Nos Disparan desde el Campanario Democracias limitadas: El poder económico frente al estado-nación… por Alejandro Marcó del Pont
Fuente: El Tábano Economista
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Un mundo en función
de intereses privados
El concepto de «capitalismo extremo»,
promovido por sectores radicales del mercado, plantea un modelo donde los
territorios desregulados y la reducción del papel del Estado se presentan como
panaceas para la innovación y el crecimiento económico. Sin embargo, detrás de
estas propuestas se esconden dinámicas que refuerzan la concentración de poder
económico y debilitan las bases democráticas.
En Crack-Up Capitalism, el
historiador Quinn Slobodian analiza cómo el capitalismo global se entrelaza con
ideales antidemocráticos promovidos por las élites del mercado. Estas élites,
como las que respaldan al presidente Donald Trump, no buscan la eliminación de
la democracia en su totalidad, sino su neutralización en áreas clave donde la
voluntad popular podría interferir con los intereses del capital.
Para los liberales extremos, el
verdadero problema de la democracia no es su existencia, sino su capacidad para
redistribuir recursos e imponer regulaciones que afecten el libre
funcionamiento del mercado. Esta visión plantea una separación entre las
decisiones económicas y los procesos democráticos, creando un entorno donde las
instituciones estatales quedan al servicio del mercado.
Por ejemplo, en lugar de eliminar la democracia, los radicales del mercado prefieren diseñar democracias limitadas, en las que las decisiones clave estén fuera del alcance popular. En este modelo, el aparato estatal se utiliza para garantizar la propiedad privada, proteger las corporaciones con subsidios y debilitar acuerdos internacionales que limiten la actividad empresarial, como tratados climáticos o normas de competencia global.
Los mecanismos de debilitamiento del
Estado en la fragmentación del estado es una estrategia central en este modelo.
Esto incluye:
Desmantelamiento de la soberanía
estatal: los políticos transfieren poder a actores privados o
internacionales mediante tratados de libre comercio y mecanismos de arbitraje
que permiten a las corporaciones demandar a los Estados.
Reducción de regulaciones: en
nombre de la eficiencia, se eliminan protecciones laborales de consumo y
ambientales.
Privatización de infraestructura
clave: servicios básicos se transfieren al control privado, argumentando
que mejorará la eficiencia.
El debilitamiento y la desconexión de
las instituciones democráticas de las decisiones económicas generan varias
consecuencias preocupantes:
Aumento de las desigualdades: el
poder económico y político se concentra en una élite reducida, mientras las
mayorías quedan marginadas.
Crisis de gobernabilidad: la
fragmentación estatal limita la capacidad de los gobiernos para responder a
desafíos como la desigualdad o la inestabilidad social.
Depresión democrática: las
instituciones democráticas pierden legitimidad al no ofrecer soluciones
efectivas a los problemas de la población, alimentando el desencanto ciudadano.
Para poder implementar políticas
pro-mercado son necesarias dos cosas. Tomar el Estado y desprestigiar la
democracia. En nombre de la eficiencia y la austeridad, la escasez de fondos
públicos se orientará a que el gobierno elimine o reduzca regulaciones que
protegen a los trabajadores, al medio ambiente o a los consumidores, para
satisfacer las exigencias de las élites económicas.
Se propondrán reformas fiscales que
promueven recortes de impuestos para las grandes corporaciones y los más ricos,
debilitando la capacidad estatal para financiar bienes públicos. Transferir
infraestructura clave como carreteras, puertos o servicios básicos al control
privado, argumentando mejoras a la eficiencia y la escasez de dinero público.
La fragmentación del Estado es una
estrategia que depende centralmente de la colaboración de los políticos,
quienes, consciente o inconscientemente, debilitan las estructuras estatales y
democráticas en favor del poder del mercado.
En su papel de gestores ante las
élites económicas, los políticos actúan como intermediarios que facilitan la
implementación de las demandas de las élites radicales del mercado, muchas
veces bajo el argumento de atraer inversiones, generar empleo, «modernizar» la
economía o volver más eficiente al Estado. Muchos políticos han internalizado
los principios neoliberales y ven las políticas de desregulación, privatización
y fragmentación del Estado como una carretera hacia el progreso. Camino que en
último medio siglo, nunca ha dado resultados.
El rediseño del mundo en función de
intereses privados tiene como objetivo final no solo maximizar las ganancias,
sino rediseñar el poder global de manera que los intereses privados dominen
sobre los públicos. El enfoque del neoliberalismo en fragmentar el poder
económico y rediseñar el mundo para los intereses de las élites constituye una
de sus manifestaciones más sofisticadas y peligrosas. La fragmentación
territorial y la desconexión entre la economía y la democracia no son, como
vimos, fenómenos accidentales, sino el resultado deliberado de un proyecto que
busca maximizar el control de las élites sobre los recursos y las decisiones
globales.
La relación entre el capitalismo
extremo y la democracia plantea preguntas urgentes sobre el futuro del Estado-nación
y las instituciones democráticas. Si las élites económicas continúan
debilitando la capacidad estatal y despojando a las mayorías de mecanismos
efectivos de participación, ¿Qué tipo de sociedad estaremos construyendo?
II
La desorganización imperial y la
captura del Estado
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Estados Unidos requiere equilibrar los intereses empresariales
con los objetivos estratégicos nacionales, ¿es posible con D. Trump?
En las últimas décadas, Estados
Unidos ha enfrentado una paradoja: aunque sigue siendo la economía más grande
del mundo y mantiene un poder militar sin igual, su capacidad para liderar un
orden global coherente y sostenible está en declive. Este fenómeno puede
explicarse a través de dos factores interconectados: la falta de una
burocracia y una administración imperial efectiva, y la captura del Estado por
intereses corporativos y élites financieras. Cuando se combinan, estos factores
revelan un problema sistémico que va más allá de la simple pérdida de
influencia económica o estratégica.
Este artículo analiza cómo la
deslocalización de la inversión y la producción, impulsada por la globalización
y la influencia desmedida de las corporaciones en el Estado, ha provocado un
desorden en la inversión estratégica. Esta fragmentación ha debilitado la
capacidad de acumulación de capital de los EE.UU. y erosionado su hegemonía en
un mundo cada vez más multipolar.
Históricamente, los imperios han
contado con estructuras estratégicas que guiaban su expansión y administración.
En el Imperio romano, el Senado y el Consilium Principis asesoraban
al emperador en asuntos militares, económicos y diplomáticos. Durante la
hegemonía española, el Consejo de Indias supervisaba la administración
colonial, asegurando que la economía imperial estuviera alineada con los
intereses de la Corona. El Imperio británico, por su parte, diseñaba
estrategias de dominación y comercio a través de su gabinete.
En contraste, EE.UU. ha delegado gran
parte de su estrategia en instituciones como el Council on Foreign
Relations (CFR), la RAND Corporation y la Brookings Institution. Aunque
estas organizaciones fueron creadas para diseñar estrategias políticas y
económicas, han sido capturadas por intereses privados que priorizan la
rentabilidad de las corporaciones sobre los objetivos nacionales. Como
resultado, la política exterior estadounidense carece de un enfoque unificado y
estratégico.
El CFR, por ejemplo, recibe
financiamiento de empresas como BlackRock, JP Morgan Chase y ExxonMobil, lo que
inclina sus estudios hacia políticas favorables a la desregulación y los
mercados financieros, en detrimento de la industria nacional. La RAND
Corporation, con estrechos vínculos con el complejo militar-industrial,
promueve estrategias que favorecen la privatización de la defensa y la
expansión de conflictos que benefician a contratistas como Lockheed Martin y
Raytheon. Mientras tanto, Brookings Institution, financiado por gigantes
tecnológicos como Google, Amazon y Facebook, limita la discusión sobre
regulaciones que podrían afectar a estas empresas.
Uno de los problemas clave en la
estrategia global de los EE.UU. es la descentralización funcional y espacial de
sus empresas. Mientras que en el pasado las grandes potencias mantenían un
control estratégico sobre sus recursos y compañías clave, hoy en día las
multinacionales estadounidenses invierten en el extranjero sin considerar los
intereses geopolíticos del país. Este fenómeno ha llevado a una pérdida de
control sobre sectores esenciales, debilitando su posición como líder global.
Ejemplo de esto es Tesla, la compañía
de Elon Musk, que ha construido una gran parte de su infraestructura de
producción en China. Aunque EE.UU. mantiene una retórica de contención frente a
China, muchas de sus principales empresas dependen de la manufactura y mercados
chinos, lo que da lugar a una contradicción entre su discurso político y su
realidad económica. Esto también afecta la acumulación de capital, ya que las
ganancias de estas compañías no se traducen en reinversión dentro de EE.UU.,
sino que benefician a otras economías.
La deslocalización de la producción
es una de las transformaciones más significativas de la globalización. Las
empresas han trasladado sus operaciones a países con costos más bajos y
regulaciones más flexibles, lo que ha tenido profundas repercusiones en la
economía estadounidense. Las consecuencias de la deslocalización:
Desindustrialización: la pérdida
de empleos en sectores industriales ha golpeado especialmente a regiones como
el Rust Belt y el Medio Oeste.
Dependencia de cadenas de suministro
extranjeras: EE.UU. ha perdido autonomía en sectores críticos como el de
los semiconductores, los productos farmacéuticos y la electrónica. Actualmente,
solo produce el 12% de los chips globales, mientras que Asia —especialmente
Taiwán y Corea del Sur— concentra más del 80%.
Erosión de la capacidad estratégica: la
falta de inversión en infraestructura, tecnología e I+D ha reducido la
capacidad de EE.UU. para competir globalmente.
Mientras que China consulta
constantemente a sus principales actores económicos y diseña planes de
desarrollo a largo plazo, EE.UU. carece de una relación funcional entre el
gobierno y su sector empresarial. El Partido Comunista Chino (PCC) mantiene un
estricto control sobre su industria, asegurándose de que el crecimiento
económico esté alineado con sus intereses geopolíticos. En EE.UU., en cambio,
el gobierno tiene una relación pasiva con las corporaciones, permitiendo que
estas tomen decisiones sin una estrategia coordinada.
La captura del Estado por
intereses corporativos, la falta de una burocraciaeficiente y
la deslocalización de la inversión y la producción han llevado a
una desorganización del capital que debilita la hegemonía estadounidense.
Para recuperar su liderazgo, Estados Unidos debe recuperar su capacidad de
planificación y administración imperial. Esto implica limitar la influencia de
las corporaciones sobre los think tanks, recuperar el control estratégico
sobre la economía y establecer un sistema de consulta que asegure que las
decisiones empresariales estén alineadas con los intereses nacionales. Sin una
estrategia imperial coherente, EE.UU. continuará perdiendo influencia frente a
China, que ha sabido combinar el poder económico y político para fortalecer su
posición global.
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*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y
editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista,
columnista radial, analista
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