículo a la «coalición
política del agronegocio», algo conseguido recién con la presidencia de Macri
en 2015. Aunque la actual crisis subjetiva de los sectores populares es
profunda, nos vemos ante el desafío de hacerlo más rápido, entre otras cosas
porque no hay forma de soportar mucho tiempo más esta devastación
generalizada.
Pero todo un sector de la izquierda
tradicional argentina (trotskista y no trotskista) parece incapaz de ajustar su
política al nuevo escenario que nos propone una ultraderecha en el poder,
limitándose a actuar por reflejo condicionado sin dar cuenta de que el
crescendo autoritario y antidemocrático exige una apuesta creciente por la
unidad, sin tanta preocupación por la «demarcación» o por «no quedar pegados»
en acciones comunes con organizaciones afines al peronismo.
Así, la caracterización superficial
de esta izquierda sobre la supuesta «debilidad» del Gobierno de Milei,
inamovible contra toda evidencia durante estos fatales 15 meses en que
soportamos un brutal embate político y económico desde el Estado, se traduce
también en la reproducción de tácticas sectarias. Desde este punto de vista,
que no es patrimonio sólo de la izquierda de nuestro país, no sería tan
importante garantizar la existencia de un frente unitario y diverso para
derrotar los planes de la ultraderecha, ya que estos se encontrarían al borde
del desplome por acción de la creciente movilización social, sino que la
prioridad pasa por «diferenciarse» de cualquier alternativa reformista o
socialdemócrata para así poder «capitalizar» la crisis inevitable en forma de
autoconstrucción del partido revolucionario, manteniendo la pureza y evitando
cualquier peligro de contaminación peronista. Pero no sólo que esta estrategia
ya se demostró como fallida en distintos momentos históricos (el más cercano
fue el de la crisis del peronismo tras el gobierno de Alberto Fernández, que en
absoluto se tradujo en crecimiento de la izquierda y fue íntegramente
capitalizado por la derecha) sino que hoy sólo contribuye a debilitar el
imprescindible frente opositor antifascista que debemos construir para echar
abajo al Gobierno de Milei. Y, más a mediano plazo, también resulta una apuesta
absolutamente contraria a la construcción de un proyecto y una organización de
nueva izquierda diversa y plural que efectivamente se proponga como alternativa
de poder, más allá de las tranquilizadoras autoproclamaciones revolucionarias
de hoy y de ayer.
Pedro Perucca Sociólogo, periodista, editor asistente de Jacobin América
latina.
La derecha ¿dividida o diversa? ¿como votarian en el la concejalía? Adorni representa a los libertarios y Lospennato al PRO. Marra y Larreta... ¿Peronismo?: Santoro encabeza el frente Es Ahora Buenos Aires ... ajjajajajjajajjaja , ¿santoro peronista? malísima representatividad, enorme falta de presencia, toda la CapFed, sólo quiere ser como recoleta city
ResponderEliminarCoinicido. En el denominado campo nacional y popular siguen sin entender nada.
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