Nos Disparan desde el Campanario El arte de escuchar y la era del aislamiento y la incapacidad de pensar de la IA… por Byung Chul Han
Fuente: Bloghemia
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I
El arte de escuchar y la era del
aislamiento
En una de sus Imágenes que hacen
pensar, Benjamin evoca la escena primordial de la curación: «El niño está
enfermo. La madre lo lleva a la cama y se sienta a su lado. Y entonces comienza
a contarle historias» . Narrar cura, porque relaja profundamente y crea un
clima de confianza primordial. La amorosa voz maternal sosiega al niño, le
mima el alma, fortalece su cariño, le da sostén. Aparte de esto, los cuentos
infantiles son historias de un mundo inocente. Hacen del mundo un hogar
familiar. Además, uno de sus patrones básicos es la feliz superación de una
crisis. De este modo, ayudan al niño a superar su enfermedad como si fuera una
crisis. También la mano que narra es curativa. Benjamin habla de la
extraordinaria fuerza curativa que irradian unas manos femeninas que se mueven
como si narraran: «Sus movimientos eran sumamente expresivos, pero uno no sería
capaz de describir esa expresión… Parecían narrar una historia».
Toda enfermedad revela un bloqueo
interior, que se puede eliminar con el ritmo de la narración. La mano que narra
libera de las tensiones, las obstrucciones y los endurecimientos. Restablece el
equilibrio de las cosas, y hasta hace que fluyan.
Benjamin se pregunta «si toda
enfermedad no sería curable con tal de que se dejara llevar por la corriente de
la narración lo bastante lejos… hasta la desembocadura». El dolor es un «dique
de contención», que al comienzo ofrece resistencia a la corriente de la
narración. Pero ese dique revienta cuando la corriente de la narración aumenta
su caudal y es lo bastante fuerte. Entonces la corriente arrastra cuanto encuentra
a su paso, llevándolo al mar de la feliz liberación. La mano que acaricia guía
la corriente de la narración «trazándole un lecho». Benjamin señala que el
proceso de sanación empieza ya con la narración que el paciente cuenta al
médico al comienzo del tratamiento.
También Freud piensa que el
dolor es un síntoma derivado de un bloqueo en la historia de una persona. La
persona no es capaz de continuar su historia. Los trastornos psíquicos denotan
una narración bloqueada. La curación consiste en liberar al paciente de este
bloqueo narrativo, en verbalizar lo no narrable. El paciente se sana en el
momento en que se libera narrando.
Las narraciones desarrollan por sí
mismas una fuerza sanadora. Benjamin cita los encantamientos de Merseburg,
cuyo segundo conjuro sirve de hechizo curativo. Pero ese conjuro no consta de
fórmulas abstractas, sino que narra la historia de un caballo herido al que
Odín aplica su fórmula mágica. Benjamin comenta: «No es solo que repitan la
fórmula de Odín, sino que narran la situación que provocó que él la empleara
por primera vez»
Un acontecimiento traumático se puede
superar, por ejemplo, integrándolo en una narrativa religiosa que brinde
consuelo o esperanza y así nos ayude a salir de la crisis. Pero ante
acontecimientos críticos también se narran historias de crisis, que ayudan a
superarlas integrándolas en un contexto que les dé sentido. Las teorías
conspirativas cumplen igualmente una función terapéutica. Dan una explicación
sencilla de las complejas situaciones que causan una crisis. Por eso, tales
teorías conspirativas se cuentan sobre todo en tiempos de crisis. Ante una
circunstancia crítica y delicada la narración ejerce por sí misma un efecto
terapéutico, situando temporalmente esa circunstancia en el pasado. Relegada al
pasado, ya no afecta al presente. Por así decirlo, es archivada.
En La condición humana, Hannah
Arendt encabeza el capítulo dedicado a la acción poniendo como lema unas
palabras de Isak Dinesen que son poco comunes: All sorrows can be borne if
you put them into a story or tell a story about them («Todas las penas se
pueden sobrellevar metiéndolas en una historia o contando una historia sobre
ellas». La imaginación narrativa es curativa. Si se logra dar a las penas una
apariencia narrativa, entonces se les quita su oprimente facticidad, y pasan a
ser absorbidas por los ritmos y las melodías narrativos. La narración las eleva
por encima de la pura facticidad. Se diluyen en el flujo narrativo, en lugar de
endurecerse en un bloqueo mental.
Pese a la moda del storytelling, hoy se está perdiendo el ambiente de
narración. Ni siquiera a los médicos se les cuenta apenas ya nada. No tienen
tiempo ni paciencia para escuchar. La lógica de la eficiencia es incompatible
con el espíritu narrador. Solo en la psicoterapia y en el psicoanálisis quedan
aún reminiscencias de la fuerza curativa de la narración. La protagonista de la
novela de Michael Ende Momo es capaz de curar a las personas solo con
escucharlas. Momo es rica en tiempo: «Al fin y al cabo, el tiempo era lo único
en lo que Momo era rica». Ella dedica su tiempo al otro. El tiempo del otro, el
tiempo de lo distinto, es un tiempo entrañable. Momo resulta ser una oyente
ideal:
Lo que la pequeña Momo podía hacer mejor que nadie era escuchar. Eso no es nada
particular, replicará quizá algún que otro lector, pues, después de todo,
escuchar es algo que puede hacer cualquiera. Craso error. Escuchar de verdad es
algo que solo muy pocas personas pueden hacer. Y el modo como Momo sabía
escuchar era del todo singular.
El silencio cordial y atento de Momo
hace que al otro se le ocurran ideas que por sí mismo jamás habría
concebido:
No porque ella dijera nada o
preguntara por qué se le habían ocurrido al otro tales ideas. No. Solo se
quedaba sentada y se limitaba simplemente a escuchar, poniendo gran atención y
todo su interés. Se quedaba mirando al otro con sus grandes ojos oscuros, y el
otro sentía cómo de pronto se le ocurrían unas ideas de las que jamás habría
sospechado que pudiera albergarlas.
Momo se encarga de que el otro se
libere narrando. Cura deshaciendo los bloqueos narrativos:
En otra ocasión, un niño pequeño le
llevó su canario, que no quería cantar. Aquello resultó una tarea mucho más
ardua para Momo. Tuvo que pasarse una semana entera escuchándolo, hasta que
finalmente el pájaro volvió a trinar y a gorjear de nuevo.
La escucha no se centra tanto en el
contenido comunicado como en la persona que comunica, en quién es el otro. Con
su mirada profunda y amistosa, Momo interpela expresamente al otro en su
alteridad. La escucha no es un estado pasivo, sino una actividad. La escucha
inspira la narración del interlocutor y abre un espacio de resonancia, en el
que el narrador se siente interpelado, escuchado y hasta amado. También el
contacto tiene una fuerza curativa. Crea proximidad e infunde una confianza
primordial, como cuando se cuentan historias. Los contactos son como
narraciones táctiles, que liberan de las tensiones y de los bloqueos que
podrían causar dolor y enfermedad. El médico Viktor von Weizsäcker evoca así
esta otra escena primordial de la curación:
Cuando la hermanita ve que el hermanito tiene dolores encuentra un camino que
es anterior a todo conocimiento: su mano encuentra cariñosamente el camino,
quiere tocarlo con una caricia allí donde le duele. Así es como la pequeña
samaritana se convierte en el primer médico. En ella opera inconscientemente un
saber primitivo acerca de una eficacia primordial. Ese saber primitivo conduce
su impulso hacia la mano y guía la mano hacia el contacto eficaz. Porque esto
es lo que experimenta el hermanito, que la mano le hace bien. Entre él y su
dolor se interpone la sensación de que la mano fraterna lo está tocando, y ante
esta nueva sensación el dolor se retira. La mano que toca ejerce el mismo
efecto curativo que la voz que narra. Crea proximidad e infunde confianza.
Libera de las tensiones y quita el miedo.
Hoy vivimos en una sociedad en la que
se evitan los contactos. Tocar presupone la alteridad del otro, que es lo
que impide que el otro quede reducido a algo disponible. Con un objeto
consumible no podemos entablar contacto, sino que lo agarramos o nos lo
apropiamos. Precisamente el smartphone, que encarna el dispositivo digital,
genera la ilusión de una disponibilidad total. Se asocia con un hábito
consumista que abarca todos los ámbitos vitales. Priva al otro de su alteridad
y lo degrada a objeto consumible.
La creciente pobreza en contacto nos
enferma. Si nos falta por completo el contacto, nos quedamos
irremisiblemente atrapados en nuestro ego. El contacto en sentido enfático nos
saca de nuestro ego. Pobreza en contacto significa, en definitiva, pobreza en
mundo. Nos vuelve depresivos, solitarios y miedosos. La digitalización
agrava esta pobreza en contacto y en mundo. Se da la paradoja de que la
creciente conectividad nos aísla. En eso consiste la fatídica dialéctica de la
interconexión. Estar interconectado no significa haber creado lazos.
Las stories que se publican en las redes sociales, y que en realidad no son
otra cosa que autorretratos o escenificaciones de uno mismo, aíslan a las
personas. A diferencia de las narraciones, no crean proximidad ni suscitan
empatía. Son, en definitiva, informaciones adornadas visualmente, que vuelven a
desaparecer en cuanto nos hemos enterado rápidamente de ellas. No narran, sino
que publicitan. Tratar de acaparar la atención no es manera de crear una
comunidad. En la época del storytelling como storyselling, la narración es
indiscernible de la publicidad. En eso consiste la actual crisis de la
narración.
II
La Inteligencia artificial y su
incapacidad de pensar
En un nivel más profundo, el
pensamiento es un proceso resueltamente analógico. Antes de captar el
mundo en conceptos, se ve apresado, incluso afectado por él. Lo afectivo es
esencial para el pensamiento humano. La primera afectación del pensamiento es
la carne de gallina. La inteligencia artificial no puede pensar porque no se le
pone la carne de gallina. Le falta la dimensión afectivo-analógica, la emoción
que los datos y la información no pueden comportar. El pensamiento
parte de una totalidad que precede a los conceptos, las ideas y la información.
Se mueve ya en un «campo de experiencia» antes de dirigirse específicamente a
los objetos y los hechos que encuentra en él.
La totalidad de lo existente a la que
se enfrenta el pensamiento, se le abre inicialmente en un medio afectivo, en
una disposición anímica: «La disposición anímica (Stimmung) ha abierto ya el
ser-en-el-mundo como un todo, y esto es lo primero que hace posible un
dirigirse hacia…». Antes de que el pensamiento se dirija hacia algo, se
encuentra ya en una disposición anímica básica. Este encontrarse en una
disposición anímica caracteriza al pensamiento humano. La disposición anímica
no es un estado subjetivo que tiña el mundo objetivo. Es el mundo.
Posteriormente, el pensamiento articula en conceptos el mundo abierto en una
disposición anímica fundamental. Este precede a la conceptuación, al trabajo
con los conceptos: «Definimos el filosofar como un preguntar conceptual a
partir de un estremecimiento esencial del Dasein. Pero este estremecimiento
solo es posible desde, y en, una disposición anímica fundamental del Dasein».
Solo esta disposición anímica nos hace pensar: «Todo pensamiento esencial
requiere que sus pensamientos y enunciados sean en toda ocasión obtenidos, como
el metal de la mena, desde la disposición anímica fundamental»
El hombre como Dasein está siempre arrojado a un mundo determinado. El mundo se
le abre prerreflexivamente como una totalidad. El Dasein como disposición
anímica precede al Dasein como ser consciente. En su estremecimiento inicial,
el pensamiento está como fuera de sí. La disposición anímica fundamental lo
pone en un fuera. La inteligencia artificial no piensa porque nunca está fuera
de sí misma. El espíritu originariamente está fuera de sí mismo o estremecido.
La inteligencia artificial puede calcular con rapidez, pero le falta el
espíritu. Para el cálculo, el estremecimiento solo sería una
perturbación.
«Analógico» es lo que guarda
correspondencia. Heidegger se vale aquí del parentesco entre vocablos de su
idioma. El pensamiento como proceso analógico se corresponde (entspricht) con
una voz (Stimme) que lo determina (be-stimmt) y sintoniza (durch-stimmt) con
él. El pensamiento no es interpelado por tal o cual ente, sino por la totalidad
de lo ente, por el ser de lo ente. La fenomenología de la disposición anímica
de Heidegger ilustra la diferencia fundamental entre el pensamiento humano y la
inteligencia artificial. En ¿Qué es la filosofía? escribe Heidegger: «El
corresponder (Das Ent-sprechen) escucha la voz de una llamada. Lo que se nos
dice como voz del ser, determina (be-stimmt) nuestra correspondencia.
“Corresponder” significa entonces: estar determinado, être disposé, por el ser
del ente. […] La correspondencia es necesariamente, y siempre, no solo estar
determinado accidental y ocasionalmente. Es un estado de determinación. Y es
solo a partir de la disposición anímica que el decir de la correspondencia
recibe su precisión, su ser determinado». El pensamiento oye, mejor, escucha y
pone atención. La inteligencia artificial es sorda. No oye esa
«voz».
El «comienzo de un filosofar
verdaderamente vivo» es, según Heidegger, el «despertar de una disposición
anímica fundamental» que «nos determina de modo fundamental». La disposición
anímica fundamental es la fuerza de gravedad que reúne palabras y conceptos a
su alrededor. Sin tal disposición anímica, el pensamiento carece de un marco
organizador: «Si la disposición anímica fundamental está ausente, todo es
un estrépito forzado de conceptos y palabras vacías». La totalidad afectiva que
se da en esa disposición anímica es la dimensión analógica del pensamiento, que
la inteligencia artificial no puede reproducir.
Según Heidegger, la historia de
la filosofía es una historia de esa disposición anímica fundamental. El
pensamiento de Descartes, por ejemplo, está determinado por la duda, mientras
que el de Platón lo está por el asombro. El cogito de Descartes se basa en la
disposición anímica fundamental de la duda. Heidegger caracteriza la
disposición anímica de la filosofía moderna de la siguiente manera: «Para él
[Descartes], la duda constituye esa disposición anímica que se centra en el ens
certum, lo que existe con certeza. La certitudo es entonces esa firmeza del ens
qua ens que resulta de la indubitabilidad del cogito (ergo) sum para el ego del
hombre. […] La disposición anímica de la confianza en la siempre alcanzable
certeza absoluta del conocimiento será el pathos y, por ende, el arjé de la
filosofía moderna». El pathos es el comienzo del pensamiento. La
inteligencia artificial es apática, es decir, sin pathos, sin pasión. Solo
calcula.
La inteligencia artificial no tiene
acceso a horizontes que se vislumbran en lugar de estar claramente
definidos. Pero esta «vislumbre» no es un «primer peldaño en la escala del
saber». En ella más bien se abre la «antesala» «que encierra, es decir, oculta
todo lo que puede saberse». Heidegger localiza esta vislumbre en el corazón. La
inteligencia artificial no tiene corazón. El pensamiento del corazón percibe y
tantea espacios antes de trabajar con los conceptos. En esto se diferencia del
cálculo, que no necesita espacios: «Si este saber “del corazón” es un
vislumbrar, nunca debemos tomar este vislumbrar por un pensar que se difumina
en la oscuridad. Tiene su propia claridad y resolución, y, sin embargo, sigue
siendo fundamentalmente distinto de la seguridad de la mente calculadora»
Siguiendo a Heidegger, la
inteligencia artificial sería incapaz de pensar en la medida en que se le
cierra esa totalidad en la que el pensamiento tiene su origen. No tiene mundo.
La totalidad como horizonte semántico abarca más que los objetivos previstos en
la inteligencia artificial. El pensamiento procede de forma muy diferente a la
inteligencia artificial. La totalidad constituye el marco inicial a partir del
cual se conforman los hechos. El cambio de disposición anímica como cambio de
marco es como un cambio de paradigma que da lugar a nuevos hechos. La
inteligencia artificial, en cambio, procesa hechos predeterminados que siguen
siendo los mismos. No puede darse a sí misma nuevos hechos.
El big data sugiere un conocimiento
absoluto. Las cosas revelan sus correlaciones secretas. Todo se vuelve
calculable, predecible y controlable. Se anuncia toda una nueva era del saber.
En realidad, se trata de una forma de saber bastante primitiva. La data mining
o minería de datos descubre las correlaciones. Según la lógica de Hegel, la
correlación representa la forma más baja de saber. La correlación entre A y B
dice: A ocurre a menudo junto con B. Con la correlación no se sabe por qué
sucede esto. Simplemente sucede. La correlación indica probabilidad, no
necesidad. Se diferencia de la causalidad, que establece una necesidad: A causa
B. La acción recíproca representa el siguiente nivel del saber. Dice: A y B se
condicionan mutuamente. Se establece una conexión necesaria entre A y B. Sin
embargo,en este nivel de conocimiento aún no se comprende: «Si nos detenemos en
la consideración de un determinado contenido meramente desde el punto de vista
de la acción recíproca, es en verdad un comportamiento totalmente
incomprensible»
Solo el «concepto» capta la conexión
entre A y B. Es la C que conecta A y B. Por medio de C, se comprende la
relación entre A y B. El concepto vuelve a formar el marco, la totalidad, que
reúne a A y B y aclara su relación. A y B solo son los «momentos de un tercero
superior». El saber en sentido propio solo es posible en el nivel del concepto:
«El concepto es lo inherente a las cosas mismas, lo que nos dice que son lo que
son, y, por tanto, comprender un objeto significa ser consciente de su
concepto». Solo a partir del concepto omnicomprensivo C puede comprenderse
plenamente la relación entre A y B. La realidad misma se transmite al saber
cuando es captada por el concepto.
El big data proporciona un
conocimiento rudimentario. Se queda en las correlaciones y el
reconocimiento de patrones, en los que, sin embargo, nada se comprende. El
concepto forma una totalidad que incluye y comprende sus momentos en sí mismo.
La totalidad es una forma final. El concepto es una conclusión. «Todo es
conclusión» significa «todo es concepto». La razón también es una conclusión:
«Todo lo racional es una conclusión». El big data es aditivo. Lo aditivo
no forma una totalidad, un final. Le falta el concepto, es decir, lo que
une las partes en un todo. La inteligencia artificial nunca alcanza el nivel
conceptual del saber. No comprende los resultados de sus cálculos. El cálculo
se diferencia del pensamiento en que no forma conceptos y no avanza de una
conclusión a otra.
La inteligencia artificial aprende
del pasado. El futuro que calcula no es un futuro en el sentido propio de la
palabra. Aquella es ciega para los acontecimientos. Pero el pensamiento tiene
un carácter de acontecimiento. Pone algo distinto por completo en el mundo. La
inteligencia artificial carece de la negatividad de la ruptura, que hace que lo
verdaderamente nuevo irrumpa. Todo sigue igual. «Inteligencia» significa elegir
entre (inter-legere). La inteligencia artificial solo elige entre opciones
dadas de antemano, últimamente entre el uno y el cero. No sale de lo antes dado
hacia lo intransitado.
El pensamiento en sentido enfático
engendra un mundo nuevo. Está en camino hacia lo completamente otro, hacia otro
lugar: «La palabra del pensamiento es pobre en imágenes y carece de estímulos.
[…] Sin embargo, el pensamiento cambia el mundo. Lo cambia en la profundidad,
cada vez más oscura, del pozo que es un enigma, y que al ser más oscura es la
promesa de una mayor claridad». La inteligencia de las máquinas no alcanza esa
profundidad del oscuro pozo de un enigma. La información y los datos no
tienen profundidad. El pensamiento humano es más que cálculo y resolución de
problemas. Despeja e ilumina el mundo. Hace surgir un mundo completamente
diferente. La inteligencia de las máquinas entraña ante todo el peligro de que
el pensamiento humano se asemeje a ella y se torne él mismo maquinal.
El pensamiento se nutre del
eros. En Platón, el logos y el eros entran en íntima relación. El eros es
la condición de posibilidad del pensamiento. Heidegger también sigue en esto a
Platón. En el camino hacia lo intransitado, el pensamiento se inspira en el
eros: «Lo llamo el eros, el más antiguo de los dioses en palabras de
Parménides. El batir de las alas de ese dios me conmueve cada vez que doy un
paso esencial en el pensamiento y me aventuro en lo intransitado». Eros está
ausente en el cálculo. Los datos y la información no seducen.
Según Deleuze, la filosofía comienza
con un «faire l’idiot». No es la inteligencia, sino un idiotismo, lo que
caracteriza al pensamiento. Todo filósofo que produce un nuevo idioma, un nuevo
pensamiento, un nuevo lenguaje, es un idiota. Se despide de todo lo que ha
sido. Habita esa inmanencia virgen, aún no descrita, del pensamiento. Con ese
«faire l’idiot», el pensamiento se atreve a saltar a lo totalmente otro, a lo
no transitado. La historia de la filosofía es una historia de idiotismos, de
saltos idiotas: «El idiota antiguo pretendía alcanzar unas evidencias a las que
llegaría por sí mismo: entretanto dudaría de todo […]. El idiota moderno no
pretende llegar a ninguna evidencia […], quiere lo absurdo, no es la misma
imagen del pensamiento». La inteligencia artificial es incapaz de pensar,
porque es incapaz de «faire l’idiot». Es demasiado inteligente para ser un
idiota.
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