Milei es un pobre infeliz, que gobierna a un pueblo pobre, infeliz y cobarde..
Quien durante su vida ha tenido la oportunidad de conciliar un cordial encuentro con el diablo, en cualquiera de las tradiciones religiosas, incluso las no metódicas, sabe perfectamente que luego de tal experiencia uno deja de ser el mismo. Y es necesario saber distinguir sobre la modalidad del encuentro debido a que la cordialidad no es una propiedad ingenua pues está relacionada con la seducción que luce la tentación, aún se trate ésta de una fascinación personalizada, pues cada persona posee debilidades inherentes y particulares, por lo tanto la receta es a la carta. ¿Pero qué sucede con aquellos espíritus heroicos que entienden asequible caer en la tentación cordial del diablo para jugar una amistosa partida de manera contar con su gracia divina y de ese modo obtener una victoria épica? ¿Cuánto de homérica y eficaz tiene esa decisión cuando el recurso a utilizar resulta distante al propio espíritu del ideal? Y el peligro tangible está en el triunfo, porque dicha tentación consumada le dará cínica justificación al acuerdo. Sabemos que las sociedades se acomodan mejor y gustan más de las injusticias conservadoras del capitalismo que al heroico y humanista desorden épico.
El espíritu épico tiene como
característica vital el desinterés por su suerte individual. Muchos creen que
los déspotas temen a aquellos que no tienen nada que perder, y no es así, pues
basta plantarles algún servil incentivo que cuidar para que sus visiones épicas
caduquen y con esa caducidad amanezca la claudicación, típico comportamiento
pequeño burgués. “Que lo burgués no te quite lo valiente” fue el título con el
cual decoré un artículo hace más de una década, pues allí radica el dilema heróico. El carácter indestructible del SER heroico, principal temor del poder
real, es que no teme ni le importa perder, y esto es lo que lo define como tal,
en donde están incluidos la nobleza, el humanismo y la honradez de los
paradigmas. Últimamente el término heroico ha sido banalizado a tal punto que
cualquier psicópata desquiciado que no tiene ninguna previsión sobre las
consecuencias de sus actos es tomado como el protagonista de una tragedia homérica.
La épica no solo posee dos elementos entrelazados, el coraje y los principios,
sino que además, poéticamente, una tragedia incluye un destino inevitable y
vital, en donde pueden llegar a confrontra dos fines nobles. No hay épica sin principios nobles y con pusilanimidad, esto sucede
cuando el Ser heroico decide conciliar cordialmente con el Diablo. Y cuando me
refiero al Diablo no lo hago bajo términos místicos, deseo hacer hincapié en
claudicar ante la tentación y su timorato fetiche edulcorado, cuestiones que pretenden
convencernos que para luchar por las grandes causas se puede y se debe prescindir del riesgo.
*Gustavo Marcelo Sala. Editor
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