Nos Disparan desde el Campanario Gestar posteridad… por Valeria González

 

 




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https://enelmargen.com/2025/03/26/gestar-posteridad-por-valeria-gonzalez/

 

Foto: Mariana Castielli.

Cuidado editorial: Gabriela Odena, Marisa Rosso.


S

Las bocas de los subterráneos fueron verdaderos partos dando a luz a multitudes que, durante largas horas, nacían a la calle una y otra vez. Y al pisar la vereda, llantos y gritos se suman a un cantar que ya venía sucediendo, cual señal vital, para mezclarse en esa marea histórica que nos acogió. Los tambores, como latidos incesantes, fueron la épica sonora que acompañó la entrada a este mundo, que son mil mundos, de cada veinticuatro de marzo.

O

Libertadura, lo primero que nos recibió escrito en la pared. La calle tiene duende poético y nombra con ingenio. Una condensación que lee nuestra actualidad y, como algunas imágenes, dice más que mil palabras.

N

Caminamos con dificultad y avanzamos lento porque una multitud saturó las calles y disputó con vendedores ambulantes un pedacito de asfalto que suele ser el cielo profano de las masas. Hay momentos donde las paradas resultan obligadas. Y entonces sólo resta mirar ese caudal atronador que, como el agua de un río, nunca es el mismo y al mismo tiempo, siempre es el mismo en ese al unísono del decir colectivo.

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Banderas, carteles hechos en cartón o cartulina, hojas de cuaderno rayadas con dibujos de niños que ya conocen los pañuelos blancos. Stencils que tatúan la memoria en letra molde sobre el cemento; afiches o aerosol en paredes, remeras, bolsos, gorros, aros, dijes y hasta la mismísima piel tatuada. Multiplicar las superficies de escritura.

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Un colectivo feminista de chicas muy jovencitas invita con papeles de taco de escritorio a escribir por qué marchamos. A quienes aceptan el convite de escribir le regalan un pañuelo blanco, pequeño como una mano, donde escribieron de puño y letra Nunca Más. Miles de pañuelos blancos en todas sus versiones. Como siempre. Pero en un año que ya nos encuentra sin Hebe, sin Norita y sin tantas otras, muchos pañuelos son llevados como los llevan las Madres de Plaza de Mayo: cubriendo la cabeza y anudado en la garganta. Garganta que hoy sabe de nudos y nudos que saben de atar a la vida.

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Todos quisimos llegar hasta la Plaza de Mayo. Resultó casi imposible por Av. de Mayo. Probamos suerte por las calles paralelas. Ni bien doblamos, en un claro de gente, una pared deja ver el dibujo de un grillo y un Nunca Más. Nunca Más un Grillo. También por eso marchamos.

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De repente un canto llama la atención. No. No es la letra que resulta conocida como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar. No. No es la letra lo extraño. Son las voces. Unos cinco o seis niños y niñas que gritan como un coro de cincuenta. Van tomados del brazo uno al lado del otro. Con cordones llevan sobre sus pechos carteles dibujados y escritos por ellos. Como llevan las Madres los carteles de sus hijos detenidos desaparecidos. Van rodeados por sus padres y madres. Una verdadera columna del porvenir. Cantan con gran algarabía. Se miran orgullosos y sonríen cuando su canto logra encender la mecha del canto de todos.

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Sonrío y los miro con una mezcla de ternura y alivio. En la calle, entre las columnas de la memoria, se gesta posteridad.


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