Nos Disparan desde el Campanario Prometeos Urbanos. Fogonazos Escriturales. Crónica del 4 de Enero de 2025. Memoria que arde… por Valeria González

 



Fuente: En el Margen

Link de origen:

https://enelmargen.com/2025/01/06/prometeos-urbanos-fogonazos-escriturales-por-valeria-gonzalez-una-cronica-del-4-de-enero-de-2025-en-el-festival/

Foto: Lorena Etcheverry

 




«Una memoria que arde»

(Contra los despidos y el cierre del centro cultural Haroldo Conti)


(Los reivindicacionistas



Suele decirse que este gobierno es negacionista. Llamarlo así parece más una ecolalia de jerga que una oreja abierta a la escucha: no sólo no niegan, sino que afirman, ensalzan, reivindican y justifican los crímenes de lesa humanidad llevados adelante durante la última dictadura cívico-militar en Argentina. Esta actitud en el derecho tiene un solo nombre: apología del crimen y está tipificado en el art. 213 de la ley 11179 del Código Penal Argentino, ese que la justicia actual parece haber sometido al olvido.

No se trata de una mera rectificación terminológica. Se trata de situar los matices entre negacionismo y apología. Los negacionistas se caracterizan por el rechazo de lo sucedido. Tal rechazo, lejos de ser una operación simbólica de negación que se ampara en la legalidad inconsciente y que implica una afirmación, persigue el objetivo de desaparecer en lo simbólico lo acontecido: no sólo se exterminan los cuerpos, sino la existencia misma: acá no ha pasado nada. Se trata entonces de un doble rechazo: de la vida y la memoria de esa vida. También un ejercicio de exculpación.



La apología, lejos de rechazar, es una afirmación mortífera inadmisible porque insiste en una específica política de lenguaje, una política guiada por la voluntad de arrasamiento del sujeto como paso previo necesario al exterminio sistemático de los cuerpos. La filiación ideológica que posee este gobierno es la de la apología como posición histórica de los responsables de los delitos de lesa humanidad en nuestro país. Algo que suelen vociferar a los cuatro vientos y es de público conocimiento, incluso desde que la dupla siniestra ocupaba banca en la Cámara Baja convocando a homenajes a “las víctimas del terrorismo” en pleno recinto donde se escriben las leyes que luego ellos desestiman.



Quien quiera oír que oiga.



Este es el antecedente de las medidas que el actual secretario de Derechos Humanos lleva adelante: ocupar un sitio para desmantelarlo, destruirlo y apropiarse de los archivos. En ese contexto de regurgitación criminal, el sábado 04 de enero de 2025 –plena época vacacional– una multitud llenó el predio del ex campo de concentración ESMA para acompañar la lucha contra el cierre del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti; el cierre del archivo de la memoria y contra los despidos de cientos de trabajadores. También para afirmar que, en materia de derechos humanos, hemos pronunciado Nunca Más.



Decido hacer una crónica cada vez que alguna movilización escribe en la calle una potencia del nombre que no se apropia del nombrar, propiciando una vacancia como único sustrato fértil para el lazo social.

 

Prometeos urbanos



Cruzo el umbral del ex campo de concentración ESMA. Cruzar el umbral del ex campo de concentración ESMA nunca es gratuito. Siempre conmociona el cuerpo. Cada vez. Fila para entrar porque la cantidad de gente en el interior del predio no permitía el flujo sereno de la entrada. Primera alegría de la jornada. Siendo pleno período de vacaciones, no esperaba tan masiva asistencia.



Una chica en la entrada ofrece a cada uno una calcomanía: el pañuelo de las madres, cada quien decide qué hacer con eso. Lo despego y lo pongo sobre la remera, del lado izquierdo donde está el corazón. Veo multiplicarse los corazones apañuelados. Segunda alegría.



Colgados sobre una valla, varios carteles. Retengo aquél que dice “Pueblos despiertos salvan presentes quebrados”. Despertar es algo que se parece mucho al encuentro de ayer.

Las palabras de los oradores, las canciones de los artistas van agitando una rebeldía que invente las condiciones para vivir en comunidad. Por momentos la piel se eriza, otras veces los ojos se humedecen, otras tantas la digna rabia mueve los brazos en alto o corea “a donde vayan los iremos a buscar”. Me pregunto por esa diversidad de reacciones que el cuerpo comanda en una conversación que excede mi capacidad para interpretar. Tampoco hago el esfuerzo, simplemente me dejo llevar por la experiencia. Hay cosas que pasan a través de las palabras, sin ser la palabra.



Decido caminar, recorrer el interior de ese predio. Veo grupos de amigos, grupos de familias sentados en ronda sobre el pasto. Niños. Muchos niños. El mate es un protagonista que insiste. Tanto como esa mezcla de alegría y conmoción en los rostros. Tanto como los abrazos, los encuentros que celebran el júbilo de la lucha.



Vuelvo a detenerme. Esta vez frente a las serigrafías. Una de ellas dice, “No hay futuro sin memoria. Sin rebeldía no hay memoria”. Futuro. Rebeldía. Memoria. Conjuros frente a tanto inmediatismo, pasividad y olvido.



Pegado sobre una pared, diminuto, como esperando ser descubierto por la curiosidad, un retrato de Jorge Julio López confeccionado en espejos. De modo que es imposible acercarse sin ver el reflejo propio emerger allí. Hago la experiencia, me miro desde allí. Desde ese contorno que dice tanto, que recuerda que los verdugos del infierno siempre estuvieron acechando. Lo hacen ahora desde los penales de Ezeiza y Marcos Paz. Esos que funcionarios del actual desgobierno visitan con tanta frecuencia y soltura.

Antes de seguir mi camino, me detengo y vuelvo a mirar ese espejo. Alguien escribió de puño y letra: “Porque no lo cuidaron?” (sic). La frase me resulta espeluznante. Quien la escribió confiesa sin disimulo desde una posición cómplice. Entiende que el delito fue posible por un descuido, una forma de mortificación a quienes quedamos del otro lado, mortificación que se suma al crimen padecido. La frase es un desafío cruel a los que vivimos en democracia y creemos estar a salvo, caminando libremente. Esa frase es una nueva amenaza porque nos dice que caminar tranquilamente es un descuido: no estamos a salvo frente a los criminales que dicen estar al acecho. En una escritura breve que invade la imagen del rostro de Jorge Julio López dentro del ex campo de concentración ESMA, anida lo siniestro. Me sobrepongo al estupor y vuelvo a alegrarme de haber decidido concurrir para sumar mi repudio. A pesar de todo estamos aquí para cuidarnos.



Llega la noche. Luna creciente. Enorme, algo anaranjada. Corona el escenario. Habla Taty Almeida y entonces se encienden miles de velas. Las llamas, custodiadas en precarios vasitos o cualquier recipiente a mano para que no se apaguen. Las velas no se tiran, se destinan de modo espontáneo a construir pequeños fueguitos que rodeen las palabras que circulan en pequeños volantes cuadrados: “Encender el fuego de la memoria para que no arrase el olvido”.



Al retirarme me detengo una última vez. Una placa de la memoria en la puerta del predio del ex campo de concentración, rodeada por cientos de fueguitos. Dos niños en cuclillas contemplan ese ritual de prometeos urbanos sin dioses.



Al llegar a mi casa busco la etimología de la palabra alegría: vivaz, animado. Entonces empiezo a escribir esta crónica.


(1)  Sneh, Perla. Palabras para decirlo. UNR Editora. Pág 31. Argentina, 2022.

 


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