Mientras la pequeña burguesía
progresista está muy entretenida con los modos y las formas de Milei, al mismo
tiempo ignora y en algún caso aprueba sus políticas socioeconómicas, aun cuando
sus efectos son absolutamente devastadores para buena parte del nuestro pueblo.
Este inciso cardinal lo observa como aleatorio en tanto sus caprichos de clase
sigan formando parte de sus rutinas observando que los primeros les provocan
cierto rubor y hasta alguna grafía de vergüenza ajena.
Su comportamiento psicopolítico es
muy similar al del alemán pequeño burgués que fortaleció a Hitler durante la década
del treinta del siglo pasado, momento en el cual la prosperidad económica capitalista,
luego de la crisis, lograba mimetizar las ignominias que se estaban ejecutando,
y que solo exponía cierto escozor ante los desvaríos dialécticos de quien luego
se erigió como uno de las mayores criminales de la historia.
Uno de los temas que más aviva esta
suerte de indignación insípida pequeño burguesa es el inciso migratorio,
cuestión que muy lejos de profundizarse se la banaliza debido a que no pone
sobre la mesa la esencia del problema que es el propio sistema expulsivo del sistema global, algo parecido
sucede cuando se habla de la pobreza omitiendo el capítulo de la concentración
de la riqueza.
Falsamente se plantea el tema de la
inmigración como una suerte de banal albedrío individual sin entender que se
trata de una disyuntiva colectiva por la supervivencia de un conjunto. Si por
un lado aceptamos el dawinismo que impone el sistema capitalista, ergo regiones
favorecidas y regiones no favorecidas, ese mismo concepto darwinista propone
naturalmente las migraciones como parte del proceso de selección. Somos
liberales en lo económico y amamos la competencia hasta que otro nuevo jugador
entra en escena. Me hace ruido. Y es allí donde nuestra liberalidad pequeño
burguesa se siente acongojada e insultada. Vienen por nuestros recursos, nos
invaden las calles, las ensucian, quiénes son estos tipos oscuros de raras
vestimentas, quieren vivir. Los procesos migratorios tienen variadas
motivaciones y cada una de ellas ameritan un estudio especial. Escapar de
una guerra, huir de la hambruna, exiliarse debido a las persecuciones políticas
que aún existen en el planeta, las pestes, los cataclismos, la contaminación
regional, cuestiones que deben ser discernidas puntillosamente ya que los
protagonistas de estos procesos varían socialmente. Y este es el punto de
conflicto desde donde parte el banal sentido común de nuestra pequeña burguesía
xenófoba y discriminatoria.
Nuestro pequeño burgués confunde
superviviencia con “estar mejor”, con progresar, inciso que relaciona la
inmigración con una decisión individual y es allí en donde descansa el sofisma.
El colectivo inmigrante escapa de la muerte que le tiene reservado como
determinismo histórico el lugar donde nació, con todas las contradicciones y
quebrantos que la cuestión incluye, y es capaz de asumir empresas sumamente
riesgosas para escapar de esa muerte, incluso encarar la propia muerte y la de
los suyos, al cruzar un río, una mar, un océano, al saltar un muro, a desafiar
las balas del rechazo. No tienen tiempo para absurdos trámites burocráticos, y
si no hay que preguntarle a los galeses que llegaron a nuestras costas de
Puerto Madryn en una breve cáscara de nuez, obviando permisos y ritos
sistémicos, instalándose en las cuevas de la costa para conformar con el tiempo
una de las colonias más selectas del país. Pasó mucho tiempo, acaso una
generación para regularizar la situación. Los procesos migratorios no son viajes
de placer, no escogen los lugares en función de un packaging turístico, tampoco
convengamos que vienen al mejor de los mundos ni al más justo de los lugares,
escapan hacia donde pueden. Desertan de su génesis, de su cuna, del lugar en
donde vieron la luz, una luz que el sistema dominante apaga sin prisa pero sin
pausa debido a que ese haz lumínico lo concentra en los grandes centros de
poder. Las visiones de nuestra pequeña burguesía son coincidentes, ven al
receptor como víctima de una horda, pero jamás será osada y preguntarse las
razones por las cuales esas “hordas” de marginados existen en todas las
latitudes del planeta. Acaso el espejo es un cruel delator y encuentren en él
las respuestas que su sentido común les impiden revelar. La pequeña burguesía jamás
se piensa a sí misma en esa disyuntiva, cree que su condición social la
inmuniza. Gieco lo expresa mejor que nadie, de manera, afinada, poética y
clara...
Guarda la risa entre los dientes
marcha del sur para el este
lleva la sombra que sostiene
todo el peso de la gente que más quiere.
Lleva incertidumbre
y la risa postergada
lleva un libro, eso es bastante
dice el inmigrante.
Lleva la cruz del marginado
lleva otro idioma
lleva su familia, eso es bastante
dice el inmigrante.
Lleva en sus ojos toda la mezcla
de la rabia, de la duda y la tristeza
tiene que pagar con el olvido
lágrima de puerto y de destierro.
Muy de acuerdo con el texto. Yo sufrí dos procesos migratorios en mi vida, fronteras adentro, muy distantes ambos y por cuestiones de supervivencia, y más allá de no tener que sobrellevar los problemas de papeles el tema no deja de ser traumático y dramático para quién lo vive. No todas las comunidades aceptan al migrante, incluso cuando se trata de gente con la misma nacionalidad.
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