Nos Disparan desde el Campanario ¿Una nueva vanguardia revolucionaria y antifascista? … por Gustavo Marcelo Sala
Gráfica: Las señoritas de Avignon (Pablo Picasso 1907)
Desde que en nuestro País se
reinstalara la estigmatización como herramienta habitual y forma de hacer
política a partir del año 2007, en medio del debate sobre las retenciones,
nuestra democracia, sin pausas, ha sufrido el impacto de sus consecuencias. Lo
advertíamos en este mismo espacio por entonces cuando se comenzaron a
desarrollar esos supuestos y virulentos movimientos espontáneos motorizados por los medios de comunicación
hegemónicos y el poder real a comienzos del año 2012, justamente luego del
aplastante triunfo del campo popular en los comicios del año 2011. Por aquellos
días nos referíamos al nacimiento de un monstruo de mil cabezas cuya génesis no
era en lo absoluto innovadora, debido a que en numerosos momentos de la
historia, doméstica y global, aparecieron inercias similares, el dilema era
saber hasta dónde una sociedad que había acordado un contrato social
democrático y plural en el año 1983 le iba a poner un límite a tales mecanismos
de insensibilidad, violencia e hipocresía política, tanto dialéctica como
práctica. Pues temo que nuestra sociedad le ha tenido solo tres décadas de
tolerancia a la democracia formal iniciando a comienzos de la década pasada un
camino de retroceso constante y sin eufemismos en donde las víctimas notorias
de este orden establecido somos precisamente las minorías, políticas y
sociales, mediante la sistémica persecución y el recorte de derechos
consensuados constitucionalmente, todo esto bajo el amparo de un poder judicial
que camina junto y amigablemente de la mano de este nuevo intento neofascista.
Cuando me refiero a mayorías y
minorías no me refiero a cantidades electorales sino a la incidencia sociopolítica
y económica que tienen los diversos sectores en las decisiones políticas. Es claro
que si bien la auténtica anomalía kirchnerista fue gobierno desde el 2003 hasta
el 2015 con muchos logros colectivos y más allá de sus indecisiones y errores, nunca
tuvo el poder para completar los cambios que nuestro injusto ordenamiento posee
desde su fundación, es dable y cierto que lo desafió pero es necesario comprender
que ese enfrentamiento cayó bajo el yugo inercial del poder real bajo la estrategia
estigmatizatoria mencionada habida cuenta que hasta sus propios paradigmas
sufrieron un notorio autoretroceso durante el período 2019-2023 cuando
nuevamente fuera convocado por la ciudadanía luego del desastre económico,
cultural e institucional que dejó la gestión de Mauricio Macri. En lugar de
revertir dicho proceso endeudador, empobrecedor de las mayorías a favor de los
grupos concentrados, fugador de divisas, especulador y represivo optó por acuarelizarlo,
maquillando la espuria deuda contraída, licuando e ignorando los fraudulentos
acuerdos políticos entre el poder judicial y el establishment, y sobre todo
convencido de que esas estrategias estigmatizadoras resultaron irreversibles y
que no era posible retornar a sus paradigmas.
A los gobiernos se los debe medir no
solo por sus aciertos, indecisiones o errores sino además por las dificultades
que deben afrontar, en tanto cuestiones preexistentes y coyunturales, internas
y externas, y ninguna gestión desde 1983 hasta la fecha recibió mejor herencia socioeconómica
y cultural que Cambiemos en diciembre del año 2015, y eso es lo que el poder
real se propuso destruir (con todo éxito) con sus estrategias estigmatizadoras.
Porque el dilema no era corregir algunas erratas o resolver varios pendientes
sino perturbar radicalmente una estructura psicopolítica que tendía, como nunca
antes desde 1955, hacia la inclusión y la equidad, cuestión cultural, soberana
y humanista, inadmisible para el poder concentrado, local y global, valor que
era necesario adulterar y corromper como lo hizo la revolución fusiladora.
La necesaria y bienvenida marcha
antifascista a por la igualdad en todos los incisos sociales del día sábado 1
de febrero arriba tristemente con una década de atraso, al igual que las
marchas por la educación y la salud pública, las referidas a los DD.HH, las concernientes
a la defensa de los derechos laborales, o aquellas que se manifiestan a favor
de la ciencia y la tecnología, todo esto sería innecesario y no ha lugar si
hubiéramos valorado los logros y avances conseguidos desde el 2003 hasta el
2015, y a la vez haber sido como pueblo algo más inteligentes y no tan panglossianos
a la hora de leer y entender las reales intenciones del poder concentrado, el
cual jamás va a ceder debido a que su voracidad posee la lógica del escorpión,
siendo nosotros las ranas.
Hace poco tiempo Durán Barba asumió
que no existe mejor argumento político-publicitario que la banalidad implícita
en una definición ambigua, ausente de pensamiento crítico, plena de sentido
común, a modo de jingle, cuestión que por su condición puede ser aceptada por
un variopinto espectro de la sociedad aún ellos con enormes pulsiones entre sí
e intereses contrapuestos, y que sobre esta lógica psicopolítica trabajaron desde
el año 2012, primero para desacreditar a un gobierno que con errores y aciertos
había tenido buenas intenciones, y luego para ejecutar sus políticas sectarias.
A caballo de una general ausencia alarmante de formación política por parte de
la ciudadanía lograron de ese modo convencer a las mayorías, mediante el término CAMBIO, que aquello bueno
que les sucedía, como la inclusión y la equidad, en tanto derechos y participación
en la distribución de la riqueza, no lo era, que el Estado no debía intervenir a
favor de dichos valores y que las fuerzas del mercado debían ser rectores de
sus existencias, incluso los incisos relacionados con sus deseos y elecciones
individuales.
Muy alejados de aquellos días institucionales
de pleno derecho, momentos en que burdamente se hablaba de dictadura, en donde
todo se discutía en el Congreso, desde la 125, pasando por la estatización de
los fondos previsionales, la constitución de la Corte Suprema, la reforma judicial
y hasta la ley de medios entre muchas, vimos sin escandalizarnos que dos jueces supremos pueden
ingresar y jurar impunemente por decreto, que el tema deuda no pasara por el
congreso, que dejen de existir leyes que se derogan por bando ejecutivo, y que por gracia
presidencial se pueda omitir presupuestar el año en curso. Y que todo esto haya sido avalado
por las mayorías electorales debido a que están convencidas que la democracia y
sus resortes no les resuelven los problemas que hace una década no tenían porque se los resolvía. Es la tan deseada democracia de baja intensidad institucional a la
que siempre aspiró el poder real.
Nos obstante su demora histórica (pues a mi entender hay derrotas populares que no tienen manera política de revertirse) esta marcha plural y conceptualmente unificadora, la cual fue disparada por la escatológica imbecilidad de un poder impune y desquiciado, deberá ser el comienzo de un plan de lucha social y masivo en donde todos los sectores acompañen al urgido y sus dolores, pues lo primero que hará el poder real será romper esa unidad lograda cooptando parcialmente voluntades. Mi temor es acordarme lo del sábado aquello “de piquete y cacerola la lucha es una sola”, sobre todo cuando meses después, a poco que el cacerolo pequeño burgués resolvió sus dilemas económicos comenzó a exigir la eliminación drástica del piquete.
Observo a los movimientos feministas, a los luchadores por la
diversidad, a los militantes por los DD.HH, a los colectivos de migrantes y originarios, a los artistas, a los ecologistas,
a los defensores de la educación y la salud pública, a los que siguen
batallando por una ciencia y por una tecnología soberana COMO LA AUTÉNTICA VANGUARDIA
ANTIFASCISTA DE ESTE TIEMPO si nos damos cuenta que ninguna de las que lo integra se salva sola, de modo se abtengan de pretender oligarquizarse orgánicamente en los términos que plantea Michels en su Ley de Hierro, para que se comprenda sin abstracciones posibilistas que el enemigo real de todas es el modelo dominante. Por fuera de que algunos políticos, intelectuales y
sindicalistas hayan estado presentes no los veo a estos comprometidos tomando
decisiones políticas afín a los reclamos ni poniendo el cuerpo a las demandas
de igualdad y equidad como si lo ponen los colectivos mencionados, como si este
macromodelo excluyente, financiero, global y extractivista de recursos naturales, económicos y humanos les
presentara aún INCONFESABLES dividendos electorales.
*Gustavo Marcelo Sala. Editor
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