Nos Disparan desde el Campanario UN “ONGAÑATO” CON LA PAPADA EDITADA… por Favio Camargo

 

 


¿Otra vez este extraño personaje con sus delirios? Pobres niños los que tienen que aguantarlo en clase, diría indignada una oyente de la radio AM, mientras martillando carne para milanesas piensa que al país le hace falta mano dura, servicio militar y corned beef con trisoja para los pobres, porque el que tiene hambre come cualquier cosa… Trabajar como docente puede romperte la cabeza si te lo tomás muy en serio, no porque a uno lo hagan renegar, que a veces pasa, sino porque no podés apagar la cabeza cuando salís de la escuela. Los problemas de tus alumnos te persiguen aunque no tengas el poder para resolverlos, y a la gente que podría resolverlos aunque sea en parte, no les importa.

En esta oportunidad más que una joda el título es una advertencia.

Yo no creo en esa idiotez de que los docentes no deben hablar de política con sus alumnos. Yo lo hago, abiertamente, porque creo en que parte de la honestidad intelectual del docente es revelar su posición ideológica. No me pongo una careta para entrar a clase. Llego en bici, me cruzan haciendo compras, me ven en actos en lugares públicos, impostar un personaje como hacen algunos, sería ridículo. Además, porque es inevitable, el curso es Mundo y Argentina contemporánea. Hablamos de Alfonsín y de Perón, de Alsogaray y López Rega, de Kennedy y de Ho Chi Mihn.



Con la posición ideológica del docente expuesta, los alumnos más interesados en el tema pueden comprobar que en el plan de estudios de la cursada hay autores de todas las posturas y no solo los que le gustan más al docente. No te digo que voy a incluir un Balmaceda porque…tengo límites. Pero lamentablemente eso no pasa. No hay interés por la Historia. Menos por la política.

La mayoría no sabe por qué vota y que funciones debe cumplir cada funcionario. Que límites y que obligaciones tienen. La mayoría no iría a votar si no fuera obligatorio porque lo sienten totalmente innecesario. Nunca asistieron a una sesión del concejo deliberante ni se acercaron a un bloque de concejales para presentar un proyecto. Y no es que leyeron las plataformas de los candidatos y que se hayan decepcionado porque esa persona en la que creyeron después traiciona o negocia el pase por un par de líneas y patacones imaginarios. A la vista está que a muchos de ellos ni siquiera se les garantizan los derechos que establece la Constitución. No se “autoperciben” ciudadanos con derechos y obligaciones. Son “lagente” como dicen los periodistas porteños de los canales de noticias. Los partidos políticos los visitan una vez cada dos años. Muchas veces ni siquiera les hablan. Pasan la boleta por debajo de la puerta y se borran, como un gato que tiró el frasco de café de la mesada y lo estalló contra el piso de la cocina. A algunos puede parecerles algo exagerado, pero si juntamos todo esto ni siquiera creen en el sistema democrático. Se prenden muy rápido a un discurso muy violento que parece salido de “El Caudillo de la tercera posición”, pero con más llegada, ya que hoy las redes tienen alcance mundial en instantes.

Y acá viene lo que más asusta.

¿Reaccionarían ante un experimento autoritario?

¿Defenderían un sistema para el que son solo números en una planilla?

Como quien no quiere la cosa están sondeando eso en ciudadanos que van desde los 15 a los 20 años.




Los partidos tradicionales, no los payasos mediáticos que duran lo que un cubito al sol en la Historia, deben primero dejar de traicionarse más veces que un matrimonio de telenovela mejicana. Luego invitarlos a participar. Pero a participar de verdad. No a llevarlos a aplaudir a un acto. Formarlos en una idea, fomentarles el interés en las artes y el deporte, escucharlos y permitir que lleven adelante proyectos que puedan ver en el lugar donde viven, cosas que les mejoren la vida diaria y que les permitan ver que la política es una herramienta de transformación social y no un sello de goma que se gana el que pagó el mejor publicista y que con ese sello puede ahora someter y manejar a los demás como en un videojuego sin responder ante nadie.



Hay que reconstruir la creencia en la democracia como forma de vida. Pero no en la democracia liberal del voto y después por cuatro años jodete. Una democracia con justicia social real que garantice a su ciudadanía las condiciones para vivir como debe vivir una persona en el siglo XXI. Pero para lograr eso hay que disponer de recursos. Para ello es necesario reconstruir un Estado poderoso, con el manejo de  sus recursos naturales y estratégicos. Dejar de lado la vocación de virreinato que se ha impuesto desde los 90. Para ello se precisan dirigentes que no sean cobardes que se asustan con una encuesta de imagen o la tapa de un diario, de lo contrario el futuro es un “onganiato” con perros imaginarios.

 

*Favio Camargo. Docente, estudiante del Profesorado de Historia en la Universidad Nacional del Sur

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