Nos Disparan desde el Campanario Del narcisismo a las «enfermedades del vacío»: ¿cómo enfrentarse a un mundo global en crisis?.. por Pilar Alberdi
Fuente: Bloghemia
Link de origen:
https://www.bloghemia.com/2025/02/del-narcisismo-las-enfermedades-del.html
Análisis filosófico sobre la crisis
existencial moderna y su relación con el mito de Narciso, explorando la
búsqueda de identidad personal y colectiva
El siguiente artículo de Pilar
Alberdi para Bloghemia, es una profunda reflexión sobre las crisis
existenciales individuales y colectivas en la sociedad moderna, analizando el
mito de Narciso como metáfora del autoconocimiento. La autora es una destacada
pensadora hispano-argentina, escritora y académica con una sólida formación en
Psicología y Filosofía, ganadora del Premio Diderot de ensayo 2022, que
combina su experiencia intercultural con una aguda visión crítica de los
desafíos contemporáneos.
Por: Pilar Alberdi
De todas las versiones del mito de
Narciso, la más conocida es la de la Metamorfosis de Ovidio, según la
cual Narciso es hijo de la ninfa Liríope y del río Cefiso. Al nacer, el adivino
Tiresias predice a su madre que este tendrá una larga vida “si no llega a
conocerse». Este es el drama: uno vive para conocerse y también para conocer,
descubrir el mundo en el que vive, de hecho, nos pasamos la vida estudiando
para saber, para obtener conocimiento, para «ser» especialmente más que para
«tener», como gustaba decir Erich Fromm y, pese a tanto esfuerzo, una descubre
consternada muchas veces cómo algunas preguntas resultan aporéticas. Podríamos
hacerlas un millón de veces, mil millones y el resultado será el mismo. El
matemático Henri Poincairé opinaría que intentar conocer con la mente ―ese
rinconcito del Universo―, el propio Universo es una batalla perdida, o lo que
es lo mismo cómo conseguir a partir de lo finito, entrar en lo infinito.
El resultado de la Ilustración, lo
conocemos: el «desencantamiento del mundo» (Max Weber). Tras la
desacralización, tras la caída vertiginosa de las creencias religiosas, del
avance de los partidos políticos agnósticos (una especie de «nuevas religiones»),
tras la inminente caída de los Estados-Nación a manos del «capitalismo
globalista» actual, solo percibimos una realidad petrificada, que se pretende
única, pero que como indicó Niklas Luhman, no es tal, aunque lo parezca, y es
más diversa e interesante, más profunda y veraz.
Dicho todo lo anterior, voy a dividir
este ensayo en dos apartados, uno dedicado a las crisis personales que nos
intimidan y otro a las crisis sociales, que además de atemorizarnos y hacernos
perder pie más a menudo de lo que quisiéramos, vienen a hablarnos de los otros
Narcisos, tan parecidos y perdidos ellos como nosotros, mirando su reflejo en
el pozo. Es verdad que Narciso podría vivir ―según dice la mitología― y quizá
hasta feliz (hay muchos ejemplos alrededor) una larga vida si no se conoce,
pero ¿quién quiere vivir una larga vida en esas condiciones? ¿Quién estaría
dispuesto? ¿No implica el no conocerse, un no conocer general? Por el
contrario: ¿no hay en el conocer una fuerza creadora poderosa? Personalmente
opto por conocerme, aconsejo conocerse, saber lo que hay, el quid de la
cuestión, pese al riesgo, incluso inminente de caer en el pozo, porque quizá
tras un par de gritos de socorro en voz alta pidiendo auxilio desesperadamente
llegue alguien hasta el brocal del pozo, asome con precaución por allí la
cabeza, nos vea desesperados, en mala situación, a punto casi de ahogarnos y
nos salve. Quizá, no hay por qué descartarlo, el salvador sea otro Narciso,
incluso un Narciso que ya ha pasado por algo similar, o tal vez no; en cualquier
caso, sería una buena señal.
Crisis existencial en singular
Un individuo tiene una «crisis existencial» cuando por una o más causas no
encuentra ya el «sentido» de la vida que antes le sostenía en pie. Generalmente
este sentido, que es también «sentimiento», está afianzado en la «identidad»
forjada durante un largo tiempo. Puede ser una identidad familiar, laboral,
étnica, o de cualquier otro tipo, en general es una mezcla de ellas, basada en
lazos o en conocimientos, sostenida por creencias, valores, simpatías,
aficiones, en suma, sometida a «marcos referenciales» no solo individuales sino
y de manera muy especial, sociales. Para Clément Rosset en Lejos de mí ―Estudio
sobre la identidad―, la identidad personal es pre-identitaria, siendo la identidad
social la verdadera: «cada vez que se produce una crisis de identidad, la
identidad social es lo primero que se resquebraja, amenazando el frágil
edificio de lo que creemos experimentar como el yo; es siempre una deficiencia
de la identidad social lo que viene a perturbar la identidad personal y no al
revés, como se tiende a pensar generalmente».
La crisis existencial puede tener
muchos motivos, pero generalmente subyace en la base una relación
existencia-identidad quebrada.
Es, por tanto, el tiempo de las
grandes preguntas, aquellas que en días más felices el sujeto quizá no se hizo.
Preguntas intempestivas que llegan en aluvión, en cascada, que nos desarman,
nos desestabilizan. Por ejemplo: ¿qué sentido tiene la vida?, ¿cuál es el
sentido de mi vida? ¿Por qué a mí y ahora? Y así, la duda del propio sentido,
en el fondo, aquello con los que construimos nuestra realidad y hacemos planes
de futuro nos interroga, pero por lo general, al menos al principio de la
crisis, no tenemos respuestas, si no un mar de sentimientos confusos. No es
difícil que nos preguntemos: ¿Qué sentido tiene este mundo? Y otras por el
estilo.
Somos, como bien decía Hannah
Arendt, nosotros precisamente, estas últimas generaciones, la suya incluida,
las primeras en deambular por el mundo sin apoyo en la religión, en lo sagrado,
en lo inmanente. De las antiguas «mores», de la vieja moral pasamos al ethos, a
la ética laica. Además, «El conflicto tecnológico, que es el de la aceleración
constante de los mitos de la máquina global» (Berardi, 2016), no nos deja
respirar, nos cerca, lo materializa todo, no hay espacio espiritual que permita
el sueño de corregir una vida ya hecha. Nos tratan como a máquinas, y así
tratamos nosotros a los otros, si no logramos escapar de nuestra creciente
medianía semirobotizada, de nuestra humanidad doliente, pero también
desengañada, expectante. Como, además, nos hemos alejado tanto de la idea de
alma, o sea, de espíritu, de esencia o de una sencilla voluntad luchando con
desmesura para equilibrar razón y pasión, solo nos queda el cuerpo, el de
gimnasio, el musculoso, el que pierde grasa cuando se pierden kilos, el
tatuado, porque ahora tatuarse está bien visto, no como antes.
Cercados por un mundo de ansiolíticos
y antidepresivos, de coachings, de libros de «autoayuda», de pantallas donde
podemos ver constantemente nuestra imagen, Narciso reflejado, donde se
ausculta, se compara, se intenta ser el más guapo, la más guapa, el mejor
vestido, la mejor vestida, el o la que va de compras al nuevo centro comercial.
Son estos mismos Narcisos, los que no saben ya, quién fue Moisés ni a quienes
asesinó Herodes; no tienen religión ni cultura religiosa de ningún tipo y poco
o nada saben de las creencias orientales, aunque han estado averiguando a qué
precios están los pasajes en avión para ir a China, Tailandia, India o Japón y
cuáles son las mejores ofertas. Quizá sus madres practicaran yoga y alguna vez
oyeron a un poeta hablar de zen. Después harán una larga cola de varias calles
para entrar al nuevo Starbucks que inauguran en la ciudad, una ciudad, tan
cosmopolita e igual a otras, mientras hablan en un garabateado inglisespanish
de lo más diverso y plural, y se cuentan unos a otros las mismas series
televisivas de cada noche y el próximo festival de música al que acudirán. Esto
que parece una parodia también es la realidad, mientras se insiste en que los
estudiantes según no sé qué nuevas pedagogías no hace falta que estudien de
memoria, ¿para qué? Y se anuncia le llegada de becas económicas universitarias
incluso para los que no aprueben. No sé yo, pienso, si es otoño y gracias al
viento caen las hojas de los árboles y tú quieres juntar hojas para guardarlas
y un tiempo después recordar aquel otoño, tendrás que ir a buscarlas, agacharte,
recogerlas, ser agradecido con el árbol y con el viento, con los ojos que
tienes y te permiten ver, y lo mismo pasa, pienso yo, con las ideas, con las
fechas. Nunca está de más un apunte en un cuaderno… Y me voy en pensamiento a
la infancia y recuerdo aquellos exámenes de conciencia que estaba bien hacer
por las noches, antes de dormirse, no vaya a ser que no hubiese un mañana, y en
los labios la oración: «Jesusito de mi vida eres niño como yo…».
Frente a lo profundo vence la
superficie, ese espejismo del pozo donde el Yo se ahoga.
La crisis puede arrastrarnos a una
soledad no querida donde alcance su expresión un profundo desasosiego y acaso
una depresión o se agraven otros problemas de salud. O llegue una pandemia, te
confinen y de repente te extrañas de verte, incluso veas a una persona (tú) que
de repente no lo pareces y a golpe de circunstancias te percibes «a veces
vanal, a veces estúpida, a veces vacía» como explica el filósofo Santiago López
Petit, él también sorprendido. Suele ocurrir, eso de no sentirse el mismo, de
convertirse en otro. Recuerdo a mi jardinero, no hace mucho, cuando me decía
después del fallecimiento de su madre, un año antes había perdido a su padre:
«Sabe señora, me he quedado huérfano con cincuenta y cinco años» y yo sabía muy
bien lo que me decía porque yo misma años antes y bien adulta, también me había
quedado huérfana.
Como podemos percibir por lo dicho
hasta ahora, la crisis existencial puede estar organizada desde dentro, o venir
desde fuera, pero considerándola un mal puede ser un bien a futuro, aquello que
permite replantearse los pensamientos, y las perspectivas de un mañana
incitante y motivador si uno se esfuerza. Porque esa idea de que lo que no
tiene precio no vale nada, no se ajusta a la verdadera vida.
Las crisis tienen puertas, ya vienen
con ellas en el imaginario del desastre, sirven para salir de, para
incorporarse a… A veces da temor, abrirlas, cerrarlas, pero ese es su cometido,
avanzar hacia lo que uno quiere, quitar lo que estorba, dudar, nunca mejor dicho
a ciegas, para abrir ese campo de oportunidades, ese tiempo de
decisiones.
En esa crisis de existencia uno llega
a estar medio muerto, medio vivo, medio desaparecido, medio enfermo; se
descubre larva, mariposa, con suerte de alas coloridas en vuelo hacia una
primavera. ¡Felices sueños, buen viaje, a volar…! Sí, ¿por qué no? La esperanza
en todo su esplendor.
De repente, la crisis tiene, muestra,
el espesor y la dureza en que nos hemos convertido, lo metálicos y lo pétreos
que nos hemos vuelto a fin de ser funcionales, eficientes como se espera de
uno, de todos, olvidando que somos un puro devenir, siempre en proceso, y que,
si bien estamos hechos, a la vez siempre estamos en proceso de hacer. «Los
problemas filosóficos son inseparables de su historia y del contexto histórico
y social en el que se plantearon» (Borja Muntadas Figueras, 2023). Y es verdad,
lo fundamental no cambia, ni la aporía de las preguntas difíciles, aunque se
hable con palabras nuevas, como «cuidados», «transicionar»,
«interseccionalidad», «antiespecismo» y otras… La filosofía es un tren de
palabras que se instalan, duran lo que duran, y pasan… La filosofía tiene sus
modas… Se reacondicionan, vuelven. Si en el pasado la histeria, no hace tanto
las anorexias y las bulimias, ahora las depresiones, los intentos de
suicidio... El malestar en la cultura, es real, como opinaba Freud. Viejos y
nuevos síntomas expresan la angustia del vivir, el temor, la confusión, el
dolor, la desesperación, la anomia, la incomunicación. Y ¿por qué? Porque es
propio de los humanos pretender entenderse, que otros les comprendan, comunicar
sí, y sobre todo interpretar. Interpretar quién es uno, cómo son los demás, por
qué pasa esto o aquello, pero hay que tener también a quien contarlo. Ser para
compartir, de eso se trata, ser para salvarnos. Necesitamos socios, otros
Narcisos, que todavía no hayan salido en busca de su reflejo o que cayendo al
pozo se hayan salvado.
Decía Odo Marquard en su ensayo Filosofía
de la compensación, lo siguiente: «Filosofía significa: cuando a pesar de todo
se piensa» y ¿qué es una crisis existencial sino un “a pesar de todo”? Sí, a
pesar de todo, claro que puedo, debo, quiero, lo intento, otros me apoyarán
para salir adelante. ¿Qué es o qué debería ser una crisis sino eso, una
voluntad dispuesta a todo para volver a encontrar el sentido que se ha perdido?
¿Y qué es sino mantenerse fiel a la sinceridad, el arrojo, la aceptación de la
verdad? Teníamos todo el futuro por delante y de repente parece que lo hemos
perdido, el piso se mueve, sentimos que nos caemos, pero no, si miramos bien se
ha escondido o nos hemos escondido nosotros un poco y en un lugar de sombras
nos hemos perdido, pero hay luz más allá, hay algo iluminado, el piso está en
su sitio y nosotros también.
Decía Karl Jaspers en Razón y
existencia: «Existencia es lo abarcador, no el sentimiento de la amplitud de un
horizonte de todos los horizontes, sino en el sentido del origen como condición
del ser-uno mismo». Hannah Arendt opinaba igual. Hay que ser uno mismo. ¿Y no
lo decían los griegos? «Conócete a ti mismo». ¿Y no lo propugnaban las
religiones? «Ama a tu prójimo como a ti mismo». ¿Y no lo proclamaba Shestov?
Todos los hombres sabios han procurado no separar Atenas de Jerusalén.
Comentaba Nietzsche en la Gaya
Ciencia: «¿Tiene la existencia algún sentido?» Y afirmaba: «La pregunta
requeriría de algunos siglos tan solo para ser oída enteramente en toda su
profundidad». Pero una persona no puede esperar tanto, yo no puedo esperar tanto,
sé que otros no pueden esperar tanto, puesto que se lo busca, el sentido tiene
que estar en la vida, en esta existencia, si se quiere, en esta verdad, en esta
parresía, en este carácter que nos hemos formado, en esta concordancia entre
palabra y obra, una realidad construida, sí, no fija, ni siquiera única, donde
toda observación es válida por diferente que sea y es tan verdad una
observación como otra cualquiera (Niklas Luhmann). Precisamente esa única
realidad que algunos quieren imponer, frente a tantas verdades diferentes, no
nos vale. Queremos la otra, la más subjetiva, la diversa, la
inconformista.
Decía Hannah Arendt que la tarea de
pensar es como la labor de Penélope que cada mañana desteje lo que había tejido
la noche anterior. Aprendamos pues a tejer y destejer, a pensar lo ya pensado,
a recapitularlo una y más veces, cuantas sean necesarias. A eso se le llama
resistencia, oponer resistencia a las vicisitudes de la vida, a buscar el
sentido que creemos perdido, ir a clamar en el desierto si fuera necesario,
para ser restituidos a nuestra existencia plena.
Crisis existenciales en plural
Cuando la crisis existencial es social, también se podría decir que es plural.
Afecta a muchos. Acontece, sin más. Todo se vuelve grieta y amenaza, miedo, sopor,
angustia. No hace tanto un sueldo alcanzaba para mantener a una familia, tener
un coche, comprar una segunda vivienda, ir de vacaciones, dar estudios a los
hijos. Hoy, dos sueldos no alcanzan.
Nancy Fraser en Las
contradicciones del capital y los cuidados lo explica del siguiente modo:
«este régimen globalizador, neoliberal, este régimen promueve la desinversión
estatal y empresarial del bienestar social».
Los jóvenes se preguntan cómo tener
un futuro digno. Así, hasta las preguntas pequeñas se han vuelto aporéticas
como la precariedad misma.
Cuando el mundo cambia, cambiamos
nosotros; cuando nosotros cambiamos se percibe diferente el mundo que creíamos
nuestro. Si el mundo se afea, parece que nos afeamos nosotros, nos incomodamos,
nos dolemos, sufrimos inmerecidamente. Los políticos no se culpan a sí mismos
de lo que ocurre, culpan a la gente; es más fácil así.
No se trata de Antropoceno, sino de
Antrocapitalismo. El capitalismo financiarizado globalista produce una crisis
de identidad en las personas, pero también de las naciones Estado tal y como
las conocíamos, y mientras anuncia una crisis ecológica, los productos viajan
de una punta a la otra del mundo. Voy al supermercado y regreso a casa con
bananas de Costa Rica, uva de Perú o de Brasil, naranjas de Egipto, judías
verdes de Marruecos.
Charles Taylor, filósofo canadiense
comunitarista, escribió en Fuentes del yo, que actuamos dentro de marcos de
referencia, y estos cambian, ahora toca el globalismo con sus imperativos de
los mercados, así desestructuran la vida de los pueblos. España para las placas
solares y las eólicas, ni caso al campo, allá se quejen y reclamen agricultores
y ganaderos. La «España vaciada» se agranda. Como no podemos cambiar nada o
casi nada, para muchos lo ideal es quedarse en «zona de confort», es decir, la
del «convencionalismo» o la del «nihilismo» (más de lo mismo), pero hay una
zona de trascendencia, el espacio de lo común donde los proyectos pueden ser
viables y tener sentido, donde los reclamos, las ancestrales sabidurías, las
dinámicas del respeto y la amistad tienen su espacio.
«No se puede dejar de hablar de lo
que no se habla» decían Cristina Vega y sus compañeras en la presentación de
«Cuidado común» porque esa tarea en común es lo único que permite «pensar la
comunidad como un lugar de lo político. Así fue antes, así es ahora, y así
debería continuar siendo. El summum bonum ( el «sumo bien» o el «bien
supremo»).
Estamos, pues, ante esa relación de
la que hablara Durkheim, debatiéndonos entre «crisis existencial y crisis
social» donde una mayoría se vuelve cada vez más pobre y una minoría más rica.
Mientras tanto, vemos desaparecer las tiendas de los barrios, no se potencia la
industria, no se ofertan créditos, la inseguridad se impone en las calles, y ya
no se puede circular en coche por algunas zonas céntricas de las
ciudades.
¿Y Narciso? No, no me olvido de
Narciso, está aquí. A este le dicen que en el futuro comerá insectos, incluso
ha llegado a escuchar que «los ancianos viven demasiado» o que hay «demasiados
estómagos inútiles».
Avanzan las terapias positivas, pero
todo se desvela inútil, avanzan las «enfermedades del vacío» y de la
precariedad “depresión, insomnio, ansiedad» (Santiago López Petit).
La pregunta esencial: ¿puede uno ser
feliz cuando alrededor falla todo, cuando en el mundo hay guerras y genocidios,
acoso, feminicidios, maltrato infantil, precariedad y pobreza? A este Narciso
en crisis permanente de poco le sirve querer evitar el dolor, porque se lo
imponen y hasta se lo pasan a diario por la televisión mientras emiten las
cifras del número de los bombardeos y de los muertos, dicen, por no llamarlos,
asesinados. A su alrededor solo percibe democracias doblegadas. Antes, ser un
ciudadano tenía un valor, hoy se va poniendo en duda; antes ser propietario era
un derecho consustancial al individuo, hoy también se lo pone en duda. Una
impetuosa Agenda globalista dice: «En 2030 no tendrás nada y serás feliz».
Narciso, siempre que las ve, lee sorprendido esas palabras. Es lógico que
aparezca la palabra «feliz», piensa, últimamente está en todas partes, hay que
ser feliz, no importa cómo. De repente, escuchando una canción en Youtube que
habla de la felicidad, le aparece la publicidad de una conocida bebida gaseosa,
algunos de estos vídeos son de hace ya 12 años, otros de menos. Va leyendo los
títulos: Spot anuncio: Coca Cola-Comparte felicidad, Toma Cola-La felicidad
comienza con una sonrisa, Estás aquí para ser feliz, Coca Cola: la fábrica de
la felicidad, Destapa la felicidad-Coca Cola, Coca Cola-En esta Navidad, el
mejor regalo es estar juntos, Coca cola-comer juntos alimenta la felicidad.
Narciso no necesita más, de repente piensa en el pozo. ¿Dónde está el pozo?
¿Dónde? Pero un recuerdo lejano lo detiene, él/ella también tomó Coca Cola, en
la infancia, sí, cuando aún no sabía todo lo que sabe ahora y era feliz como
solo se puede ser en una infancia jugada en la calle (hoy los niños no juegan
en la calle), pero eran otros tiempos, y la Coca Cola solo era una bebida, si
acaso, para beber los domingos porque en la casa de los obreros y en la de la
mayoría de la gente se tomaba agua, sin más, y en los pueblos también agua
mineral, que brotaba libremente del interior de la tierra y si, de vez en
cuando se oía aquel estribillo de «Todo va mejor con Coca Cola», sobre todo en
los inicios de la televisión, pero todavía no te prometían la felicidad. Se
había salido de la Segunda Guerra Mundial, por Argentina buscaban a un nazi de
nombre Eichmann, Arendt se disponía a ir a cubrir como reportera ese juicio y
en el mundo todavía no se hablaba del Choque de civilizaciones de Samuel P.
Huntigton ni del Fin de la historia y el último hombre de Francis Fukuyama.
Eran otros tiempos, indudablemente.
Pilar Alberdi: Escritora. Licenciada en Psicología (UOC). Graduada en
Filosofía (UNED).
Referencias bibliográficas:
Berardi , Roberto (2016). Almas
al trabajo. Alienación, extrañamiento, autonomía. Editorial En clave de
libros. Madrid.
Fraser, Nancy. El capital y los
cuidados https://newleftreview.es/issues/100/articles/nancy-fraser-el-capital-y-los-cuidados.pdf
Freud, Sigmund (2010). El
malestar en la cultura. Alianza Editorial. Barcelona. ISBN 9788420664149
Jaspers, Karl (1959). Razón y existencia. Editorial Nova. Buenos Aires.
López Petit, Santiago (2009). La
movilización global. Traficantes de sueños. Madrid.
López Petit, Santiago (2009) Entre
el ser y el poder. Una apuesta por el querer vivir. Traficantes de sueños.
Madrid.
López Petit, Santiago (2009) Breve
tratado para atacar la realidad. Edición Tinta Limón. Buenos Aires.
Luhmann, Niklas (1998). Sistemas
sociales ―Lineamientos para una teoría general―. Anthropos Editorial.
Barcelona.
Muntadas Figueras, Borja. La
crisis de la existencia. UOC.Recurso de aprendizaje textual, Fundació
Universitat Oberta de Catalunya (FUOC), 2023.
Rosset, Clément (2017). Lejos
de mí. Estudio sobre la identidad. Marbot Ediciones. Barcelona. Pág.18.
Vega, Cristina y otras. Presentación de “Cuidado común, comunidad”
https://traficantes.net/noticias-editorial/presentaciones-de-cuidado-comunidad-y-com%c3%ban
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