Nos Disparan desde el Campanario Una radicalidad masivizada. Marchar a contramano … por Melina Alexia Varnavoglou, Nicolás Cuello y Silvio Lang
Fuente: Lobo Suelto!
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https://lobosuelto.com/una-radicalidad-masivizada-melina-alexia-varnavoglou/
No sé cómo explicarlo, pero la figura
de Milei jamás me genero miedo. Sí rechazo, estupefacción, odio quizás
(recuperemos esa pasión, no todo es amor “de nuestro lado”). Pero miedo no. Me
enredo en los debates sobre si podrá estar a la altura de un líder fascista avant
la léttre, me advierto de la importancia de no “agrandarlo”, no proyectar sobre
un pequeño neofascista la sombra de un temible gigante totalitario.
Todas estas proyecciones parten creo
del error histórico de pensar que este nuevo ciclo de derecha y conservador va
a seguir “los mismos pasos” que los fascismos del siglo XX. Como dice Isaac
Rosa en su nota en
elDiaroAR, el gesto de Elon Musk no un gesto nazi, es algo peor. Es algo que no
sabemos exactamente lo que es. Si supiéramos lo que es, dice Rosa, “todo
estaría más claro, sabríamos a qué atenernos, lo veríamos venir, y nuestra
respuesta sería más sencilla, la misma que daríamos ante un nazi: combatirlo, denunciarlo,
ignorarlo, escondernos o secundarlo, lo que sea que haga cada uno cuando se
cruza con un nazi. Pero ante un saludo que parece nazi y no lo es, la cosa se
complica”.
A lo cual, agrego, la cosa se pone
más entretenida. Abre la aventura política de cómo encarar una resistencia
desde la etapa 0 del experimento fascista. Y el momento de la resistencia en el
que nos encontramos es en el mismo que ellos: la disputa por ciertos consensos.
Va a ser difícil pasar sobre nosotres sin la condena de toda una sociedad,
porque es la misma sociedad que nosotres hemos movilizado desde su estructura
más sensible en ciertos valores: el respeto por la orientación sexual es uno.
En Davos, el presidente ha cruzado obscenamente ese límite cultural, dándonos
la oportunidad perfecta para que destapemos toda la olla de la política que hay
detrás. Con la vocación de aunar no solo a la comunidad LGTBIQ, sino de
todos los sectores que están siendo atacados, y un llamamiento de conjunto a
una sociedad cada vez más empobrecida por ese mismo tipo de políticas. Por
primera vez siento que se está tratando más de disputar, que de solamente
repudiar. Más de crear, que de sólo reaccionar.
No es entonces fascismo tradicional
ante lo que estamos, ni tampoco ante las lógicas de las dictaduras militares en
Latinoamérica. Desde la última dictadura militar hasta hoy, el movimiento
LGTBIQ+ argentino ha crecido globalmente, implementado un arco de métodos y
tradiciones políticas divergentes, desde el anarqusimo al peronismo, se ha
politizado y despolizitado y vuelto a repolitizar; ha logrado así masividad y
cambiado los modos de vida, desde la instucionalidad: mediante leyes pioneras
en el mundo, conquista de derechos y políticas públicas. Pero también a través
de la militancia de base y la educación, una fina y constante tarea de
“adoctrinamiento” con libros, películas, penetrando en las esferas
intelectuales, los medios de comunicación masivos y alternativos, la ciencia,
el arte, la tecnología y el deporte.
Porque siempre las personas LGTB estuvimos
ahí. Fuimos de a poco creando nuestros propios sistemas de reconocimiento y
legitimación social, que es otra forma de decir: nuestra orgullosa existencia;
supimos ser nuestro propio lenguaje y circuito cultural, lo cual permitió la
creación de comunidad, pero que ahora vemos tiene el doble filo de que se
cierre sobre nosotres mismes la conversación. Este es el primero de los
problemas a resolver en la etapa 0, al interior de nuestro movimiento: el
aislamiento relativo con respecto a todos los demás sectores.
Nuestro domingo
Como decía hace poco el activista
Lucas Fauno Gutiérrez en una entrevista en
Radio Con vos, la encerrona estuvo no en haber apoyado o no un gobierno, sino
en haber creído que las instituciones y los medios masivos de comunicación
realmente “nos estaban dando un lugar en sus programas y en sus mesas”. Hoy que
ya no tenemos esa encerrona, y estamos constantemente al borde de la
persecución ideológica y la censura, la batalla cultural se vuelve, al decir
del poeta Jacobo Fijman, el camino más alto y más desierto.
Es bastante probable que hoy quien
sostiene un discurso homofóbico esté envalentonado, pero no creo que nadie a
quien se le de esa discusión, no pueda ser sensible al tema, ni crea que su
posición es mayoritaria.
Es quizás eso lo que odian: que
hayamos calado tan hondo en la estructura sentimental de un pueblo. Como ocurre
con los gorilas con las medidas de justicia social, la dignificación de los
“cabecitas negras”, como ocurre también con los macartistas, frente a los
piqueteros, y los métodos de lucha de izquierdas: asamblea, paro y
movilización; como los homofóbicos, frente a los besos de personas gay en la
calle. Una reaccionarez presente pero desfasada. Porque de un lado u otro, por
momentos más y otros menos menos, combatidos o apoyados, todas estas
expresiones y sujetos son parte de nuestra cultura política y nuestra vida en
sociedad. Mal que les pese a algunos.
También, aunque en menor medida (lo
cual es síntoma de que la inclusión del término “antirracista” haya sido algo
tan enfatizado Ren Lezama) es el mismo caso de lo que ocurre entre los xenófobos
y los vendedores ambulantes o “manteros”, o el uso de los servicios públicos
por personas migrantes. Buenos Aires es una ciudad profundamente racista, pero
de un nivel de cosmopolitismo que hace que el vínculo con personas migrantes
sea algo muy cotidiano. Un amigo que milita en la asamblea de Parque
Saavedra trae una pequeña escena: Un domingo en el parque luego de terminar la
asamblea, la policía de la Ciudad desalojó un paseo de manteros. Lxs
asambleístas actuaron en defensa; pero lo que duplicó la potencia de la
intervención fue que una vecina que no era parte de la asamblea, se sumara al
repudio, pidiendo que dejen funcionar el paseo, diciendo: “esto es parte de mi
Domingo”. Una escena de radicalidad masiva.
El arco enemigo
En las antípodas de este tipo de
interacciones uno a uno en el espacio público, mucho se habla del éxito de los
nuevos métodos de politización que instrumenta Milei, conectados con las nuevas
subjetividades de redes, la postpolítica y la mar en coche. Pero no es que los nuestros
hayan quedado obsoletos. Sino que simplemente son, siempre fueron,
contrahegemónicos y por tanto, lentos. Es mucho más fácil hacer política para
el poder concentrado que contra él, lo sabemos. El poder concentrado por lo
general ya está guionado geopolíticamente y viene hoy, con su kit de
comunicación ya integrado (el hecho al que ya nos hemos acostumbrado, no deja
de hacer inédito que el creador de una red social se haya convertido en un
líder político y parte de una fórmula presidencial).
En otra escala, nosotrxs también
hemos sido muy buenos propragandistas. Del agit prop soviético a la escolástica
peronista. Y en el feminismo ¿Qué decir? hemos sido creativas publicitarias
directamente. Hemos creado hasta un color.
Por eso hoy el movimiento LGTBIQ+ ,
los feminismos y el antirracismo, están ante el desafío de volver a plantarse
una vez más contra la sentimentalidad de este nuevo fascismo y llevar a la
llama las cenizas de la política progresista y de izquierdas. O al menos,
avivarlas.
Algún día, como se apuntaba al
kirchnerismo y también contra quiénes defendíamos políticas progresivas y de
izquierda, “el relato caerá” y los “zurdos correremos”. Ellos creen emerger en
el albor de ese momento. Pues bueno, su relato de estabilidad tendrá también su
agotamiento, más pronto que tarde. Y cuando advenga el fracaso, solo quedarán,
de un lado y del otro, los más radicalizados de nosotres y de ellos: los
verdaderos apasionados de la política, quienes estaremos dispuestos a defender
nuestras ideas hasta el final. Esto es lo que sí da miedo: ¿cómo se los
enfrentará siendo democráticos?
Es otra de las preguntas que cada
tanto circulan. Creo que no podemos responderla como se respondieron en
dictadura ni bajo los gobiernos democráticos de los que venimos. No va a ser
pasando a la clandestinidad para formar guerrillas, ni quedándonos en la
comodidad supuestamente estratégica del “imperativo del centro”, al decir del
periodista Diego Genoud, de rosquear con todos los sectores aledaños al
milésimo e incluso con el mileísmo mismo, hasta terminar indistinguibles en una
política impropia, o dicho mal y pronto: formando gobierno con el macrismo y
con un sector de ellos. Tampoco, creo, funcionará mediante el formalismo
democrático del repliegue, para poder derrotarlos “donde corresponde”: en las
urnas, con nuestra política propia. Algo tiene que existir entre la enemistad
como absoluto político y una política completamente vaciada de enemistad.
Escucho y comparto la intervención del
activista transmasculino Ese Montenegro en Futurock, donde dice que “espera que
el sábado sea como lo que fue la marcha contra el 2×1 en el macrismo”. El
intento de sancionar una ley que permitía reducir la pena y llevar a la liberación
de genocidas, implicaba pasar por alto un pacto democrático básico de la
sociedad argentina. Me pregunto por un lado qué pasaría hoy, cuando están
implementándose nuevos métodos para lo mismo, con el vaciamiento de los sitios
de memoria y la destrucción de archivos. Un amigo reacciona negativamente ante
la parábola del activista. Dice que comparar una cosa con la otra es darles
terreno, que es una estupidez comparar un discurso con una ley que libera
genocidas, que es incluso, según él, insultante la comparación para lx hijxs de
deseaparecidxs, etc. etc. Como todo con este amigo, es discutible. Yo creo en
cambio que es muy elocuente la parábola y también el deseo de que la marcha del
sábado sea por un lado tan masiva como la del 2×1, y por otro, que tenga el
efecto de demostrar que, así como los genocidas no pueden estar libres en
democracia, las personas homosexuales tienen derechos humanos. Y que, como bien
dijo Montenegro en la entrevista, no se plebiscitan.
Contra todo en general
Porque no se trata de una marcha en
repudio “a los dichos del presidente”, no es que estamos esperando a que se
retracte. Vista así, no se trata de una marcha por “nada” en particular, sino
de ir contra todo en general. El ataque contra el movimiento LGTB, y el apoyo que
se ha demostrado tenemos sobre estas cuestiones, es el caballito de batalla
para seguir exponiendo todos los consensos que este gobierno está pasando por
alto: como que tiene que haber hospitales y universidades públicas, derecho a
la protesta, subsidios, jubilación y sindicatos.
Para eso, primero creo que es
importante deshacerse de un mal de los progresismos hoy por hoy: los ghettos
autosatisfactorios y los personalismos militantes, el indignismo, la
“instagrimazación” y “raverización” de la participación política (amén de las
raves organizadas como respuesta política, el repudio del moralismo sobre las
drogas, y de la Marcha del Orgullo como fiesta). Me refiero a la
frivolidad, que es la menos placentera de las vanidades.
En ese sentido, cabe recordar que
todas esas figuras que hoy en la comunidad LGTB y más allá, veneramos hasta el
fanatismo, como Nestor Perlongher y Pedro Lemebel fueron, mientras militaban,
parias políticos: expulsados tanto del peronismo como del comunismo. Amén de la
homofobia de los movimientos políticos en aquel entonces; ellos no eran, ni
serían hoy precisamente progresistas en torno a su concepción de la lucha
política, sino izquierdistas o anarquistas. Esa clase de militantes hoy serían
tildados de ultras, sin “vocación de masas”, o de hacer juego a la derecha
incluso; quedarían deformes dentro de la ley de talles de lo queer cool
progresista. Pero es con la radicalidad absurda y “poco estratégica” de esas
locas que se erigieron los primeros movimientos LGTB que hoy disfrutamos como
tradición de lucha, en primerísimo lugar y como política pública, mucho
después. Porque el movimiento LGTB tiene a la diferencia y la multiplicidad de
tendencias dentro de su corazón político. Por eso es tan difícil organizarnos.
Pero no mucho más, o quizás incluso menos, que para otros sectores en este
momento.
Se trata entonces, para mí, de
generar el camino hacia una “radicalidad masivizada”. Lo contrario de una
“minoría intensa”. Pero masiva, no por la cantidad de cuerpos en la calle
(podremos ser miles o millones como en las marchas antifascistas hoy en Europa),
ni en cantidad de seguidores, tampoco por la amplitud de la unidad (que siempre
que es sólo táctica, termina durando muy poco); sino en intensidad, siendo
moleculares, dentro de la conversación masiva y por construir la apuesta, una
vez más, por un consenso que pareciera estar perdiéndose en general, incluso
entre los sectores progresistas: que los cambios políticos se logran con
organización colectiva.
En los niveles de participación que
cada uno pueda tener, desde sumarse a algún tipo de militancia más o menos
organizada, a ir a la marcha, compartiendo información, yendo a los principales
medios de comunicación o haciendo pintadas, un sticker en un baño, dando el
debate entre nuestros familiares y amigxs, con compañerxs de trabajo y cursada,
también en las redes. Todo eso es construir radicalidad masivizada. Y lo
estamos haciendo bien, porque nunca dejamos de hacerlo. Porque sabemos que la
homofobia y la transfobia están a la vuelta de cualquier esquina. Lo más
difícil era hacerlo cuando estábamos en el closet.
Sin tomar ninguna acción a la
“ofensiva” (nos hemos convocado simplemente en asamblea, en un parque a pleno
sol de Enero), vemos como hemos astillado un poco de su plan: han tenido que
retractarse, ha bandeado contra su exabrupto, el macrismo, cuya relación de por
si es frágil; en fin, han retrocedido con respecto a la radicalidad de su
discurso justo en el momento donde pensaban que estaban siendo más radicales
que nunca. Fallando así en el aspecto clave de la etapa 0: convencer a los
propios. Ni eso.
Con este paso de macabra comedia en
Davos, son ellos los que con esto se han pasado “tres pueblos”, o más
sencillamente: uno. En uno de sus cuatro o cinco posteos de memes diarios desde
la cuenta personal de Instagram del presidente, varios votantes de la comunidad
LTBIQ le responden. El usuario matiasrotger redacta directamente una carta: “Estimado
señor Presidente @javiermilei , Quiero
expresar mi preocupación como gay, anti-kirchnerista, anti-peronista y
anti-izquierda, que lo voté y apoyo sus políticas económicas para sacar la
corrupción y reducir la inflación y la pobreza. Sin embargo, me duele y
preocupa su discurso en Davos, ya que siento que hay un rechazo hacia las
personas LGBTQ+ y temo que haya un retroceso en la aceptación y respeto hacia
nosotros. Entiendo que su palabra tiene mucha influencia en sus seguidores y me
preocupa que pueda eliminar derechos adquiridos como el aborto legal, la ley de
identidad de género y el matrimonio igualitario. Aunque estoy de acuerdo en que
algunos de estos derechos puedan necesitar revisiones, creo que es importante
mantenerlos y mejorarlos. Como gay, no quiero sentir que soy visto como un
enemigo por el libertarismo. Creo que es importante tener un discurso más
liberal y empático hacia las personas LGBTQ+ y reconocer que nuestra
orientación sexual no define nuestra ideología política. Estoy de acuerdo en
que ante la ley debemos ser iguales, pero mezclar pedofilia con homosexualidad
es un discurso delicado y estigmatizante.
Espero que alguien de su entorno lea esto y le transmita mi pesar. Quiero
seguir apoyándolo porque quiero vivir en un país más justo, honesto y ordenado,
pero donde me sigan considerando parte de la sociedad. Atentamente, Matías”.
Algunos lo invitamos a sumarse a la
marcha del Sábado.
Salvo este momento no han tenido
mucha buena suerte los líderes dogmáticos, sino más bien los moderados en
Argentina, en parte por peronismo, y en parte, porque creo que quizás siempre
necesitamos sentirnos partícipes de los procesos. Los dichos de Milei en Davos
no son completamente ajenos a la sociedad argentina en su contenido, pero dejan
a casi todo el mundo afuera por su forma: artificiosa y salvaje en su
enunciación y con una buena cuota de extranjería. No hay señoras en la
verdulería hablando de “wokismo”; el polémico ejemplo de la pareja
estadounidense resulta risible frente a los casos de pedofilia en manos de
padres varones heterosexuales y curas pedófilos tan conocidos en Argentina, y
ya (casi) nadie en nuestro país se atreve a expresar que los homosexuales sean
enfermos. Mal que mal, entonces, se quedó hablando solo para los fanáticos,
siendo el un fan de los líderes que le dieron sus minutos de fama en Davos.
Pero hay allí un vector para empezar
a reestablecer ese consenso, que son, como bien recogen Verónica Gago, en
su nota esas
“pasiones fascistas” que empalman en la lógica, de, como ellas acuñan, una
“economía de la velocidad”: si no tenés plata, el que gasta plata del Estado en
medicación para el VIH o para testosterona es tu enemigo.
Tenemos en frente, en la etapa 0, la
tarea de evitar que ese tipo de frases hagan algún sentido para la mayoría de
las personas.
Frente a esos experimentos mentales,
de los más básicos de los juegos de lenguaje liberales, una cascara vacía sin
poder explicativo, lo que resulta más palpable y actual es que si un jubilado
tampoco tiene para pagar la medicación, es que nos están robando a todos por
igual la plata del bolsillo.
Así como los conservadores propios y
ajenos nos hacían parte del ultraje económico del albertismo por ponderar las
“políticas de minoría”, la incertidumbre total de la economía y la bomba de
tiempo de la pobreza, no está como para que Milei pueda darse estos lujos
autoritarios. Si este año (electoral) su diseño financiero no empieza a
materializarse en algún tipo de desarrollo productivo real, o un rescate
económico para las mayorías, la mecha de la gente va a estar cada vez más
corta. Y ante eso ya quedará muy atrás el argumento del gay o el migrante como
enemigo. No van a dar los tiempos para pasar a la etapa 1 del fascismo: su
principio de consolidación.
De mostrar con realidad e intensidad
esto sí se trata la marcha del sábado y del proceso que está por disputarse
pasado ese día.
II
Marchar a contramano… por Nicolás Cuello y Silvio Lang
Fuente: Lobo Suelto!
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¿Otra vez contra nosotres? El
Presidente Milei propuso exterminarnos. Su amenaza de extirparnos como un
cáncer aturde, desorienta. Pero, para nosotres, la irrupción del desconcierto
no es nueva. Podemos decir, de hecho, que es una condición histórica de nuestra
protesta. Un modo particular en el que los arrebatos de nuestra propia
creatividad nos sorprenden, pulsando lúdicamente por la vida allí donde se nos
sentencia a muerte. Ocupando el duelo de una forma alegre, haciendo de la
protesta una oposición festiva, de la movilización un rito de éxtasis en el que
disfrutamos haciendo política, promoviendo la diferencia como narrativa, como
diseminación, como descontrol ante lo único, lo mismo, lo homologable.
Por eso esta vez decidimos marchar
a contramano, desde el Congreso a Plaza de mayo, dando vuelta el sentido
histórico que traza las movilizaciones de nuestro orgullo desde el año 1992, en
el sentido contrario, como un modo de seguir esta intuición compartida por la
fiebre multitudinaria de hacer algo diferente. Decidimos mezclarnos entre
quienes no somos iguales, después de haber sido convertidos, una vez más, en un
objeto público de escarnio, culturalmente estigmatizado, ajustado
económicamente, perseguido, señalado.
A contramano, como las existencias
que componemos por fuera de los régimenes cis-hetero-coloniales.
A contramano de los privilegios de la
enunciación política, para que las voces trans travestis no binarias y
racializadas sean lo suficientemente escuchadas.
A contramano de las burocracias sindicales,
que se mantienen quietas.
A contramano de la blanquitud
extractivista. Por eso nos moveremos en dirección al río.
A contramano del machismo
intelectual, que nos dice que cuidemos el tono, que no exageremos, que no es
para tanto.
A contramano, como las Madres y las
Abuelas de Plaza de Mayo, que salieron al espacio público cuando fueron
obligadas por el terror de la dictadura a permanecer en silencio,
encerradas.
De culo al Congreso, para acabar en
la boca de Casa Rosada, y así, mirar cara a cara un presidente que cree que
puede discriminarnos, perseguirnos y llamar a nuestro exterminio, como si nada,
como si no fuéramos a responder, como si no tuviera consecuencias.
Las fuerzas del sexo
Nosotres no lo imaginábamos, es
cierto, pero ellos tampoco la vieron venir. La primera Marcha Federal del
Orgullo Antifascista Antirracista LGTBIQNB+, convocada para el sábado 1º de
Febrero los agarró desprevenidos, confiados con excesiva soberbia en un nuevo
sentido común que quieren imponer a través de la reactividad mediática. De ese
modo nos subestiman, se burlan, nos reducen. Ese es el sentido común
reaccionario y reconstructivo del supremacismo ideológico, de la moral
conservadora y de la destrucción económica que representan actualmente las
fracciones tecnofeudalistas de la derecha globalizada.
La movilización pone en acto,
entonces, no solamente la vitalidad de hacer de las diferencias un ensamble
sorpresivo para insistir en la urgencia de la protesta social, asfixiada de
sentimientos de impotencia y frustración ante la sistematicidad del abuso, del
destrato y la violencia política, económica y cultural del gobierno de Javier
Milei. También actúa, en sus modos de desorganización y reimaginación de lo
político, una crítica inesperada sobre los modos en que puede ser pensada y
organizada la posibilidad de una oposición.
Organizada una semana antes en la
Asamblea Antifascista LGTBIQNB+ de Parque Lezama que convocó, boca a boca, la
Columna Mostris -un espacio de contención callejera creado entre activistas y
artistas que provienen de luchas transfeministas, antipunitivas, cuir,
marronas, sidosas, discas y locas-, esta marcha a contramano se
vuelve una oposición que junta los pedazos de lo que ha sido quebrado, que
construye una ofensiva situada con las partes que sobreviven al derrumbe aún en
curso. Propone, desde ese estar roto, una movilización hecha de
fragmentos. Una ética de la multiplicación donde la diferencia une pero no
diluye, mezcla pero no cicatriza. Un modo de composición característico de la
protesta sexual y antirracista que ha hecho de la convivencia cultural con lo
distinto y de su cuidado material, su deseo y su principal horizonte de
organización política.
Esta oposición transforma la
violencia sobre aquella inevitable visibilidad de sus inadaptados gestos, de
sus incontrolables rasgos, en un principio cooperativo que logra reunir y
conmover a una sociedad agobiada por la aspiración de control, a un común
debilitado que necesita marcar un límite a la política cultural del
conservadurismo libertario. Esa política opera en favor de lo único, de lo
blanco, lo hetero y lo masculinista; esa es la política que nosotres llamamos
fascista. Su forma de imaginar lo social se basa en la violencia del mando, la
exaltación patriótica, la censura paranoica y en la obsecuencia corporativa.
Disfraza su obediencia con la agenda global a través de la crítica al ‘wokismo’
y la famosa batalla cultural. Conspira para posicionar como amenaza, como
peligro, como un cáncer o un virus a las luchas por el reconocimiento de la
diversidad sexual y de género, el feminismo, la crítica racial anticolonial, el
ambientalismo, y particularmente en Argentina, el movimiento de Derechos
Humanos. Es decir, toda forma de agencia política que opere posicionando la
defensa de lo diferente.
El supuesto marxismo
cultural es, en realidad, una organización subterránea cuya voluntad
secreta es trastornar y pervertir los valores cristianos y
las costumbres conservadoras del liberalismo. Con ese mecanismo falso, no solo
crean un estado de ansiedad generalizado ante la presencia de lo distinto, sino
que también desmaterializan la crítica estructural de nuestros movimientos,
reduciéndola a una demanda meramente cultural.
De este modo pretenden reducir las
desobediencias sexuales y las luchas antirracistas a una mera disquisición
simbólica que busca hacer desaparecer la complejidad de nuestros cuerpos.
Pretenden que así se desvanezca la fuerza de trabajo de esas corporalidades, de
sus movimientos migratorios, de sus inscripciones políticas, de su
participación sindical, de sus estados de ánimo y de su salud integral.
Desvaloriza, así, a nuestra historia de resistencia como una demanda de
representación, como una reforma del lenguaje o un protocolo neurótico de
corrección moral.
En el primer año de la gestión
presidencial de Javier Milei ese proceso ha sido agenda pública, intentando
avanzar sobre los pactos ya establecidos, atacando la memoria de nuestros acuerdos.
Mientras programa el desmantelamiento de todas aquellas garantías legales que
nuestros movimientos utilizan como herramientas desde las cuales seguir
ampliando la dignidad de nuestras condiciones de vida.
Este efecto deslegitimador que ha
precarizado de manera radical nuestra participación social, exponiéndonos a
violencia física, verbal, ideológica y política, arrojándonos al miedo, la
vergüenza y al silencio, no solo es una conquista de Javier Milei. También, fue
posible gracias la subestimación de aquellos partidos políticos y movimientos
sociales que estratégicamente se han desidentificado del progresismo -la nueva
mala palabra-, a pesar de haberse beneficiado de sus bases sociales. Una
desidentificación estratégica -¿quizás, una revelación consumada?- cuyo
principal efecto ha sido la reducción cultural de nuestras demandas políticas,
la desmaterialización de la violencia simbólica, la individualización de
nuestra composición colectiva y la infantilización de nuestras perspectivas
políticas.
Nos lanzamos, una vez más, a devenir
les “aguafiestas del neofascismo”, como reza la consigna del Comité Cósmico de
Crisis y la bandera de la Columna Mostri. Porque la política sexual que
imaginamos no sólo se compone “del nombre propio”, si no, también, de una “política
de la consigna», como posiciones encarnadas que llaman, que reúnen a una
multiplicidad desobedientes de formas de vida. Marchar a contramano, es
una invitación que hacen nuestros movimientos, que ofrecen con delicada
humildad y extravagante alegría las protestas sexuales y antirracistas, para
componer desde la debilidad. Una debilidad que no es política, sino más bien
material, física, económica y anímica. Una debilidad que habla de las partes en
las que hemos sido fragmentades por la precariedad del trabajo, de las partes
en las que hemos estallado por efecto de la violencia cotidiana. Es desde esas
mismas partes que podemos volver a imaginar cómo vivir una buena vida
juntes.
La polifonía de voces que hoy dice
basta es un gesto terapéutico de reconexión. Basta a la violencia sobre las
diferencias sexuales y raciales en el goce de exterminio que pronuncia el
presidente Javier Milei. Basta a las desacreditaciones políticas de los
especuladores, que le bajan el precio a las consecuencias y profundizan la
falsa dicotomía entre micro y macro, entre plan económico y libertad
individual, cuerpo y política.
Esta polifonía es también un
ejercicio colectivo de memoria. Nos abraza y nos devuelve la mirada, reconoce
que el riesgo es compartido y que por eso nuestras vidas también importan.
Recuerda que en el corazón de nuestro movimiento vive la diferencia, y esa
diferencia es interseccional e intersectorial. Demuestra que transforma
las fuerzas del sexo en una inteligencia desde la cual desarmar la
naturaleza moral de lo único y la desigualdad. Confirma que la diferencia con
la que se expresan nuestros deseos y nuestros cuerpos no son una amenaza a la
libertad de nadie, sino una oportunidad para su multiplicación interminable.
Esta marcha es una toma de posición conjunta, un segundeo masivo, un volver a
agarrarnos las manos entre todes, para que el presidente sepa, para que Javier
Milei se entere, que hay un país entero al que no le da lo mismo. Que hoy la
sociedad le dice que no, que no vamos a dar un paso atrás. Que hoy es por
nosotres, y en ese nosotres, exigimos la posibilidad de un vida digna para
todas, por todos, con todes.
Fuente: Revista Anfibia
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