Nos Disparan desde el Campanario Fascismo, definición… por Frédéric Lordon

 

 

Fuente: Jacobin

Link de Origen:

https://jacobinlat.com/2025/03/fascismo-definicion/

 

Traducción: Rolando Prats

La fijación en los particulares tiene un remedio: el concepto, que es general. En consecuencia, susceptible de declinarse en configuraciones históricas, incluso en las que aún no conocemos. Mientras no se conceptualice, el fascismo seguirá siendo una evocación histórica no extrapolable.

El artículo a continuación fue publicado originalmente en Communis. Lo reproducimos en Revista Jacobin como parte de la asociación de colaboración entre ambos medios.

 

Aestas alturas, cuando hay milicias que marchan por las calles de París, mientras gritan «París es nazi», y apuñalan a activistas de izquierda, debería estar bastante claro que eso hacia lo que nos encaminamos merita que lo llamemos «fascismo».

Está claro, y al mismo tiempo no lo está tanto. Sucede que en el episodio en cuestión —la referencia histórica directamente invocada— no hay lugar para un sinfín de interpretaciones. De hecho, lo verdaderamente trágico es que se necesiten muestras tan claramente reconocibles para que el comentario conceda «fascismo». Probablemente harán falta esvásticas en los frontones de los edificios públicos para que La Nuance otorgue que es real el peligro de una deriva fascista; de momento, consentimos en decir «iliberal», y aun así, solo en días de gran embriaguez política. Es cierto que, ochenta años después, todavía hay quienes siguen negando, contra el colaboracionismo y las redadas, que haya existido algo así como un fascismo francés.

Por desgracia, lo de rehusar el obstáculo no se circunscribe a la prensa burguesa. Por razones que tienen que ver con presuntas exigencias de rigor histórico y con segundas intenciones políticas menos declaradas, no pocos sectores de la izquierda crítica simplemente se rehúsan a decir «fascismo», pues el «pánico fascista» es mala consejera, conduce a estampidas electorales y a frentes republicanos ensamblados a como sea; en resumen, al vagabundeo de las masas. Hasta aquí las segundas intenciones políticas. En cuanto a las exigencias de rigor, las ponemos a buen resguardo detrás de Poulantzas, Marx o Gramsci, y decimos: «Estado autoritario», «bonapartismo», «cesarismo». Pero, sobre todo, no «fascismo».

Sin embargo, dejamos atrás el «bonapartismo» o el «cesarismo» cuando el Estado autoritario se lía con el elemento racista más allá de cierto umbral, ya que, lo que se dice «liado», lo está casi constitutivamente, en cuanto Estado del capital, y por tanto, Estado racial[1], desde las depredaciones de la acumulación primitiva hasta el tratamiento contemporáneo de las poblaciones nacidas de la colonización o de la esclavitud. Hay, sin embargo, transposiciones de umbral que marcan diferencias cualitativas, como cuando el racismo sistémico de Estado comienza a formularse según la modalidad sistemática de la deportación. La formulación es ahora explícita en los Estados Unidos de Trump, y pronto lo será en la Francia de Le Pen-Retailleau. En ambos casos, la alianza del chárter y la motosierra no deja de tener futuro; por cierto, habrá que esperar a ver hasta cuándo el Partido Socialista fingirá no darse cuenta.

Ni siquiera es seguro que esta evolución, no obstante enceguecedora, baste para desarmar las reticencias, y ello hasta tanto toda la parafernalia fascista —los uniformes, los brazaletes y los estandartes— vuelva a salir a las calles (aun cuando ya lo haya hecho…). Es cierto que la fijación en los signos externos que ha registrado y descrito la historia sigue siendo el principal obstáculo a la hora de reconocer lo mismo cuando se presenta bajo otra forma.

Puede que Orwell no previera la variante «inmobiliaria» del trumpismo, pero sí advirtió contra resurgimientos irreconocibles: el fascismo de «bombín y paraguas enrollado», o con gorra roja de «MAGA». Ahí estaba lo esencial, y, como no se le prestó atención, el fascismo ha preservado su estatuto de hápax, no apto para pensar la política contemporánea. Hay un solo remedio para la fijación en las imágenes —es decir, en los particulares—: el concepto, que es general. En consecuencia, susceptible de declinarse en configuraciones históricas, e incluso de dar cabida a las que aún no conocemos.

Mientras no se proponga un concepto, el fascismo seguirá siendo una evocación histórica no extrapolable. Por supuesto, ninguna definición indica las causas ni las rutas de escape. Pero más nos vale nombrarlas adecuadamente para poder reconocer las unas y las otras, además de que el simple acto de nombrar no está exento de consecuencias.

Suele ser este el momento en que invocamos a Umberto Eco y sus «catorce claves para reconocer el fascismo». Es por ahí que debemos enrumbarnos. Pero no con catorce criterios. Catorce criterios no forman un concepto, ni una definición: conforman una descripción. O hasta una calcomanía… de la primera ocurrencia histórica. Cuyo cuadro, precisamente, jamás habrá de reproducirse de forma idéntica, y, por tanto, no es de utilidad alguna a la hora de pensar re-actualizaciones originales.

Un concepto: tarea nada fácil. Así que hay que empezar por intentarlo. He aquí una tentativa: el fascismo es una combinación de tres elementos.

1) Un Estado autoritario. Por un lado, empeñado en la normalización institucional de todos los sectores de la producción de ideas: educación, investigación, cultura, medios de comunicación: la purga «antiwoke» de las instituciones de la administración pública estadounidense probablemente se convierta en modelo del género.

Un Estado, por otra parte, que ha cerrado filas con su aparato de represión, cuya policía y cuyo aparato judicial están comprometidos con su orientación ideológica, sin duda también armada, empleable con fines policiales, aparato oficial articulado con extensiones no oficiales, grupúsculos satélites, milicias callejeras enardecidas por milicias digitales, en un movimiento de explosión de todas las normas de la violencia política; entre las «señas» (que no los elementos de definición) figurará con toda seguridad la ocurrencia de asesinatos políticos. Desafortunadamente, podemos pronosticar que no tardará en ocurrir. En cualquier caso, en materia de violencia política, la única regla en lo que respecta al fascismo es la de que se puede esperar cualquier cosa.

2) Una instrumentalización sistemática de las angustias identitarias y de las pasiones penúltimas, es decir: llevar a una mayoría de dominados, objetivamente maltratados por el orden socioeconómico y simbólicamente degradados, a rehacerse a sí mismos volviéndose, no contra quienes los dominan sino contra algunos más dominados que ellos; más precisamente, contra alguna parte de la sociedad que se postula como infame y simbólicamente construida a esos fines de emuntorio.

3) Una doctrina civilizacional-jerárquica, dilatada en un horizonte apocalíptico, preñado de amenazas «existenciales». ¿Buscamos «señales» o «señas» de un resurgimiento fascista? La proliferación de la palabra «existencial» es, por excelencia, una. La palabra «existencial» es el concentrado paranoico del fascismo. Y la clave de su autorización de la violencia: puesto que si existe una «amenaza existencial», entonces es cuestión de «vida o muerte», y en esas condiciones de «peligro mortal», todo vale.

Disparar con ametralladoras contra embarcaciones de migrantes estará permitido, porque el Gran Reemplazo significa nuestra aniquilación. Perpetrar un genocidio contra el pueblo de Gaza y someter a depuración étnica a los supervivientes está permitido porque la propia Palestina es una «amenaza existencial» para Israel. Del mismo modo que Rusia lo será para nosotros si tenemos que plantearnos una guerra exterior para hacer que la gente se olvide del berenjenal en que estamos.

Del concepto a la realidad: ¿en qué punto nos encontramos? Todo comienza a encajar. La burguesía que ejerce el poder, tanto político como mediático, ha optado por el racismo antiárabe como nuevo principio rector: desde el caso Benlazar hasta la suerte compartida por Bétharram y el Liceo Averroès, los acontecimientos recientes no dejan de confirmar los que los precedieron. Todas las derechas se fusionan en un bloque de extrema derecha ideológicamente homogéneo, sin que falte, claro está, el macronismo, que tan bien habrá allanado el terreno durante ocho años.

Los medios de comunicación dominantes tienen ahora una sola agenda: cerrar el paso. Pero contra la izquierda. En Francia, La France insoumise es antisemita, Rassemblement National es republicana. En Estados Unidos, todo lo que esté a la izquierda de Trump es «comunista». El presidente-bis hace un saludo nazi, los editorialistas no creen ver en ello sino un arranque algo torpe de entusiasmo. Incluso cuando la imagen histórica está ahí delante de nuestros ojos, sigue siendo posible no verla. Por otra parte, una emisora de la radio pública se ha dado a examinar las posibilidades de una «Riviera en Gaza». El proceso sigue su trayectoria nominal.

 

Notas

[1] Según la tesis de David Goldberg, retomada y ampliada por Houria Bouteldja, véase David Theo Golberg, The Racial State, Wiley-Blackwell, 2001; Houria Bouteldja, Beaufs et barbares. Le pari du nous, La Fabrique, 2023.

 

Frédéric Lordon Economista y filósofo francés, Director de investigación del CNRS en el Centre Européende Sociologie et de Science Politique en París, es profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales y colaborador habitual de Le Monde diplomatique.

 

 


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