Fuente: Bloghemia
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https://www.bloghemia.com/2025/01/por-que-el-ser-humano-teme-al.html
Bertrand Russell reflexiona sobre el
temor al pensamiento libre, su capacidad subversiva y su potencial
transformador, destacando cómo el miedo detiene el progreso humano.
Por: Bertrand Russell
El ser humano teme al pensamiento más
de lo que teme a cualquier otra cosa del mundo; más que la ruina, incluso más
que la muerte. El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y
terrible. El pensamiento es despiadado con los privilegios, las instituciones
establecidas y las costumbres cómodas; el pensamiento es anárquico y fuera de
la ley, indiferente a la autoridad, descuidado con la sabiduría del pasado.
Pero si el pensamiento ha de ser posesión de muchos, no el privilegio de unos
cuantos, tenemos que habérnoslas con el miedo. Es el miedo el que detiene al
ser humano, miedo de que sus creencias entrañables no vayan a resultar
ilusiones, miedo de que las instituciones con las que vive no vayan a resultar
dañinas, miedo de que ellos mismos no vayan a resultar menos dignos de respeto
de lo que habían supuesto.
¿Va a pensar libremente el trabajador
sobre la propiedad? Entonces, ¿qué será de nosotros, los ricos? ¿Van a pensar
libremente los muchachos y las muchachas jóvenes sobre el sexo? Entonces, ¿qué
será de la moralidad? ¿Van a pensar libremente los soldados sobre la guerra?
Entonces, ¿qué será de la disciplina militar?
¡Fuera el pensamiento!
¡Volvamos a los fantasmas del
prejuicio, no vayan a estar la propiedad, la moral y la guerra en peligro!
Es mejor que los seres humanos sean
estúpidos, amorfos y tiránicos, antes de que sus pensamientos sean libres.
Puesto que si sus pensamientos fueran libres, seguramente no pensarían como
nosotros. Y este desastre debe evitarse a toda costa.
Así arguyen los enemigos del
pensamiento en las profundidades inconscientes de sus almas. Y así actúan en
las iglesias, escuelas y universidades.
En la vida cotidiana de la mayoría de
las personas el miedo desempeña un papel de mayor importancia que la esperanza;
están preocupadas pensando más en lo que los otros les puedan quitar que en la alegría
que pudiesen crear en sus propias vidas y en las vidas de los que están en
contacto con ellas.
No es así como hay que vivir.
Aquellos cuyas vidas son provechosas para ellos mismos, para sus amigos o para
el mundo, están inspirados por una esperanza y sostenidos por la alegría; ven
en su imaginación las cosas como pudieran ser y el modo de realizarlas en el
mundo.
En sus relaciones particulares no se
preocupan de encontrar el cariño o respeto de que son objeto; están ocupados en
amar y respetar libremente, y la recompensa viene por sí, sin que ellos la
busquen. En su trabajo no tienen la obsesión de los celos por sus rivales, sino
que están preocupados con la cosa actual que tienen que hacer. No gastan en
política, tiempo ni pasión defendiendo los privilegios injustos de su clase o
nación; tienen por finalidad hacer el mundo en general más alegre, menos cruel,
menos lleno de conflictos entre doctrinas rivales y más lleno de seres humanos
que se hayan desarrollado libres de la opresión que empequeñece y frustra.
Muchos hombres y mujeres desearían
servir a la Humanidad, pero están perplejos y su poder parece
infinitesimal. La desesperación se apodera de ellos; los que tienen las
pasiones más fuertes sufren más por el sentido de su impotencia y están más
propensos a la ruina espiritual por falta de esperanza.
En tanto que creamos solamente en el
inmediato futuro, no es mucho lo que podemos hacer.
No podemos destruir el excesivo poder
del Estado o de la propiedad privada.
No podemos, en estos momentos y entre
nosotros, llevar una nueva vida a la educación.
Debemos reconocer que el mundo está
gobernado con un espíritu erróneo y que un cambio de espíritu no puede venir de
un día a otro.
Debemos poner nuestras esperanzas en
el mañana, tiempo en que lo que se piensa hoy por unos pocos sea el pensamiento
común de muchos.
Si tenemos valor y paciencia podemos
pensar los pensamientos y sentir las esperanzas porque, más pronto o más tarde,
serán inspirados los hombres, y la debilidad y el desaliento se convertirán en
energía y ardor.
Por esta razón, lo primero que
debemos hacer es ser claros en nuestras propias mentes en cuanto a la clase de
vida que creemos buena y a la clase del cambio que deseamos en el mundo.
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