Nos Disparan desde el Campanario Tener necesidad de que la gente piense… por Amador Fernández-Savater
Fuente: Lobo Suelto!
Link de Origen:
https://lobosuelto.com/tener-necesidad-de-que-la-gente-piense-amador-fernandez-savater/
En La sociedad del espectáculo, un
libro que desde su aparición en 1967 se ha convertido en clásico (es decir, un
libro siempre contemporáneo), el pensador francés Guy Debord afirma que la
verdadera catástrofe de la sociedad moderna no es un acontecimiento por venir,
ni tan siquiera un proceso en marcha (cambio climático, etc.), sino un
tipo de relación con el mundo: la posición de espectador, la subjetividad
espectadora.
¿En qué sentido? El espectador no
entra en contacto con el mundo, lo ve frente a sí. Desde un “mirador”
(el espectáculo) que concentra la mirada: centraliza y virtualiza, separa de la
diversidad de situaciones concretas que componen la vida. El espectador es
incapaz de pensamiento y de acción: se limita al juicio exterior (bien/mal), a
las generalidades y a la espera. Es una figura del aislamiento y la impotencia.
El espectador de Debord no ha quedado
superado ni mucho menos por la “interacción” de las redes sociales: se ha
convertido simplemente en el “opinador” de nuestros días, que siempre tiene
algo qué decir sobre lo que pasa (en la pantalla), pero no tiene ninguna
capacidad de cambiar nada.
El espectador es una categoría
abstracta, no alguien en concreto. Es por ejemplo cualquiera que se relacione
con el mundo opinando sobre los temas mediáticos, sin darse a sí mismo ningún
medio adecuado para pensar o actuar al respecto. Cualquiera de nosotros puede
colocarse en posición de espectador y también cualquiera puede salir. Esto es
lo que nos interesa ahora. ¿Cómo salir?
El espectador embrujado
Acaba de aparecer en Argentina La
brujería capitalista (Hekht libros), un libro de la filósofa Isabelle
Stengers y el editor Philippe Pignarre que nos permite avanzar en estas
cuestiones. Incluso por caminos diferentes a los de Guy Debord. ¿Qué quiero
decir?
Para Debord, el espectador es un ser
engañado y manipulado. Lo explica sobre todo muy claramente en sus Comentarios
sobre la sociedad del espectáculo, el libro que escribió en 1988. Stengers
y Pignarre desplazan esta cuestión: no se trata de mentiras o ilusiones, sino
de “embrujos”. Es decir: el problema es que nuestra capacidad de atención está
capturada y nuestra potencia de pensamiento está bloqueada. Por tanto, la
emancipación no pasa por tener o decir la Verdad, sino por generar “contra-embrujos”:
transformaciones concretas de la atención, la percepción y la sensibilidad.
Veamos esto más despacio. El
espectador queda atrapado una y otra vez en lo que los autores llaman
“alternativas infernales”. Por ejemplo: o bien se levantan vallas altas y
picudas, o se producirá una invasión migrante. O bien se bajan los salarios y
se desmantelan los derechos sociales, o las empresas se marcharán a otro lugar
con el trabajo. Aislado frente a su pantalla, el espectador es rehén de la
alternativa entre dos males. ¿Cómo escapar?
No se trata de “crítica”. De hecho,
el espectador puede ser muy crítico, asistir por ejemplo indignadísimo -como
todos nosotros hoy- al espectáculo de la corrupción, gozar viendo
rodar las cabezas de los poderosos, etc. Pero eso no cambia nada. Seguimos en
la posición espectadora: víctimas de la situación, reducidos al
juicio moral, a las generalidades (“son todos corruptos”, la “culpa es del
sistema”) y a la espera de que alguien “solucione” el problema.
Salimos de la posición espectadora
cuando nos volvemos capaces de pensar y actuar. Y nos volvemos capaces de
pensar y actuar produciendo lo que los autores llaman un “agarre” o un
“asidero”. Es decir, un espacio de pensamiento y acción a partir de un problema
concreto. En ese momento ya no estamos frente a la pantalla, opinando y a la
espera, sino implicados en una “situación de lucha”. Tanto hoy como ayer, son
esas situaciones de lucha las que crean nuevos planteamientos, nuevos
posibles y ponen a la sociedad en movimiento.
Sin pensamiento ni creación es
imposible que haya ningún cambio social sustancial y el mal (la corrupción o
cualquiera) reproducirá más tarde o más temprano sus efectos. En ese sentido,
en tanto que bloquea el pensamiento y la creación, la sociedad del espectáculo es
una sociedad detenida, un bucle infinito de los mismos problemas.
Situación de lucha
No se abre una situación de lucha
porque se sabe, sino precisamente para saber.No se crea una situación de
lucha porque hayamos tomado conciencia o abierto finalmente los ojos,
sino para pensar y abrir los ojos en compañía. La lucha es unaprendizaje, una
transformación de la atención, la percepción y la sensibilidad. El más intenso,
el más potente.
Los autores ponen varios ejemplos:
por ejemplo, la lucha de los medicamentos anti-sida. En 2001, 39 empresas
farmacéuticas mundiales, sostenidas por sus asociaciones profesionales, abren
proceso contra el gobierno sudafricano que garantizaba la disponibilidad a
costo moderado de medicamentos para el sida. La alternativa infernal entonces
decía: o hay patentes y precios altos, o es el fin de la investigación. El
progreso tiene un costo y un coste.
Pero las asociaciones de pacientes de
sida salen de su papel de víctimas y politizan la cuestión que les afecta:
investigación, disponibilidad de los medicamentos, derechos de los enfermos,
relación con los médicos. Piensan, crean, actúan. Suscitan nuevas conexiones
con asociaciones humanitarias, otros afectados, empresas farmacéuticas
sensibles, Estados favorables como Brasil, etc. Porque el mapa de una situación
de lucha (los amigos y los enemigos) nunca está claro antes de que se abra,
sino que esta lo redibuja. No hay “sujeto político” a priori, la situación de
lucha lo crea.
La alternativa infernal pierde fuerza
y los industriales acaban retirando su demanda. No porque los afectados les
hayan opuesto buenos argumentos críticos, sino porque han creado nueva
realidad: nuevas legitimidades, maneras de ver, sensibilidades, alianzas.
En una situación de lucha, nos dicen los autores, los diagnósticos críticos son
“pragmáticos”, es decir, inseparables de la cuestión de las estrategias y los
medios adecuados. En definitiva, de las alternativas infernales se sale sólo
“por el medio”: a través de situaciones concretas, por medio de prácticas,
desde la vida.
Podemos pensar en el mismo sentido
las luchas de los últimos años: desde la PAH hasta YO SÍ Sanidad Universal,
pasando por los movimientos de pensionistas y de mujeres. Una situación de
lucha es el “intelectual” más potente: no sólo describe la realidad, sino que
la crea, suscitando nuevas conexiones, problematizando nuevos objetos,
inventando nuevos enunciados. De hecho, los intelectuales-portavoces (nuevos y
viejos) surgen muchas veces en ausencia de situaciones de lucha, para
representar a los que no piensan.
Sin situaciones de lucha no hay
pensamiento. Sin pensamiento no hay creación. Sin creación estamos atrapados en
las alternativas infernales y espectaculares. La representación se separa de la
experiencia social. Sólo quedan los juicios morales, las generalidades y la
espera. El runrún cotidiano del espectáculo mediático y político, así como de
nuestras redes sociales.
Que la gente piense
Hoy vemos crecer un poco por todas
partes movimientos ultraconservadores. ¿Cómo combatirlos? La subjetividad a la
que interpelan todos estos movimientos es la subjetividad espectadora
y victimista: «el pueblo sufriente». La víctima critica, pero no emprende un
proceso de cambio; considera a algún Otro culpable de todos sus males; delega
sus potencias en “salvadores” a cambio de seguridad, orden, protección.
Escuchamos hoy en día a gente de
izquierda decir: disputemos el victimismo a la derecha. Hagamos como Trump o
Salvini, pero con otros contenidos, más “sociales”. Es una nueva alternativa
infernal: hacer como la derecha para que la derecha no crezca. Un modo de
reproducir la catástrofe que, como decíamos al principio, está inscrita en
la propia relación espectadora y victimizada con el mundo.
En 1984, a una pregunta sobre qué es
la izquierda, el filósofo francés Gilles Deleuze respondía: “la izquierda
necesita que la gente piense”. A estas alturas me parece la única definición
válida y la única salida posible. No disputarle a la derecha la gestión del
resentimiento, del miedo y el deseo de orden, sino salir de la posición de
víctimas. Que la gente piense y actúe, como se hizo durante el 15M, el
único cortafuegos de la derechización que ha funcionado durante años en este
país.
Dejar de repetir que “la gente” no
sabe, que la gente no puede, que no tiene tiempo ni luces para pensar o actuar,
que no pueden aprender o producir experiencias nuevas, que sólo pueden delegar
y que la única discusión posible -entre los “listos”, claro, entre los que no
son “la gente”- es sobre qué modos de representación son mejores que otros. Hay
mucha derecha en la izquierda.
Que la gente piense: no convencer o
seducir a la gente, considerada como “objeto” de nuestras pedagogías y nuestras
estrategias. Abrir procesos y espacios donde plantear juntos nuestros propios
problemas, tejer alianzas inesperadas, crear nuevos saberes. Aprender a ver el
mundo por nosotros mismos, ser los protagonistas de nuestro propio proceso de
aprendizaje.
Pensar es el único contra-embrujo
posible. Implica ir más allá de lo que se sabe y empieza por asumir un “no
saber”, arriesgarse a dudar o vacilar. Es el arte de liberar la atención
de su captura y volcarla en la propia experiencia. Poner el cuerpo, precisamente
lo que le falta a la posición de espectador, de tertuliano, de comentarista de
la política, de polemista en redes sociales.
Seguramente necesitamos una nueva
poética política. Por ejemplo, una palabra nueva para hablar de lucha, que
asociamos muy rápidamente a la movilización, a la agitación activista, a un
proceso separado de la vida, etc. Reinventar lo que es luchar. En realidad, una
lucha es un regalo que nos damos: la oportunidad de cambiar, de
transformarnos a la vez que transformamos la realidad, de mudar de piel. No hay
tantas.
Una situación de lucha no es ningún
camino de salvación. Así solo la ve el espectador, que se relaciona con todo
desde fuera. Desde dentro, es una trama infinitamente frágil, muy difícil de
sostener y avivar. Pero también es ese regalo. La ocasión de aprender, junto a
otros, de qué está hecho el mundo que habitamos, de tensarlo y tensarnos, de
probarlo y probarnos. Para no vivir y morir idiotas, es decir, como
espectadores.
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