Nos Disparan desde el Campanario La verdad existe… por Daniel Raventós y Julio Rozas

 

Fuente: Sin Permiso

Link de origen:

https://www.sinpermiso.info/textos/la-verdad-existe

 





“No existe algo llamado verdad objetiva. Nosotros mismos hacemos nuestra propia verdad. No existe una realidad objetiva. Nosotros hacemos nuestra propia realidad. Hay caminos de conocimiento espiritual, místico o interior que son superiores a nuestros caminos de conocimiento ordinarios… No importa que las creencias sean ciertas o no, siempre que sean significativas para uno”.

(Theodore Shick y Lewis Vaughn).

 

“No hay verdad, ni en el sentido moral ni en el científico”. (Adolf Hitler).

 

 

Estas citas que encabezan este texto pueden servir de inmejorable ejemplo de lo que queremos discutir, y contrastar con la postura que defendemos. Para algunos, la verdad es negociable, subjetiva, o ajena a las evidencias y pruebas empíricas; para otros simplemente no existe. Quienes defendieron estas ideas no son cosa del pasado. Están aquí y se están creciendo. Con mayor o menor grado están volviendo a tomar empuje entre determinados sectores sociales. Especialmente en EEUU con la nueva presidencia. Pero también con el auge de la extrema derecha en Europa. Es un fenómeno de alcance mundial. Cuando la verdad no existe, gana el que tiene más fuerza. Hitler sabía en este punto de qué hablaba.


La ciencia es un enemigo a batir para quienes afirman que la verdad no existe. Porque la ciencia, además de un cuerpo de conocimiento, “es una manera de pensar”, como lo expresaba Carl Sagan. Y añadía: “Todo depende de la prueba”. La prueba es implacable como bien saben quienes buscan “alternativas” a la ciencia. No son pocas las llamadas “ciencias alternativas”, “conocimientos alternativos” o “medicinas alternativas”. Una pequeña lista: Astrología, Parapsicología, Piramidología, Feng Shui, Cristaloterapia, Homeopatía, Frenología, Ufología, Reiki, Conciencia después de la muerte, Magnetoterapia, Diseño inteligente (DI), entre otras. Nos enfocaremos en este último, que podemos definir de la siguiente manera: la existencia de los seres vivos se explica mejor por una causa inteligente que por procesos como la selección natural. En esencia, el DI es una forma más o menos sutil de introducir directamente la idea de un dios en la explicación del origen de la vida. Por ello, cuando nos referimos a DI también incluimos al creacionismo. Veamos algunos de sus postulados más comunes.

1) Información compleja. Existen estructuras biológicas, como el ADN, que contienen información tan rica que es imposible explicarlas mediante procesos aleatorios naturales.

2) Muy relacionado con el postulado anterior, está el concepto de complejidad irreductible. Algunos sistemas biológicos son tan complejos que no podrían haber evolucionado gradualmente, ya que requieren la presencia simultánea de múltiples componentes para su funcionalidad. Es decir, como la selección natural favorece rasgos que proporcionan ventajas, nunca podría haber favorecido versiones intermedias disfuncionales (subóptimas) de estos sistemas. El ojo humano y los flagelos bacterianos acostumbran a ponerse como ejemplo.

3) Ajuste fino del universo. Es conocido que algunas constantes físicas (como la fuerza nuclear fuerte, la constante gravitacional, la constante cosmológica…) parecen estar “ajustadas” con gran precisión. De haber sido ligeramente distintas, el universo tal como lo conocemos no existiría, y en consecuencia tampoco la vida. Y aquí es donde los partidarios del DI dan el salto argumentativo: consideran que este ajuste es evidencia de un diseño inteligente que lo hizo posible.

¿Cómo contestar a cada una de estos postulados? Al primero y segundo, la biología ha demostrado de manera contundente que la evolución puede generar y aumentar la información genética mediante mecanismos naturales bien documentados, como las mutaciones, incluyendo duplicaciones génicas, la recombinación y la selección natural. Estos procesos, combinados a lo largo del tiempo, han podido dar lugar a la enorme diversidad biológica que observamos hoy.

La premisa de que ciertos sistemas biológicos no pueden haber evolucionado gradualmente es errónea. La biología evolutiva ha mostrado múltiples ejemplos de estructuras que parecían irreductiblemente complejas, pero que, al analizar detalladamente su evolución, se descubrió que pudieron surgir a partir de componentes más simples, con funciones diferentes. Veamos el caso del ojo humano, cuya evolución, desde simples células fotosensibles hasta la compleja estructura actual, puede explicarse perfectamente mediante procesos como la selección natural, y otros mecanismos evolutivos. Un ojo que, por cierto, de ser obra de un diseñador inteligente, difícilmente podría considerarse un diseño óptimo. Sus numerosas imperfecciones son bien conocidas, y reflejan el carácter acumulativo y no dirigido de la evolución por selección natural que, al no tener propósito ni previsión, actúa de manera miope. Muchos de los ejemplos propuestos por los defensores de la DI se enfocan en la evolución de características que han surgido a lo largo de innumerables generaciones, lo que dificulta su percepción a escala humana. Sin embargo, existen abundantes evidencias científicas de procesos adaptativos que han ocurrido en periodos de tiempo muy cortos y son claramente observables en la actualidad. Por ejemplo, la aparición de resistencia a los antibióticos en microbios patógenos debido a una exposición prolongada, así como la rápida generación y evolución de nuevas variantes del virus del COVID-19. Por lo tanto, el proceso gradual de la evolución puede manifestarse tanto en periodos prolongados, como en lapsos de tiempo breves que permiten su observación, documentación y estudio en tiempo real.

El tercer postulado también ha recibido explicaciones naturales que no requieren la hipótesis de un diseñador inteligente, o un dios encubierto. Una de ellas es el denominado principio antrópico cuya versión débil más o menos trivial (“el universo es como lo observamos porque de no ser así no estaríamos aquí para observarlo”) ha sido aceptada por científicos como Stephen Hawking. En cambio, la versión fuerte (“el universo debe poseer propiedades que permitan la existencia de la vida”) se considera puramente especulativa y sin evidencia alguna. Hay versiones, como la teleológica (“el universo tiene el propósito de generar vida y consciencia”), que la gran mayoría de la comunidad científica descarta por completo, considerándola una conjetura sin fundamento; de hecho, esencialmente es una idea religiosa disfrazada de argumento cosmológico.

La selección natural en cuestión

Recuérdese como Richard Dawkins resume la grandeza de la selección natural: “Ofrece muchas explicaciones ‘de peso’ gastando poco en supuestos o postulados, te da un montón de dividendos cognitivos por unidad explicativa, es decir, lo que explica, dividido por lo que necesita suponer para explicarlo, es grande”. Aunque las pruebas que aporta la evolución por selección natural son abrumadoras, hay quien la pone en duda. En muchos lugares del mundo. EEUU es un caso a mencionar. En este país, Gallup viene preguntando desde 1982 hasta la actualidad cuál de las siguientes afirmaciones parece más acorde con la opinión de la persona encuestada:

a) Los seres humanos se han desarrollado durante millones de años a partir de formas de vida menos avanzadas, pero Dios guio este proceso.

b) Los seres humanos se han desarrollado durante millones de años a partir de formas de vida menos avanzadas, pero Dios no tuvo parte en este proceso.

c) Dios creó a los seres humanos en su forma actual en los últimos 10.000 años.

A lo largo de las 4 décadas de historia de la encuesta un 40-47% ha respondido afirmativamente a la primera pregunta, un 30-38% a la tercera, y un 10-19% a la segunda. Es decir, más del 80% está de acuerdo con la evolución teísta y el creacionismo, mientras que menos del 20% lo está a favor de la evolución por procesos naturales. En Europa no hay estos descorazonadores porcentajes de teísmo y creacionismo.

Con la llegada de Trump a la presidencia de EEUU, la investigación científica enfrenta serios retrocesos, mientras que el obscurantismo gana terreno. No se trata solo de nombramientos polémicos, como el de Robert Kennedy Jr. como secretario de salud y servicios humanos, conocido por su ferviente postura antivacunas, sino también de drásticos recortes a la investigación científica. De hecho existe un deseo de degradar, si no eliminar, la evidencia independiente basada en la ciencia, idea resaltada recientemente en un editorial de la revista Nature. El bando de religiosos y obscurantistas contra la selección natural está cogiendo fuerzas con Trump porque, como dijo el gran especialista en especiación Jerry Coyne: “la selección natural es revolucionaria y es inquietante por el mismo motivo: explica el diseño aparente de la naturaleza mediante un proceso puramente materialista que no requiere de fuerzas naturales de creación o que guíen el proceso”. Una idea inaceptable para quienes sostienen creencias en fuerzas divinas o sobrenaturales.

Una confusión que podemos encontrar en más de una ocasión en ciencias sociales, o más precisamente, en algunos de sus académicos practicantes, es cierta aprensión para aceptar el darwinismo biológico por la supuesta conexión con el darwinismo social. La preocupación radica en la idea de que la aceptación del primero lleva inevitablemente a justificar el segundo. Sin embargo, pasar del primero al segundo incurre en dos falacias íntimamente relacionadas: la falacia naturalista y la del paso del ser al deber ser. A partir del hecho biológico de que, en la naturaleza, los individuos mejor adaptados tienen más posibilidades de sobrevivir y reproducirse, se concluye erróneamente que, en la sociedad, los hombres, blancos y ricos deben ocupar las posiciones más altas en la jerarquía social, mientras que los más débiles (mujeres, personas no blancas, pobres…) deben estar por debajo. Es decir, no solo se describe una situación, sino que se le otorga una justificación moral: no solamente están, sino que deben estar. El darwinismo social ha llevado a propuestas delirantes como la de la esterilización masiva de los pobres. Por otro lado, la falacia naturalista, aunque distinta, comparte algunos rasgos comunes con la anterior. Sostiene que como el darwinismo biológico es un proceso natural, también debería regir la organización social humana. En ambos casos distorsionan la teoría de la evolución darwiniana y la utilizan para justificar desigualdades arbitrarias.

No es “solamente” cuerpo de conocimiento, la ciencia es una manera de pensar

No es nuestra la idea. Carl Sagan en El mundo y sus demonios lo dijo de forma precisa: “la ciencia es más que un cuerpo de conocimiento, es una manera de pensar”. Es cierto que los conocimientos cada vez más sofisticados y especializados de las ciencias los desarrollan y pulen sus cultivadores, pero la ciencia no es exclusiva de ellos, es un método de comprender el mundo. Un especialista en biología evolutiva no necesariamente posee conocimientos de física cuántica, del mismo modo que un economista no tiene por qué estar familiarizado con la psicología cognitiva. Es difícil evitar la superespecialización, pero cuando Sagan, entre otros, ha defendido que la ciencia es una manera de pensar, se refería a algo mucho más simple, aunque cuestionado por los adversarios de la verdad: todo depende de la prueba. Y añadía: “la prueba debe ser irrecusable. Cuanto más deseamos que algo sea verdad, más cuidadosos hemos de ser”. Efectivamente, no sirve cualquier cosa. Que millones de personas aseguren haber visto ovnis, no constituye una prueba convincente de su existencia; que muchas personas digan haber presenciado doblar cucharas a distancia, no equivale a demostrarlo; que millones de personas recen para curarse a sí mismos o a sus seres queridos no aporta ninguna evidencia de que la oración tenga un efecto terapéutico (hasta ahora los estudios realizados no ofrecen ninguna conclusión ni correlación significativas); que muchas personas afirmen estar “profundamente convencidas” de la existencia de una deidad no representa, en sí mismo, prueba alguna de su existencia...

Efectivamente, todo depende de la prueba. La ciencia las aporta, los “conocimientos alternativos” como los citados anteriormente no, los “conocimientos” religiosos y obscurantistas tampoco. Hay que jugar con las mismas reglas. En el ajedrez, las reglas definen el juego. Si alguien juega de entrada con cuatro torres o 12 peones por bando, está jugando a otra cosa. Cuando afirmamos que ocurren determinados fenómenos, es necesario aportar pruebas; de lo contrario no es más que especular. Las reglas deben aplicarse a todos por igual. La ciencia, a través del método científico, establece un marco universal válido para cualquiera, sin distinción de creencias o ideologías. Un ADN de bonobo es un ADN de bonobo para una persona atea, chiita, hindú o cristiana. La fe católica, en cambio, solo sirve para las personas católicas. La fe o la creencia sin pruebas, solamente sirven, para utilizar la palabra de una forma muy laxa, a los que tienen fe. Son construcciones privadas, no universales. En el Estado más poderoso del mundo, organizaciones católicas como el Opus Dei y grupos evangélicos están apoderándose de puestos clave de la esfera pública. Un ejemplo revelador fue la aparición en televisión del actual Secretario de Estado de EEUU, en una entrevista sobre Ucrania y Palestina, con una cruz en la frente por el “Miércoles de Ceniza”, un símbolo confesional católico. Esto representa un gran peligro, o más bien una amenaza directa, para la libertad y la democracia. La ciencia, por el contrario, es pública, universal y democrática, es conocimiento compartido basado en reglas válidas para todos. No es conocimiento exclusivo de un club, una religión, una fundación o una sociedad de amigos. Es una manera de pensar y demostrar, de forma objetiva y verificable, que la verdad existe. Es un método exigente, no exento de problemas, pero el mejor que tenemos. Sus enemigos, sin embargo, son cada vez más poderosos. Ellos no creen en la verdad, ni en el ámbito moral ni en el científico. Tienen a unos buenos maestros.

 

Daniel Raventós  Es editor de Sin Permiso. Profesor titular en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona.

Julio Rozas Catedrático de Genética de la Universidad de Barcelona. Director del grupo de investigación Genómica Evolutiva & Bioinformática. Ha participado en la secuenciación y análisis de varios proyectos genómicos en animales y plantas, y ha desarrollado herramientas bioinformáticas para el análisis de la variabilidad del ADN.

 


Comentarios