Nos Disparan desde el Campanario Edmund Burke, el conservadurismo y las jerarquías tradicionales… por Matt McManus
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Traducción: Pedro Perucca
El estudio de los escritos de Edmund
Burke, el padre del conservadurismo moderno, revela algo importante: el
pensamiento intelectual de derecha es poco más que una defensa disfrazada de
las relaciones sociales convencionales y las jerarquías tradicionales.
dmund Burke ocupa una posición
venerable en la historia del pensamiento de derechas, a menudo descrito por
amigos y enemigos por igual como el padre del conservadurismo moderno. Sin
duda, esto habría sorprendido al obstinado irlandés, que en gran medida se
consideraba a sí mismo como un político práctico, sin más que desdén por los
pretenciosos intelectuales de pacotilla. Pero nadie puede decidir cómo le
recordará la historia, si es que se digna hacerlo, y el legado más perdurable
de Burke fueron
sus extensos escritos sobre política y estética.
El burkeanismo es una forma mercurial
e incluso intencionadamente ambigua de enfocar el mundo, que considera que la
capacidad humana de razonar es fundamentalmente limitada y, en consecuencia,
venera las relaciones sociales establecidas y la sabiduría supuestamente
arraigada en la tradición. En muchos sentidos, es fundamentalmente antimoderna.
Y marcó de manera indeleble la historia del pensamiento conservador.
Lo sublime y lo bello
Apesar de su posterior repulsión
hacia los filósofos ne’er-do-well, Burke comenzó su vida como una especie de
intelectual bohemio. Viajó por el continente europeo, participando en las
controversias de la época. Pero siempre se sintió incómodo con las corrientes
más radicales del pensamiento contemporáneo.
El primer libro importante de Burke
fue Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca
de lo sublime y de lo bello (1757), una obra de estética que llegaría
a ser tan influyente como para ser citada por luminarias como Immanuel Kant. La
prioridad que Burke concede a la estética, y el modo en que considera que lo
bello y lo sublime influyen en las pasiones humanas, es reveladora. Para Burke
—en contra de los actuales defensores de que «a los hechos no les importan tus
sentimientos»—, nuestras emociones determinan en gran medida cómo aprehendemos
el mundo. Y nuestros sentimientos se agitan, de un modo u otro, por ideas
visceralmente estéticas.
Como indica el título, las dos ideas
más significativas que Burke aborda en el libro son lo bello y lo sublime.
Insistiendo en que la belleza «no es criatura de nuestra razón», Burke pasa a
describir las cosas bellas como aquellas que se acomodan a nuestra finita
fuerza mental y física. En otras palabras, aquellas sobre las que el ser humano
puede ejercer cierto control: los pájaros, las flores, la música armoniosa,
etcétera. Lo sublime nos llena de «asombro y horror»: algo tan titánico y
poderoso que nos recuerda lo finitas que son nuestras fuerzas, tanto mentales
como físicas.
Nuestra idea de lo sublime también va
más allá de la razón; nuestra idea afectiva de ello —la «emoción más fuerte que
la mente es capaz de sentir»— puede darnos una idea del poder trascendente y la
infinitud de lo sublime, pero nunca es suficiente para representarlo
plenamente. La poesía épica —por ejemplo, las cavilaciones de John Milton sobre
Dios y el infinito en El
paraíso perdido— es probablemente lo más cerca que podemos llegar.
Estas dos dimensiones esbozadas por
Burke llegaron a definir gran parte de la teorización de la derecha. A veces,
los conservadores se hacen eco de las reflexiones de Burke sobre la belleza a
través de una crítica de la modernidad como indiferente a lo pequeño y lo local
(el Estado gigante racionalista es un ejemplo). La modernidad se traga, como
dijo el jurista conservador Robert Bork en su libro Coercing Virtue, «la
particularidad: el respeto por la diferencia, las circunstancias (y) la
historia». Las variantes nostálgicas del conservadurismo que enfatizan las
virtudes de la vida rural, la conformidad con las prácticas y los valores
establecidos y el respeto por las autoridades convencionales apelan a este lado
de la estética de Burke.
Luego están las variantes más
grandiosas del conservadurismo, que no tienen ningún problema en apelar a lo
gigantesco. Uno de los problemas que estos conservadores tienen con los
humanistas liberales y de izquierda es precisamente la presunción de que algo
tan pequeño como la vida humana puede tener sentido sin alguna fuente
trascendente y sobrecogedora de autoridad y poder que la reivindique. La fuente
de significado trascendente puede variar —el Dios patriarcal, el padre, la
nación, la tradición eterna, la civilización occidental—, pero debe haber una
fuente sublime.
Lo que une a estas dos corrientes de
derecha es su sospecha respecto de la razón como fundamento de la vida y su
énfasis en el afecto y, lo que es más importante, en el poder y la diferencia.
Burke admira lo bello del mismo modo en que más tarde los conservadores
poetizaron las virtudes del tradicionalismo rural; ambos encarnan una forma de
vida caracterizada por la regularidad, el sentido del orden y la armonía, y la
conciencia de que nuestra razón y nuestro poder son limitados. Comportarse de
otro modo, argumentan los conservadores, es provocar el caos o, peor aún, caer
en una especie de arrogancia luciferina, cuestionando lo que debería ser
simplemente reverenciado y obedecido.
La perspectiva política gótica de
Burke
Una de las primeras críticas en
reconocer el vínculo entre la estética de Burke y su política fue la filósofa
inglesa Mary Wollstonecraft. En un borrador de respuesta a
las Reflexiones sobre la Revolución Francesa de Burke,
Wollstonecraft lo criticó por elevar vagas «nociones góticas de belleza» por
encima de la razón y la precisión analítica. Como dijo en su Vindicación de los derechos del hombre:
Percibo, por todo el tenor de sus
reflexiones, que tiene una antipatía mortal por la razón; pero, si hay algo
parecido a un argumento, o a los primeros principios, en su salvaje
declamación, he aquí el resultado: – que hemos de reverenciar el óxido de la
antigüedad y calificar las costumbres antinaturales, que la ignorancia y el
equivocado interés propio han consolidado, como el sabio fruto de la
experiencia; es más, que, si descubrimos algunos errores, nuestros sentimientos deberían
llevarnos a excusar, con amor ciego o afecto filial sin principios, los
venerables vestigios de los días antiguos. Son nociones góticas de la belleza:
la hiedra es hermosa, pero, cuando destruye insidiosamente el tronco del que
recibe apoyo, ¿quién no la arrancaría?
Se trata de una observación
inteligente. Muchos conservadores insisten con estos argumentos hasta hoy para
aferrarse a la tradición y la autoridad con el brillo de una profundidad
incognoscible. A menudo consiguen inspirar simpatía, porque mucha gente siente
una auténtica sensación de pérdida al ver que las jerarquías tradicionales son
objetos de ataque.
Sin embargo, cuando los movimientos igualitarios
están en marcha, las instituciones y credos sublimes que antes se respetaban y
defendían se ven sometidos a un escrutinio y una crítica implacables. Los
destellos retóricos y las explosiones que animan las cosas, oscureciendo lo
incognoscible y trascendente, se desvanecen. Como con el mago de El mago
de Oz, varias formas de poder tradicional quedan expuestas como expresión de
élites malhumoradas que defienden sus privilegios. Y los conservadores —a
regañadientes, como señala Edmund Fawcett en su excelente Conservatism: A
Fight for Tradition— se ven obligados a entrar en acción, proporcionando
defensas intelectuales de lo que simultáneamente afirman que no puede ser
adecuadamente captado por el intelecto.
La aparente paradoja de esta
afirmación refleja una antigua creencia conservadora de que, en última
instancia, habría sido mejor que nadie hubiera cuestionado estas instituciones
y credos en primer lugar. No por casualidad, Burke fue uno de los primeros en
expresar una compleja aversión al intelectualismo, al tiempo que reconocía la
necesidad de proporcionar algún tipo de argumento a favor del conservadurismo
frente a sus enemigos.
El gobierno no se hace en virtud de
los derechos naturales, que pueden existir y de hecho existen con total
independencia de él, y existen con mucha mayor claridad y en un grado mucho
mayor de perfección abstracta; pero su perfección abstracta es su defecto
práctico. Al tener derecho a todo lo quieren todo (…), la sociedad requiere no
sólo que las pasiones de los individuos sean sometidas, sino que incluso en la
masa y en el cuerpo, así como en los individuos, las inclinaciones de los
hombres sean frecuentemente frustradas, su voluntad controlada y sus pasiones
sometidas (…). En este sentido, las limitaciones de los hombres, así como sus
libertades, deben contarse entre sus derechos.
Este tipo de pensamiento tendría una
enorme influencia en los pensadores conservadores del futuro. Pero Burke rara
vez proporciona un argumento filosófico extenso de por qué algo de esto es menos
abstracto que los aparentemente vagos principios racionalistas de sus
oponentes. A menudo, se limita a ridiculizar a sus enemigos y a afirmar la
obviedad de sus propios principios preferidos. El argumento suele reducirse a
la afirmación de que sus prejuicios y prácticas favoritas ya demostraron su
valía a lo largo del tiempo, a diferencia de las ideas nuevas y no probadas que
proponen sus oponentes.
Hoy en día, los conservadores suelen
señalar que las profecías de Burke sobre la violencia potencial de la
Revolución Francesa resultaron acertadas, lo que sugiere que deberíamos
reconocerle cierto mérito. Pero también cabe señalar que la mayoría de las
instituciones y prejuicios que Burke consideraba necesarios para una sociedad
ordenada —el respeto a la Corona y a la propiedad aristocrática, la
desconfianza en la democracia y en las capacidades intelectuales de la
«multitud porcina», la subordinación política de las mujeres a los hombres—
serían descartados rápidamente tras su muerte. Sería difícil encontrar a
alguien que los defienda, más allá de los reaccionarios más desfasados.
Mientras tanto, los principios e ideales de la Revolución Francesa, y el mundo
moderno que encarnaron, perduran y siguen inspirando a millones de personas.
Lo bueno, lo malo y lo feo de Burke
Los escritos de Burke contienen
algunos elementos de verdad. Cualquier persona sensata debe reconocer sus
limitaciones mentales y no suponer que puede poseer una comprensión completa
del mundo. También hay muchas tradiciones y formas de vida que fueron
innecesariamente corroídas (a menudo por las fuerzas del capitalismo). El error
inverso de la inclinación de Burke hacia lo antiguo sería fetichizar lo nuevo.
El problema fundamental de los
argumentos burkeanos, como argumentaron Wollstonecraft y otros, es que su
hostilidad a la llamada abstracción racionalista y sus apelaciones al afecto y
a lo profundamente desconocido sólo son sostenibles para quienes ya sienten
como ellos. Por eso el burkeanismo se ha descrito menos como una filosofía que
como una perspectiva o actitud.
Y una actitud que gira en torno a
sensibilidades estéticas no puede llevarnos muy lejos. Como señala Ian Shapiro,
una persona puede sentirse profundamente unida a una tradición venerada aunque
misteriosa, mientras que otra puede considerarla una forma grotesca de
dominación. La única manera de saber quién tiene razón es abandonar el reino
etéreo de la vaguedad estética y confiar en nuestras limitadas facultades para
comprender el mundo tal como es.
Los conservadores que repiten a Burke
siempre se resistirán al paso a lo racional ya que, si podemos entender el
mundo tal como es, también podemos rehacerlo. Esto es precisamente lo que no
quieren. Y es exactamente lo que debemos proponernos hacer.
Matt McManus es Profesor de ciencias políticas en Whitman
College. Es autor de «The Rise of Post-Modern Conservatism and Myth» y coautor
de «Mayhem: A Leftist Critique of Jordan Peterson».
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