Nos Disparan desde el Campanario En Argentina la figura del traidor se ha transformado en una esperanza política, y eso es terrible … por Gustavo Marcelo Sala
Desde el advenimiento de la democracia uno puede advertir que aquellos líderes los cuales políticamente intentaron movimientos transversales, inclusivos, sin dogmas férreos, distinguiendo el paradigma de la herramienta, tal el caso de Alfonsín, de Néstor Kirchner y Cristina Fernández fueron finalmente traicionados, tanto por los propios como por aquellos que se incluyeron en esas laxas estructuras amigables, quiméricas y abiertas que invitaban a la participación colectiva bajo consignas solidarias y filantrópicas, y esa traición ha tenido el premio de la ciudadanía, incluso muchos de esos traidores reaccionarios lograron hasta prestigio social y permanencia representativa. El listado es tan extenso que resulta menos traumático mencionar a los leales, que no es lo mismo que decir obsecuente.
Promediando el siglo II antes de Cristo, en la región de la península ibérica que abarcaba aproximadamente el actual territorio de Portugal y parte de León y Extremadura de la actual España, Viriato, un hábil y valeroso pastor lusitano se puso al frente de un pequeño ejército voluntario celtíbero de manera resisir la invasión romana empleando lo que en la modernidad se denominan técnicas de guerrilla. El ejército invasor logró convencer a tres hombres de Viriato, para que lo maten. Ellos eran Audax, Ditalcos y Minuros. Cuando éstos se presentaron a cobrar el precio de su traición, luego del éxito de su ruín accionar, habrían recibido del procónsul Quinto Servilio Cepión como única respuesta: “Roma no paga traidores”, ordenando sus inmediatas ejecuciones. En el presente dicho suceso y su axioma principista están puestos en duda ya que no constan en ningún escrito ni testimonio de la época, algunos historiadores sostienen que el cuento ha sido difundido por las generaciones romanas que se sucedieron con el solo objeto de honorificar y ennoblecer las barbaries romanas cometidas en contra de los pueblos invadidos.
En nuestros días estos tres asesinos lograrían ascendencia ciudadana tal como sucede con centenares de dirigentes que en la actualidad se presentan como ejemplos de praxis política teniendo a la traición como avío indispensable. A pesar de sus perversos esfuerzos el término traidor no ha conseguido ser licuado ni mejorado por la historia no obstante formar parte de una conducta reincidente y rutinaria que tristemente la sociedad espera como mecanismo operativo para tener razón, imponer y resolver sus dilemas políticos. Pero es necesario hacer una importante salvedad. No me refiero solamente a un sorpresivo e intempestivo cambio de paradigmas ideológicos exponiendo la fe de los conversos, cuestión hasta perfectamente asequible si el protagonista reconsidera sus principios e ideas. Quiero hacer hincapié en aquellos políticos que traicionan a la política, a los juristas que traicionan a la justicia, a los periodistas que traicionan al periodismo, a los demócratas que traicionan a la democracia, a los intelectuales que traicionan a las bases del pensamiento y la lógica formal, a los actores culturales que traicionan los fundamentos de la cultura, al sindicalismo que traiciona a los trabajadores, a los organismos de seguridad y contención social que traicionan a los dignatarios de ambos apartados, a los docentes que traicionan a la educación o a los profesionales de la salud que traicionan su juramento hipocrático rindiéndose ante el modelo médico hegemónico, todos incisos que más allá de sus códigos asociativos poseen cartas fundacionales morales y éticas que deberían supervisar el objetivo humanista de su gestación. Roma no pagaba traidores por más que esas traiciones le fueran beneficiosas geopolítica y económicamente. Y aquí el dilema cardinal: La sociedad Argentina no solo los recompensa sino que además los erige como representantes institucionales porque todos los paradigmas están supeditados a la economía, dominio social con reglas propias carente de institucionalidad operativa el cual no posee códigos morales ni éticos en donde solo priva el interés individual, de modo que sería desatinado exigir éticas y moralidades en el marco de una sociedad en donde ninguna de estas dos características constituyen un valor humanista, hoy en desprestigio. Lamentablemente en Argentina la figura del traidor, y por añadidura la del delator y la del extorsionador, se ha transformado en una esperanza política, y eso me parece terrible, cuando la ciencia en sí las coloca como simonías radicales.
*Gustavo Marcelo Sala. Editor
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Gustavo Marcelo Sala
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la sumisión de la sociedad a las variables económicas hacen que todas las actividades estén manejadas por los mercaderes.
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