Nos Disparan desde el Campanario El plan maestro de Donald Trump para la economía… por Yanis Varoufakis
Fuente: Sin Permiso
Link de Origen:
https://www.sinpermiso.info/textos/el-plan-maestro-de-donald-trump-para-la-economia
Frente a las medidas económicas del
presidente Trump, sus críticos centristas oscilan entre la desesperación y una
conmovedora fe en que se desvanezca su frenesí arancelario. Suponen que Trump
resoplará y resoplará hasta que la realidad deje al descubierto la vacuidad de
su razonamiento económico. No han estado prestando atención: la fijación
arancelaria de Trump forma parte de un plan económico global que es sólido,
aunque sea algo intrínsecamente arriesgado.
Su forma de pensar [de ellos] conecta
directamente con un concepto erróneo de cómo se mueven el capital, el comercio
y el dinero en todo el mundo. Como el cervecero que se emborracha con su propia
cerveza, los centristas acabaron creyéndose su propia propaganda: que vivimos
en un mundo de mercados competitivos en el que el dinero es neutral y los
precios se ajustan para equilibrar la oferta y la demanda de todo. Ese Trump
tan poco sofisticado es, de hecho, mucho más sofisticado que ellos en el
sentido de que entiende cómo el poder económico en bruto, y no la productividad
marginal, decide quién hace qué a quién, tanto a escala nacional como
internacional.
Aunque nos arriesgamos a que el
abismo nos devuelva la mirada cuando intentamos darle una ojeada a la mente de
Trump, necesitamos comprender su pensamiento en relación con tres cuestiones
fundamentales: ¿por qué piensa él que los Estados Unidos están explotados por
el resto del mundo? ¿Cuál es su visión de un nuevo orden internacional en el
que los Estados Unidos puedan volver a ser “grandes”? ¿Cómo piensa conseguirlo?
Sólo entonces podremos elaborar una crítica sensata del plan director económico
de Trump.
¿Por qué cree el presidente que los
Estados Unidos ha recibido un trato malo? Su principal queja consiste en que la
supremacía del dólar puede conferir enormes poderes al gobierno y a la clase
dirigente de los Estados Unidos, pero, en última instancia, los extranjeros la
están utilizando de forma que garantiza el declive de los Estados Unidos. Así
es que lo que la mayoría considera un privilegio desorbitado de los Estados
Unidos, lo ve él como una carga desorbitada.
Trump lleva décadas lamentando el
declive de la industria manufacturera estadounidense: “Si no tienes acero, no
tienes país”. Pero ¿por qué culpar de esto al papel global del dólar? Pues porque,
responde Trump, los bancos centrales extranjeros no dejan que el dólar se
ajuste a la baja hasta el nivel “correcto”, en el que las exportaciones
estadounidenses se recuperan y las importaciones se frenan. No es que los
bancos centrales extranjeros estén conspirando contra los Estados Unidos. Es
tan solo que el dólar es la única reserva internacional segura de la que pueden
echar mano. Es natural que los bancos centrales europeos y asiáticos atesoren
los dólares que fluyen hacia Europa y Asia cuando los norteamericanos importan
cosas. Al no cambiar sus reservas de dólares por sus propias monedas, el Banco
Central Europeo, el Banco de Japón, el Banco Popular de China y el Banco de
Inglaterra suprimen la demanda de sus monedas (y, por tanto, su valor). Esto
ayuda a sus propios exportadores a aumentar sus ventas a los Estados Unidos y
ganar aún más dólares. En un círculo sin fin, estos dólares frescos se acumulan
en las arcas de los banqueros centrales extranjeros que, para ganar intereses
con seguridad, los utilizan para comprar deuda pública estadounidense.
Y ahí está el problema. Según Trump,
los Estados Unidos importan demasiado porque son un buen ciudadano global que
se siente obligado a proporcionar a los extranjeros los activos en dólares de
reserva que necesitan. En resumen, la industria manufacturera estadounidense
entró en declive porque los Estados Unidos son un buen samaritano: sus
trabajadores y su clase media sufren para que el resto del mundo pueda crecer a
su costa.
Pero el estatus hegemónico del dólar
también apuntala el excepcionalismo estadounidense, como bien sabe y aprecia
Trump. La compra de bonos del Tesoro norteamericano por parte de los bancos
centrales extranjeros permite al gobierno norteamericano incurrir en déficit y
pagar un ejército sobredimensionado que llevaría a la bancarrota a cualquier
otro país. Y al constituir el eje de los pagos internacionales, el dólar
hegemónico permite al presidente ejercer el equivalente moderno de la
diplomacia de las cañoneras: sancionar a voluntad a cualquier persona o
gobierno.
Esto no es suficiente, a los ojos de
Trump, para compensar el sufrimiento de los productores norteamericanos que se
ven debilitados por extranjeros cuyos banqueros centrales explotan un servicio
(las reservas de dólares) que los Estados Unidos les prestan gratuitamente para
mantener sobrevalorado el dólar. Para Trump, Estados Unidos se está socavando a
sí mismo por la gloria del poder geopolítico y la oportunidad de acumular
beneficios ajenos. Estas riquezas importadas benefician a Wall Street y a los
agentes inmobiliarios, pero sólo a expensas de las personas que le han elegido
dos veces: los norteamericanos de las zonas centrales que producen aquellos
bienes «varoniles» como el acero y los automóviles que una nación necesita para
seguir siendo viable.
Y esa no es la peor de las
preocupaciones de Trump. Su pesadilla es que esta hegemonía sea efímera. Ya en
1988, mientras promocionaba su Art of the Deal con Larry King y Oprah
Winfrey, se lamentaba: “Somos una nación deudora. Va a pasar algo en los
próximos años en este país, porque no se puede seguir perdiendo 200.000
millones de dólares al año”. Desde entonces, está cada vez más convencido de
que se acerca un terrible punto de inflexión: a medida que la producción de los
Estados Unidos disminuye en términos relativos, la demanda mundial del dólar
aumenta más rápidamente que los ingresos norteamericanos. El dólar tiene
entonces que apreciarse aún más rápido para satisfacer las necesidades de
reservas del resto del mundo. Esto no puede durar eternamente.
Cuando los déficits norteamericanos
superen un cierto umbral, los extranjeros entrarán en pánico. Venderán sus
activos denominados en dólares y buscarán otra moneda con la que atesorar. Los
norteamericanos quedarán en medio del caos internacional, con un sector
manufacturero destrozado, unos mercados financieros en ruinas y un Gobierno
insolvente. Este escenario de pesadilla ha convencido a Trump de que tiene la
misión de salvar a los Estados Unidos: que tiene el deber de marcar el comienzo
de un nuevo orden internacional. Y esa es la esencia de su plan: llevar a cabo
en 2025 un decisivo shock anti-Nixon, una conmoción global que anule
la obra de su predecesor al poner fin al sistema de Bretton Woods de 1971, que
fue la punta de lanza de la era de la financiarización.
Un elemento central de este nuevo
orden mundial sería un dólar más barato que siguiera siendo moneda de reserva
mundial, lo cual reduciría aún más los tipos de interés de los préstamos a
largo plazo de los Estados Unidos. ¿Puede Trump nadar (con un dólar hegemónico
y unos bonos del Tesoro norteamericano de bajo rendimiento) y guardar la ropa
(con un dólar depreciado)? Sabe que los mercados nunca lo conseguirán por sí
solos. Sólo los bancos centrales extranjeros pueden hacerlo por él. Pero para
que acepten hacerlo, primero hay que provocarles una sacudida. Y ahí es donde
entran en juego sus aranceles.
Y esto es lo que sus críticos no
entienden. Creen erróneamente que él piensa que sus aranceles reducirán por sí
solos el déficit comercial de Estados Unidos. Él sabe que no lo reducirán. Su
utilidad estriba en su capacidad para conmocionar a los bancos centrales
extranjeros y hacer que reduzcan los tipos de interés nacionales. En
consecuencia, el euro, el yen y el renminbi se debilitarán frente al dólar.
Esto anulará las subidas de precios de los bienes importados a Estados Unidos y
no afectará a los precios que pagan los consumidores norteamericanos. Los
países con aranceles pagarán de hecho los aranceles de Trump.
Pero los aranceles son únicamente la
primera fase de su plan maestro. Con unos aranceles elevados como nuevo valor
por defecto, y con el dinero extranjero que se acumula en el Tesoro, Trump
puede esperar su momento mientras claman por hablar amigos y enemigos en Europa
y Asia. Es entonces cuando entra en acción la segunda fase del plan de Trump:
la gran negociación.
A diferencia de sus predecesores, de
Carter a Biden, Trump desdeña las reuniones multilaterales y las negociaciones
multitudinarias. Es un hombre del tú a tú. Su mundo ideal es un modelo de
centro y radios, como la rueda de una bicicleta, en el que ninguno de los
radios individuales influye demasiado en el funcionamiento de la rueda. En esta
visión del mundo, Trump confía en que puede tratar cada radio secuencialmente.
Con los aranceles por un lado y la amenaza de retirar el escudo de seguridad de
Estados Unidos (o desplegarlo contra ellos) por el otro, cree que puede
conseguir que la mayoría de los países den su aquiescencia.
¿Aquiescencia a qué? A una apreciación
substancial de su moneda sin liquidar su tenencia de dólares a largo plazo. No
sólo esperará que cada interlocutor recorte los tipos de interés nacionales,
sino que exigirá cosas distintas de los distintos interlocutores. A los países
asiáticos, que son los que más dólares atesoran en la actualidad, les exigirá
que vendan una parte de sus activos en dólares a corto plazo a cambio de su
propia moneda (que se apreciará). A una eurozona relativamente pobre en dólares
y plagada de divisiones internas, lo cual incrementa su poder de negociación,
Trump puede exigirles tres cosas: que acepten cambiar sus bonos a largo plazo
por bonos a muy largo plazo o incluso perpetuos, que permitan que la
fabricación alemana emigre a Estados Unidos, y, naturalmente, que compren
muchas más armas fabricadas en los Estados Unidos.
¿Se imaginan la sonrisa de Trump al
pensar en esta segunda fase de su plan maestro? Cuando un gobierno extranjero
acceda a sus demandas, se habrá apuntado otra victoria. Y cuando algún gobierno
recalcitrante se resista, los aranceles no se moverán, proporcionando a su
Tesoro un flujo constante de dólares de los que podrá disponer como mejor le
parezca (ya que el Congreso sólo controla los ingresos fiscales). Una vez
completada esta segunda fase de su plan, el mundo se habrá dividido en dos
bandos: un bando protegido por la seguridad norteamericana a costa de una
moneda apreciada, la pérdida de plantas de fabricación y la compra forzosa de
exportaciones norteamericanas, incluidas las armas. El otro campo estará
estratégicamente más cerca tal vez de China y Rusia, pero todavía conectado a
los EE.UU. a través de un comercio reducido que todavía proporcionará a los
EE.UU. ingresos arancelarios regulares.
La visión de Trump de un orden
económico internacional deseable puede ser violentamente diferente de la mía, pero eso no nos da a ninguno de nosotros licencia
para subestimar su solidez y propósito, como hace la mayoría de los centristas.
Como todos los planes bien trazados, esto puede torcerse, por supuesto. La
depreciación del dólar puede que no sea suficiente para anular el efecto de los
aranceles sobre los precios que pagan los consumidores norteamericanos. O puede
que la venta de dólares sea demasiado grande como para mantener lo
suficientemente bajos los rendimientos de la deuda norteamericana a largo
plazo. Pero además de estos riesgos manejables, el plan maestro se pondrá a prueba
en dos frentes políticos.
La primera amenaza política a su plan
maestro es interna. Si el déficit comercial empieza a reducirse según lo
previsto, el dinero privado extranjero dejará de inundar Wall Street. De golpe,
Trump tendrá que traicionar a su propia tribu de financieros
y agentes inmobiliarios indignados o a la clase trabajadora que le eligió.
Mientras tanto, se abrirá un segundo frente. Considerando a todos los países
como radios de su eje, Trump puede pronto descubrir que ha fomentado la
disidencia en el exterior. Pekín puede abandonar sus precauciones y convertir
los BRICS en un nuevo sistema de Bretton Woods en el que el yuan desempeñe el
papel de anclaje que desempeñó el dólar en el Bretton Woods original. Este
sería acaso el legado más asombroso, y el merecido que recibiría el plan
maestro, impresionante por demás, de Trump.
Yanis Varoufakis exministro
de Finanzas de Grecia, dirigente del partido MeRA25 y profesor de Economía en
la Universidad de Atenas. Su último libro es “Tecnofeudalismo: El sigiloso
sucesor del capitalismo” (Ed. Argentina, 2024).
Fuente:
Unherd, 12 de febrero de 2025, https://unherd.com/2025/02/why-trumps-tariffs-are-a-masterplan/
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